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La geoingeniería solar busca manipular el clima reflejando la luz del sol hacia el espacio. En teoría, podría aliviar el calentamiento global. Pero a medida que crece el interés por esta idea, también aumentan las preocupaciones sobre sus posibles consecuencias. 

Una startup llamada Stardust Solutions acaba de cerrar una ronda de financiación de 60 millones de dólares (más de 51 millones de euros), la mayor conocida hasta ahora para una empresa de geoingeniería. Mi colega James Temple publica un reportaje sobre la compañía y cómo su aparición está poniendo nerviosos a algunos investigadores.  

Hasta ahora, el debate se había limitado a discusiones académicas, propuestas de investigación y, sí, algún actor marginal al que conviene vigilar. Ahora la situación se vuelve más seria. ¿Qué implica esto para la geoingeniería y para el clima? 

Los científicos llevan décadas considerando la posibilidad de abordar el calentamiento planetario de esta manera. Sabemos que las erupciones volcánicas, al expulsar dióxido de azufre a la atmósfera, pueden reducir las temperaturas. La idea es imitar ese proceso natural rociando partículas en las capas altas de la atmósfera. 

La propuesta es, como mínimo, polémica. Muchos temen consecuencias imprevistas y beneficios desiguales. Incluso proyectos públicos liderados por instituciones de prestigio han encontrado obstáculos: un famoso programa de investigación de Harvard fue cancelado oficialmente el año pasado tras años de debate. 

Uno de los grandes problemas de la geoingeniería es que, en teoría, una sola entidad (como una startup) podría tomar decisiones con efectos globales. Y en los últimos años hemos visto un creciente interés del sector privado. 

Hace tres años, James reveló que Make Sunsets, una empresa con sede en California, ya estaba liberando partículas en la atmósfera para intentar modificar el clima. 

El consejero delegado, Luke Iseman, viajó a Baja California, en México, introdujo dióxido de azufre en un globo meteorológico y lo envió al cielo. La cantidad era mínima, y no está claro que llegara a la parte adecuada de la atmósfera para reflejar la luz solar. 

Pero el temor a que este grupo u otros actuaran por su cuenta desató una fuerte reacción. México anunció restricciones a los experimentos de geoingeniería pocas semanas después de conocerse la noticia. 

Hoy todavía se pueden comprar créditos de enfriamiento a través de Make Sunsets, y la empresa acaba de obtener una patente para su sistema. Sin embargo, sigue considerada como un actor marginal 

Entra en escena Stardust Solutions. La compañía ha trabajado discretamente durante años, pero este año empezó a hablar más públicamente de sus planes. En octubre anunció una ronda de financiación significativa, respaldada por algunos de los nombres más influyentes en inversión climática. “Stardust es seria, y ahora ha conseguido dinero serio de gente seria”, resume James en su reportaje. 

Eso inquieta a varios expertos. Incluso quienes defienden investigar la geoingeniería se preguntan qué supone que lo hagan empresas privadas. 

“Añadir intereses comerciales, motivaciones de lucro e inversores ricos a esta situación solo genera más motivos de preocupación, complicando la capacidad de científicos e ingenieros responsables para avanzar en el conocimiento”, escriben David Keith y Daniele Visioni, dos referentes en la investigación sobre geoingeniería, en un artículo de opinión publicado en MIT Technology Review. 

Stardust asegura que no llevará a cabo ninguna intervención hasta que sea contratada por gobiernos y existan normas y organismos que regulen el uso de esta tecnología. Pero nadie puede garantizar cómo influirá la presión financiera en el futuro. Y ya vemos algunos retos que afronta una empresa privada en este ámbito: la necesidad de proteger secretos industriales. 

Por ahora, Stardust no comparte información sobre las partículas que planea liberar, aunque afirma que lo hará cuando obtenga la patente, algo que podría ocurrir el próximo año. La compañía sostiene que sus partículas patentadas serán seguras, baratas de fabricar y más fáciles de rastrear que el abundante dióxido de azufre. Pero, de momento, no hay forma de que expertos externos evalúen esas afirmaciones. 

Como advierten Keith y Visioni: “La investigación no servirá de nada si no es fiable, y la confianza depende de la transparencia”.