En un mundo cada vez más desigual, las nuevas tecnologías como la inteligencia artificial tienen potencial para aumentar la inclusión social. Pero nunca lo lograrán si no se guían por principios éticos creados por equipos multidisciplinares capaces de analizar los problemas desde todos sus ángulos
No hay duda que nos tocó vivir en tiempos muy emocionantes. Las nuevas tecnologías están creando realidades inimaginables como el poder editar genes, predecir enfermedades cardiacas con una simple foto del ojo y mover objetos con la mente. Sin embargo, este mundo lleno de posibilidades para mejorar nuestra calidad de vida a través de tecnologías como la inteligencia artificial (IA), internet de las cosas (IoT, por sus siglas en inglés) y la biotecnología, entre otras, no está disponible para todo el mundo. De hecho, el crecimiento de las brechas de desarrollo en los últimos años resulta preocupante, un reto social demasiado grande e importante para quedarse sentada como mera espectadora.
En mi primer semestre universitario en México busqué un espacio en donde pudiera ayudar a acelerar procesos de cambio social. Después oír varias veces "no hasta que te gradúes", decidí que qué mejor forma de hacerlo era crear mi propia iniciativa.
Como muchos proyectos pioneros, PIDES nació en una servilleta mientras tomaba un café. Se convirtió en un espacio en donde jóvenes con un mismo apetito por incidir en los problemas de la comunidad encontraban una plataforma donde transformar sus ideas en acciones. Mi socio y yo empezamos a liderar procesos con la ONU, gobiernos y otras instituciones internacionales en temas de participación juvenil, sostenibilidad y desarrollo social. En poco tiempo, lo que empezó como un proyecto se formalizó en un laboratorio de innovación social, uno de los primeros de su tipo en la región, en el que llegó a haber más de 400 jóvenes a la vez participando en proyectos.
Éramos equipos multidisciplinarios, nativos digitales y creíamos en el poder de las alianzas entre generaciones y sectores, y en el poder de la juventud para lograr grandes metas. Cada día trabajábamos por derrumbar las barreras de género y de edad.
Nuestro apetito por lograr cambios autosostenidos, que no dependieran de nosotros en el futuro y que generaran impacto en el mayor número de personas, nos llevó a enfocar nuestros esfuerzos en el codiseño de las políticas públicas y la legislación en temas de educación, salud, cambio climático y economía digital. Nuestra filosofía organizacional y enfoque en cambios sistémicos nos empujaron a curar y coordinar mesas de trabajo horizontales con la industria, academia y el gobierno para todas nuestras iniciativas.
En una ocasión me tocó liderar un esfuerzo para crear la primera Ley Nacional de Impuesto al Refresco en México, que ayudó a reducir el consumo de bebidas azucaradas en un 12 % e inspiró a otros países (nueve de la Unión Europea) a implementar esfuerzos similares. Nuestro piloto de escuelas verdes y sostenibles se transformó en una política pública nacional y, en colaboración con cinco secretarías del Gobierno de México, diseñamos la primera ley de Ciudad Abierta para la Ciudad de México, entre otros logros.
En el 2016 me seleccionaron para atender el Global Solutions Program y la Incubadora de la Singularity University, un programa intensivo de ocho meses alojado en la NASA en Silicon Valley (EE. UU.) en el que se profundizaba en tecnologías emergentes y su potencial para resolver retos sociales. Después de esta experiencia fundé C Minds, un grupo de acción liderado principalmente por mujeres que acelera el impacto positivo de las nuevas tecnologías en Latinoamérica. Lo hacemos diseñando e implementando proyectos que unen los mundos del desarrollo tecnológico, la política pública y la ética de las tecnologías emergentes como la IA, el IoT y las cadenas de bloques, entre otras.
Creo en el potencial de la multidisciplinariedad de las estrategias, por eso el equipo está compuesto por internacionalistas, mercadólogas, filósofas, economistas, politólogas y expertos y expertas en comunicación. Actualmente nuestro enfoque principal es en el campo de la IA. Colaboramos con gobiernos e industrias para que las promesas de la tecnología se canalicen en Latinoamérica de forma inclusiva. Algunos ejemplos recientes de nuestro trabajo incluyen, entre otros, haber codesarrollado el Policy Report de IA para México. Gracias a este trabajo, México fue uno de los 10 países del mundo que trabajó en una estrategia propia de IA. El siguiente paso era consolidar el ecosistema de IA en el país, para lo que cofundamos la coalición de IA multisectorial IA2030Mx.
En C Minds tenemos un profundo interés en ayudar a que Latinoamérica se convierta en una región resiliente ante la transformación de la IA y acelere su adopción para el bien social de forma inclusiva. Hemos encontrado socios que comparten esta misma visión, como el Banco Interamericano de Desarrollo, con el que hemos colaborado para diseñar su iniciativa regional fAIr LAC, la primera del estilo en la región, y que trabaja con gobiernos y emprendedores en fortalecer sus capacidades para una adopción responsable de la IA. En el marco de este proyecto cofundamos, fAIr Jalisco, para estudiar cómo los modelos predictivos pueden fortalecer servicios públicos en temas como detección de retinopatía diabética (la primera causa de ceguera) y evitar el abandono escolar (el 49 % de los estudiantes de media superior en el país abandonaron sus estudios). También estamos explorando el uso de la IA en asuntos de conservación, agrotech y recursos naturales a través de nuestra reciente iniciativa Global de IA para la resiliencia Climática.
Sin embargo, si bien la IA promete incrementar la calidad de vida y mejorar servicios sociales al permitir nuevas posibilidades y modelos de negocio, es una tecnología que presenta grandes retos a los derechos humanos. Actualmente hay más de 80 principios éticos de la IA a nivel global publicado por organismos como la OCDE, gobiernos y empresas. La pregunta que nos estamos haciendo como organización este año es: ¿cómo podemos ayudar a transformar protocolos en guías y certificaciones para minimizar riesgos en temas de sesgos, privacidad y explicabilidad algorítmica, entre otros? Estamos trabajando en un proceso de certificación de uso ético de IA y junto con la IEEE estamos abriendo el Círculo de Latam para un diseño ético de la IA.
Por un lado, estamos trabajando en ayudar a las instituciones en la región a acelerar sus procesos de adopción responsable de la IA. Pero no podemos obviar el impacto que tendrá en el mercado laboral. Si bien pensamos que la IA va a crear más empleos en el futuro, necesitamos asegurarnos que nadie se queda atrás en esta transformación. Hemos tenido la oportunidad de trabajar con empresas como Microsoft y gobiernos locales de EE. UU. para crear una estrategia binacional para generar una zona que aproveche los beneficios de la IA y sea más resiliente ante la transformación laboral acelerada por la IA. En zonas como Ciudad Juárez (México), donde la industria maquiladora es el principal generador de empleos con el 65 % del total, el tema del futuro del trabajo es un tema que haya que tomarse a la ligera.
Estoy segura que tenemos una gran oportunidad para definir los principios éticos de las nuevas tecnologías para Latinoamérica, de probar cómo el uso de la IA y otras tecnologías nuevas nos ayudan a acortar las brechas de acceso. Y, sin duda, el papel de las mujeres en esta revolución digital será un eje medular para lograr una región más inclusiva, justa y sustentable.