El recluso Joe Garcia, que ejerce de corresponsal desde la cárcel, argumenta por qué los convictos como él necesitan un acceso regular y controlado a la web si quieren tener una oportunidad cuando salgan libres. En la nueva sociedad ultratecnológica, necesitan la flexibilidad y habilidades que confiere el mundo digital
California (EE. UU.) ha prometido que va a proporcionar tablets gratuitas a todos los reclusos del estado para finales de 2021, lo que permitirá a los presos como yo enviar correos electrónicos a nuestros seres queridos a través de un servicio penitenciario de mensajería altamente restringido y descargar contenidos como películas y libros. Es un gran primer paso, pero sin un acceso más abierto y frecuente a internet, no hay forma de que podamos seguir el ritmo del cambiante mundo que hay fuera de los muros de nuestra prisión.
Llevo en la cárcel desde 2003. En aquel entonces, Apple acababa de lanzar iTunes, y a mí todavía me asombraba la llamada conexión de alta velocidad que le había pagado a Time Warner para que la instalara en mi apartamento. En todos los años transcurridos desde entonces, no he tenido ni un solo segundo de actividad en internet. Mis referencias de lo que significa estar online provienen de la televisión y de la prensa.
Cuando tenga mi primera oportunidad de solicitar la libertad condicional, en 2023, tendré 53 años. Como asesino convicto, tendré que convencer a la comisión de libertad condicional no solo de que he sido rehabilitado, sino también de que puedo ser un ciudadano productivo y laboralmente activo. Puede ser difícil mantenerse al día con los cambios en la tecnología, incluso cuando se experimentan de primera mano. Pero, cuando uno está en prisión, eso resulta prácticamente imposible.
Espero seguir la carrera en periodismo cuando salga en libertad, y todos los días me preocupo por mi reincorporación a la economía global con unas habilidades tecnológicas tan desactualizadas. Sé que el mercado laboral esperará fluidez en internet más que nunca en el mundo pospandemia, ya que gran parte de la fuerza laboral de los medios de Estados Unidos se ha vuelto remota.
Aproximadamente 2,3 millones de personas están encarceladas en EE. UU. Aunque internet es un hecho en el resto de la sociedad, el acceso en prisión es tan restringido que casi no existe. A los presos solo se les permite usar una pequeña cantidad de programas que podrían ofrecer clases de Zoom con profesores externos, o navegar por un conjunto muy limitado de sitios que se encuentran en la lista blanca a través de intranets cuidadosamente acordonadas de la red pública.
Aunque internet es un hecho en el resto de la sociedad, el acceso en prisión es tan restringido que casi no existe.
En la prisión estatal de San Quentin (EE. UU.), donde resido, los ordenadores a los que los reclusos podemos acceder cuentan con programas interactivos preinstalados que ofrecen la misma experiencia básica que leer un libro de texto. Mi única experiencia en el uso de un motor de búsqueda ha sido a través de LexisNexis, que la biblioteca de la prisión nos permite usar para estudiar la jurisprudencia.
En el famoso programa de codificación de San Quentin, Código 7370, ofrecido a través de la organización de educación penitenciaria The Last Mile, presos seleccionados a dedo construyen y venden sitios web reales para su uso comercial. Pero ni siquiera ellos tienen acceso a internet.
Como periodista que trabaja en prisión, sé que tengo los derechos de la Primera Enmienda, pero estoy privado de una tecnología clave que las Naciones Unidas identificaron hace una década como un medio para ejercer la libertad de expresión.
Entiendo por qué los funcionarios del Gobierno, la Administración Penitenciaria y la sociedad pueden temer que dar acceso a internet en tiempo real a los delincuentes condenados abriría una caja de Pandora de actividad sospechosa. Pero, si los niños de la escuela primaria pueden navegar por la web de forma segura con controles parentales, ¿será tan difícil diseñar un sistema que proporcione a las personas encarceladas un acceso más significativo?
En Bélgica, por ejemplo, la plataforma innovadora PrisonCloud ha ofrecido durante años un acceso a internet limitado y controlado a los presos. En Finlandia y Dinamarca, las cárceles abiertas, de mínima seguridad y con algunas de las tasas de reincidencia más bajas, también permiten un acceso limitado a internet.
Casi todos los presos en la actualidad en las cárceles de EE. UU. serán reinsertados a sus comunidades en el futuro. Eso incluye a muchos de mis compañeros que fueron encarcelados desde antes de la llegada de internet.
El presidente de EE. UU., Joe Biden, ha dicho que la mayoría de los reclusos estadounidenses merecen una verdadera segunda oportunidad en la vida, pero necesitamos alguna forma de acceso a internet para tener una oportunidad real de reinsertarnos con éxito en la actual sociedad tan orientada hacia la tecnología.