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El sueño de los lanzamientos de cohetes en alta mar finalmente se está desplegando

¿Quieres enviar algo al espacio? Entonces, ponte a la cola de espera. La demanda de lanzamientos se ha disparado, y ha llevado al límite a los puertos espaciales más activos, como el Centro Espacial Kennedy en Florida (EE UU). En los últimos cuatro años, el número de lanzamientos orbitales en todo el mundo ha aumentado más del doble, pasando de unos 100 a 250 anuales. Todo apunta a que seguirá creciendo a lo largo de esta década, impulsado por la expansión del sector espacial comercial.

Para reducir la congestión en los puertos espaciales, algunos expertos apuestan por el océano como la próxima gran plataforma de lanzamiento. China ha realizado más de una docena de misiones desde plataformas marítimas desde 2019, la más reciente en enero de 2025. Italia ha anunciado la reapertura de su base de lanzamiento en el océano, frente a la costa de Kenia, mientras que Alemania estudia la creación de un puerto espacial en el mar del Norte. En Estados Unidos, la idea ha cautivado a actores como SpaceX y ha dado origen a una nueva empresa: Spaceport Company.

Lanzar cohetes desde plataformas marinas, como barcazas o antiguas plataformas petrolíferas, ofrece varias ventajas. Por un lado, permite elegir entre más ubicaciones de despegue cerca del ecuador, donde la rotación de la Tierra proporciona un impulso adicional a los cohetes. Además, esta opción podría ser más segura y sostenible al reducir el impacto en zonas pobladas y en ecosistemas frágiles.

Los lanzamientos desde el mar no son una novedad: se han realizado de forma intermitente durante décadas. Sin embargo, el creciente interés por los puertos espaciales en alta mar abre un debate sobre sus implicaciones regulatorias, geopolíticas y medioambientales. Al mismo tiempo, esta tendencia apunta al desarrollo de nuevas tecnologías e industrias que, con una capacidad de lanzamiento prácticamente ilimitada, podrían transformar nuestra forma de vida.

«La mejor forma de tener un futuro con docenas, cientos o incluso miles de puertos espaciales es llevarlos al mar”, afirma Tom Marotta, CEO y fundador de Spaceport Company, empresa que busca establecer centros de lanzamiento en alta mar. “Conseguir una y otra vez mil acres de costa para construir puertos espaciales es un reto. En cambio, replicar una plataforma flotante es mucho más sencillo”, añade.

La era de los lanzamientos marítimos

La idea de los puertos espaciales oceánicos tiene raíces casi tan antiguas como la propia historia de la cohetería. El primer gran cohete lanzado desde el mar fue un V2, desarrollado por Alemania durante la Segunda Guerra Mundial y luego adoptado por Estados Unidos. El 6 de septiembre de 1947, la Marina de EE UU realizó su lanzamiento desde el portaaviones USS Midway, al sur de las Islas Bermudas.

El vuelo inaugural no estuvo exento de complicaciones. Neal Casey, técnico de 18 años destinado en el Midway, recordó posteriormente cómo el misil se desvió hacia la derecha y se dirigió hacia la “isla”, el centro de mando del portaaviones.

«No tuve ningún problema para seguir el rastro cohete. Casi choca con la isla«, dijo Casey, según recoge el Museo USS Midway.

A pesar de estar al borde del desastre, la prueba se consideró un éxito: demostró que el lanzamiento de cohetes desde plataformas marítimas era viable. Este descubrimiento permitió la proliferación de buques armados con misiles, como barcos de guerra y submarinos, que han operado en el mar desde entonces.

Estos misiles estaban diseñados para alcanzar objetivos en la Tierra, no para explorar el espacio. Sin embargo, a principios de la década de 1960, Robert Truax, un ingeniero estadounidense especializado en cohetes, comenzó a trabajar en un objetivo ambicioso: lanzar el Sea Dragon.

Con casi 150 metros de altura, habría sido, sin duda, el cohete más grande de la historia, superando incluso al Saturno V del Programa Apolo o a la Starship de SpaceX. Ninguna plataforma terrestre sería capaz de soportar la fuerza de su despegue. Un cohete de tal tamaño solo podría lanzarse desde una ubicación sumergida bajo el mar, emergiendo del agua como una ballena y dejando remolinos a su paso.

Truax presentó esta idea en 1963 mientras trabajaba en Aerojet General, fabricante de cohetes y misiles. Incluso llegó a probar algunos pequeños prototipos, como el Sea Bee, que fue lanzado desde debajo de las aguas de la bahía de San Francisco (EE UU). El Sea Dragon nunca llegó a materializarse, pero su concepto inspiró a visionarios del espacio durante décadas. Más recientemente, ha sido representadoemergiendo del océano en For All Mankind, una serie de ficción de Apple+.

Truax demostró una gran capacidad para anticipar muchas de las futuras tendencias de los vuelos espaciales. De hecho, varios gobiernos y empresas privadas han desarrollado plataformas de lanzamiento en alta mar para aprovechar la flexibilidad que ofrecen los océanos.

“Los lugares de lanzamiento más codiciados están cerca del ecuador”, afirma Gerasimos Rodotheatos, profesor adjunto de Derecho Internacional y Seguridad en la Universidad Americana de los Emiratos, que ha investigado los lanzamientos desde el mar. “Muchos países en esa zona son complicados debido a la inestabilidad política o a la falta de infraestructura. No obstante, si se utiliza una plataforma o un buque, elegir el lugar es mucho más sencillo”, añade.

Otra gran ventaja, según el docente, es la seguridad: «Estás lejos de las ciudades y de la tierra. Así se minimiza el riesgo de accidentes o averías».

Por estas razones, los cohetes han despegado desde el mar durante casi 60 años. Empezaron en el Centro Espacial Luigi Broglio Malindi de Italia, una plataforma petrolífera frente a la costa de Kenia que lanzó misiones orbitales desde los años 60 hasta los 80. Pronto podría reabrir tras un paréntesis de casi 40 años.

Sea Launch, una empresa multinacional fundada en 1995, puso en órbita docenas de misiones desde la LP Odyssey, otra plataforma de petróleo reconvertida. La compañía podría haber continuado si Rusia no hubiera anexado Crimea en 2014, un hecho que llevó al cierre de la empresa ese mismo año.

La historia de Sea Launch demostró que los lanzamientos en alta mar podían ser comercialmente viables, pero también sacó a la luz importantes vacíos en el derecho marítimo y espacial internacional. Por ejemplo, aunque Sea Launch era una empresa conjunta de cuatro naciones, registró su plataforma y sus buques en Liberia, lo que se ha interpretado como un abanderamiento de conveniencia. Este tipo de estrategias podrían ofrecer a las empresas u otras entidades la oportunidad de eludir determinadas leyes laborales, obligaciones fiscales y normativas medioambientales.

“Algunos Estados son muy estrictos en cuanto a la nacionalidad y la transparencia de la propiedad, y otros son más flexibles”, afirma Alla Pozdnakova, profesora de Derecho en el Instituto Escandinavo de Derecho Marítimo de la Universidad de Oslo, que ha investigado los lanzamientos desde el mar. “Por ahora, parece que no ha sido un problema significativo, porque Estados Unidos, por ejemplo, exige que si eres ciudadano o empresa estadounidense, debes solicitar una licencia a las autoridades espaciales de ese país, sin importar desde dónde planees lanzar”, observa la experta.

Si EE UU impone una supervisión estricta de los lanzamientos, otros países podrían aplicar normas diferentes en sus acuerdos con los proveedores de lanzamientos. “Puedo imaginar que algunos proyectos no autorizados serán posibles simplemente porque se realizan en el mar, donde no existe una autoridad real, a diferencia de lo que ocurre con los lanzamientos espaciales desde tierra”, señala Pozdnakova.

Boeing, que gestionaba Sea Launch, fue multada con 10 millones de dólares (unos 9,6 millones de euros) en 1998 por el Departamento de Estado de EE UU por compartir supuesta información sobre tecnología de defensa estadounidense con sus socios extranjeros, un acto que viola la Ley de Control de Exportación de Armas. Además de los riesgos jurídicos y de seguridad nacional en 1999, los países del Pacíficopresentaron ante Naciones Unidas su preocupación por el impacto ambiental que podrían causar los cohetes marinos de Sea Launch debido a diferentes aspectos. Por ejemplo, la posibilidad de que el combustible no utilizado en los propulsores desechados generara mareas negras.

Las implicaciones de los puertos espaciales en alta mar en el Derecho internacional, la protección del medio ambiente y el acceso a los lanzamientos son hoy más relevantes que nunca. SpaceX, pionera en el aterrizaje de cohetes en plataformas oceánicas, también ha explorado la posibilidad de realizar lanzamientos desde el mar. En 2020, la empresa adquirió dos plataformas petrolíferas por 3,5 millones de dólares (3,35 millones de euros) cada una y las rebautizó como Deimos y Fobos, en honor a las lunas de Marte.

“SpaceX está construyendo puertos espaciales flotantes de clase superpesada para Marte, la Luna y viajes hipersónicos alrededor de la Tierra”, publicó en Twitter el CEO de SpaceX, Elon Musk, en 2020 (cuando la plataforma aún se llamaba así).

Finalmente, SpaceX dejó de lado el proyecto y vendió las plataformas. A pesar de ello, en 2023, su presidenta y directora de operaciones, Gwynne Shotwell, afirmó que los lanzamientos desde el mar probablemente formarían parte del futuro de la empresa. SpaceX no respondió a la solicitud de declaraciones para este artículo.

La empresa podría verse obligada a trasladar sus operaciones de lanzamiento al extranjero si quiere avanzar con sus planes para Starship, el cohete más potente jamás desarrollado y pieza clave en la visión de SpaceX para llevar humanos a la Luna y Marte. “Hemos diseñado Starship para que funcione de la manera más similar posible a la aviación. No queremos realizar decenas de lanzamientos al día, sino cientos”, afirmó Gwynne Shotwell en una conferencia en 2023, según SpaceNews.

El impacto ambiental de lanzar cientos de cohetes al día, ya sea desde el mar o desde tierra, sigue siendo una incógnita. Aunque los lanzamientos en alta mar pueden reducir los riesgos directos para los ecosistemas locales en comparación con los terrestres, aún se sabe muy poco sobre los efectos de las emisiones de los cohetes y la contaminación química en el clima y la salud humana, incluso a los niveles actuales, y mucho menos si la frecuencia de lanzamientos aumenta de forma exponencial.

«Es innegable que lanzar o emitir algo lejos de las poblaciones suele ser mejor”, afirma Sebastian Eastham, profesor titular de aviación sostenible en el Imperial College de Londres, especializado en el impacto ambiental de las emisiones aeroespaciales. “No obstante, cuando hablamos de preocupaciones sobre las emisiones, no basta con decir que no lanzamos cerca de la gente, porque eso no significa que no vayan a verse afectadas”, subraya el docente.

“Realmente espero que descubramos que los impactos son mínimos, pero dado el rápido crecimiento de las emisiones, no podemos tomar muestras ahora y asumir que reflejan lo que sucederá dentro de cinco años. Estamos lejos de alcanzar un punto de equilibrio”, apostilla Eastham

En otras palabras, los lanzamientos de cohetes han sido ignorados como fuente de emisiones de gases de efecto invernadero y contaminación atmosférica porque, hasta ahora, han sido demasiado esporádicos para considerarlos un factor relevante. Sin embargo, con el aumento de las misiones espaciales en todo el mundo, los expertos deben evaluar y mitigar su impacto en el cambio climático, la capa de ozono y la contaminación generada por los restos de cohetes que se desintegran en la atmósfera.

El McDonald’s de los lanzadores espaciales

En China, los lanzamientos en alta mar se han vuelto casi rutinarios. Empresas como Galactic Energy, Orienspace y China Aerospace Science and Technology Corporation han incrementado el número de despegues orbitales desde barcazas. Ninguna de estas compañías respondió a la solicitud de entrevista para este reportaje.

Por el momento, los lanzamientos desde el mar están limitados a cohetes pequeños capaces de poner en órbita cargas útiles de solo unos pocos miles de kilos. Ningún puerto espacial oceánico está actualmente preparado para gestionar los cohetes más potentes del mundo, como el Falcon Heavy de SpaceX, que puede colocar más de 140.000 libras en órbita. Tampoco existen planes públicos para invertir en infraestructuras marítimas para cohetes pesados, aunque esto podría cambiar si los puertos espaciales más pequeños demuestran ser opciones fiables y económicas.

“Todas las actividades actuales se basan en tecnologías disponibles en el mercado”, afirma Rodotheatos, refiriéndose a instalaciones como plataformas petrolíferas o barcazas. “Si una empresa decide invertir en el diseño y la construcción de una plataforma flotante desde cero, específicamente diseñada para este propósito, espero ver un gran cambio”, añade.

Tom Marotta fundó Spaceport Company en 2022 con una idea similar. Después de trabajar en la empresa espacial Astra y en la Oficina de Transporte Espacial Comercial de la Administración Federal de Aviación, Marotta identificó lo que él denomina un “cuello de botella en los puertos espaciales”, un obstáculo que debía abordarse para satisfacer la creciente demanda del sector espacial comercial.

Con ese objetivo, Spaceport Company adquirió un antiguo buque escuela de la Marina de EE UU al que bautizó Once in a Lifetime, inspirado en la canción de Talking Heads, como su primera plataforma de lanzamiento. Actualmente, la empresa ofrece servicios a clientes para misiones espaciales suborbitales y pruebas de misiles, pero su visión más ambiciosa es establecer una red de puertos espaciales orbitales escalables a lo largo del océano.

«Queremos ser el McDonald’s de los puertos espaciales y construir un modelo que pueda replicarse en todo el mundo», afirma Marotta.

Marotta visualiza infinitas aplicaciones para una red de este tipo. Podría aumentar la capacidad de lanzamiento sin poner en riesgo los ecosistemas costeros ni generar resistencia en las comunidades locales. Además, funcionaría como una opción de reserva fiable para los puertos espaciales terrestres, que están cada vez más saturados. También ofrecería a los países que normalmente no tienen acceso a los vuelos espaciales una alternativa económica para sus propios servicios de lanzamiento.

“Muchas naciones desean contar con su propia capacidad de lanzamiento orbital, pero no quieren gastar mil millones de dólares en construir una plataforma que quizás solo se utilice una o dos veces”, señala Marotta. “Vemos ahí una oportunidad para ofrecerles, básicamente, una plataforma de lanzamiento bajo demanda”, propone como solución.

Marotta también tiene otro sueño en mente: las plataformas oceánicas podrían facilitar los viajes en cohete de punto a punto, capaces de transportar carga y pasajeros a cualquier lugar del planeta en menos de 90 minutos.

“Será necesario usar cohetes en las principales ciudades costeras para hacer realidad el concepto de viajes de punto a punto. Ahora mismo suena a ciencia ficción, pero no me sorprendería que en los próximos cinco años viéramos a [organizaciones], especialmente militares, experimentando con el transporte de carga mediante cohetes de punto a punto”, apunta Marotta.

En la actualidad, los lanzamientos en alta mar son solo una pequeña pieza dentro del panorama espacial global, pero podrían transformar nuestras vidas en las próximas décadas. Cómo será ese futuro, con todos sus riesgos y beneficios, dependerá de las decisiones que tomen, en este momento, las empresas, los gobiernos y la sociedad.

Becky Ferreira es periodista científica residente en Ithaca, Nueva York. Escribe la columna Abstract semanal para 404 Media y es autora del próximo libro First Contact, sobre la búsqueda de vida extraterrestre.