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Un conjunto de pruebas innovadoras ha encontrado patrones en nuestro sistema inmunitario que podrían indicar enfermedades ocultas y anticipar cómo nos recuperaremos del próximo resfriado. Yo recibí mis resultados por mensaje de texto.

A mediados de este año recibí un mensaje muy poco habitual en mi teléfono sobre el estado de mi sistema inmunitario. El remitente era John Tsang, inmunólogo en la Universidad de Yale (New Haven, EE UU), en cuyo laboratorio habían sometido a mi sangre a una serie de pruebas tan avanzadas que incluso cuesta imaginárselas. Del resultado de estas pruebas, presentado en una especie de escáner corporal de alta resolución aplicado al sistema inmune, debía obtener más información sobre mi estado de salud que de cualquier otra prueba médica que hubiera realizado antes. De hecho, es capaz de analizar más cosas de las que quizás estemos preparados para escuchar.

«David», decía el mensaje, «eres el punto rojo».

Tsang se refería a una imagen adjunta: un gráfico con una dispersión de puntos negros que representaban a otras personas evaluadas, y un único punto rojo. También aparecía una puntuación: 0,35. No tenía ni idea de lo que significaba.

Ese punto rojo era el desenlace de una ‘inmunoaventura’ que había comenzado una tarde de otoño, meses atrás, cuando un investigador posdoctoral del laboratorio de Tsang extrajo varios viales de mi sangre. Reconozco que también era un hito importante en mi carrera como periodista especializado en ciencias de la vida y medicina. A lo largo de los años, me he ofrecido como conejillo de indias para cientos de pruebas cuyos resultados debían ofrecer nuevas perspectivas sobre mi salud y mi longevidad.

En 2001, fui una de las primeras personas en secuenciar su ADN. Poco después, a comienzos de los 2000, los investigadores analizaron mi ‘proteoma’, es decir, las proteínas que circulan en mi sangre. Luego vinieron evaluaciones de mi microbioma, metaboloma y mucho más. He seguido probando los protocolos y dispositivos más recientes. Se habrán llegado a acumular decenas de terabytes de datos sobre mí, y he informado sobre los resultados en decenas de artículos y en un libro titulado Experimental Man. Con el tiempo, las pruebas han mejorado y se han vuelto más precisas, pero ninguna ofrece resultados tan completos ni tan cercanos a la verdad sobre mi estado de salud como la que ofrecía John Tsang.

También soy consciente de que han pasado más de 20 años desde aquellas primeras pruebas. A los 40 tenía una salud envidiable. Desde entonces, he sido golpeado por diferentes patógenos, por estrés, lesiones, dos episodios de COVID y COVID persistente… en fin, por la vida.

Aun así, mantuve mis inquietudes para mí mientras Tsang, un hombre delgado y risueño que dirige el Centro de Inmunología de Sistemas e Ingeniería de Yale, me recibía en su despacho en New Haven para presentarme algo llamado ‘inmunoma humano’.

Compuesto por 1.800 millones de células y otros trillones más de proteínas, metabolitos, ARN mensajero y otras biomoléculas, el inmunoma de cada persona es único y está en constante cambio. Nuestro ADN, las enfermedades que hemos pasado, el aire que respiramos, la comida que ingerimos, la edad, los traumas y tensiones vividos… en resumen, todo lo que hemos experimentado física y emocionalmente transforma el inmunoma humano.

En este preciso momento, tu sistema inmunitario está trabajando para identificar y combatir virus y células rebeldes que podrían volverse cancerígenas, o tal vez ya lo sean. La eficiencia con la que actúe nuestro sistema inmune dependerá de qué tan saludable esté.

A pesar de su importancia, este universo de células y moléculas no ha sido estudiado hasta el momento por la medicina moderna. Se trata de un «sistema operativo» con una capacidad inmensa al que no hemos tenido acceso. Todo el funcionamiento del cuerpo humano está influido por él: desde nuestra vulnerabilidad ante virus y cáncer, hasta cómo envejecemos o si toleramos ciertos alimentos mejor que otros.

Ahora, gracias a una nueva generación de tecnologías y a científicos como Tsang, miembro del Comité Directivo del Chan Zuckerberg Biohub New York, entender este sistema vital y misterioso está al alcance de la ciencia. Esto abre la puerta a herramientas y pruebas poderosas que podrían ayudarnos a evaluar, diagnosticar y tratar enfermedades de forma más precisa.

Ya hay investigaciones que identifican patrones de la forma en que nuestros cuerpos responden al estrés y a la enfermedad. Los científicos están construyendo modelos contrastados de inmunomas débiles y robustos, que algún día podrán ofrecer nuevas claves para el cuidado de los pacientes e incluso detectar enfermedades antes de que aparezcan los síntomas. Hay planes para aplicar este conocimiento y tecnología a escala global, lo que permitiría observar cómo influyen el clima, la geografía y otros factores en el ‘inmunoma’. Los resultados podrían transformar el concepto de salud y la manera en que identificamos y tratamos las enfermedades. Todo comienza con una prueba capaz de decirte si tu sistema inmunitario está sano o no.

Analizar el inmunoma

Sentado en su despacho el pasado otoño, Tsang, experto en combinar informática e inmunología, comenzó a introducirme a la ‘inmunómica’ hablándome de un estudio que él y su equipo publicaron en 2024 en Nature Medicine. El artículo describía los resultados obtenidos tras analizar muestras de sangre de 270 personas, mediante pruebas similares a las que su equipo me iba a realizar a mi. En el estudio, Tsang y sus colegas examinaron los sistemas inmunitarios de 228 pacientes con diversos trastornos genéticos, comparándolos con otro grupo de control formado por 42 personas sanas.

Para ayudarme a visualizar cómo podrían verse mis resultados, Tsang abrió su portátil y me mostró varios gráficos coloridos del estudio que habían hecho, con puntos negros dispersos que representaban a cada una de las personas evaluadas. Los resultados me recordaron vagamente a las pinturas abstractas de Joan Miró. Pero en lugar de manchas, espirales y círculos, había un conjunto de gráficos de dispersión, diagramas de Gantt y mapas de calor teñidos de verde, azul, naranja y púrpura. Era un galimatías.

Por suerte, Tsang me guió. Con su sonrisa habitual, me explicó que esos gráficos caóticos mostraban lo que su equipo había descubierto sobre cada sujeto tras analizar sus muestras de sangre y evaluar cómo estaban funcionando sus células inmunitarias, proteínas, ARN mensajero y otros componentes del sistema inmunitario.

Los resultados situaban a las personas, representadas por puntos individuales, en un eje horizontal que iba desde los inmunomas poco saludables, a la izquierda, hasta los más fuertes y sanos, a la derecha. Los colores de fondo servían para identificar distintas condiciones médicas que afectaban al sistema inmunitario. Por ejemplo, el verde oliva indicaba trastornos autoinmunes y los fondos naranjas correspondían a individuos sin historial médico conocido. Una vez completaran el análisis de mi sangre, me ubicarían en un gráfico similar.

Las mediciones de Tsang van mucho más allá de lo que se puede detectar con los biomarcadores inmunitarios que se analizan de forma rutinaria hoy en día. «El panel principal de células inmunitarias que suele pedir un médico se llama CBC diferencial», me explicó. ‘CBC’, siglas de análisis completo de sangre (complete blood count en inglés), es un tipo de análisis con décadas de antigüedad que mide los niveles de glóbulos rojos, hemoglobina y tipos básicos de células inmunitarias (neutrófilos, linfocitos, monocitos, basófilos y eosinófilos). Los cambios en estos niveles pueden indicar si el sistema inmunitario está reaccionando ante un virus, una infección, un cáncer o alguna otra condición. Otras pruebas de sangre, como la que detecta niveles elevados de proteína C reactiva, que pueden señalar inflamación relacionada con enfermedades cardíacas, son más específicas que el CBC. Pero siguen basándose en análisis simples, en este caso de ciertas proteínas.

 

Sin embargo, la evaluación de Tsang, analiza hasta un millón de células, proteínas, ARN mensajero y biomoléculas inmunitarias, una cantidad muy superior a la que ofrecen el CBC y otras pruebas convencionales. Su protocolo está diseñado para ofrecer un retrato más holístico del sistema inmunitario de una persona, no solo contando células y moléculas, sino también evaluando cómo interactúan entre sí. El CBC «no me dice, como médico, qué están haciendo las células que se están contando», afirma Rachel Sparks, inmunóloga clínica, autora principal del estudio publicado en Nature Medicine y actualmente especialista en medicina traslacional en la farmacéutica AstraZeneca. «Solo sé que hay más neutrófilos de lo normal, lo que puede o no significar que se estén comportando mal. Con la nueva tecnología podemos ver, con un nivel de detalle que sin precedentes, qué está haciendo realmente una célula cuando aparece un virus: cómo cambia y cómo reacciona».

Estos avances han sido posibles gracias a una serie de nuevas tecnologías que han evolucionado en la última década, permitiendo a científicos como Tsang y Sparks explorar las complejidades del inmunoma con una precisión con la que no se contaba anteriormente. Entre ellas se incluyen dispositivos capaces de contar una gran variedad de tipos de células y biomoléculas, así como secuenciadores avanzados que identifican y caracterizan ADN, ARN, proteínas y otras moléculas. Hoy existen instrumentos capaces de medir miles de cambios y reacciones que ocurren dentro de una sola célula inmunitaria cuando responde a un virus u otra amenaza.

El equipo de Tsang y Sparks utilizó los datos generados por estas mediciones para identificar y caracterizar una serie de señales distintivas de los sistemas inmunitarios poco saludables. Luego, emplearon la presencia o ausencia de estas señales para crear una evaluación numérica del estado del inmunoma de cada persona: una puntuación que denominaron ‘métrica de la salud del inmunoma o ‘immune health metric’ (IHM).

Para dar sentido al aluvión de datos recopilados, el equipo de Tsang recurrió a algoritmos de machine learning que correlacionaban los resultados de todas las mediciones con el estado de salud conocido y la edad de cada paciente. También utilizaron la inteligencia artificial (IA) para comparar sus hallazgos con datos inmunitarios recopilados en otros estudios. Todo esto les permitió determinar y validar una puntuación IHM para cada individuo, y ubicarlo en su espectro, identificándolo como sano o no.

Todo se consolidó por primera vez con la publicación del artículo en Nature Medicine, en el que Tsang y su equipo presentaron los resultados de las pruebas realizadas a múltiples variables inmunitarias en los 270 participantes. Además, anunciaron un hallazgo sorprendente: los pacientes con distintos tipos de enfermedades mostraban alteraciones similares en sus inmunomas. Por ejemplo, muchos presentaban niveles bajos de las llamadas células inmunitarias natural killer, independientemente de la enfermedad que padecieran. Lo más relevante: los perfiles inmunitarios de quienes tenían enfermedades diagnosticadas eran claramente distintos de los de las personas aparentemente sanas del estudio. Y, como era de esperar, la salud inmunitaria disminuía en los pacientes de mayor edad.

Los resultados no dejaron de sorprendernos. En algunos casos, los sistemas inmunitarios de personas sanas y enfermas se parecían, de igual manera, individuos enfermos aparecían cerca del área «saludable» del gráfico. Lo más probable, explicó Tsang, era que sus síntomas estuvieran en remisión y no provocaran una reacción inmunitaria en el momento en que se extrajo la sangre.

En otros casos, personas sin enfermedades conocidas aparecían en el gráfico más cerca de quienes sí estaban enfermos. «Algunas de estas personas que parecen estar sanas se solapan con patrones patológicos que los indicadores tradicionales no detectan», señala Tsang, cuyo artículo en Nature Medicine reveló que aproximadamente la mitad de los individuos sanos del estudio tenían puntuaciones IHM similares a las de personas con enfermedades diagnosticadas. Es posible que estas personas tuvieran sistemas inmunitarios normales que estaban ocupados combatiendo, por ejemplo, un virus pasajero, o que sus sistemas se vieran afectados por el envejecimiento y las cosas de la vida. Otra hipótesis más preocupante, era que podían estar albergando una enfermedad o estrés que aún no se manifestaba, aunque podría hacerlo en el futuro.

Estos hallazgos tienen implicaciones evidentes para la medicina. Detectar una puntuación inmunitaria baja en una persona aparentemente sana podría permitir identificar y tratar una enfermedad antes de que aparezcan los síntomas, se agrave o un tumor crezca y se expanda. Evaluaciones como el IHM también podrían ofrecer pistas sobre por qué algunas personas responden de forma distinta a virus como el que causa el COVID, y por qué las vacunas, diseñadas para activar un sistema inmunitario sano, podrían no funcionar igual en quienes tienen el sistema debilitado.

«Una de las cosas más sorprendentes de la última pandemia fue que todo tipo de personas jóvenes, aparentemente sanas, enfermaban gravemente y luego fallecían», afirma Mark Davis, inmunólogo de la Universidad de Stanford (Stanford, EE UU) y pionero en la ciencia que se está desarrollando en laboratorios como el de Tsang. «Algunos tenían afecciones subyacentes como obesidad o diabetes, pero otros no. Así que la pregunta es: ¿podríamos haber detectado que algo no funcionaba bien en sus sistemas inmunitarios? ¿Podríamos haberlo diagnosticado y advertido a esas personas para que tomaran precauciones adicionales?».

La prueba IHM de Tsang está diseñada para responder una cuestión sencilla, la salud relativa del sistema inmune. Pero hay otras evaluaciones en desarrollo que buscan ofrecer información más detallada sobre el estado del organismo. El propio equipo de Tsang trabaja en un panel de puntuaciones adicionales que pretende afinar el diagnóstico de condiciones inmunitarias específicas. Entre ellas, una prueba que mide la salud de la médula ósea, donde se producen las células inmunitarias. «Si tienes estrés o inflamación en la médula ósea, podrías tener menor capacidad para generar células, y eso se reflejará en esta puntuación», explica. Otro indicador detallado medirá los niveles de proteínas para predecir cómo responderá una persona ante un virus.

Tsang espera que una prueba como el IHM forme parte algún día del chequeo médico estándar: una instantánea del sistema inmunitario del paciente que pueda orientar el tratamiento. Así se podría identificar si la capacidad del sistema inmune para defenderse se ha visto comprometida por una etapa de estrés durante el periodo de la gripe. También se daría respuesta a otras cuestiones como si la puntuación que obtiene una persona puede predecir una mejor o peor respuesta a una vacuna o a un fármaco contra el cáncer o si el sistema inmunitario cambia con la edad,

O, como me preguntaba con ansiedad mientras esperaba conocer mi propia puntuación, si revelarán los resultados un trastorno o una enfermedad subyacente, oculta, sin manifestarse.

Hacia un proyecto del inmunoma  humano

La búsqueda para crear pruebas avanzadas como el IHM comenzó hace más de 15 años, cuando científicos como Mark Davis se frustraron con un campo centrado, sobre todo, en estudios con ratones y en células inmunitarias individuales. En 2007, Davis lanzó el Stanford Human Immune Monitoring Center, uno de los primeros intentos de conceptualizar el inmunoma humano como una red holística que abarca todo el cuerpo. Hablando por Zoom desde su despacho en Palo Alto, California, Davis me contó que ese esfuerzo dio lugar a otros proyectos, incluido un estudio con gemelos que marcó un hito: demostró que gran parte de la variabilidad inmunitaria no es genética, como se pensaba entonces, sino que está fuertemente influida por factores ambientales. Un cambio radical en la comprensión científica del sistema inmunitario.

Davis y otros también sentaron las bases para pruebas como la de Tsang al descubrir cómo una célula T, una de las más comunes e importantes del sistema inmunitario, puede reconocer patógenos, células cancerosas y otras amenazas, activando mecanismos de defensa que incluyen la destrucción del agente invasor. Este y otros hallazgos han revelado muchos de los mecanismos básicos de funcionamiento de las células inmunitarias, afirma Davis, «pero aún queda mucho por aprender».

Uno de los investigadores que trabajaba con Davis en aquellos primeros años era Shai Shen-Orr, hoy director del Zimin Institute para soluciones de IA en la salud del Instituto de Tecnología Technion-Israel, con sede en Haifa, Israel. Él también colabora con frecuencia con Tsang. Shen-Orr, al igual que Tsang, es inmunólogo de sistemas. Recuerda que, en 2007, cuando era investigador posdoctoral en el laboratorio de Davis, los inmunólogos habían identificado unos 100 tipos celulares y una cantidad similar de ‘citocinas‘, es decir, proteínas que actúan como mensajeras en el sistema inmunitario. El único obstáculo era que no se podían medir simultáneamente, lo que limitaba la capacidad de observar cómo funciona el sistema inmunitario en su conjunto. Hoy, señala Shen-Orr, los inmunólogos pueden medir cientos de tipos celulares y miles de proteínas, y observar cómo interactúan.

El laboratorio actual de Shen-Orr ha desarrollado su propia versión de una prueba del inmunoma, a la que llama ‘IMM-AGE’ (abreviatura de »immune age»). Los fundamentos de esta prueba se publicaron en un artículo de 2019 en Nature Medicine. ‘IMM-AGE’ analiza cuántas células de cada tipo tiene una persona y cómo cambian esos números con la edad en el sistema inmunitario. Su equipo ha utilizado esta información principalmente para determinar el riesgo de enfermedades cardiovasculares.

Shai Shen-Orr ha sido uno de los defensores más activos de la necesidad de ampliar el conjunto de muestras utilizadas en las pruebas, que actualmente provienen en su mayoría de personas estadounidenses y europeas. «Necesitamos entender por qué distintas personas, en distintos entornos, reaccionan de forma diferente y cómo funciona eso», afirma. «También necesitamos hacer pruebas a muchas más personas, tal vez a millones».

Tsang ha comprobado por qué trabajar con muestras limitadas puede ser problemático. En 2013, recuerda, investigadores de los Institutos Nacionales de Salud desarrollaron una vacuna contra la malaria que resultó eficaz para casi todos los participantes en los ensayos clínicos realizados en Maryland. «Pero en África», señala, «solo funcionó en aproximadamente el 25% de las personas». Atribuye esta diferencia a factores genéticos, dietéticos, climáticos y ambientales que influyen en el desarrollo del inmunoma de cada individuo. «¿Por qué? ¿Qué era distinto en los sistemas inmunitarios de Maryland y Tanzania? Eso es lo que necesitamos entender para poder diseñar vacunas y tratamientos personalizados».

Durante varios años, Tsang y Shen-Orr han abogado por internacionalizar las pruebas, «pero ha habido resistencia», admite Shen-Orr. «La medicina es conservadora y avanza despacio, y esta tecnología es costosa y requiere mucho trabajo». Finalmente, lograron captar la atención necesaria en una conferencia celebrada en 2022 en La Jolla, California, organizada por el Proyecto del Inmunoma Humano (HIP, por sus siglas en inglés). La organización fue fundada originalmente en 2016 para desarrollar vacunas más eficaces, pero recientemente cambió su nombre para reflejar un giro hacia el campo más amplio de la ciencia del inmunoma. Fue en La Jolla donde conocieron a la entonces nueva presidenta de HIP, Jane Metcalfe, cofundadora de la revista Wired, quien comprendió lo que estaba en juego.

«Estamos desarrollando todos estos perfiles inmunológicos moleculares avanzados», dijo Metcalfe, «pero no podemos empezar a predecir la amplitud de la variabilidad del sistema inmunitario si solo hacemos pruebas a pequeños grupos de personas en Palo Alto o Tel Aviv». Y fue entonces cuando tuvieron el gran momento de iluminación: «Necesitamos centros en todas partes para recopilar esa información y poder construir modelos informáticos adecuados y una comprensión predictiva del sistema inmunitario humano».

Tras ese encuentro, el HIP elaboró un nuevo plan científico, con Tsang y Shen-Orr como responsables científicos. El grupo se fijó un objetivo ambicioso: recaudar unos 3.000 millones de dólares en los próximos diez años. Tsang y Metcalfe afirman que lo lograrán trabajando en colaboración con una amplia red de entidades públicas y privadas. Los recortes en la financiación federal para la investigación biomédica en EE UU podrían limitar los fondos provenientes de esa fuente tradicional, pero el HIP planea colaborar también con agencias gubernamentales fuera de EE UU, con el objetivo de crear una base de datos inmunológica global y completa.

El plan de HIP es desarrollar primero una versión piloto basada en la prueba de Tsang, que se llamará Immune Monitoring Kit, para evaluar a varios miles de personas en África, Australia, Asia Oriental, Europa, EE UU e Israel. Según Metcalfe, se espera que esta primera fase comience antes de que acabe el año.

HIP aspira a expandirse a unos 150 centros en todo el mundo, evaluando a unas 250.000 personas y recopilando una enorme cantidad de datos e información que, según Tsang, tendrá un impacto profundo, incluso revolucionario, en la medicina clínica, la salud pública y el desarrollo de fármacos.

El cálculo de la puntuación de mi sistema de salud inmunitaria

Mientras el HIP pone en marcha su estudio piloto a escala global, John Tsang ha añadido un hombre caucásico norteamericano más al pequeño grupo de personas que han recibido una puntuación IHM hasta la fecha. Ese soy yo.

Tardé bastante en recibir mi puntuación, pero Tsang me explicó el resultado tras enviarme el famoso punto rojo. «Te hemos situado junto a otros participantes clínicamente bastante sanos», me escribió en un mensaje, refiriéndose a un grupo de puntos negros en el gráfico que me había enviado, aunque advirtió que el grupo con el que me comparaban incluía solo a unas pocas docenas de personas. «Una puntuación IHM más alta indica mejor salud inmunitaria«, añadió, en referencia a mi puntuación de 0,35, que describió como un número en una escala arbitraria. «Como puedes ver, tu IHM está justo en medio de un grupo de personas 20 años más jóvenes».

Fue un alivio, teniendo en cuenta que nuestro sistema inmunitario, como tantas otras funciones del cuerpo, se deteriora con la edad, aunque a ritmos distintos. Sin embargo, también sentí cierta decepción. Para ser sincero, esperaba un nivel de detalle más granular después de haber analizado cerca de un millón de células y marcadores. Quizá alguna pista sobre por qué desarrollé COVID persistente dos veces y otras personas no. Tsang y otros científicos están trabajando en formas de extraer información más específica de estas pruebas. Aun así, insiste en que la puntuación única es una herramienta poderosa para comprender el estado general de nuestros inmunomas, ya que puede indicar la presencia o ausencia de problemas de salud subyacentes que no se revelan en los análisis tradicionales.

Le pregunté a Tsang qué significaba mi puntuación para el futuro. «Tu puntuación cambia constantemente según lo que te expongas y también por la edad», me dijo, añadiendo que el IHM es todavía tan nuevo que resulta difícil saber con precisión qué implica hasta que los investigadores avancen más y hasta que el HIP pueda evaluar y comparar los datos de miles o cientos de miles de personas. También necesitan seguir haciéndome pruebas con el tiempo para observar cómo evoluciona mi sistema inmunitario ante nuevas situaciones de estrés.

Por ahora, me quedo con un simple número que, aunque no me dice mucho sobre el funcionamiento detallado de mi sistema inmunitario, no hay señales de alarma. Resulta que mi sistema inmunitario está bastante sano.

Unos días después de recibir mi puntuación de Tsang, tuve noticias de Shen-Orr con más resultados. Tsang había compartido mis datos con su laboratorio para aplicar el protocolo IMM-AGE a mi inmunoma y darme otra puntuación con la que preocuparme. El resultado de Shen-Orr situó la edad de mi sistema inmunitario en torno a los 57 años, aún 10 años menos que mi edad real.

La era del inmunoma

Shai Shen-Orr imagina un futuro en el que las personas puedan consultar sus puntuaciones avanzadas de IHM e IMM-AGE, o la del HIP Immune Monitoring Kit, en una aplicación tras una extracción de sangre, del mismo modo en que hoy revisan datos como la frecuencia cardíaca o la presión arterial. Jane Metcalfe habla de vincular las mediciones tipo IHM con el aumento de las temperaturas globales y las noches más cálidas para estudiar cómo el calentamiento global podría afectar al sistema inmunitario de, por ejemplo, un recién nacido o una mujer embarazada. «Esto podría integrarse en los modelos de otras personas y ayudarnos realmente a entender los efectos de la contaminación, la nutrición o el cambio climático en la salud humana», afirma.

Además, podrían aparecer nuevas pistas. «Llegará el momento en que tendremos puntuaciones IHM que nos permitirán saber quién será más vulnerable ante un virus durante una pandemia», dice Tsang. Tal vez eso ayude a los investigadores a diseñar una respuesta inmunitaria capaz de neutralizar el virus antes de que se propague. Señala que ya es posible realizar una prueba así, pero que sigue siendo experimental y llevará años desarrollarla por completo, probar su seguridad y precisión, y establecer estándares y protocolos para su uso como herramienta de salud pública global. «Estas cosas llevan tiempo» advierte.

Lo mismo ocurre con la incorporación de pruebas tipo IHM a la consulta médica, para que profesionales como Rachel Sparks puedan utilizar los resultados en el tratamiento de sus pacientes. «Creo que en diez años, con algo de esfuerzo, podríamos tener algo realmente útil», afirma Mark Davis, de la Universidad de Stanford (Stanford, EE UU). Sparks coincide: «Creo que para entonces podré utilizar este análisis mucho más detallado de lo que hace el sistema inmunitario a nivel celular en mis pacientes», dice. «Y, con suerte, podremos dirigir nuestras terapias directamente a las células o vías que están contribuyendo a la enfermedad».

En cuanto a mí respecta, esperaré más detalles con impaciencia y curiosidad, y también con algo de preocupación. Me pregunto qué más podría revelar mi circuito inmunitario sobre si estoy sano en este preciso momento, o si lo estaré mañana, el mes que viene o dentro de unos años.

Esta historia es fruto de una colaboración entre MIT Technology Review y Aventine, una fundación de investigación sin ánimo de lucro que crea y apoya contenidos sobre cómo la tecnología y la ciencia están transformando nuestra forma de vivir.