Imponer reglas al salvaje internet es como poner puertas al campo. Si nadie puede garantizar que se cumpla, ¿para que ponerle límites que sólo conducirán a batallas legales?
Lo que más me sorprende de la neutralidad de red es que aunque han pasado 15 años desde que nació la idea, aún se está debatiendo. Se supone que es la panacea, pero si realmente lo fuera ya estaría estructurada, y a estas alturas, la habríamos adoptado y estaríamos prestando atención a otros problemas más urgentes como la privacidad y la ciberseguridad.
La neutralidad de red es la idea de que la inteligencia de internet perjudica los límites de la innovación de la red. Esta equivocada creencia está haciendo que sus defensores exijan a los proveedores de servicios de internet que modifiquen su forma de actuar con la inútil esperanza de maximizar el potencial de internet.
Aunque la mayoría de la gente la considera positiva, incluso los que no saben ni lo que es, la neutralidad de la red ofrece justo lo contrario de lo que promete. De momento no ha logrado llevar conexiones de rápido ancho de banda por todo el planeta, y ni siquiera ha logrado que las que ya existen sean más rápidas ni seguras. Aunque las redes sí han mejorado a un ritmo increíble desde la década de 1990, la neutralidad de red no ha tenido nada que ver con estos progresos.
Y lo mismo pasa con la seguridad. Los progresos hacia una mayor seguridad dependen de técnicas y regulaciones mejores, pero ni siquiera hemos podido sentarnos a debatirlas porque la neutralidad de la red sigue quedándose con todo el oxígeno de la habitación. Otra cosa que tampoco ha hecho: abaratar ninguna conexión. Y es algo que tampoco puede hacer, ya que harían falta enormes inversiones en infraestructuras de red para lidiar con triviales problemas de ingeniería como breves momentos de saturación de la red.
Lo peor de todo es que ni siquiera se puede garantizar que la neutralidad de red se cumpla. Esta cuestión fue estudiada por el informático británico Niel Davies para Ofcom, el órgano regulador de comunicaciones de Reino Unido, en 2015. Davies estudió los mejores seis métodos de "detección de gestión de tráfico" descritos por la literatura académica y encontró graves carencias en todos ellos.
Los responsables de hacerla respetar necesitan poder detectar las páginas web con tratos injustos. Sin esta capacidad, las regulaciones que prohíben tales conductas carecen de significado. Pero Davies declara que "ninguna herramienta ni combinación de herramientas disponible actualmente resulta apta para su uso práctico".
Entonces, ¿qué pasa con todos esos eslóganes, llamamientos y publicaciones que piden la neutralidad de la red? Aunque internet está avanzando bastante bien, nadie puede demostrar ni refutar la supuesta neutralidad. A los legisladores les encanta aumentar las penas criminales. Aunque resulte difícil pillar a los autores de muchos crímenes, es muy fácil castigar duramente a los que se descubren.
Y la regulación de internet está viviendo un proceso parecido. El antiguo director de la Comisión Federal de Comunicaciones de EEUU (FCC, por sus siglas en inglés) Michael Powell introdujo el concepto de la neutralidad a la FCC en forma de una declaración normativa de 2004: las Cuatro Libertades de Internet. El texto reconoce la libertad de: 1) acceder a contenidos, 2) ejecutar aplicaciones, 3) conectar dispositivos y 4) obtener informaciones sobre el plan de servicio. Pero el documento no dice nada sobre normas que garanticen estas cuatro libertades porque en ausencia de ellas ya se estaban cumpliendo.
Powell no jugó a poli malo con las Libertades de Internet porque no había necesidad. Las fuerzas del mercado fueron suficientes para estimular la red y seguir haciendo lo que siempre había hecho, solo que mejor.
La gestión de Powell no ha sido replicada por los posteriores directores de la FCC: Kevin Martin, Julius Genachowski y Tom Wheeler. Ellos intentaron transformar los ideales de libertad de internet en legalismos cada vez más agresivos. Lo hicieron en el contexto de un internet que seguía mejorando y ampliándose sin problemas importantes.
Esto no quiere decir que la comunidad defensora de la neutralidad de red no haya fabricado una crisis siempre que haya oportunidad. Free Press, la creación del académico socialista Robert McChesney, afirma que se han cometido, como mínimo, una docena de ofensas contra la neutralidad de red desde el discurso de Powell de Cuatro Libertades.
Tras estudiarlas, es obvio que todas son incidentes exagerados de breve duración que fueron resueltos sin intervención regulatoria. Y en cada caso de neutralidad que ha llegado ante la FCC, la agencia ha obviado determinar los hechos correctamente.
Esto fue especialmente evidente en la queja de 2007 interpuesta por defensores del interés público contra un sistema de gestión de red utilizado brevemente por Comcast. Pero la empresa dejó de utilizarlo antes de finalizarse la investigación de la FCC.
A pesar de los tres intentos fallidos de afianzar los objetivos de Powell con regulaciones, las libertades se han demostrado como autoejecutantes. Internet es abierto y relativamente neutro por diseño, y sigue siéndolo en la práctica porque los costes para los negocios de internet de alterar la neutralidad son demasiado altos.
Internet no gusta a los veteranos reguladores de telecomunicaciones. Su desarrollo en ausencia de importantes legislaciones es, de hecho, una afrenta para el negocio de la regulación de telecomunicaciones. En otros países observamos interminables intentos de censurar los contenidos, restringir los modelos de negocio de los proveedores y de deshabilitar conexiones de internet bajo los pretextos más absurdos.
El mayor peligro del debate sobre la neutralidad de red es que se extienda el mito de que la responsabilidad del éxito de internet recae únicamente en los reguladores. Esto equivale otorgarse un mérito que pertenece al trabajo de los tecnólogos, emprendedores e inversores.
No se puede ignorar el hecho de que los problemas reales a los que se enfrenta internet (el lento ritmo de la innovación, la seguridad, la privacidad y la consolidación de servicios) no pueden resolverse con regulaciones de internet abierto. Los ingenieros necesitan libertad para cacharrear con nuevas estrategias para mejorar internet que se desvíen de lo tradicional.
Unos reglamentos cada vez más complejos no nos llevarán a donde necesitamos llegar, ni tampoco una "regla sencilla" imposible de cumplir que dé paso a litigaciones interminables y regulaciones aún más cuestionables.
Imperfecto, frustrante y a veces aterrador, internet también es maravilloso, increíble y hasta deslumbrante de una manera que ningún producto de la burocracia ha sido jamás. Aceptemos el hecho de que la neutralidad de red nunca será más que una ambigua aspiración que siempre se escapará a la definición regulatoria.