Esta nueva generación de autómatas industriales utiliza tecnologías como la IA para colaborar con humanos sin suponer riesgos físicos, y está diseñada teniendo en cuenta la posible reacción emocional de los trabajadores ante sus compañeros robóticos
Como cada día, el 25 de enero de 1979, el operario Robert William estaba trabajando en la fábrica de Ford en Flat Rock (Michigan, EE. UU). Podría haber sido una jornada normal, pero algo se interpuso en su camino. Un brazo robótico de una tonelada de peso le golpeó fuertemente en la cabeza. Falleció al instante convirtiéndole en uno de los primeros casos de muerte por robots y, desgraciadamente, no ha sido el único. Aunque no lo pretendan, si estas máquinas se descontrolan o se enfrentan a una situación para la que no están programadas, pueden convertirse en asesinas letales.
Hasta ahora, parecía que la única estrategia para minimizar este riesgo era mantener a los robots confinados en espacios cerrados y aislados de los humanos, de forma que cada especie se dedicara a lo suyo sin interferir con la otra. Sin embargo, aunque esta estrategia sea más segura, también limita la agilidad que ofrece la colaboración directa entre humanos y máquinas. Para solucionarlo, empieza a emerger una nueva generación de robots: los cobots, máquinas inteligentes que no solo son capaces de realizar las funciones típicas del ámbito industrial de manera ultra ágil, también están diseñadas para trabajar codo con codo con los humanos de forma segura.
Esta capacidad se vuelve cada vez más necesaria si se tiene en cuenta que el número de robots industriales a escala mundial en 2020 será el doble de los que había en 2014, según la Federación Internacional de Robótica. Pero, ¿cómo se deben implantar para que los trabajadores no teman por su vida? ¿Qué pasará si los humanos sienten que las máquinas son más inteligentes que ellos? ¿Puede y debe un robot comportarse como un colega más?
Tareas repetitivas y seguras
Que los humanos se acostumbren a la presencia de los robots es clave para conseguir una buena convivencia, algo que Amazon ya parece haber conseguido. Dentro de uno de sus inmensos almacenes de EE. UU., los empleados ya trabajan mano a mano con 2.000 pequeños robots que se desplazan por el espacio, recogen estanterías y las acercan a los operarios.
Gracias a avances como la inteligencia y visión artificial y el aprendizaje automático, estas máquinas son capaces de identificar los productos, catalogarlos y gestionarlos. Pero además de dominar sus tareas, pueden compartir espacio con sus compañeros humanos porque "son más pequeñas, ligeras y lentas", explica el responsable de Innovación y Smart Factory de SEAT, Francisco Requena, que lidera la transformación digital y la automatización de la fábrica de automóviles. Además, "llevan sensores que reconocen el entorno, como paredes y partes de la maquinaria, y se detienen antes de que se produzca algún impacto", añade.
Bajo este enfoque, la start-up de Massachusetts (EE. UU.) Veo Robotics ha diseñado un cobot de fabricación automovilística que incorpora sensores tridimensionales para mapear el espacio de trabajo y los objetos que hay presentes, personas en movimiento incluidas, para calcular hacia dónde dirigir cada pieza de forma segura.
En una línea similar funciona el robot albañil SAM, desarrollado por la compañía de EE. UU. Construction Robotics. Un conjunto de algoritmos, sensores que miden los ángulos de inclinación, velocidad y orientación, y un láser le permiten saber exactamente cómo compenetrarse con los humanos. Pero como en un entorno de obra nada está donde se supone que debería, SAM se encarga de tareas repetitivas y sencillas, como coger ladrillos, echar el mortero y colocar los ladrillos en el lugar asignado. Esto permite que los operarios humanos se dediquen a actividades que requieren un mayor nivel de precisión, como elaborar los detalles estéticos. El resultado es un aumento claro en la productividad: coloca ladrillos tres veces más rápido que los humanos.
Pero la responsable de innovación y experta en automatización de procesos de SEAT, Alba Gavilán, alerta de que no hay que implantar cobots a la ligera. Evitar cualquier posible accidente resulta imperativo. No se puede permitir que un robot gire y golpee en la cabeza a un operario o que la carga impacte en alguien. El CEO de CFZ Cobots, Borja Coronado, añade que "es necesario valorar los posibles peligros, teniendo en cuenta la normativa vigente sobre prevención de riesgos laborales".
Sentimientos hacia los robots
Una vez solventado el problema de los posibles accidentes, llega el momento de la interacción social. No es lo mismo colaborar con un brazo robótico inteligente que con un autómata con forma humanoide y capaz de comunicarse verbalmente. Según la fundadora de Fetch Robotics, Melonee Wise, una de las pautas para facilitar la relación entre el autómata y el hombre es que la interacción entre ambos sea sencilla. Esta ingeniera especializada en robótica y su relación con los humanos, afirma que la tecnología no basta para fomentar una buena relación. También hay que tener en cuenta los factores emocionales.
Una de las cuestiones más importantes, y a la vez de las más sencillas es que las personas no sientan que el robot es más listo que ellas. Wise explica que cuando los robots hablan, transmiten cierto nivel de inteligencia, lo que puede generar inseguridad en sus compañeros humanos. Para solucionarlo, la experta sugiere la comunicación no verbal, ya que suele lograr que la gente esté más predispuesta a colaborar. Tampoco hay que olvidarse de los efectos secundarios de aspectos como la fisonomía: una forma intimidatoria o una interfaz de voz fuerte causa rechazo entre los trabajadores.
Pero Gavilán no cree que, en el caso de la robótica colaborativa industrial, "la preocupación sea que los trabajadores se sientan menos inteligentes". En su opinión, "el problema viene del desconocimiento para usar estos robots. Hay que dar una buena formación a la plantilla". Coronado añade que "tras una amenaza inicial, a final, la empresa en conjunto es más competitiva. De alguna manera, todos salen ganando".
El quid de la cuestión consiste en aprender a moverse en un nuevo contexto en el que se difuminan las líneas que separan a las máquinas de los humanos, tanto las físicas como las emocionales. De hecho, más allá del rechazo inicial de algunos, ya existen casos demostrados de vínculos emocionales de personas hacia sus cobots. Sucedió cuando el Ejército de EE. UU desplegó una flota de 3.000 robots tácticos para abordar misiones complejas. El vínculo con las máquinas era tal que algunos soldados lloraban cuando sus compañeros robóticos, a los que habían puesto nombre, caían en guerra. Y es que el siguiente escalón será trabajar con robots capaces de despertar emociones en las personas para que se conviertan en verdaderos compañeros de trabajo. Parece que ha llegado la hora de asumir que los robots han salido de sus jaulas para sentarse junto con sus colegas humanos y así ser uno más en la plantilla.