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En los últimos días, el invierno ha comenzado a hacerse notar aquí en Londres. Las mañanas son heladas, el viento corta la piel y, cuando recojo a mis hijos del colegio, ya ha oscurecido. Esa falta de luz me ha hecho pensar en la vitamina D, conocida como la vitamina del sol. 

Hace unos años, en una revisión médica, el doctor me dijo que tenía déficit de vitamina D. Sin embargo, se negó a recetarme suplementos. ¿La razón? Todo el mundo en el Reino Unido es deficitario, me explicó. Prescribir vitamina D a toda la población sería demasiado costoso para el sistema nacional de salud. Aun así, la suplementación, esté cubierta por el sistema sanitario o no, puede ser importante. Quienes vivimos en el hemisferio norte pasamos cada vez menos horas de luz, y conviene reflexionar sobre el papel de esta vitamina. 

Es esencial para la salud ósea, sí. Pero investigaciones recientes revelan datos sorprendentes sobre cómo influye en otras funciones del organismo, como el sistema inmunitario y la salud cardiovascular.  

La vitamina D se descubrió hace poco más de un siglo, cuando los médicos buscaban cómo tratar lo que entonces se conocía como “la enfermedad inglesa”. Hoy sabemos que el raquitismo (debilitamiento de los huesos en niños) se debe a la falta de vitamina D. Y sigue siendo la función más conocida de esta vitamina: ayudar a absorber el calcio. 

Nuestros huesos se descomponen y reconstruyen de forma continua, y necesitan calcio para ese proceso. Sin suficiente calcio, se vuelven frágiles. (De hecho, el raquitismo sigue siendo un problema global, por lo que existe consenso en que los bebés deben recibir suplementos de vitamina D al menos hasta cumplir un año). 

Con el tiempo, los científicos han descubierto que la vitamina D va más allá de los huesos. Hay indicios de que su déficit aumenta el riesgo de hipertensión. Tomar suplementos diarios o semanales puede ayudar a reducir la presión arterial en esos casos. También se ha relacionado la falta de vitamina D con un mayor riesgo de “eventos cardiovasculares» como infartos, aunque no está claro si los suplementos reducen ese riesgo: la evidencia es contradictoria. 

La vitamina D parece influir también en la salud inmunitaria. Algunos estudios han hallado relación entre niveles bajos y mayor incidencia de resfriados. Otros muestran que los suplementos pueden afectar la forma en que nuestros genes producen proteínas clave para el sistema inmune. Sin embargo, aún no sabemos cómo funcionan exactamente estas conexiones. De hecho, un estudio reciente que analizó 37 ensayos clínicos concluyó que, en general, los suplementos no previenen una «infección respiratoria aguda”. 

Otras investigaciones vinculan la vitamina D con la salud mental, el embarazo e incluso la supervivencia tras un diagnóstico de cáncer. Resulta tentador pensar que un suplemento barato podría mejorar tantos aspectos de nuestra salud.  

Pero, como habrás deducido, todavía no estamos ahí. La evidencia sobre los beneficios de la suplementación en estas áreas es, en el mejor de los casos, limitada. 

Parte del problema es que resulta difícil diseñar ensayos clínicos aleatorizados para la vitamina D. La mayoría la obtenemos del sol: la piel convierte los rayos UVB en una forma utilizable por el organismo. También está en la dieta, aunque en poca cantidad (pescado azul, yema de huevo, setas y algunos cereales y bebidas fortificadas). 

La forma estándar de medir la vitamina D es analizar los niveles en sangre de 25-hidroxicolecalciferol (25(OH)D), que se produce cuando el hígado metaboliza la vitamina. Pero no hay consenso sobre cuál es el nivel «ideal».  

Incluso si lo hubiera, no está claro cuánta vitamina D habría que consumir para alcanzarlo, ni cuánta exposición solar sería necesaria. Además, la respuesta a los rayos UV varía según la cantidad de melanina en la piel. Y, si tu plato incluye pescado azul y setas acompañados de leche fortificada, sigue siendo difícil saber cuánto más necesitas. 

Sí hay acuerdo sobre qué se considera déficit: niveles por debajo de 30 nanomoles por litro. Hasta que sepamos más sobre el papel de esta vitamina, el objetivo debe ser evitar esa carencia. 

En mi caso, eso significa recurrir a un suplemento. El Gobierno británico recomienda que todos tomen 10 microgramos diarios durante otoño e invierno. Esa pauta no tiene en cuenta mi edad, mis niveles en sangre ni mi melanina. Pero, por ahora, es lo único que tengo.