La inteligencia artificial avanza deprisa gracias sobre todo a empresas privadas movidas por sus propios intereses. Dado que esta tecnología podría revolucionar el mundo que conocemos, es imprescindible que los políticos la tomen en serio desde ya
El eficiente funcionario tecnócrata de un futuro no tan lejano Sam Lowry jamás se hubiera imaginado que un error provocado por la caída inesperada de una mosca en un teletipo preparado por él causaría la detención de una persona inocente con terribles consecuencias para ella. Este futuro pertenece al mundo imaginario de ciencia ficción propuesto por Terry Gilliam en 1985 en su película Brazil, donde los errores no existen, el sistema no se equivoca.
En un futuro en el que la inteligencia artificial (IA) y los robots pueden liderar la toma de decisiones en todos los ámbitos, el escenario de ciencia ficción de Gilliam parece cada vez más real (ver La urgencia de que los políticos entiendan lo que nos jugamos con la IA). Esta tecnología podría dar lugar a la creación de una brutal maquinaria burocrática que actúe de forma inhumana e imbuida por un halo de inteligencia superdotada o un mundo implacable dominado por un número limitado de empresas privadas.
Universidades, centros de investigación y líderes de opinión ya están alertando sobre los riesgos implícitos al sesgo en los algoritmos que están detrás de la inteligencia artificial (ver Google advierte: el verdadero peligro de la IA no son los robots asesinos sino los algoritmos sesgados). Por otro lado, son impredecibles aún las consecuencias futuras del liderazgo tan destacado de China, tanto en la obtención de patentes, como en su inversión continuada en la tecnología. Aunque la Comisión Europea está empezando a dar sus primeros pasos en esta carrera, los resultados muestran Europa todavía está a la cola, ya que la gran potencia asiática continúa ascendiendo hacia el liderazgo económico mundial. El primer centro de investigación europeo en la clasificación de solicitudes de patentes de IA de la Organización Mundial de Propiedad Intelectual es el Instituto Fraunhofer (Alemania) y ocupa la posición 159.
En 2050, siete de cada diez personas vivirán en ciudades, según estimaciones de Naciones Unidas. Este crecimiento, además, estará concentrado. En un 90 % se producirá en países de África y Asia, como India, China y Nigeria, que juntas representarán el 35 % del total. Si tenemos en cuenta esta tendencia global, las administraciones públicas locales se enfrentarán a una serie de retos (movilidad, desarrollo urbano sostenible, vivienda, uso eficiente de la energía y los recursos naturales, acceso a la educación y salud) que ya deberían estar empezando a abordar.
En este contexto mundial, en el que la tecnología en general y la IA en particular jugarán un papel clave en el futuro, la pregunta que debemos hacernos es: ¿qué papel tendrán nuestros líderes políticos? ¿Qué papel jugarán los alcaldes de las megaciudades y las ciudades que más van a crecer de aquí a 2050?
Es difícil anticipar estas respuestas, ya que la evolución de la influencia transformadora de la IA es impredecible. Puede que muchos prefieran que sus líderes políticos fueran robots infalibles gracias a la IA. En muchos contextos políticos podría parecer una buena opción. Pero ante un futuro dominado por la incertidumbre, lo que sí está sobradamente demostrado es que solo aquellos que más inviertan en investigación, desarrollo e innovación (I+D+i), y en especial en IA, serán capaces de generar un mayor grado de desarrollo humano (ver Lluvia de críticas para los países que están ignorando la IA). Aunque esto supondrá una pérdida de empleo a corto plazo, a futuro, la situación se revertiría y el crecimiento económico sería más elevado.
Que alcaldes y presidentes sean capaces de apostar por la I+D+i desde ya será, por tanto, un factor decisivo y diferenciador que marcará el futuro que nos espera en las ciudades. Es la imprescindible toma de decisión de nuestros líderes políticos lo que condicionará nuestro futuro y bienestar en 2050. Tanto a nivel nacional como a nivel local, donde la presión del crecimiento de la población podría generar un mundo aún más desigual que en el que vivimos hoy.
Atendiendo a esto, se hace además necesario que estas decisiones se centren en cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que deberían estar resueltos para 2030. Ese año se convierte así en un punto intermedio entre ahora y 2050, en el que podremos comprobar de forma efectiva si la tecnología nos ha ayudado a erradicar la pobreza, proteger el planeta y asegurar la prosperidad para todos como parte de una nueva agenda de desarrollo sostenible.
En 2012 tuve la oportunidad de preguntar a Tim Berners-Lee su opinión sobre la revolución tecnológica de la que íbamos a ser testigos en la próxima década. Sin dudarlo, su respuesta fue: "La inteligencia artificial". En el proceso de creación de internet, él decidió evitar que la red estuviera en manos de unos pocos. Sin embargo, la IA está tomando caminos diferentes. En 2018, entre los treinta mayores solicitantes de patentes en IA, veintiséis de ellos fueron empresas privadas y solo cuatro eran universidades o centros públicos de investigación. IBM y Microsoft lideraron el campo con 8.290 patentes y casi 6.000 patentes, respectivamente. Cabe destacar que la empresa china The State Grid Corporation of China ha entrado ya en entre los 20 primeros, incrementando el número de patentes a un ritmo acelerado del 70 % desde 2013.
Si para resolver los retos a lo que se enfrentarán las ciudades en 2050 contáramos con la tecnología y las capacidades acumuladas por las empresas privadas en IA, contemplaríamos un escenario futuro en el que podríamos seguramente gozar de un mayor bienestar. No obstante, la falta de inversión por parte del sector público tanto a nivel nacional como local puede terminar con un escenario en el que el bienestar de todos esté condicionado por aquello que impongan las empresas privadas poseedoras de las patentes. En el caso concreto de América Latina, y según datos de 2016 de la Red de Indicadores de Ciencia y Tecnología, el conjunto de países iberoamericanos llevó a cabo inversiones en I+D+I que supusieron el 0,77 % del producto bruto regional, siendo menor para Latinoamérica y Caribe (0,67 %), mientras países como Corea del Sur e Israel superaron el 4 %, y Alemania y EE. UU. casi el 3 %.
Si, al igual que en Brazil, en 2050 los errores no existieran y el sistema no se equivocara, podría suceder que los líderes que no quisieran someterse a las imposiciones de un grupo de empresas terminaran considerados como una amenaza para el sistema, igual que le pasó a Sam Lowry. Y, del mismo modo, acabarían destruidos por una lenta tortura mental. A mí, la verdad, no me gustaría acabar así.