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Biotecnología

¿Debemos prohibir deportes con riesgo de contusión para nuestros hijos?

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Los jugadores adultos de hockey y fútbol americano parecen demostrar un alto riesgo de lesiones, ¿qué sucede en los cerebros más jóvenes?

  • por Amanda Schaffer | traducido por Teresa Woods
  • 15 Diciembre, 2015

En la nueva película Concussion (que significa conmoción cerebral, aunque el título oficial en castellano es La verdad duele), Will Smith interpreta al neuropatólogo que realizó la autopsia del antiguo jugador de los Pittsburgh Steelers Mike Webster en 2002 y que cambió el terreno del juego.

Después de una carrera profesional durante la cual ganó cuatro anillos de Superbowl y su inclusión en el Salón de la Fama del Futbol Americano Profesional, Webster sufrió pérdidas de memoria, depresión y demencia, vivió épocas como indigente, y murió a la edad de 50 años. (La película se basa en un artículo de la revista GQ que describe los síntomas psiquiátricos de Webster, incluido "mear en el horno y echarse pegamento rápido en los dientes"). Cuando el neuropatólogo Bennet Omalu analizó el tejido cerebral de Webster, descubrió acumulaciones de proteínas tau, que generalmente están asociadas con la neurodegeneración. En 2005, publicó un  trabajo que sostenía que Webster había sufrido de lo que reconoció como encefalopatía traumática crónica (CTE, por sus siglas en inglés), causada por más de dos décadas de lesiones cerebrales sufridas en el campo de fútbol.

Mientras Omalu y otros estudiaban los cerebros de docenas de antiguos jugadores ya fallecidos, siguieron descubriendo señales de CTE. De forma no sorprendente, la Liga Nacional de Fútbol (NFL, por sus siglas en inglés) luchó por desacreditar el trabajo, quizás con la esperanza de evitar unos caros pagos de discapacidad a antiguos jugadores. "Declaras la guerra a una corporación que es dueña de un día de la semana", le advierte un colega a Omalu en La verdad duele.

Pero, a pesar del obstruccionismo de la NFL, la conexión entre los traumatismos craneales repetitivos y las enfermedades neurodegenerativas sólo se ha reforzado con el tiempo. Mientras que muchos atletas que sufren conmociones cerebrales no llegan a desarrollar CTE, cada vez que se detecta este trastorno en una autopsia resulta que el paciente es alguien que "tenía un historial de golpes repetitivos en la cabeza", afirma Robert Stern, el director del núcleo clínico del Centro para el Alzheimer de la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston (EEUU).

Ahora el tema se extiende mucho más allá de la NFL para llegar a niños que juegan al fútbol americano, al fútbol europeo, al hockey y otros deportes, especialmente porque nuevas investigaciones están revelando la naturaleza omnipresente de las lesiones craneales en los jóvenes atletas. Los neurocientíficos concluyen que las contusiones pueden afectar la función cerebral de maneras sutiles, y que los niños pueden estar especialmente vulnerables. Es posible que unos cascos mejorados y otros equipos puedan jugar un papel a la hora de reducir el riesgo, pero es improbable que resuelvan el problema. Ha llegado la hora de cambiar las reglas del juego.

Consecuencias a largo plazo

En 2013, un informe del Instituto de Medicina de EEUU pidió una atención mayor a las contusiones por todo el espectro de edades, pero sobre todo en los niños pequeños. En respuesta, unos epidemiólogos del Centro Datalys para las Investigaciones y la Prevencción de Lesiones Deportivas radicado en Indiana (EEUU) analizaron los datos recopilados por entrenadores deportivos en 2012 y 2013.

Encontraron que aproximadamente uno de cada 20 jugadores universitarios de fútbol americano sufrió al menos una contusión durante el transcurso de una temporada. Entre los jugadores del instituto, esa cifra sube a uno entre 14. Y entre los jugadores aún más jóvenes, la cifra es de uno entre 30, aunque el principal investigador Tom Dompier me dijo que sospecha que la última cifra sea una infravaloración. Se produce una contusión cuando el cerebro choca con fuerza contra el cráneo, pero el 90% de las veces no causa una pérdida de consciencia ni otros efectos obvios. Así que especialmente entre los niños de cinco a siete años, es posible que "simplemente no sepan articular" sus síntomas, explica Dompier.

Foto: El gráfico muestra un desglose por deporte practicado de los casos de lesiones cerebrales deportivos atendidos en el Centro Médico Pediátrico de Cincinnati entre 2002 y 2011.

Otros investigadores intentan identificar mejor los síntomas de las contusiones que pueden surgir mucho después de celebrarse el partido. Estos pueden incluir cambios de comportamiento como rabietas e irascibilidad, según Kristy Arbogast, la codirectora científica del Centro para las Investigaciones de Prevención de Lesiones del Hospital Pediátrico de Filadelfia (EEUU). En algunos niños, la contusión cerebral puede causar sutiles alteraciones de la coordinación oculomotora que en el pasado no se evaluaban de forma rutinaria. Estas pueden dar paso a dolores de cabeza, mareos y náuseas cuando los niños vuelven al colegio e intentan concentrarse en la pizarra. "Por fin estamos consiguiendo algo de claridad en cuanto al aspecto que tienen las contusiones a distintas edades y en niños diferentes", afirma. Eso, añade, permitirá que los médicos diagnostiquen y traten más casos.

Al mismo tiempo, los científicos están identificando cómo las lesiones en la cabeza afectan a los jóvenes cerebros. Hasta la fecha, nadie ha realizado un experimento crítico que realice el seguimiento de niños que juegan deportes de contacto durante décadas. Pero varias líneas de pruebas sugieren que las contusiones e incluso los traumas craneales menores pueden tener consecuencias a largo plazo, contradiciendo la sabiduría convencional según la cual la plasticidad de los jóvenes cerebros los vuelve más resistentes. "La plasticidad no parece funcionar así", dice Stern. En lugar de ello, sostiene que durante determinados períodos del desarrollo, los cerebros de los niños realmente pueden estar más vulnerables a sufrir daños duraderos que los cerebros adultos.

Junto con sus compañeros, Stern ha categorizado un grupo de jugadores de la NFL jubilados en función de si empezaron a jugar antes o después de los 12 años de edad. Al realizar un control en función del total de años jugando al fútbol, los investigadores encontraron que los que antes habían empezado sacaron peores resultados en las pruebas de flexibilidad cognitiva y de función ejecutiva.  Una versión avanzada de las imágenes de resonancia magnética también ha mostrado que estos jugadores sufrían más alteraciones en un conjunto de fibras nerviosas, o axones, llamado el cuerpo calloso. Entre las edades de ocho y 12, el cerebro sufre un período de intenso crecimiento axonal y mielinización (en la cual se acumula una capa aislante alrededor de las células nerviosas), que facilitan la comunicación. Stern especula que los jugadores que empezaron a una edad más temprana pueden haber sufrido unas lesiones axonales que impidieron que sus cerebros se desarrollaran completamente durante esta ventana crítica, provocando así un deficiencia a largo plazo.

En un estudio, los resultados de unos jugadores de fútbol americano del instituto empeoraron aunque no se les hubiera diagnosticado una contusión cerebral.

El año pasado, unos investigadores de la Universidad de Purdue (EEUU) compararon la función neurocognitiva de unos jugadores de fútbol americano de instituto antes y después de una temporada. Increíblemente, incluso los atletas que no habían sufrido una contusión cerebral diagnosticable rindieron peor en las pruebas de memoria visual después de practicar el fútbol americano durante varios meses. El estudio fue pequeño, y no está claro si sus resultados se pueden generalizar. Pero es razonable preocuparse por los cambios cerebrales provocados por los impactos craneales, por muy sutiles que sean. "Hacemos todo lo posible para asegurar que nuestros hijos tengan la mejores posibilidades posibles de triunfar en la vida", explica Stern. "Y sin embargo los llevamos al campo y les decimos: 'Ve a darte golpes en la cabeza sin parar'. Es incongruente".

Por eso las ligas deportivas deben hacer mucho más para reducir la frecuencia y la intensidad de los impactos craneales. En el fútbol europeo, los niños simplemente no deberían dar al balón con la cabeza. El año pasado, un grupo de padres presentó una demanda colectiva contra la FIFA para obligarles a restringir esta práctica. En noviembre, se resolvió el caso con la Federación Estadounidense de Fútbol, que anunció la prohibición del cabeceo por niños menores de 10 años y unas limitaciones sobre el cabeceo durante los entrenamientos para niños entre las edades de 11 y 13 años. (Por motivos técnicos, no se permitió que siguiera adelante la demanda contra la FIFA).

Realmente esto sólo representa un pequeño paso; si es verdad que los niños experimentan una ventana crítica de desarrollo cerebral antes de los 12 años de edad, no debemos permitir que cabeceen la pelota con 11 años. También se puede hacer más en otros deportes: en el béisbol, las ligas podrían prohibir que los jugadores se tiren de cabeza hacia las bases. Los líderes de la liga profesional de hockey en Estados Unidos ya han prohibido los choques corporales, conocidos como body checks, en los niños menores de 13 años. Pero eso tendrá un efecto limitado a no ser que se lleguen a aplicar estas normas de forma estrícta.

Gran parte de los golpes craneales del fútbol americano se producen durante los entrenamientos, como muestran las investigaciones de Dompier y otros. Eso se podría minimizar mediante la educación de los entrenadores y unos cambios prudentes. Por ejemplo, los entrenadores más tradicionales a menudo mandan a los jugadores más jóvenes a realizar ejercicios como el ejercicio de Oklahoma, en el que los jugadores forman dos filas enfrentadas que corren la una hacia la otra para chocarse. "Una vez que prohibamos ridículos ejercicios como ese y limitemos el número de horas que los niños pueden practicar el contacto total, realmente podremos establecer unas prácticas bastante seguras", opina.

En 2012, la organización de fútbol americano infantil Pop Warner estableció unas restricciones nuevas sobre los ejercicios de bloqueo y placaje. Pero hasta los entrenamientos sin contacto dejan a los niños vulnerables ante las contusiones en los partidos, por lo que deberían producirse unos cambios más drásticos. Las ligas infantiles deberían cambiar el formato actual de contacto total por otro sin contacto, a modo de "tocata", y prohibir los placajes en niños menores de 14 años. Y las ligas de instituto deberían acabar con las jugadas de recepción de los lanzamientos de inicio de cuarto y de cambio de posesión, en las que los dos equipos cargan el uno contra el otro a toda velocidad desde direcciones opuestas. (Incluso la NFL ha modificado la yarda de la que parten estos lanzamientos para reducir el número de jugadas de este tipo).

Se requieren más investigaciones aún para llegar a entender la frecuencia verdadera de las contusiones cerebrales infantiles y cómo pueden afectar la estructura cerebral y la función cognitiva años después de jugar deportes de contacto. Las ligas podrían obligar al uso de sensores en los cascos para detectar la frecuencia y la fuerza de los impactos, aunque la gravedad de los impactos que pueden causar una contusión cerebral varía de una persona a otra. Lo que finalmente se tendrá que desarrollar es un rápido análisis de sangre, como un cribado para detectar las proteínas que aparecen en grandes cantidades después de sufrir una lesión cerebral.

Mientras tanto, como demuestra la historia de la NFL, no deberíamos ignorar las pruebas potencialmente devastadoras ni dar por hecho que conocemos la gravedad de las lesiones craneales repetitivas. Es cierto que no es fácil generalizar sobre los niños en función de los adultos. Pero si alguna vez ha existido un motivo para la cautela extrema, los cerebros infantiles lo son.

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