Los drones facilitan a los estadounidenses matar a alguien en particular, en cualquier parte del planeta.
Nota del Editor: Esta historia se basa en fuentes anónimas que no podrían haber intervenido oficialmente sin sufrir persecución u otras repercusiones graves. El autor ha revelado sus identidades a MIT Technology Review.
El vehículo aéreo no tripulado, conocido como 'dron' y considerado un emblema de la alta tecnología de armamento estadounidense, comenzó siendo un juguete, y es una fusión entre una maqueta de avión y un motor de cortadora de césped. Aunque su objetivo inicial era reventar tanques soviéticos en las primeras descargas de la Tercera Guerra Mundial, se ha convertido en la tecnología preferida para cometer asesinatos selectivos en la guerra global contra el terror. Su uso ha provocado un gran debate, en un primer momento dentro de las áreas más secretas del Gobierno, aunque en los últimos meses se ha extendido al público en general, sobre las tácticas, estrategia y aspecto moral no solo de la guerra con drones, sino de la guerra moderna en general.
Pero antes de que este debate pueda ir mucho más allá, antes de que el Congreso estadounidense u otras ramas del Gobierno puedan establecer estándares significativos o hacer las preguntas pertinentes, debemos hacer una serie de distinciones, aclarar mitos y distinguir los problemas reales de aquellas distracciones que sean engañosas o estén basadas en una mala información.
Nos vendría bien saber un poco de historia. El dron tal y como lo conocemos hoy día fue idea de John Stuart Foster Jr., físico nuclear y exdirector del Laboratorio Nacional Lawrence Livermore (entonces conocido como Laboratorio de Radiación Lawrence) en EE.UU.. Cuando se le ocurrió la idea en 1971, era director de investigación de defensa e ingeniería, el puesto científico superior en el Pentágono. Foster era un entusiasta de las maquetas de avión, y un día se dio cuenta de que su afición podría usarse para crear un nuevo tipo de arma. Su idea consistió en usar un avión a control remoto no tripulado, colocarle una cámara en el vientre, y hacer que volase por encima de los objetivos enemigos para tomar fotos o películas. Además, de ser posible, también podría cargarse con una bomba y destruir objetivos.
Dos años más tarde, la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa (DARPA, por sus siglas en inglés) construyó dos prototipos basados en el concepto de Foster, conocidos como Praeire y Calere. Pesaban 75 libras (34 kilos) y funcionaban con un motor de cortadora de césped modificado. Cada vehículo podía permanecer en el aire durante dos horas, y llevar una carga de 28 libras (13 kilos).
Las agencias del Pentágono diseñaron muchos prototipos, la mayoría de los cuales nunca fueron más allá del tablero de dibujo. La idea de Foster se convirtió en un arma real porque convergió con una nueva doctrina de defensa. Desde los comienzos hasta mediados de la década de los 70, la Unión Soviética se dedicó a reforzar sus fuerzas militares convencionales a lo largo de la frontera entre Alemania Oriental y Occidental. Una década antes, la política de EE.UU. había consistido en disuadir la posibilidad de invasión de Europa Occidental bajo la amenaza de tomar represalias con armas nucleares. Pero para aquel entonces, los soviéticos habían acumulado un arsenal nuclear considerable. Si EE.UU. usaba las armas nucleares, ellos podían responder del mismo modo. Por lo tanto, la DARPA encargó un estudio para identificar nuevas tecnologías que pudieran dar al presidente "una variedad de opciones de respuesta" en caso de una invasión soviética, como "alternativas a la destrucción nuclear masiva".
Durante el otoño de 2009, la Fuerza Aérea ya estaba entrenando a más pilotos de drones que a pilotos de avión. Fue el comienzo de una nueva era.
El estudio fue dirigido por Albert Wohlstetter, exestratega de RAND Corporation, que en los años 50 y 60 escribió informes y artículos de gran influencia sobre el equilibrio de la potencia nuclear. Estudió minuciosamente diversos proyectos que la DARPA tenía en consideración y concluyó que los aviones no tripulados de Foster podrían encajar con lo que se buscaba. En los últimos años, el ejército de EE.UU. ha desarrollado una serie de 'municiones guiadas de precisión', derivadas de la revolución en microprocesadores, capaces de aterrizar a pocos metros de un objetivo. Wohlstetter propuso colocar munición en los aviones no tripulados de Foster y utilizarlos para atacar objetivos más allá de las líneas enemigas, en formaciones de tanques soviéticos, bases aéreas, puertos, etc. En el pasado, este tipo de objetivos solo se podrían haber destruido con armas nucleares, pero una pequeña bomba que caiga a pocos metros de su objetivo puede hacer tanto daño como una bomba de gran tamaño (incluso una bomba nuclear de bajo rendimiento), que se desvíe de su objetivo por unos pocos miles de metros.
A finales de la década de los 70, la DARPA y el Ejército de EE.UU. habían comenzado a probar una nueva arma llamada Assault Breaker, inspirada directamente en el estudio de Wohlstetter. Poco después, una serie de armas de alta precisión, guiadas por rayos láser, emisiones de radar, ondas milimétricas o, más tarde (y con mayor precisión), por señales de satélites de posicionamiento globales, pasaron a formar parte del arsenal de EE.UU.. El Assault Breaker del Ejército usaba un cohete de artillería. Las primeras versiones de la marina y la fuerza aérea, llamadas Municiones de Ataque Directo Conjunto (JDAM, por sus siglas en inglés), se colocaban bajo las alas y eran lanzadas desde las cabinas de los aviones de combate tripulados.
A mediados de la década de los 90, durante la guerra aérea de la OTAN en los Balcanes, se materializó algo parecido a lo que Foster tenía en mente con un vehículo aéreo no tripulado (UAV, por sus siglas en inglés) llamado Predator. Era capaz de funcionar durante 24 horas a una altitud de 25.000 pies (7.600 metros), llevando una carga útil de 450 libras (205 kilos). En su primera encarnación, solo llevaba equipo de vídeo y comunicaciones. Las imágenes digitales tomadas por la cámara eran enviadas a un satélite y luego transmitidas a una estación en tierra a miles de kilómetros de distancia, donde los operadores controlaban la trayectoria de vuelo del avión no tripulado con un joystick mientras veían la secuencia de vídeo en tiempo real en un monitor.
En febrero de 2001, el Pentágono y la CIA llevaron a cabo la primera prueba con un Predator modificado, que llevaba no solo una cámara sino también un misil Hellfire guiado por láser. La declaración de la misión de la Fuerza Aérea en relación a este UAV armado señalaba que sería ideal para alcanzar objetivos "breves y perecederos". En una época anterior, esta frase habría significado la destrucción de tanques en un campo de batalla. En la fase de apertura de la nueva guerra de Estados Unidos contra el terrorismo, significaba cazar y matar a yihadistas, especialmente a Osama bin Laden y sus lugartenientes de Al Qaeda.
Y así fue como un arma diseñada en el apogeo de la Guerra Fría para impedir un asalto armado soviético en las llanuras de Europa se convirtió en un dispositivo para matar a bandas de terroristas sin patria, o incluso a un terrorista individual, en las escarpadas montañas del sur de Asia. En este sentido, los drones han estado presentes en la política militar de EE.UU. durante más de tres décadas, y tanto las armas como la política han evolucionado con el tiempo.
Una guerra sin límites
La historia detrás de todo es en cierto modo inevitable. El auge de los drones se encontró con una gran y poderosa resistencia: el cuerpo de oficiales de alto nivel de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, la misma organización que desarrolló el arma. La cultura dominante en cada uno de los servicios armados, es decir, los rasgos que se valoran, el tipo de militares que logran ascensos, está determinado por sus sistemas de armamento de alto coste. Por tanto, desde 1947 a 1981 todos los jefes de la Fuerza Aérea ascendieron a través de las filas como bombardero nuclear en el Comando Aéreo Estratégico. Durante el siguiente cuarto de siglo, a medida que aumentó el gasto en fuerzas convencionales, cada jefe de personal había sido anteriormente piloto de caza en el Comando Aéreo Táctico.
Así es como estaban las cosas en 2003, cuando el presidente George W. Bush ordenó la invasión de Irak. A medida que la liberación se convirtió en ocupación, lo cual provocó insurgencia y después una guerra civil sectaria, los comandantes estadounidenses sobre el terreno solicitaron apoyo de los flamantes aviones no tripulados Predator. La amenaza más letal para los soldados e infantes de marina era el artefacto explosivo improvisado, o bomba de carretera. La cámara de un avión no tripulado desde el cielo era capaz de observar a un insurgente plantando la bomba y seguirlo hasta su escondite. Sin embargo, los drones resultaban algo odioso para la cultura dominante de la Fuerza Aérea, que daba prioridad a los aviones de combate rápidos y tripulados. Así que los generales de la Fuerza Aérea rechazaron o ignoraron las peticiones del Ejército y la Marina para utilizar más drones.
La crítica más común es que los drones a menudo terminaban matando a civiles. Aunque es cierto, no es algo que solamente ocurra con los aviones no tripulados.
Todo esto cambió en 2006, cuando Bush nombró a Robert Gates para reemplazar a Donald Rumsfeld como Secretario de Defensa. Gates entró en el Pentágono con un objetivo: arreglar el desastre de Irak. Le sorprendió que los generales dentro de los tres grandes servicios se preocuparan más por las armas de alta tecnología para las guerras del futuro que por las necesidades de la guerra que estaban luchando. Estaba particularmente consternado por la hostilidad de los generales de la Fuerza Aérea hacia los drones. Gates impulsó la producción, y los generales retrasaron la entrega. Así que él aceleró la entrega, y ellos frenaron el despliegue. Lo siguiente fue despedir al jefe de la Fuerza Aérea, el general T. Michael Moseley (aparentemente por algún otro acto de mala conducta, pero en realidad debido a su resistencia a los UAV), y nombrar en su lugar al General Norton Schwartz, que había destacado como piloto de combate y transporte de carga en las fuerzas de operaciones especiales. Justo antes de su promoción, Schwartz había sido jefe del Comando de Transporte de EE.UU., es decir, había estado a cargo de los suministros a los soldados e infantes de marina. Como nuevo jefe, Schwartz dio alta prioridad al envío de aviones no tripulados a las tropas en Irak y durante los años siguientes convirtió a los pilotos de este tipo de aviones en una élite dentro de la Fuerza Aérea.
En otoño de 2009, hacia el final del primer año de Barack Obama como presidente, la Fuerza Aérea estaba entrenando más pilotos de drones que pilotos de cabina en aviones. Fue el comienzo de una nueva era, no solo para la cultura de la Fuerza Aérea, sino también para la forma de entender la guerra en EE.UU..
En ese mismo año no solo se produjo un aumento de los ataques de drones, en parte debido al aumento de su disponibilidad y al desvanecimiento de la resistencia institucional, sino que también hubo un cambio en la localización de los ataques. No había nada que resultase políticamente provocador acerca de los drones en Irak o Afganistán. Eran armas de guerra, utilizadas principalmente para el apoyo aéreo de las tropas terrestres de Estados Unidos en países donde dichas tropas estuvieran en guerra. La controversia, que persiste hasta hoy día, comenzó cuando los drones empezaron a cazar y matar a personas específicas en países con los que Estados Unidos no estaba oficialmente en guerra.
Estos ataques tuvieron lugar principalmente en Pakistán y Yemen. Pakistán servía como refugio para los combatientes talibanes en el vecino Afganistán. Yemen se estaba convirtiendo en el centro de una nueva ala de Al Qaeda en la Península Arábiga. Bush había ordenado varios ataques en esos países: de hecho, el primer ataque aéreo fuera de una zona de guerra formal tuvo lugar en Yemen, el 3 de noviembre de 2002, contra un líder de al-Qaeda, que unos años antes había ayudado a planear el ataque contra el buque estadounidense USS Cole. Bush también lanzó 48 ataques aéreos en la región de Waziristán dentro de Pakistán, a lo largo de la frontera montañosa con Afganistán, y 36 de ellos tuvieron lugar durante su último año en el cargo.
Obama, que había prometido durante la campaña presidencial de 2008 salir de Irak y entrar más en Afganistán, aceleró esta tendencia y lanzó 52 ataques aéreos en territorio paquistaní solo en su primer año. En 2010 duplicó el número de ataques hasta llegar a 122. Después, al año siguiente, la cifra cayó a 73. En 2012 la cantidad se redujo aún más, hasta llegar a 48, una cifra que aún así iguala el número total de ataques producidos durante los ocho años de presidencia de Bush. Por el contrario, 2012 fue también el año en que el número de ataques con aviones no tripulados se disparó en Yemen, pasando de solo unos pocos a 54.
Estos ataques han provocado violentas protestas en esos países, y han logrado alienar incluso a los que previamente no habían sentido ningún afecto por los yihadistas y, en algunos casos, daban cierto apoyo a Estados Unidos. A nivel nacional en EE.UU., se está llevando a cabo un enconado debate político y jurídico sobre la conveniencia y oportunidad de usar los ataquens con drones como una herramienta en la guerra contra el terror.
La controversia se ve aumentada por el hecho de que todo lo relacionado con estos ataques fuera de las zonas de guerra (como, hasta hace poco, el hecho mismo de que estuvieran ocurriendo) es secreto. Los ataques con aviones no tripulados en Irak y Afganistán, al igual que el resto de las operaciones militares, se han llevado a cabo por el Departamento de Defensa. Pero los ataques con drones en otros lugares son operaciones encubiertas llevadas a cabo por la Agencia Central de Inteligencia, que opera bajo las sombras (incluso la supervisión del Congreso se ve limitada a los miembros de los comités de inteligencia selectos) y bajo una autoridad judicial diferente, más permisiva (Artículo 50 del Código de EE.UU., en vez del Artículo 10 del Departamento de Defensa).
El presidente Obama ha empezado a abordar estas protestas y preocupaciones, hasta cierto punto. (Tal vez por eso, a finales de mayo, Estados Unidos había llevado a cabo solo 13 ataques con aviones no tripulados en Pakistán durante 2013). Sin embargo, algunas de las protestas son más válidas, y algunas de las acciones de Obama son menos receptivas, que otras.
Un tipo de guerra arrogante
La crítica más común que reciben los ataques con aviones no tripulados es que incluso cuando están dirigidos a objetivos militares (terroristas, casas de seguridad de insurgentes, etc), a menudo terminan matando a civiles. Esto es cierto, pero no solo ocurre con los drones. De hecho, los drones causan muchas menos víctimas civiles que otros tipos de ataques aéreos. Las armas que llevan son muy pequeñas y precisas. El misil Hellfire guiado por láser y la Bomba de Pequeño Diámetro guiada por GPS aterrizan a unos pocos metros de sus objetivos y explotan con una fuerza de apenas 30 a 100 kilos de TNT. Las bombas aéreas usadas en el pasado han sido mucho más grandes y mucho menos precisas.
Peter Bergen de la New America Foundation, que ha realizado un estudio exhaustivo de los datos disponibles al público, estima que entre 2004 y mediados de mayo de 2013, los aviones no tripulados mataron entre 258 y 307 civiles en Pakistán. Eso supone entre un 7 y un 15 por ciento de las muertes totales causadas por drones en el país. Las víctimas mortales civiles en Yemen son más difíciles de estimar, pero parecen representan alrededor del 8 por ciento de una cifra de muertos total mucho menor. Estas cifras no pueden ignorarse, pero las armas de hace una generación habrían matado a mucha más gente.*
Y sin embargo, vista desde un ángulo diferente, esta comparación es casi irrelevante, y las cifras parecen ser bastante altas. Porque cuando se habla de la muerte accidental de civiles por drones en Pakistán y Yemen, estamos hablando de países en los que Estados Unidos no tiene guerras oficiales. En otras palabras, se trata de países en los que las personas muertas, y sus amargados amigos y familiares, no sabían que vivían en una zona de guerra. Imaginémonos que una serie de comandantes mexicanos lanzaran un ataque aéreo contra una ciudad fronteriza en California porque sus enemigos estuvieran escondidos allí y que, como resultado de la mala puntería, mala inteligencia o mala suerte, murieran una docena de ciudadanos estadounidenses. El pueblo y el Gobierno de EE.UU. estarían indignados, y con razón.
Los ataques con aviones no tripulados son criticados como un tipo de guerra arrogante. La idea de matar a la gente desde lejos, de forma invisible y sin riesgo de represalias, parece de alguna manera injusta. Pero lo mismo se dijo cuando los británicos y los estadounidenses lanzaron bombas desde aviones en la Segunda Guerra Mundial. Y también se dijo cuando los arqueros británicos utilizaron arcos contra los caballeros franceses. Es natural que los ejércitos encuentren formas de maximizar las pérdidas del enemigo y reducir al mínimo las suyas.
Resulta que la mayoría de personas muertas por drones no son líderes de al-Qaeda. A menudo no están afiliadas a al-Qaeda en absoluto.
Aún así, estas comparaciones no acaban de encajar del todo. El lugar donde se usan los drones hace que sean algo diferente. Stanley McChrystal, general retirado que se basó en gran medida en los ataques con drones cuando era jefe de operaciones especiales en Irak y comandante de todas las fuerzas de la OTAN en Afganistán, lo expresó de esta manera en una reciente entrevista con Reuters: "El resentimiento causado por el uso estadounidense de los ataques sin tripulación... es mucho mayor de lo que el estadounidense promedio puede apreciar. Son odiados a un nivel visceral, incluso por personas que nunca hayan visto uno o hayan presenciado sus efectos".
Esta no es una cuestión especulativa. En abril, durante unas audiencias ante el Comité Judicial del Senado (las primeras audiencias públicas sobre las consecuencias de los aviones no tripulados), Farea al-Muslimi, activista y periodista yemení, hizo unas declaraciones sobre un ataque aéreo en su pueblo natal solo una semana antes. Antes del ataque, señaló al-Muslimi, los aldeanos tenían una impresión positiva de Estados Unidos, elaborada principalmente a partir de conversaciones con él sobre el año que había pasado en el país en la escuela secundaria, que describió como "uno de los mejores años de mi vida". Pero ahora, continuó, "cuando piensan en América, piensan en el terror que sienten por los aviones no tripulados que se ciernen sobre sus cabezas, dispuestos a disparar misiles en cualquier momento".
En una guerra convencional, esto podría tener un efecto secundario lamentable. Pero en los tipos de guerras que Estados Unidos ha estado luchando últimamente, en Yemen y en otros lugares, aumenta el efecto principal. Son guerras contra guerrillas, insurgentes, terroristas, granujas, que se llevan a cabo no solo para matar al enemigo sino para influir en la población (para "ganarse los corazones y las mentes", según afirma un viejo dicho popular en EE.UU.). Si el arma más importante en esta guerra termina alienando a las personas que viven bajo su sombra, y en algunos casos las lleva a los brazos del enemigo, ya sea por protección o basándose en el principio de que el enemigo de su enemigo es su amigo, entonces se convierte en una arma terrible. El general retirado David Petraeus, en su manual de campo del Ejército de EE.UU. de 2006 sobre la contrainsurgencia, hizo una observación similar: "Una operación que mate a cinco insurgentes es contraproducente si el daño colateral conduce al reclutamiento de 50 insurgentes más".
Sin embargo, tal y como señaló Petraeus, a veces un comandante tiene que disparar el arma, independientemente de la reacción negativa que pueda ocurrir. A veces el objetivo es demasiado importante, y la amenaza demasiado peligrosa como para dejarlo pasar. Lo cual nos lleva a otra fuente de controversia acerca de los drones. A medida que los ataques han evolucionado a lo largo de los años, un número cada vez menor de objetivos ha planteado una verdadera amenaza para Estados Unidos. Cada vez con más frecuencia, los objetivos de los ataques con aviones no tripulados son milicianos de bajo nivel, en vez de líderes terroristas. En un número sorprendente de casos, son perseguidos hasta la muerte a pesar de que sus identidades (sus nombres, rangos y el alcance de su participación en una organización terrorista) resultan desconocidas.
Cada vez más, los drones se utilizan para 'ataques distintivos'. El funcionario u oficial que aprueba una ataque puede que no sepa quiénes son sus objetivos, pero su comportamiento, tal y como recogen las cámaras de los drones, los satélites, las intercepciones de teléfonos móviles y los espías en el terreno, u otras 'fuentes y métodos' usados por las agencias de inteligencia, sugieren con firmeza que son miembros activos de una organización cuyos dirigentes serían los objetivos naturales de un ataque aéreo. Por ejemplo, podrían estar entrando y saliendo de un edificio que sea considerado como un conocido lugar de reunión de terroristas, o podrían estar entrenándose en un centro terrorista conocido. En otras palabras, su comportamiento lleva la 'firma distintiva' de un objetivo legítimo.
Ni los Gobiernos de Bush u Obama han confirmado jamás la existencia de ataques distintivos. (Al igual que todos los ataques de la CIA con aviones no tripulados, están altamente clasificados.) Pero un funcionario bien informado me señaló que en Pakistán, la "inmensa mayoría" de los ataques con drones han sido ataques distintivos, desde el comienzo hasta ahora.
Parece que no existe una lista oficial de los criterios que un sospechoso de terrorismo debe cumplir antes de que pueda ser objetivo de un dron. Tampoco existe una técnica cuantitativa para medir el grado de confianza de un funcionario para realizar el ataque. Los que seleccionan los objetivos tienen una base de datos de correlaciones entre ciertos tipos de comportamiento y la presencia de líderes terroristas. Pero es una cuestión de criterio, y por lo general no hay manera, o deseo, de comprobar después si la decisión fue buena o mala. La práctica ha evolucionado gradualmente desde las tácticas en Irak y Afganistán. Tenía sentido en una zona de guerra. Un oficial ve un francotirador en una azotea, o alguien colocando una bomba de carretera, o a hombres armados entrando y saliendo de una fábrica de bombas conocida. Casi con toda seguridad, son combatientes enemigos dentro de la guerra. No necesita saber sus nombres, ni tampoco importa mucho si los matan usando una bala, un mortero, una bomba inteligente desde un helicóptero o un misil Hellfire desde un avión no tripulado.
Pero fuera de una zona de guerra, estas cuestiones son importantes. Los ataques en estas áreas ascienden a la categoría de asesinatos, que, además de la reacción política que puedan inspirar a nivel local, están prohibidos por la ley de EE.UU. y las regulaciones internacionales.
El presidente Obama es consciente de ello, ya que se formó como abogado constitucionalista. En un discurso sobre seguridad nacional el 23 de mayo, señaló tres condiciones que deben cumplirse antes de que un ataque aéreo pueda ser aprobado. Aseguró que se debe determinar que el objetivo plantee una "amenaza continua e inminente" contra Estados Unidos, que la captura de la persona viva no sea factible, y que exista "casi certeza" de que el ataque no va a matar o herir a ningún civil.
Estas condiciones no son nada nuevo. Provienen de un documento de 16 páginas del Departamento de Justicia que se filtró a la prensa en febrero. El fundamento legal del texto estaba lleno de agujeros y evasivas, y lo mismo ocurrió con el discurso al que sirvió de inspiración.
El principal truco del texto fue definir los términos de tal manera que el hecho más básico de estos ataques, es decir, que se están llevando a cabo fuera de una zona de guerra, fuese negado. A este fin, cita la Autorización del Uso de Fuerza Militar (AUMF, por sus sigla en inglés), una resolución conjunta aprobada por el Congreso el 14 de septiembre de 2001 (tres días después de los ataques terroristas contra el World Trade Center y el Pentágono). Bajo la AUMF, el presidente puede utilizar toda la fuerza necesaria y apropiada contra aquellas naciones, organizaciones o personas que él determine que hayan planeado, autorizado, cometido o contribuido a los ataques terroristas ocurridos el 11 de septiembre de 2001, o hayan albergado a tales organizaciones o personas, con el fin de evitar futuros actos de terrorismo internacional contra Estados Unidos por tales naciones, organizaciones o personas.
Este lenguaje es sorprendentemente general. No se menciona nada acerca de la geografía. La premisa es que al-Qaeda y sus afiliados amenazan la seguridad de EE.UU., por lo que el presidente puede atacar a sus miembros, independientemente del lugar en que se encuentren. Literalmente, la resolución hace que se puedan realizar ataques en el mundo entero.
A continuación, el documento establece las mismas tres condiciones que Obama recitó después, con el pretexto de imponer restricciones a la autoridad ejecutiva, que de otro modo tendría un rango de maniobra enorme. De hecho, no hay restricciones. La clave de este de juego legal es la definición de "amenaza inminente". El documento señala lo siguiente:
La condición por la que un líder operativo [de al-Qaeda o una organización afiliada] presenta una amenaza "inminente" de ataques violentos contra Estados Unidos no requiere que Estados Unidos tenga una clara evidencia de que un ataque específico... se va a llevar a cabo en un futuro inmediato.
En otras palabras, "inminente" no significa inminente en este contexto.
La lógica del documento es que los líderes de al-Qaeda y sus afiliados están "planeando ataques continuamente" contra Estados Unidos. "Por tanto, debido a su naturaleza", la amenaza exige "un concepto más amplio de inminencia". Es decir, la amenaza de un ataque es constante. Siempre es vagamente inminente, aun cuando no haya signos de un ataque real. Y por tanto, la primera condición que debe cumplirse para un asesinato, una amenaza inminente de ataque, no es una restricción en ningún sentido real.
La segunda condición, que no sea factible capturar al terrorista con vida, es igualmente insignificante. Puesto que la amenaza de ataque es siempre inminente, Estados Unidos probablemente solo tenga "una franja de oportunidad limitada" para la movilización de una incursión sobre el terreno. Según esta norma, nunca es factible capturar a un terrorista. Por lo tanto, una vez que se encuentra, hay que matarlo con un ataque aéreo. Una vez más, se trata de una condición que, gracias a su diseño, no puede fallar.
A pesar de la laxitud de estas normas, Estados Unidos no ha cumplido con ellas. Resulta que la mayoría de las personas muertas por drones, en lugares como Yemen y Pakistán, no son líderes de al-Qaeda. A menudo no están afiliadas a al-Qaeda en absoluto.
*Las víctimas civiles son un tema delicado, muy difícil de estimar. Otros grupos privados, a partir de datos similares a los de Bergen, han calculado cifras distintas. (Bergen también señala que "no se sabe" si entre 196 y 330 otras víctimas mortales han sido civiles o militares. Suponiendo que todas fueran civiles, eso representaría del 14 al 32 por ciento de las muertes totales). La Oficina de Periodismo de Investigación, con sede en Londres, sitúa las víctimas civiles entre 461 y 884, o del 16 al 25 por ciento. The Long War Journal señala 153, o un 5,7 por ciento. Hay dos puntos de vista muy diferentes a la hora de considerar estas estimaciones. Por un lado, Rosa Brooks, profesora de derecho en la Universidad de Georgetown (EE.UU.), cita datos de la Cruz Roja para mostrar que, de media, las guerras del siglo XX produjeron 10 víctimas mortales civiles por cada combatiente asesinado. Según ese estándar, los ataques con aviones no tripulados son muy moderados. Por otra parte, Bergen señala que solo fueron asesinados 55 líderes militantes en los ataques aéreos de Estados Unidos en Pakistán en ese período de nueve años, lo que representa apenas un 2 por ciento de todas las muertes causadas por aviones no tripulados. Por lo tanto, según la norma mediante la que deben usarse los drones fuera de zonas de guerra, según lo establecido por EE.UU. y el derecho internacional, el nivel de muertes es muy alto.
En abril, Jonathan Landay de McClatchy Newspapers escribió un artículo en el que se resumen varios informes de alto secreto de la CIA sobre los resultados de los ataques aéreos llevados a cabo en Pakistán durante un período de 12 meses finalizado en septiembre de 2011. Más de la mitad de las personas que la CIA asesinó deliberadamente, al menos 265 de los 482 objetivos, fueron "evaluadas" simplemente como extremistas de origen afgano, paquistaní o desconocido. Muchas de ellas eran miembros de la Red Haqqani. La Haqqani tiene lazos con el servicio de inteligencia de Pakistán y lucha junto a algunas facciones insurgentes en Afganistán, pero nunca ha planeado ataques fuera de la región. Durante este período, solo seis de las personas muertas por drones eran líderes principales de al-Qaeda.
Resumiendo: aun aceptando la lógica circular del documento, la mayoría de los ataques se produjeron fuera de los límites permitidos por ley. No estaban dirigidos a líderes terroristas que representasen una amenaza, inminente o no, contra Estados Unidos.
La tercera y última condición para permitir los ataques con drones fuera de zonas de guerra, que se deben tomar medidas para reducir al mínimo o evitar las bajas civiles, es una restricción real. Los oficiales que participaron en estas operaciones me han asegurado (a condición de guardar el anonimato) que en varias ocasiones los ataques fueron cancelados por esa misma razón, incluso con el objetivo a la vista. En algunos casos, la decisión de atacar o no ha sido tomada por el presidente Obama. Este hecho ha sido noticia y ha inspirado titulares como "la lista de muertes de Obama". El término estaba destinado a resultar provocativo, pero en cierto sentido debería proporcionar tranquilidad. Este tipo de asesinatos son eventos extraordinarios. Si suceden, sobre todo si hay algún riesgo de herir a civiles inocentes en las inmediaciones, es mejor poner la decisión en manos del presidente, que es políticamente responsable, en vez de dejarla por ejemplo a merced de un general de tres estrellas o el director de la CIA.
El auge de los drones no es el resultado de la falta de control tecnológico. Tiene que ver con el cálculo político y la evasión estratégica.
La existencia de una lista de muertes presidencial también debería desacreditar la noción popular de que los drones son 'robots', es decir, máquinas autónomas que el Pentágono programa para cazar, encontrar y matar objetivos de forma automática, sin intervención humana. La idea podría ser técnicamente viable (y se están diseñando drones para hacer todo en piloto automático, excepto apretar el gatillo), pero va en contra de la cultura de comando de los militares de EE.UU.. El único aspecto no tripulado de un dron, es el propio dron. Según cifras de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, cada dron en una patrulla aérea de combate cuenta con el apoyo de 43 miembros del servicio que rotan en tres turnos, entre ellos siete pilotos de joystick, siete operadores de sistemas, y cinco coordinadores de misión, respaldados por una unidad de inteligencia de 66 personas, que incluye a 18 analistas de inteligencia y 34 miembros del equipo de vídeo. Dos funcionarios bien situados también me hablaron sobre una firme normativa mediante la que el arma de un avión no tripulado no se dispara a menos que la presencia de la diana sea confirmada por al menos dos fuentes, por ejemplo espías en el terreno y señales de inteligencia o de teléfonos móviles interceptados.
Este es un punto crucial. El auge de los drones no es el resultado de la falta de control tecnológico. Tiene que ver con una decisión humana: el cálculo político y, con demasiada frecuencia, la evasión estratégica. A juzgar por su extendido uso durante los últimos cinco años, el principal peligro del dron es que hace la guerra muy fácil, tan fácil que los comandantes, entre ellos el comandante en jefe, se pueden engañar a sí mismos pensando que no están metidos en una guerra en absoluto.
Los drones vuelan a alturas divinas. No hay necesidad de enviar tropas, y sus pilotos se sientan en un remolque en una base militar a medio mundo de distancia. Después de dos guerras de una década de duración en Irak y Afganistán, donde han muerto cerca de 7.000 estadounidenses y más de 16.000 han sido heridos de gravedad, la guerra por control remoto tiene un encanto comprensible, no solo para los jefes militares y políticos, sino para todos los estadounidenses.
Un arma americana, por ahora
El atractivo del dron no ha pasado desapercibido para el resto de líderes mundiales. Ochenta países poseen drones de algún tipo en sus arsenales. 16 de ellos tienen aviones no tripulados que pueden ser armados con bombas o misiles. Hasta la fecha, se cree que solo dos países además de Estados Unidos han matado a personas con drones: el Reino Unido en Afganistán, e Israel en la ciudad de Gaza. Para la mayoría de los países, tener drones en propiedad rinde pocos beneficios. Los drones son de corto alcance, y las naciones que los poseen carecen de los satélites necesarios para la transmisión de vídeo en tiempo real o una focalización precisa.
Pero esto está a punto de cambiar. Los monopolios no duran mucho en las competiciones de armamento, y es poco probable que los drones sean una excepción. Un viejo adagio militar señala que matar gente es fácil, pero matar a una persona es muy difícil. Ese ya no es el caso. Para un oficial estadounidense es fácil matar a una persona en cualquier parte del planeta, siempre y cuando esa persona pueda ser encontrada. Algún día, es probable que resulte fácil para alguien en otro lugar matar a un estadounidense en particular.
Hoy día el dron armado es un arma casi exclusivamente estadounidense, y su efecto, en términos estrictamente militares, es ambivalente. Vale la pena recordar la gran cantidad de veces que un avión no tripulado ha matado supuestamente a un "líder número 3 de al-Qaeda". Siempre había algún líder número 4 de al-Qaeda a la espera de ocupar su lugar. Se ha convertido en una repetición de alta tecnología del síndrome del recuento de muertos durante la guerra de Vietnam, de la ilusión de que existe una relación entre el número de enemigos muertos y la proximidad a la victoria.
Los drones son armas de guerra, a veces muy útiles. Hacen posible matar a alguien con más facilidad que nunca. Pero matar a alguien, incluso a un gran combatiente enemigo, no significa ganar, o incluso estar más cerca de ganar una guerra. Dependiendo de cómo se lleve a cabo la muerte, podría alejar aún más el objetivo estratégico de la guerra.
Fred Kaplan es columnista de seguridad nacional de Slate y autor de cuatro libros, entre los que se incluye The Insurgents: David Petraeus and the Plot to Change the American Way of War (Simon & Schuster, 2013).