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Por qué la inversión en cambio climático es necesaria

Dados los drásticos recortes en la financiación federal de ciencia en Estados Unidos, incluida la propuesta del Gobierno de reducir en un 40% el presupuesto de 2026 de los Institutos Nacionales de Salud y en un 57% el de la Fundación Nacional para la Ciencia, vale la pena plantearse algunas preguntas difíciles sobre el dinero: ¿Cuánto deberíamos gastar en I+D? ¿Cuánto valor obtenemos de esas inversiones? Para responder a eso, es importante analizar tanto los retornos exitosos como las inversiones que no dieron ningún fruto.

Por supuesto, es fácil defender la importancia de invertir en ciencia señalando que muchas de las tecnologías más útiles de la actualidad tienen su origen en la I+D financiada por el Gobierno. Internet, CRISPR, GPS… La lista es interminable. Eso es cierto. Pero este argumento ignora todas las tecnologías que recibieron millones en financiación gubernamental y no han llegado a ninguna parte, al menos por ahora. Todavía no tenemos ordenadores basados en ADN ni electrónica molecular. Por no hablar de los ejemplos favoritos que citan los políticos contrarios a la corriente dominante de proyectos científicos aparentemente absurdos o frívolos (como los camarones en cintas de correr).

Aunque seleccionar cuidadosamente los casos de éxito ayuda a ilustrar las glorias de la innovación y el papel de la ciencia en la creación de tecnologías que han cambiado nuestras vidas, ofrece poca orientación sobre cuánto debemos gastar en el futuro y dónde debe ir ese dinero.

Un enfoque mucho más útil para cuantificar el valor de la I+D es analizar su retorno de la inversión (ROI). El ROI, una métrica muy apreciada por los selectores de acciones y los inversores de capital riesgo que dominan el PowerPoint, compara los beneficios con los costes. Si se aplica de forma generalizada a la financiación de la I+D del país, este mismo tipo de razonamiento podría ayudar a contabilizar tanto los grandes éxitos como todo el dinero gastado en investigaciones que nunca salieron del laboratorio.

El problema es que es muy difícil calcular el rendimiento de la financiación científica: los beneficios pueden tardar años en aparecer y, a menudo, siguen un camino tortuoso, por lo que las recompensas finales están muy lejos de la financiación original. ¿Quién podría haber predicho que Uber sería el resultado del GPS? Es más, ¿quién podría haber predicho que la invención de los relojes atómicos ultraprecisos a finales de la década de 1940 y en la década de 1950 acabaría haciendo posible el GPS? Olvídate de intentar rastrear los costes de innumerables fracasos o aparentes callejones sin salida.

Sin embargo, en varios artículos recientes, los economistas han abordado el problema de nuevas e ingeniosas formas y, aunque plantean preguntas ligeramente diferentes, sus conclusiones comparten un punto clave: la I+D es, de hecho, una de las mejores inversiones a largo plazo que puede hacer el Gobierno.

Puede que esto no resulte muy sorprendente. Durante mucho tiempo hemos pensado que la innovación y los avances científicos son fundamentales para nuestra prosperidad. Pero los nuevos estudios proporcionan detalles muy necesarios, aportando pruebas sistemáticas y rigurosas del impacto que la financiación de la I+D, incluida la inversión pública en ciencia básica, tiene en el crecimiento económico general. La magnitud de los beneficios es sorprendente.

Rentabilidad

En A Calculation of the Social Returns to Innovation (Cálculo del rendimiento social de la innovación), Benjamin Jones, economista de la Universidad Northwestern (EE UU), y Lawrence Summers, economista de Harvard y exsecretario del Tesoro de Estados Unidos, calculan los efectos del gasto total en I+D del país sobre el producto interior bruto y nuestro nivel de vida general. Están abordando el panorama general y es ambicioso porque hay muchas variables. Pero son capaces de presentar una serie de estimaciones convincentes sobre los retornos, todas ellas impresionantes.

Enel extremo conservador de sus estimaciones, invertir 1 dólar (0,85 céntimos de euros al cambio actual) en I+D genera unos 5 dólares (unos 4 euros) de retorno, definido en este caso como el PIB adicional por persona (básicamente, cuánto más ricos nos hacemos), según Jones. Si se modifican algunas de los supuestos, por ejemplo, intentando tener en cuenta el valor de los mejores medicamentos y la mejora de la atención sanitaria, que no se reflejan plenamente en el PIB, se obtienen beneficios aún mayores.

Aunque el rendimiento de 5 dólares se encuentra en el extremo inferior de sus estimaciones, sigue siendo una inversión extraordinariamente buena», afirma Jones. «No hay muchas en las que se invierta 1 dólar y se obtengan 5 dólares a cambio».

Ese es el rendimiento de la financiación global en I+D del país. Pero ¿qué obtenemos de la I+D financiada por el Gobierno en particular? Andrew Fieldhouse, economista de la Universidad Texas A&M (EE UU), y Karel Mertens, del Banco de la Reserva Federal de Dallas, analizaron específicamente cómo los cambios en el gasto público en I+D afectan a la productividad total de los factores (PTF) de las empresas. La PTF, una de las métricas favoritas de los economistas, está impulsada por las nuevas tecnologías y los conocimientos empresariales innovadores y no por la incorporación de más trabajadores o máquinas, y además es el principal motor de la prosperidad del país a largo plazo.

Los economistas hicieron un seguimiento de los cambios en el gasto en I+D de cinco importantes agencias de financiación científica de Estados Unidos a lo largo de varias décadas para ver cómo esos cambios acababan afectando a la productividad del sector privado. Descubrieron que el Gobierno estaba obteniendo un enorme retorno de su inversión en I+D no relacionada con la defensa.

Los beneficios comienzan a notarse al cabo de unos cinco a diez años y, a menudo, tienen un impacto duradero en la economía. Según los economistas, la financiación pública de I+D no relacionada con la defensa ha sido responsable del 20% al 25% de todo el crecimiento de la productividad del sector privado en el país desde la Segunda Guerra Mundial. Es una cifra sorprendente, teniendo en cuenta que el Gobierno invierte relativamente poco en I+D sin contar la defensa. Por ejemplo, su gasto en infraestructura, otro factor que contribuye al crecimiento de la productividad, ha sido mucho mayor durante esos años.

El gran impacto de las inversiones públicas en I+D también permite comprender uno de los misterios económicos más preocupantes de Estados Unidos: la ralentización del crecimiento de la productividad que comenzó en la década de 1970 y que ha agitado la política del país, ya que muchas personas se enfrentan a un nivel de vida estancado y a perspectivas financieras limitadas. Según Fieldhouse, su investigación sugiere que hasta una cuarta parte de esa desaceleración se debió a la disminución de la financiación pública en I+D que se produjo aproximadamente en el mismo periodo.

Tras alcanzar un máximo del 1,86% del PIB en 1964, el gasto federal en I+D comenzó a descender. A partir de principios de la década de 1970, el crecimiento de la PTF también comenzó a disminuir, pasando de más del 2% anual a finales de la década de 1960 a alrededor del 1% desde la década de 1970 (con la excepción de un aumento a finales de la década de 1990), siguiendo aproximadamente la evolución de la disminución del gasto con un retraso de unos años.

Si, de hecho, la ralentización de la productividad se debió, al menos en parte, a la caída del gasto público en I+D, esto demuestra que hoy seríamos mucho más ricos si hubiéramos mantenido un nivel más alto de inversión en ciencia. También pone de manifiesto los peligros de los recortes que se proponen actualmente. «Según nuestra investigación», afirma Fieldhouse, «creo que está claro que si se recorta el presupuesto de los NIH en un 40% y el de la NSF en un 50%, se producirá una desaceleración medible en el crecimiento de la productividad de Estados Unidos durante los próximos siete a diez años».

Fuera de control

Aunque el presupuesto propuesto por la Administración Trump para 2026 recortaría los presupuestos científicos en un grado inusual, la financiación pública de I+D lleva décadas disminuyendo lentamente. La financiación federal de la ciencia se encuentra en su nivel más bajo de los últimos 70 años, y solo representa alrededor del 0,6% del PIB.

A pesar de la caída de la financiación pública, las inversiones empresariales en I+D han aumentado de forma constante. Hoy en día, las empresas gastan mucho más que el Gobierno; en 2023, las compañías invirtieron alrededor de 700.000 millones de dólares en I+D (unos 595.000 millones de euros), mientras que el Gobierno de Estados Unidos gastó 172.000 millones de dólares (146.000 millones de euros), según datos de la agencia estadística de la NSF. Se podría pensar: Bien, dejemos que las empresas hagan investigación. Es más eficiente. Está más centrada. Que el Gobierno no se meta”.

Pero hay un gran problema con ese argumento. Resulta que la investigación financiada con fondos públicos tiende a generar un crecimiento relativamente mayor de la productividad a lo largo del tiempo, ya que se inclina más hacia la ciencia fundamental que hacia el trabajo aplicado que suelen realizar las empresas.

En un nuevo documento de trabajo titulado Public R&D Spillovers and Productivity Growth (Repercusiones de la I+D pública y crecimiento de la productividad), Arnaud Dyèvre, profesor adjunto de Economía en HEC Paris (Francia), documenta los amplios y, a menudo, importantes efectos de las llamadas repercusiones del conocimiento, es decir, los beneficios que reporta a otros el trabajo realizado por el grupo de investigación original. Dyèvre descubrió que los efectos indirectos de la I+D financiada con fondos públicos tienen un impacto tres veces mayor en el crecimiento de la productividad de las empresas y las industrias que los de la I+D financiada con fondos privados.

Los resultados son preliminares y Dyèvre sigue actualizando la investigación, gran parte de la cual realizó como posdoctorado en el MIT, pero afirma que sugieren que Estados Unidos «no invierte lo suficiente en I+D fundamental», que está fuertemente financiada por el Gobierno. «No sabría decirle exactamente qué porcentaje de la I+D en Estados Unidos debe ser financiado por el Gobierno o qué porcentaje debe ser financiado por el sector privado. Necesitamos ambos», afirma. Sin embargo, añade que «la evidencia empírica» sugiere que «estamos desequilibrados».

La gran pregunta

Lograr el equilibrio adecuado entre la financiación de la ciencia fundamental y la investigación aplicada es solo una de las grandes cuestiones que siguen sin resolverse en torno a la financiación de la I+D. A mediados de julio, Open Philanthropy y la Fundación Alfred P. Sloan, ambas organizaciones sin ánimo de lucro, anunciaron conjuntamente que tenían previsto financiar una «revista efímera» de cinco años de duración que intentaría responder a muchas de las preguntas que siguen sin resolverse sobre cómo definir y optimizar el retorno de la inversión en financiación de la investigación.

«Hay muchas pruebas que apuntan a un retorno realmente alto de la I+D, lo que sugiere que deberíamos invertir más en ella», afirma Matt Clancy, responsable sénior de programas de Open Philanthropy. «Pero cuando me preguntas cuánto más, no tengo una buena respuesta. Y cuando me preguntas qué tipos de I+D deberían recibir más financiación, tampoco tenemos una buena respuesta».

Reflexionar sobre estas cuestiones mantendrá ocupados a los economistas de la innovación durante los próximos años. Pero hay otra pieza desconcertante del rompecabezas, afirma Jones, de la Universidad Northwestern (EE UU). Si el retorno de las inversiones en I+D es tan alto yla mayoría de los capitalistas de riesgo o inversores lo aceptarían con gusto, ¿por qué el Gobierno no gasta más?

«Creo que está claro que si se recorta el presupuesto de los NIH en un 40% y el de la NSF en un 50%, se producirá una desaceleración medible en el crecimiento de la productividad de Estados Unidos durante los próximos siete a diez años».

Jones, que fue asesor económico principal de la administración Obama, afirma que los debates sobre los presupuestos de I+D en Washington suelen ser «una guerra de anécdotas». Los defensores de la ciencia citan los grandes avances que se lograron gracias a la financiación gubernamental anterior, mientras que los halcones presupuestarios señalan proyectos aparentemente ridículos o fracasos espectaculares. Ambos tienen munición de sobra. «La gente da vueltas y vueltas», dice Jones, «y eso no lleva a ninguna parte».

El estancamiento político tiene su origen en la propia naturaleza de la investigación fundamental. La ciencia actual dará lugar a grandes avances. Y habrá innumerables fracasos; se desperdiciará mucho dinero en experimentos infructuosos. El problema, por supuesto, es que cuando se decide financiar nuevos proyectos, es imposible predecir cuál será el resultado, incluso en el caso de una ciencia extraña y aparentemente absurda. Adivinar qué investigación conducirá o no al próximo gran avance es una tarea inútil.

Tomemos como ejemplo los recortes en el presupuesto propuesto por la administración para el año fiscal 2026 para la NSF, una de las principales fuentes de financiación de la ciencia básica. El resumen de la administración comienza con la afirmación de que su presupuesto para la NSF «da prioridad a las inversiones que complementan la I+D del sector privado y ofrecen un gran potencial para impulsar el crecimiento económico y reforzar el liderazgo tecnológico de Estados Unidos». Hasta aquí, todo bien. Cita el compromiso del Gobierno con la IA y la ciencia de la información cuántica. Pero si se profundiza más, se observan contradicciones en las cifras.

No solo se ha recortado el presupuesto general de la NSF en un 57%, sino que también se ha reducido drásticamente la financiación para ciencias físicas como la química y la investigación de materiales, campos fundamentales para el avance de la IA y los ordenadores cuánticos. La financiación para el programa de ciencias matemáticas y físicas de la NSF se redujo en un 67%. A la Dirección de Informática y Ciencias de la Información y la Ingeniería no le fue mucho mejor: su financiación para investigación se recortó en un 66%.

Muchos miembros de la comunidad científica tienen grandes esperanzas de que el Congreso, cuando apruebe el presupuesto real para 2026, revierta al menos parcialmente estos recortes. Ya lo veremos. Pero incluso si lo hace, ¿por qué atacar la financiación de la I+D en primer lugar? Es imposible responder a eso sin sumergirse en las turbulentas profundidades de la caótica política actual. Y es igualmente difícil saber si las recientes pruebas recopiladas por economistas académicos sobre los fuertes rendimientos de las inversiones en I+D tendrán importancia a la hora de elaborar políticas partidistas.

Pero al menos quienes defienden el valor de la financiación pública disponen ahora de una forma mucho más productiva de argumentar, en lugar de limitarse a promocionar los avances del pasado. Incluso para los halcones fiscales y quienes expresan su preocupación por los déficits presupuestarios, los trabajos recientes ofrecen una conclusión convincente y sencilla: una mayor financiación pública de la ciencia básica es una inversión sólida que nos hace más prósperos.