
Stardust Solutions asegura que puede frenar el cambio climático… por un precio.
La startup israelí de geoingeniería afirma que, en poco tiempo, los Estados pagarán más de mil millones de dólares al año para que lance aviones equipados con tecnología especial hacia la estratosfera. Una vez en la altitud necesaria, esas aeronaves dispersarían partículas diseñadas para reflejar la luz solar y enfriar el planeta, supuestamente sin provocar efectos ambientales adversos.
Según la compañía, esas partículas, propietarias y aún secretas, podrían contrarrestar todos los gases de efecto invernadero emitidos en los últimos 150 años. Así lo expuso en una presentación para fondos de capital riesgo en 2023, donde llegó a calificar su propuesta como la “única solución tecnológicamente viable” frente al cambio climático.
En octubre, Stardust reveló que había recaudado 60 millones de dólares (más de 51 millones de euros), la mayor ronda de financiación conocida hasta la fecha para una empresa dedicada a la geoingeniería solar.
En cierto modo, Stardust encarna la frustración latente en Silicon Valley ante el lento avance de la investigación académica en esta tecnología. Es una apuesta multimillonaria por la idea de que la mentalidad startup puede acelerar un desarrollo que hasta ahora ha avanzado con cautela científica y recelo público.
Sin embargo, numerosos investigadores especializados en geoingeniería solar se muestran escépticos ante la posibilidad de que Stardust consiga los clientes gubernamentales necesarios para desplegar su plan global en 2035, como indicaban sus materiales para inversores. Más aún, les alarma que la empresa haya insinuado que podría moverse tan rápido. También critican duramente que una compañía privada asuma la tarea de fijar la temperatura del planeta, en lugar de dejarla en manos de programas públicos de investigación.
“Han ignorado todas las recomendaciones y creen que pueden obtener beneficios en este campo”, afirma Douglas MacMartin, profesor asociado en la Universidad Cornell (Nueva York, EE UU) y experto en geoingeniería solar. “Creo que les saldrá mal. Sus inversores van a tirar el dinero y esto retrasará el avance del sector”.
Tras cerrar la ronda de financiación, la empresa ha salido por fin de la sombra. Su consejero delegado, Yanai Yedvab, accedió a conceder una de las primeras entrevistas extensas a MIT Technology Review para este reportaje.
Yedvab rebajó ligeramente las proyecciones más ambiciosas, subrayando que el calendario para cualquier experimento, demostración o despliegue estratosférico dependerá de cuándo los gobiernos consideren oportuno llevarlos a cabo. Stardust insiste en que solo avanzará si los estados pagan por ello y cuando existan normas y organismos que regulen el uso de esta tecnología.
Esa decisión, afirma, estará marcada por la gravedad que alcance el cambio climático en los próximos años.
“Podría darse una situación como la actual, que desde luego no es buena”, señala. “Pero también podría ser mucho peor. Lo que decimos es que más vale estar preparados”.
“No nos corresponde decidirlo, y lo diré con humildad: tampoco a estos investigadores”, añade. “Será el sentido de urgencia lo que determine cómo evolucione todo”.
Los cimientos del proyecto
Nadie cuestiona la solvencia científica de Stardust. La compañía nació en 2023 de la mano de tres investigadores de renombre, entre ellos Yanai Yedvab, exsubdirector científico de la Comisión de Energía Atómica de Israel. El director científico, Eli Waxman, lidera el departamento de física de partículas y astrofísica en el Instituto Weizmann de Ciencias. Por su parte, Amyad Spector, director de producto, trabajó como físico nuclear en el hermético Centro de Investigación Nuclear del Néguev.
Stardust asegura contar con un equipo de 25 científicos, ingenieros y académicos. Su sede está en Ness Ziona, Israel, y planea abrir pronto oficinas en EE UU.
Yedvab explica que la motivación para fundar Stardust fue sencilla: contribuir a desarrollar una herramienta eficaz contra el cambio climático. “Quizá algo de nuestra experiencia, de las herramientas que aportamos, pueda ayudarnos a resolver uno de los mayores problemas a los que se enfrenta la humanidad”, afirma.
La firma de inversión Lowercarbon Capital, especializada en tecnologías climáticas y cofundada por el conocido inversor Chris Sacca, lideró la ronda de financiación de 60 millones de dólares. También participaron Future Positive, Future Ventures y Never Lift Ventures, entre otras.
Antes, AWZ Ventures (firma centrada en tecnologías de seguridad e inteligencia) co-lideró la ronda semilla, que alcanzó los 15 millones de dólares.
Según Yedvab, la compañía destinará esos fondos a avanzar en la investigación, el desarrollo y las pruebas de los tres componentes de su sistema, descritos también en su presentación para inversores: partículas seguras y de fabricación asequible; sistemas de dispersión aérea; y mecanismos para rastrear las partículas y monitorizar sus efectos.
“En esencia, la idea es desarrollar todos estos sistemas y perfeccionarlos hasta un nivel que nos permita ofrecer a los gobiernos las herramientas y la información necesaria para decidir si, y cómo, desplegar esta solución”, explica.
En muchos aspectos, la empresa es la antítesis de Make Sunsets, la primera compañía que se presentó ofreciendo enviar partículas a la estratosfera, por un precio, mediante globos meteorológicos cargados con dióxido de azufre, liberados manualmente en el cielo. Numerosos investigadores calificaron aquella iniciativa como provocadora, poco científica e irresponsable.
Pero Stardust va en serio. Y ahora cuenta con dinero serio procedente de inversores serios, lo que eleva la apuesta en la geoingeniería solar y, según algunos, incrementa la posibilidad de que el mundo acabe recurriendo a esta tecnología.
“Esto marca un punto de inflexión: este tipo de actores no solo son posibles, sino reales», afirma Shuchi Talati, directora ejecutiva de la Alianza por un debate justo sobre la geoingeniería solar, una organización sin ánimo de lucro que busca garantizar la inclusión de los países en desarrollo en el debate global sobre estas intervenciones climáticas. “Ahora, estamos en una era más peligrosa”.
Muchos científicos que estudian la geoingeniería solar sostienen que las universidades, los gobiernos y las organizaciones transparentes deberían liderar el trabajo en este campo, dadas las posibles consecuencias y la profunda preocupación pública ante una herramienta capaz de alterar el clima del planeta.
Es crucial realizar la investigación con supervisión adecuada, explorar los riesgos y publicar los resultados de forma abierta “para garantizar que no haya sesgos en las conclusiones ni intereses ocultos que empujen hacia el despliegue o lo frenen”, señala MacMartin. “No debería imponerse a la gente sin información suficiente y adecuada”.
Criticó, por ejemplo, las afirmaciones de la empresa sobre lo que describió como su “partícula mágica de aerosol”, cuestionando que se pueda confiar en que sea completamente segura e inerte sin estudios publicados. Otros científicos también han puesto en duda esas afirmaciones. esas afirmaciones.
Numerosos académicos sostienen que la geoingeniería solar no debería investigarse en absoluto, temiendo que el simple hecho de estudiarla abra la puerta a su uso y reduzca la presión para recortar las emisiones de gases de efecto invernadero. En 2022, cientos de ellos firmaron una carta abierta pidiendo la prohibición global del desarrollo y uso de esta tecnología, alegando que no existe forma concebible de que las naciones del mundo se coordinen para establecer normas o tomar decisiones colectivas que garanticen un uso “justo, inclusivo y eficaz”.
“La geoingeniería solar no es necesaria”, escribieron los autores. “Tampoco es deseable, ética ni políticamente gobernable en el contexto actual”.
La apuesta empresarial
Stardust sostiene que es crucial explorar la geoingeniería solar porque los riesgos del cambio climático avanzan más rápido que la capacidad del mundo para responder, lo que exige una nueva “clase de solución que nos compre tiempo y nos proteja del sobrecalentamiento”.
Yanai Yedvab explica que él y sus colegas reflexionaron mucho sobre la estructura adecuada para la organización, concluyendo que las empresas con ánimo de lucro que trabajan en paralelo con la investigación académica han impulsado “la mayoría de las tecnologías revolucionarias” en las últimas décadas. Cita avances en secuenciación genómica, exploración espacial, desarrollo farmacéutico e incluso la restauración de la capa de ozono.
Añade que el modelo empresarial también era necesario para captar fondos y atraer el talento requerido.
“Hoy en día no hay manera de recaudar ni una pequeña parte de esta cantidad mediante recursos filantrópicos o subvenciones«, afirma.
Según Yedvab, aunque los académicos han realizado mucha ciencia básica sobre geoingeniería solar, han hecho muy poco para construir capacidades tecnológicas. Además, su investigación se centra sobre todo en el uso potencial del dióxido de azufre, conocido por reducir las temperaturas globales tras erupciones volcánicas que lo expulsan masivamente a la estratosfera. Pero sus inconvenientes están bien documentados, incluido el daño a la capa de ozono.
«Parece lógico que necesitemos mejores opciones, y por eso creamos Stardust: para desarrollar una solución segura, práctica y responsable«, señaló la empresa en un correo posterior. «Al final, los responsables políticos tendrán que evaluar y comparar estas opciones, y confiamos en que la nuestra será superior al ácido sulfúrico, principalmente en términos de seguridad y viabilidad”.
La confianza pública, añade Yedvab, no se logra excluyendo a las empresas privadas, sino estableciendo regulaciones y organismos que supervisen este ámbito, como hace la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE UU con los fármacos.
“Este campo no avanzará si no existe un marco de gobernanza, validación externa y regulación clara”, afirma.
Mientras tanto, la compañía promete operar con transparencia y publicar sus hallazgos, sean favorables o no.
Eso incluirá revelar por fin detalles sobre las partículas que ha desarrollado. A comienzos del próximo año, Stardust y sus colaboradores empezarán a difundir datos y pruebas “que respalden todas las afirmaciones y revelen toda la información”, asegura Yedvab, “para que la comunidad científica pueda comprobar si cumplimos todos los requisitos”.
En ese mismo correo, la empresa admitió que la geoingeniería solar no es una “bala de plata”, pero la calificó como “la única herramienta que nos permitirá enfriar el planeta a corto plazo, como parte de un arsenal más amplio de tecnologías”.
“La única manera de que los gobiernos puedan considerar [la geoingeniería solar] es que se haya hecho el trabajo de investigar, reducir riesgos y diseñar soluciones seguras y responsables, que es lo que vemos como nuestro papel”, añadió la compañía. “Esperamos que la investigación continúe no solo por nuestra parte, sino también desde instituciones académicas, organizaciones sin ánimo de lucro y otras empresas responsables que puedan surgir en el futuro”.
Proyecciones ambiciosas
En su presentación inicial, Stardust afirmaba que esperaba realizar sus primeros “experimentos estratosféricos” el año pasado, aunque no llegaron a concretarse. En otra diapositiva, la empresa proyectaba una “demostración a gran escala” hacia 2030 y un “despliegue global completo” alrededor de 2035. Calculaba ingresos anuales de unos 200 millones de dólares y 1.500 millones en esos periodos, respectivamente.
Todos los investigadores consultados para este reportaje insisten en que un despliegue no debería producirse tan rápido.
Dada la magnitud y la imprevisibilidad de los impactos de la geoingeniería solar, cualquier decisión sobre su uso debería alcanzarse mediante un acuerdo global inclusivo, no por decisiones unilaterales de países individuales, advierte Shuchi Talati.
«No tendremos ningún tipo de acuerdo internacional para entonces, viendo dónde estamos ahora”, afirma.
Un pacto global, aclara, va mucho más allá de crear normas y organismos de supervisión, y algunos creen que un acuerdo sobre una tecnología tan divisiva nunca se logrará.
Además, aún queda una enorme cantidad de investigación por hacer para comprender mejor los efectos negativos de la geoingeniería solar en general y los impactos ecológicos de los materiales de Stardust en particular, añade Holly Buck, profesora asociada en la Universidad de Buffalo y autora de After Geoengineering.
“Es irresponsable hablar de inyección estratosférica de aerosoles sin una investigación fundamental sobre sus impactos”, escribió Buck en un correo.
También considera que los plazos son “irreales”, dado el profundo rechazo público hacia esta tecnología. Sus estudios de opinión revelan que una parte significativa de la población de EE UU se opone incluso a la investigación (aunque los sondeos varían mucho).
Mientras tanto, la mayoría de los intentos académicos de avanzar con experimentos al aire libre, incluso a pequeña escala, han desatado una fuerte reacción. Entre ellos, el esfuerzo de años de investigadores de Harvard para probar equipos básicos en su proyecto ScopeX. El globo de gran altitud iba a lanzarse desde un centro de vuelos en Suecia, pero la prueba se canceló finalmente por las objeciones de grupos ecologistas e indígenas.
Partiendo de esta base de desconfianza pública, las propuestas con ánimo de lucro de Stardust solo amenazan con avivar aún más los temores sociales, advierte Holly Buck.
“Me parece una propuesta increíblemente ingenua desde el punto de vista social”, afirma. “Necesitamos investigación seria en este campo, pero iniciativas como esta reducen las posibilidades de que eso ocurra”.
Esos temores, que atraviesan todo el espectro político, también implican que los dirigentes verán pocas ventajas (o ninguna) en pagar a Stardust para avanzar, señala Douglas MacMartin.
“Si no existe una base social que respalde la investigación, me parece poco plausible que alguien dé dinero a una empresa israelí para desplegarla», afirma.
A ello se suma otro riesgo: si un país o una pequeña coalición decide seguir adelante sin un acuerdo más amplio, podría desatar conflictos geopolíticos.
“¿Qué pasa si Rusia quiere que la temperatura suba un par de grados y la India que baje otros dos?”, planteaba Alan Robock, profesor en la Universidad Rutgers, en Bulletin of the Atomic Scientists en 2008. “¿Debería restablecerse el clima global a la temperatura preindustrial o mantenerse en los niveles actuales? ¿Sería posible ajustar el clima de cada región sin afectar a las demás? Si avanzamos con la geoingeniería, ¿provocaremos guerras climáticas en el futuro?”.
Planes revisados
Yedvab asegura que la presentación inicial reflejaba la estrategia de Stardust en una fase “muy temprana” y que su planteamiento “ha evolucionado”, en parte tras consultas con expertos del sector.
Afirma que la empresa tendrá la capacidad tecnológica para realizar demostraciones y despliegues en los plazos previstos, pero añade: “Eso es una condición necesaria, no suficiente”.
“Los gobiernos tendrán que decidir hasta dónde quieren llegar, si es que quieren llegar”, señala. “Puede que digan «Queremos avanzar». Puede que digan «Queremos esperar unos años»”.
“Son ellos quienes deben tomar esas decisiones”, insiste.
Yedvab reconoce que la compañía ha realizado vuelos en la atmósfera baja para probar su sistema de monitorización, utilizando humo blanco como simulador de sus partículas, tal como informó The Wall Street Journal el año pasado. También ha hecho pruebas en interiores del sistema de dispersión y de las partículas en un túnel de viento instalado en sus instalaciones.
Pero, ante críticas como las anteriores, asegura que la empresa no ha realizado experimentos al aire libre con partículas y que no lo hará sin la aprobación de los gobiernos.
“En algún momento será necesario hacer pruebas al aire libre”, afirma. “No hay manera de validar una solución sin pruebas al aire libre”. Pero subraya que esas pruebas para reflejar la luz solar “deben hacerse únicamente en colaboración con los gobiernos y bajo su supervisión”.
Presión por resultados
Stardust puede estar dispuesta a esperar a que los gobiernos decidan desplegar su sistema, pero no hay garantía de que sus inversores tengan la misma paciencia. Al aceptar decenas de millones en capital riesgo, la empresa podría enfrentarse a presiones financieras que “aceleren los plazos”, advierte Gernot Wagner, economista climático en la Universidad de Columbia.
Y eso plantea otro conjunto de preocupaciones.
Obligada a ofrecer retornos, la compañía podría sentirse impulsada a convencer a los líderes políticos para que paguen por sus servicios, señala Talati.
“El objetivo de tener empresas e inversores es que tu propuesta se utilice”, afirma. “Existe un enorme incentivo para presionar a los países a usarla, y ahí radica el peligro de que haya compañías con ánimo de lucro en este ámbito”.
Talati sostiene que esos incentivos financieros amenazan con acelerar el uso de la geoingeniería solar antes de que existan acuerdos internacionales amplios y con situar los intereses empresariales por encima del bien común.
Según Politico, Stardust ha “comenzado discretamente a hacer lobby en el Capitolio de EE UU” y ha contratado al bufete Holland & Knight.
También ha trabajado con Red Duke Strategies, una consultora con sede en McLean (Virginia), para desarrollar “relaciones estratégicas y comunicaciones que fomenten la comprensión y permitan pruebas científicas”, según un estudio de caso publicado en su web.
“La empresa necesitaba asegurarse tanto la aceptación como el apoyo del Gobierno de Estados Unidos y de otros actores influyentes para avanzar”, afirma Red Duke. “Este esfuerzo exigía un socio bien conectado y con autoridad que pudiera presentar a Stardust ante un grupo de expertos capaces de investigar, validar, desplegar y regular su tecnología SRM”.
Red Duke no respondió a la consulta de MIT Technology Review. Stardust asegura que su colaboración con la consultora no fue un esfuerzo de lobby gubernamental.
Yedvab admite que la compañía mantiene reuniones con líderes gubernamentales en EE UU, Europa, su región y el Sur Global. Pero insiste en que no está pidiendo financiación ni autorizaciones para despliegues en esta fase. Su objetivo, dice, es convencer a los países de que empiecen a elaborar políticas para regular la geoingeniería solar.
“Cuando hablamos con los responsables políticos (y hablamos con ellos; no lo ocultamos), básicamente les decimos: «Escuchen, hay una solución»”, afirma. “«No está a décadas de distancia: está a unos pocos años. Y es su papel, como responsables políticos, establecer las reglas de este campo»”.
“Cualquier solución necesita controles y equilibrios”, concluye. “Así es como vemos esos controles y equilibrios”.
Yedvab admite que el escenario ideal continúa siendo un despliegue acelerado de tecnologías de energía limpia que reduzca las emisiones y frene el cambio climático.
“Estamos perfectamente conformes con desarrollar una opción que quede en la estantería”, afirma. “Nos dedicaremos a otra cosa. Tenemos un gran equipo y estamos seguros de que podemos encontrar otros problemas en los que trabajar”.
Según Yedvab, los inversores de la compañía son conscientes de esa posibilidad y la aceptan, respaldan los principios que guían el trabajo de Stardust y están dispuestos a esperar la llegada de regulaciones y contratos gubernamentales.
Lowercarbon Capital no respondió a la consulta de MIT Technology Review.
Un ‘sentimiento de esperanza’
Otros han imaginado el escenario alternativo que plantea Yedvab: que los países respalden cada vez más la geoingeniería ante el aumento de las catástrofes climáticas.
En la novela de Kim Stanley Robinson publicada en 2020, The Ministry for the Future, India avanza unilateralmente con la geoingeniería solar tras una ola de calor que mata a millones de personas.
Gernot Wagner esbozó una variación de ese escenario en su libro de 2021, Geoengineering: The Gamble, donde especula que una pequeña coalición de naciones podría poner en marcha un programa rápido de investigación y despliegue como respuesta de emergencia a crisis humanitarias crecientes. En su versión, Filipinas se ofrece como base de lanzamiento tras una serie de superciclones que arrasan el país y obligan a millones a abandonar sus hogares.
Hoy es imposible saber cómo reaccionará el mundo si un país (o unos pocos) actúan por su cuenta, o si las naciones lograrán acordar cuál debe ser la temperatura global.
Pero el atractivo de la geoingeniería solar podría volverse cada vez más seductor a medida que más países sufran hambre masiva, desplazamientos y muertes.
“Entendemos que probablemente no será perfecto”, reconoce Yedvab. “Somos conscientes de todos los obstáculos, pero existe este sentimiento de esperanza, o esperanza cautelosa, de que tenemos una salida a este oscuro corredor en el que estamos”.
“Creo que ese sentimiento de esperanza nos da mucha energía para seguir adelante”, añade.





