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Imagina por un momento la escena bajo el microscopio: una masa translúcida, casi etérea, conocida como blastocisto humano. Surge apenas cinco días después del encuentro decisivo entre óvulo y espermatozoide. Este conjunto de células, del tamaño de un grano de arena arrancado de una playa caribeña, guarda en su interior la promesa de una vida futura: 46 cromosomas, miles de genes y cerca de seis mil millones de pares de bases de ADN, el manual de instrucciones para ensamblar un ser humano único. 

Ahora piensa en un pulso láser que perfora la capa externa del blastocisto para extraer, mediante una pipeta microscópica, unas cuantas células. Gracias a los avances en secuenciación genética, este es el instante en que se puede leer prácticamente todo ese manual. Una disciplina científica emergente busca analizar esa información para anticipar qué tipo de persona podría llegar a ser ese embrión. Algunos padres recurren a estas pruebas para evitar transmitir enfermedades genéticas devastadoras. Un grupo mucho más reducido, movido por aspiraciones de títulos universitarios de élite o hijos atractivos y educados, está dispuesto a pagar decenas de miles de dólares para optimizar inteligencia, apariencia y personalidad. Entre los primeros entusiastas figuran miembros de la élite tecnológica de Silicon Valley, incluidos multimillonarios como Elon Musk, Peter Thiel y Brian Armstrong, director ejecutivo de Coinbase. 

Pero los clientes de las compañías que ofrecen este servicio podrían no estar recibiendo lo que esperan. Expertos en genética llevan años advirtiendo sobre sus limitaciones. Un artículo de 2021 firmado por miembros de la Sociedad Europea de Genética Humana señalaba: «No se ha realizado investigación clínica para evaluar su eficacia diagnóstica en embriones. Es fundamental informar adecuadamente a los pacientes sobre las limitaciones de este uso». Otro estudio, publicado en mayo en Journal of Clinical Medicine, reiteraba la preocupación y mostraba especial cautela respecto al cribado de trastornos psiquiátricos y rasgos no relacionados con enfermedades: «Por desgracia, no se ha publicado hasta la fecha ninguna investigación clínica que evalúe de forma exhaustiva la efectividad de esta estrategia [de pruebas predictivas]. La concienciación del paciente sobre las limitaciones del procedimiento es primordial». 

Además, las premisas que sustentan parte de este trabajo, la idea de que el destino de una persona depende más de la biología innata que del contexto o los privilegios, han convertido a estas empresas en un foco de controversia política. A medida que esta tecnología de nicho avanza hacia el mercado masivo, científicos y expertos en ética se apresuran a analizar sus implicaciones: para el contrato social, para las generaciones futuras y para nuestra propia concepción de lo que significa ser humano. 

El Test Genético Preimplantacional (PGT, por las siglas en inglés de preimplantation genetic testing), aunque todavía poco frecuente, no es nuevo. Desde la década de 1990, los padres que recurren a la fecundación in vitro pueden acceder a diversas pruebas genéticas antes de elegir qué embrión implantar. Una modalidad conocida como PGT-M permite detectar enfermedades monogénicas como fibrosis quística, anemia falciforme o enfermedad de Huntington. PGT-A determina el sexo del embrión e identifica anomalías cromosómicas que pueden provocar síndrome de Down o reducir las probabilidades de implantación. PGT-SR ayuda a evitar embriones con segmentos cromosómicos duplicados o ausentes. 

Estas pruebas identifican problemas genéticos claros y relativamente fáciles de detectar, pero la mayor parte del manual genético de un embrión está escrita en un código mucho más complejo. En los últimos años ha surgido un mercado incipiente en torno a una versión más avanzada del proceso: PGT-P, o pruebas genéticas preimplantacionales para trastornos poligénicos (y, según algunos, rasgos), es decir, resultados determinados por la interacción de cientos o miles de variantes genéticas. 

En 2020 nació el primer bebé seleccionado mediante PGT-P. Aunque no hay cifras exactas, se estima que ya son cientos los niños nacidos gracias a esta tecnología. A medida que se comercializa, ese número seguirá creciendo. La selección de embriones se parece menos a un taller para «fabricar bebés» y más a una tienda donde los padres eligen entre varios modelos disponibles, con fichas que indican sus predisposiciones. 

Un puñado de startups, respaldadas por decenas de millones de dólares procedentes de Silicon Valley, ha desarrollado algoritmos propios para calcular estas estadísticas: analizan miles de variantes genéticas y generan una puntuación de riesgo poligénico, una puntuación que indica la probabilidad de que un embrión desarrolle diversos rasgos complejos. 

Durante los últimos cinco años, dos compañías, Genomic Prediction y Orchid, han dominado este reducido mercado, centrando sus esfuerzos en la prevención de enfermedades. Pero recientemente han irrumpido dos competidores llamativos: Nucleus Genomics y Herasight, que han abandonado el enfoque prudente de sus predecesoras para adentrarse en el controvertido terreno de las pruebas genéticas orientadas a la inteligencia. (Nucleus también ofrece análisis para una amplia gama de rasgos conductuales y relacionados con la apariencia). 

Las limitaciones prácticas en las puntuaciones de riesgo poligénico son considerables. Para empezar, aún se desconoce mucho sobre las complejas interacciones genéticas que determinan los rasgos y trastornos poligénicos. Además, las bases de datos en las que se sustentan están compuestas mayoritariamente por individuos de ascendencia europea occidental, lo que dificulta generar puntuaciones fiables para pacientes de otros orígenes. Estas métricas tampoco incorporan el contexto completo: factores ambientales, estilo de vida y otras variables que influyen en las características de una persona. Y aunque las puntuaciones de riesgo poligénico pueden detectar tendencias a gran escala, su capacidad predictiva se desploma cuando la muestra se reduce a un puñado de embriones que comparten gran parte del mismo ADN. 

La comunidad médica, incluidas organizaciones como la Sociedad Americana de Genética Humana, el Instituto Americano de Genética y Genomas Médicos y la Sociedad Americana para la Medicina Reproductiva, se muestra cautelosa ante el uso de estas puntuaciones para seleccionar embriones. «La práctica ha avanzado demasiado rápido y con muy pocas evidencias», advirtió el Instituto Americano de Genética y Genomas Médicos en un comunicado oficial en 2024. 

Pero más allá de la falta de pruebas sobre su eficacia, los críticos acusan a estas empresas de reavivar una ideología inquietante: la eugenesia, la creencia de que la selección genética puede mejorar la humanidad. De hecho, algunas voces que defienden con mayor convicción la capacidad de estas técnicas para predecir rasgos no relacionados con enfermedades han llegado a formular afirmaciones alarmantes sobre jerarquías genéticas naturales y diferencias raciales innatas. 

Lo que nadie discute es que esta nueva ola tecnológica está avivando un debate centenario: naturaleza frente a crianza. 

El término eugenesia fue acuñado en 1883 por el antropólogo y estadístico británico Francis Galton, inspirado en parte por la obra de su primo Charles Darwin. Procede de una palabra griega que significa «buena estirpe, dotado hereditariamente de cualidades nobles». 

Algunos de los capítulos más oscuros de la historia moderna se construyeron sobre el legado de Galton, desde el Holocausto hasta las leyes de esterilización forzosa que afectaron a ciertos grupos en EE UU bien entrado el siglo XX. La ciencia contemporánea ha demostrado los numerosos problemas lógicos y empíricos de su metodología. (Por ejemplo, consideraba heredables conceptos vagos como la «eminencia» y enfermedades infecciosas como la sífilis y la tuberculosis, clasificándolos como fenotipos, es decir, características que resultan de la interacción entre genes y entorno). Sin embargo, la influencia de Galton persiste en la genética del comportamiento, que investiga las raíces genéticas de los rasgos psicológicos. A partir de la década de 1960, investigadores estadounidenses retomaron uno de los métodos favoritos de Galton: los estudios con gemelos. Muchos de estos análisis, que comparaban parejas de gemelos idénticos y fraternos para determinar qué rasgos eran hereditarios y cuáles se debían a la socialización, fueron financiados por el Gobierno de EE UU. El más conocido, el Estudio de Gemelos de Minnesota, también recibió fondos de la Pioneer Fund, una organización ya desaparecida que promovía la eugenesia y la mejora racial desde su fundación en 1937. 

El debate sobre naturaleza y crianza alcanzó un punto de inflexión en 2003, cuando se completó el Proyecto Genoma Humano. Tras 13 años y una inversión cercana a los 3.000 millones de dólares, un consorcio internacional de miles de investigadores secuenció por primera vez el 92% del genoma humano. 

Hoy, secuenciar un genoma puede costar apenas 600 dólares, y una empresa asegura que pronto será aún más barato. Esta reducción drástica ha permitido crear gigantescas bases de datos de ADN como el UK Biobank y el programa All of Us de los Institutos Nacionales de Salud, cada uno con información genética de más de medio millón de voluntarios. Recursos como estos han hecho posible los estudios de asociación del genoma completo (GWAS), que identifican correlaciones entre variantes genéticas y rasgos humanos analizando polimorfismos de nucleótido único (SNPs), la forma más común de variación genética entre individuos. Los hallazgos de estos estudios sirven como referencia para desarrollar las puntuaciones de riesgo poligénico. 

La mayoría de los GWAS se han centrado en la prevención de enfermedades y la medicina personalizada. Pero en 2011, un grupo de médicos, científicos sociales y economistas lanzó el Social Science Genetic Association Consortium (SSGAC) para investigar la base genética de resultados sociales y conductuales complejos. Uno de los fenotipos que estudiaron fue el nivel educativo alcanzado por las personas. 

«Era un fenotipo de conveniencia», explica Patrick Turley, economista y miembro del comité directivo del SSGAC, dado que el nivel educativo se registra habitualmente en las encuestas que recogen datos genéticos. Aun así, «estaba claro que los genes desempeñan algún papel», afirma. «Y tratar de entender cuál es ese papel me parece realmente interesante». Añade que los científicos sociales también pueden usar datos genéticos para «comprender mejor la parte que se debe a vías no genéticas». 

El trabajo generó incomodidad de inmediato, incluso entre los propios miembros del consorcio, que temían contribuir sin querer a reforzar el racismo, la desigualdad y el determinismo genético. 

También ha provocado malestar en ciertos círculos políticos, señala Kathryn Paige Harden, psicóloga y genetista conductual en la Universidad de Texas (Austin, EE UU), quien asegura haber dedicado gran parte de su carrera a defender ante sus colegas liberales una idea impopular: que los genes son predictores relevantes de resultados sociales. 

Harden considera que una fortaleza de la izquierda es su capacidad para reconocer «que los cuerpos son diferentes entre sí de una manera que importa». Muchos aceptan que rasgos como la adicción o la obesidad tienen influencia genética. Sin embargo, afirma, la capacidad cognitiva heredable parece ser «algo que nos resulta imposible integrar como fuente de diferencia que impacta en nuestra vida». Harden cree que los genes son importantes para comprender características como la inteligencia y que esto debería orientar las políticas progresistas. Pone como ejemplo un departamento de educación que busca mejorar las notas de matemáticas en un distrito escolar. Si una puntuación de riesgo poligénico «está tan correlacionada con las calificaciones escolares» como lo está el nivel de ingresos familiares, se pregunta: «¿Hace que su investigación sea más difícil y sus inferencias peores el hecho de no recopilar esa información genética o no conocerla?». 

Para Harden, persistir en esta estrategia de evitar el tema por miedo a dar alas a los eugenistas es un error. «Si insistir en que el CI es un mito y que los genes no tienen nada que ver con él fuera a ser eficaz para neutralizar la eugenesia ya habría funcionado», afirma. 

Parte de la razón por la que estas ideas siguen siendo tabú en muchos ámbitos es que el debate actual sobre el determinismo genético continúa impregnado de las teorías de Galton, y se ha convertido en una obsesión particular de la derecha en internet. Tras la compra de Twitter (ahora X) por Elon Musk en 2022 y el relajamiento de sus restricciones contra el discurso de odio, proliferaron cuentas que compartían mensajes racistas, especulando sobre el origen genético de la desigualdad y argumentando contra la inmigración y la integración racial. 

Musk interactúa con frecuencia con perfiles como Crémieux Recueil, seudónimo del investigador independiente Jordan Lasker, autor de textos sobre la Brecha de CI entre negros y blancos, y con i/o, una cuenta anónima que llegó a elogiar a Musk por «reconocer datos sobre raza y delincuencia», afirmando que «ha hecho más para concienciar sobre las desproporciones observadas en esos datos que cualquier otra cosa que recuerde».  Ante las acusaciones de que su trabajo fomenta la eugenesia, Lasker respondió a MIT Technology Review: «La comprensión popular de la eugenesia se refiere a la coerción y a excluir del grupo reproductivo a personas consideradas indeseables. Esto no tiene nada que ver con eso, así que no califica como eugenesia según esa definición». Tras la publicación impresa, nos escribió en un correo: «Que las diferencias de inteligencia a nivel individual sean en gran medida hereditarias no significa que las diferencias entre grupos en inteligencia medida se deban a diferencias genéticas entre grupos», aunque añadió que esto «no está científicamente resuelto» y es «un área de investigación extremadamente importante [y necesaria] que debería financiarse en lugar de convertirse en tabú». También afirmó: «Nunca he argumentado contra la integración racial ni el mestizaje ni nada parecido». X y Musk no respondieron a las solicitudes de comentario. 

Harden advierte, sin embargo, contra la tentación de desacreditar todo un campo por culpa de unos pocos neorreaccionarios ruidosos. «Creo que existe la idea de que la tecnología está dando lugar al terrible racismo», señala. La realidad, cree, es que «el racismo ha existido antes que esta tecnología». 

En 2019, la empresa Genomic Prediction comenzó a ofrecer la primera prueba poligénica preimplantacional disponible comercialmente. Con su LifeView Embryo Health Score, los futuros padres pueden evaluar la predisposición de sus embriones a problemas de salud complejos como cáncer, diabetes y enfermedades cardíacas. El servicio parte de los 3.500 dólares. Genomic Prediction utiliza una técnica llamada matriz de SNP, que analiza sitios específicos del genoma donde se producen variantes comunes. Los resultados se contrastan con estudios GWAS que muestran correlaciones entre variantes genéticas y determinadas enfermedades. 

Cuatro años después, Orchid lanzó una prueba competidora. Su Whole Genome Embryo Report se distingue por afirmar que secuencia más del 99% del genoma del embrión, lo que le permite detectar mutaciones nuevas y, según la compañía, diagnosticar enfermedades raras con mayor precisión. Por 2.500 dólares por embrión, los padres pueden acceder a puntuaciones de riesgo poligénico para 12 trastornos, entre ellos esquizofrenia, cáncer de mama e hipotiroidismo. 

Orchid fue fundada por Noor Siddiqui. Antes de obtener títulos universitarios y de posgrado en Stanford, recibió la beca Thiel, una ayuda de 200.000 dólares para jóvenes emprendedores dispuestos a trabajar en sus ideas en lugar de ir a la universidad, cuando era adolescente, en 2012. Esto le permitió captar la atención de la élite tecnológica tanto como clientes como inversores. Su empresa ha recaudado hasta la fecha 16,5 millones de dólares de figuras como Vitalik Buterin, fundador de Ethereum; Balaji Srinivasan, exdirector de tecnología de Coinbase; y Brian Armstrong, CEO de Coinbase. En agosto, Siddiqui hizo una sugerencia polémica: que los padres que deciden no usar pruebas genéticas podrían considerarse irresponsables. «Seamos honestos: estás conforme con que tu hijo sufra potencialmente toda la vida para sentirte moralmente superior…», escribió en X. 

Las opiniones en EE UU sobre esta tecnología emergente son diversas. En 2024, un grupo de bioeticistas encuestó a 1.627 adultos para conocer su actitud ante distintos criterios de pruebas poligénicas. Una amplia mayoría aprobó el cribado para afecciones físicas como cáncer, enfermedades cardíacas y diabetes. Las pruebas para trastornos de salud mental, como depresión, TOC y TDAH, recibieron respuestas más mixtas, aunque en general positivas. Los rasgos relacionados con la apariencia, como color de piel, calvicie y altura, obtuvieron menos aprobación. 

La inteligencia fue uno de los rasgos más controvertidos, algo previsible dada su instrumentalización histórica y la falta de consenso cultural sobre cómo definirla. (En muchos países, las pruebas de inteligencia en embriones están fuertemente reguladas; en el Reino Unido, la práctica está prohibida). En la encuesta de 2024, el 36,9% de los participantes aprobó las pruebas genéticas preimplantacionales para inteligencia, el 40,5% las rechazó y el 22,6% se mostró indeciso. Pese a la división, la inteligencia ha sido uno de los rasgos más comentados como objetivo de estas pruebas. Desde el principio, Genomic Prediction asegura haber recibido consultas «de todo el mundo» sobre este tipo de análisis, según Diego Marín, responsable de desarrollo de negocio global y asuntos científicos de la compañía. 

En su momento, la compañía ofrecía un predictor para lo que denominaba «discapacidad intelectual». Tras recibir críticas que cuestionaban tanto la capacidad predictiva como la ética de estas puntuaciones, decidió retirar la función. «La misión y visión de esta empresa no es mejorar [a un bebé], sino reducir el riesgo de enfermedad», me explicó Marin. «Cuando se trata de rasgos como el CI, el color de piel, la altura o algo meramente cosmético que no tiene connotación de enfermedad, entonces simplemente no invertimos en ello». 

Orchid, por su parte, sí analiza marcadores genéticos asociados a discapacidad intelectual y retraso en el desarrollo. Pero podría no quedarse ahí. Según un empleado de la empresa, que habló bajo condición de anonimato, también ofrece pruebas de inteligencia a clientes «de alto nivel». De acuerdo con este trabajador, otra fuente cercana a la compañía y una investigación del Washington Post, Musk habría utilizado los servicios de Orchid en la concepción de al menos uno de los hijos que comparte con la directiva tecnológica Shivon Zilis. (Orchid, Musk y Zilis no respondieron a las solicitudes de comentario). 

Conocí a Kian Sadeghi, fundador de Nucleus Genomics, en una sofocante tarde de julio en su oficina del SoHo neoyorquino. Delgado y enérgico, Sadeghi hablaba a un ritmo vertiginoso, deteniéndose apenas para preguntar si podía seguirle el paso. 

Modificó su primer organismo, una muestra de levadura de cerveza, a los 16 años. En 2016, siendo estudiante de secundaria, asistía a un curso sobre CRISPR-Cas9 en un laboratorio de Brooklyn cuando se enamoró de la «profunda belleza» de la genética. Pocos años después abandonó la universidad para crear «un 23andMe mejorado». Su empresa apunta a lo que podríamos llamar la capa de aplicación del PGT-P: recibe datos de clínicas de fecundación in vitro, e incluso de competidores mencionados en este reportaje, y realiza su propio análisis computacional. 

«A diferencia de muchas otras compañías de pruebas, somos primer software y primer consumidor», me dijo Sadeghi. «No basta con dar a alguien una puntuación poligénica. ¿Qué significa? ¿Cómo se compara? Hay muchísimos problemas de diseño realmente difíciles». 

Como sus rivales, Nucleus calcula las puntuaciones de riesgo poligénico comparando los datos genéticos individuales con variantes asociadas a rasgos identificadas en grandes estudios GWAS, ofreciendo predicciones basadas en estadística. 

La plataforma muestra los resultados en dos formatos: una puntuación Z, que va de 4 a 4 y explica el riesgo relativo frente a una población con ascendencia genética similar (por ejemplo, si el embrión nº 3 tiene una Z de 2,1 para cáncer de mama, su riesgo es superior a la media), y una puntuación de riesgo absoluto, que incorpora factores clínicos relevantes (ese mismo embrión tiene un riesgo real mínimo de cáncer de mama, dado que es masculino). 

La gran diferencia con sus competidores está en la amplitud de lo que promete. En su elegante web, los futuros padres pueden explorar más de 2.000 enfermedades y rasgos que van desde el color de ojos hasta el CI. El acceso a la plataforma Nucleus Embryo cuesta 8.999 dólares, mientras que su nuevo servicio IVF+, que incluye un ciclo completo de fecundación in vitro con una clínica asociada, cribado de hasta 20 embriones y atención personalizada, parte de los 24.999 dólares. 

Las promesas son audaces. La compañía asegura poder prever la propensión a ansiedad, TDAH, insomnio y otros problemas mentales. Dice que se puede saber qué embriones tienen más probabilidades de desarrollar dependencia del alcohol, cuáles serán zurdos y cuáles podrían sufrir acné severo o alergias estacionales. (Aun así, en el momento de escribir este artículo, la plataforma incluía esta advertencia: «El ADN no es destino. La genética puede ser una herramienta útil para elegir un embrión, pero no es una garantía. La investigación genética está aún en pañales y queda mucho por descubrir sobre cómo el ADN moldea quiénes somos»). 

Para quienes están acostumbrados a rastreadores de sueño, suplementos biohacking y monitores de glucosa, aprovechar las opciones de Nucleus puede parecer obvio. Para quienes valoran la serendipia, este nivel de control percibido resulta, como mínimo, inquietante. 

Sadeghi prefiere enmarcar el debate en términos de libertad personal. «Quizá quieras que tu bebé tenga ojos azules en lugar de verdes», dijo a un pequeño público en el evento de lanzamiento de Nucleus Embryo en junio. «Eso depende de la libertad de los padres». El día del lanzamiento oficial, Sadeghi pasó horas debatiendo con usuarios de X que lo acusaban de practicar eugenesia. Él rechaza el término y prefiere hablar de optimización genética, aunque no parecía molesto por la publicidad gratuita. «Esta semana conseguimos cinco millones de impresiones en Twitter», presumió ante la audiencia, entre aplausos. (En un correo a MIT Technology Review, Sadeghi escribió: «La historia de la eugenesia es la de la coerción y la discriminación por parte de Estados e instituciones; lo que hace Nucleus es lo contrario: previsión genética que empodera a las personas para tomar decisiones informadas»). 

Nucleus ha recaudado más de 36 millones de dólares de inversores como Balaji Srinivasan, la firma de capital riesgo Seven Seven Six de Alexis Ohanian y Founders Fund, de Peter Thiel. (Como Siddiqui, Sadeghi fue beneficiario de la beca Thiel al abandonar la universidad; un representante de Thiel no respondió a la solicitud de comentarios). Incluso ha fichado a Nathan Treff, cofundador de Genomic Prediction, que ahora es director clínico de Nucleus. 

El verdadero objetivo de Sadeghi es construir una plataforma integral para todas las aplicaciones posibles de la tecnología de secuenciación genética, desde genealogía hasta medicina de precisión y edición genética. Menciona varias empresas que ofrecen estos servicios, con una capitalización conjunta de miles de millones. «Nucleus está colapsando las cinco en una sola», afirma. «No somos una compañía de pruebas para FIV. Somos una pila genética». 

Esta primavera me abrí paso en un abarrotado bar del distrito Flatiron, donde más de cien personas se habían reunido para escuchar una charla titulada Cómo crear SUPERBEBÉS. El evento formaba parte de la Deep Tech Week de Nueva York, así que esperaba encontrarme con profesionales de biotech e inversores. En cambio, me sorprendió ver un grupo diverso y curioso de creativos, ingenieros de software, estudiantes y futuros padres, muchos sin conocimientos previos sobre el tema. 

El ponente era Jonathan Anomaly, un filósofo político de voz suave cuyo tono didáctico delataba sus años como profesor universitario. 

Parte de su trabajo académico se ha centrado en teorías del comportamiento racional. En Duke y la Universidad de Pensilvania (Pensilvania, EE UU) impartió cursos sobre teoría de juegos, ética y problemas de acción colectiva, además de bioética, abordando cuestiones espinosas como aborto, vacunas y eutanasia. Pero quizá ningún tema le ha interesado tanto como el incipiente campo de la mejora genética.  

En 2018 publicó en una revista de bioética un artículo con un título deliberadamente provocador: «Defendiendo la eugenesia». Buscaba distinguir lo que llamaba eugenesia positiva, métodos no coercitivos orientados a aumentar rasgos que «promuevan el bienestar individual y social», de la eugenesia negativa que conocemos por los libros de historia. 

Anomaly sostiene que la selección de embriones no es tan distinta de prácticas que ya damos por sentadas. ¿Cree que dos primos no deberían tener hijos? Quizá sea usted eugenista, argumenta. ¿Su amiga que eligió a un donante de esperma de 1,88 metros y graduado en Harvard? Misma lógica. Su contratación en la Universidad de Pensilvania en 2019 desató protestas entre estudiantes, que lo acusaron de «esencialismo racial». En 2020 dejó la academia, lamentando que «las universidades estadounidenses se habían convertido en una prisión intelectual». 

Pocos años después, Anomaly se incorporó a Herasight, una empresa emergente de PGT-P que prometía evaluar el CI. 

A finales de julio, la compañía salió oficialmente del modo sigiloso. Un portavoz me dijo que la mayor parte del capital recaudado hasta ahora procede de inversores ángel, incluido Srinivasan, que también invirtió en Orchid y Nucleus. Según el anuncio de lanzamiento en X, Herasight ha cribado «cientos de embriones» para clientes privados y comienza a ofrecer su primer producto comercial: una evaluación poligénica que afirma detectar la probabilidad de que un embrión desarrolle 17 enfermedades. 

Sus materiales promocionales presumen de capacidades predictivas un 122% mejores que las de Orchid y un 193% superiores a las de Genomic Prediction para ese conjunto de enfermedades. «Herasight está comparando su predictor actual con modelos que publicamos hace más de cinco años», respondió Genomic Prediction en un comunicado. «Nuestro equipo confía en que nuestros predictores son de primera clase y no son superados en calidad por ningún otro laboratorio». 

La compañía evitó incluir comparaciones con Nucleus, alegando la «ausencia de validaciones de rendimiento publicadas «por parte de esta y afirmando que se  de trata de un caso en el que «el marketing supera a la ciencia». («Nucleus es conocida por su ciencia y marketing de primer nivel, y entendemos por qué eso resulta frustrante para nuestros competidores», respondió un portavoz en un comentario). 

Herasight también destacó avances en «validación intrafamiliar», que garantiza que las puntuaciones no se limiten a reflejar factores ambientales compartidos, comparando su rendimiento entre personas no emparentadas y entre hermanos, y en «precisión entre ancestros», con el objetivo de mejorar la exactitud de las puntuaciones en individuos fuera de los grupos europeos donde se concentra la mayoría de los datos de biobancos. El representante explicó que el precio varía según el cliente y el número de embriones analizados, pero puede alcanzar los 50.000 dólares. 

Herasight solo analiza un rasgo no relacionado con enfermedades: la inteligencia. Para una pareja que produce 10 embriones, asegura poder detectar una diferencia de unos 15 puntos de CI entre el embrión con menor puntuación y el que obtiene la más alta. La empresa afirma que publicará próximamente un documento técnico detallado sobre su predictor de CI. 

El día del lanzamiento, Musk respondió al anuncio con un escueto «Cool«. Mientras tanto, el investigador danés Emil Kirkegaard, cuyo trabajo se ha centrado en diferencias de CI entre grupos raciales, promocionó la compañía ante sus casi 45.000 seguidores en X (y en su blog de Substack), escribiendo: «La selección embrionaria adecuada acaba de llegar». Kirkegaard lleva años apoyando el trabajo de Anomaly; ha publicado sobre él en X y recomendado su libro de 2020 Creating Future People, que calificó como «un libro de defensa de la eugenesia biotecnológica», añadiendo: «Naturalmente, estoy de acuerdo con esto». 

En cuanto a los rasgos que Anomaly considera codificados genéticamente, la inteligencia, que en su charla afirmó ser heredable en un 75%, es solo la punta del iceberg. También ha hablado sobre la heredabilidad de la empatía, el control de impulsos, la violencia, la pasividad, la religiosidad y las inclinaciones políticas. 

Anomaly reconoce las limitaciones de las predicciones relativas que pueden hacerse con un pequeño lote de embriones. Pero cree que estamos apenas en el amanecer de lo que llama la revolución reproductiva. En su intervención mencionó una tecnología en desarrollo en varias startups: la gametogénesis in vitro (IVG), que busca crear espermatozoides u óvulos en laboratorio a partir de células madre adultas, reprogramadas genéticamente desde muestras de piel o sangre.  

En teoría, este proceso permitiría a una pareja producir rápidamente un número prácticamente ilimitado de embriones para analizarlos en busca de rasgos preferidos. Anomaly predijo que esta tecnología podría estar lista para uso humano en ocho años. «Dudo que la FDA lo permita de inmediato. Para eso están lugares como Próspera», dijo, en referencia a la llamada «ciudad startup» en Honduras, donde científicos y emprendedores pueden realizar experimentos médicos sin la supervisión regulatoria que encontrarían en EE UU. 

«Puede que tengas la intuición moral de que esto está mal», añadió Anomaly, «pero cuando se descubra que las élites lo hacen en privado… las fichas van a caer muy, muy rápido». La próxima «carrera armamentística evolutiva«, afirmó, «cambiará el paisaje moral». 

Agregó que algunas de esas élites son sus propios clientes: «Ya podría dar nombres, pero no lo haré». 

Tras la charla, hablé con un joven fotógrafo que me dijo que esperaba cursar un máster en teología. Había acudido al evento, explicó, para reflexionar sobre las implicaciones éticas de «jugar a ser Dios». «La tecnología nos está llevando a un momento de transición del Antiguo al Nuevo Testamento, en el que debemos decidir qué partes de la religión siguen sirviéndonos», dijo con seriedad. 

Las críticas a las pruebas poligénicas suelen dividirse en dos frentes: el escepticismo sobre su eficacia y las preocupaciones éticas. «Por un lado», señala Turley, del Social Science Genetic Association Consortium, «hay quienes argumentan que esto no va a funcionar y que el problema es que estamos engañando a los padres. Por otro lado, dicen que esto va a funcionar tan bien que va a generar enormes desigualdades en la sociedad. Es curioso verlo. A veces, las mismas personas sostienen ambos argumentos». 

Una de ellas es Sasha Gusev, responsable de un laboratorio de genética cuantitativa en el Instituto Oncológico Dana-Farber. Crítico declarado del PGT-P para selección embrionaria, también participa con frecuencia en debates en línea con cuentas de extrema derecha que promueven la ciencia racial en X. 

Gusev es uno de los muchos profesionales que creen que, debido a los numerosos factores socioeconómicos que intervienen, como la nutrición infantil, la geografía, las redes personales y los estilos de crianza, no tiene mucho sentido intentar vincular resultados como el nivel educativo alcanzado con la genética, y menos aún como prueba de que existe una base genética para el CI. 

«Creo que existe un riesgo real de avanzar hacia una sociedad en la que se vea la genética y las ‘dotaciones genéticas’ como los motores del comportamiento y como un techo para los resultados y capacidades de las personas», advierte. 

Gusev considera que esta tecnología tiene verdadero potencial en entornos clínicos para poblaciones adultas específicas. En adultos con puntuaciones poligénicas altas para cáncer o enfermedades cardiovasculares, argumenta, una combinación de cribado temprano e intervención podría salvar vidas. Pero en lo que respecta a las pruebas preimplantacionales que se comercializan actualmente, cree que presentan limitaciones significativas y carecen de medidas regulatorias o métodos de validación a largo plazo para comprobar las promesas de las empresas. Teme que dar demasiada atención a estos servicios pueda ser contraproducente. 

«Estas aplicaciones imprudentes, sobreprometidas y, en muchos casos, directamente manipuladoras para la selección de embriones son un riesgo para la credibilidad y la utilidad de estas herramientas clínicas», afirma. 

Muchos pacientes de FIV también han reaccionado con fuerza a la publicidad en torno al PGT-P. Cuando The New York Times publicó un artículo de opinión sobre Orchid en primavera, padres indignados acudieron a Reddit para desahogarse. Un usuario escribió: «Para quienes no saben por qué otros tipos de pruebas son necesarias, esto solo hace que la gente de FIV parezca que queremos crear bebés ‘perfectos’, cuando en realidad solo queremos bebés sanos». 

Otros defendieron la necesidad de debatir. «¿Cuándo podrían tecnologías como esta cambiar la misión de ayudar a personas infértiles a tener bebés sanos por la eugenesia?», planteó otro usuario. «Es una línea muy fina y una discusión importante que debemos tener». 

Algunos defensores del PGT-P, como Kirkegaard y Anomaly, han sostenido que las políticas deberían tener más en cuenta las diferencias genéticas. En una serie de publicaciones tras las elecciones presidenciales de 2024, bajo el lema «Make science great again«, Kirkegaard pidió eliminar las leyes de acción afirmativa, legalizar la discriminación laboral por raza y levantar las restricciones sobre conjuntos de datos como el biobanco All of Us del NIH, que impiden a investigadores como él utilizarlos para estudios raciales. Anomaly ha criticado las políticas de bienestar social por «poner el dedo en la balanza para castigar a las personas con alto CI». 

De hecho, la noción de determinismo genético ha ganado cierto terreno entre los seguidores de Donald Trump. En octubre de 2024, el expresidente hizo una parada de campaña en el programa conservador The Hugh Hewitt Show. Durante una respuesta divagante sobre inmigración y estadísticas de homicidios, afirmó: «Un asesino, yo lo creo, lo lleva en los genes. Y ahora tenemos muchos genes malos en nuestro país». 

Gusev cree que, aunque la selección embrionaria no tendrá gran impacto en los resultados individuales, el marco intelectual que defienden muchos partidarios del PGT-P podría tener consecuencias sociales graves. 

«Si piensas que las diferencias que observamos en la sociedad son culturales, ayudas a la gente. Les das mejor educación, mejor nutrición, y pueden prosperar», señala. «Si piensas que esas diferencias son fuertemente innatas, puedes engañarte creyendo que no hay nada que hacer y que las personas son lo que son desde el nacimiento». 

Por ahora, no hay planes para estudios longitudinales que sigan los resultados reales de los humanos que estas empresas han ayudado a traer al mundo. Harden, la genetista conductual de la Universidad de Texas (Austin, EE UU), sospecha que dentro de 25 años los adultos que fueron embriones seleccionados por puntuaciones poligénicas «van a terminar con la misma pregunta que todos tenemos». Mirarán su vida y se preguntarán: «¿Qué tendría que haber cambiado para que fuera diferente?». 

 

Julia Black es redactora de reportajes en Brooklyn y periodista residente en Omidyar Network. Anteriormente ha trabajado para Business Insider, Vox, The Information y Esquire.