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A finales de octubre, una empresa estadounidense-israelí que asegura haber desarrollado tecnología propia para enfriar el planeta anunció que había recaudado 60 millones de dólares (más de 51 millones de euros), la mayor ronda conocida de capital riesgo hasta la fecha para una startup dedicada a la geoingeniería solar. 

La compañía, Stardust, afirma que la financiación le permitirá desarrollar un sistema que podría desplegarse a comienzos de la próxima década, según informó Heatmap, el medio que adelantó la noticia.  

Como científicos que llevamos décadas estudiando la geoingeniería solar, nos preocupa cada vez más el auge de iniciativas privadas que buscan crear y comercializar tecnologías capaces de alterar el clima del planeta. También cuestionamos con firmeza algunas afirmaciones técnicas que ciertas empresas han hecho sobre sus propuestas. 

Dada la magnitud de estas herramientas, la inquietud pública que generan y la necesidad de usarlas con responsabilidad, sostenemos que deben investigarse, evaluarse y desarrollarse principalmente mediante proyectos científicos y de ingeniería coordinados de forma pública y con financiación transparente. Además, cualquier decisión sobre si deben utilizarse (y cómo) debería tomarse en el marco de discusiones multilaterales entre gobiernos, basadas en la mejor evidencia disponible sobre los beneficios y riesgos de estas intervenciones, no en los intereses económicos de compañías o inversores. 

La idea básica detrás de la geoingeniería solar, o lo que ahora preferimos llamar sunlight reflection methods (SRM), consiste en que los humanos podrían reducir el cambio climático haciendo que la Tierra sea un poco más reflectante, compensando parcialmente el calentamiento provocado por la acumulación de gases de efecto invernadero. 

Existen pruebas sólidas, basadas en años de modelos climáticos y análisis de investigadores de todo el mundo, de que el SRM, aunque no sea perfecto, podría reducir de forma significativa y rápida los efectos del cambio climático y evitar riesgos importantes. En particular, podría aliviar el impacto en países cálidos que luchan por adaptarse. 

Los objetivos de investigar el SRM son diversos: identificar riesgos y encontrar métodos más eficaces. Pero la investigación solo será útil si genera confianza, y la confianza depende de la transparencia. Eso implica que los investigadores deben estar dispuestos a examinar ventajas y desventajas, comprometidos a seguir la evidencia y guiados por la idea de que la ciencia debe servir al interés público, no quedar encerrada como propiedad intelectual. 

En los últimos años han surgido varias startups con ánimo de lucro que intentan desarrollar tecnologías SRM o incluso comercializar servicios relacionados. Entre ellas esMake Sunsets, que vende “créditos de enfriamiento” por liberar dióxido de azufre en la estratosfera. Otra empresa, Sunscreen (aún no anunciada) planea usar aerosoles en la atmósfera baja para enfriar áreas pequeñas, supuestamente para ayudar a agricultores o ciudades a enfrentar olas de calor. 

Nuestra impresión es que quienes trabajan en estas compañías comparten la preocupación por el cambio climático que nos mueve en nuestra investigación. Coincidimos en que se necesita más investigación e innovación. Sin embargo, no creemos que las startups (que por definición deben generar beneficios para sobrevivir) puedan desempeñar un papel productivo en el avance científico del SRM. 

Muchas personas ya desconfían de la idea de manipular la atmósfera (a cualquier escala) para frenar el cambio climático, temiendo efectos secundarios negativos, impactos desiguales en distintas regiones o que la expectativa de soluciones tecnológicas reduzca la presión para abordar las causas del problema. 

Sumar intereses empresariales, motivaciones de lucro e inversores adinerados solo aumenta la preocupación y complica la labor de científicos e ingenieros responsables que intentan avanzar en el conocimiento. 

La única forma en que estas startups obtendrán ingresos será si alguien paga por sus servicios, lo que alimenta el temor de que las presiones financieras las lleven a presionar a gobiernos u otros actores para usar estas herramientas. Una decisión que debería basarse en un análisis objetivo de riesgos y beneficios quedaría así influida por intereses económicos y conexiones políticas. 

La necesidad de captar fondos o generar ingresos suele empujar a las empresas a exagerar el potencial o la seguridad de sus tecnologías. Es lo que deben hacer para atraer inversores, pero no es la manera de generar confianza pública, especialmente cuando la ciencia no respalda esas afirmaciones.  

Stardust, por ejemplo, asegura en su web que ha desarrollado partículas novedosas que pueden inyectarse en la atmósfera para reflejar más luz solar, afirmando que son “químicamente inertes en la estratosfera y seguras para humanos y ecosistemas”. Según la compañía, “las partículas regresan de forma natural a la superficie terrestre y se reciclan sin riesgo en la biosfera”. 

Pero es absurdo afirmar que se pueden crear partículas inertes en la estratosfera. Incluso los diamantes, extraordinariamente poco reactivos, alterarían la química estratosférica. Gran parte de esa química depende de radicales altamente reactivos que interactúan con cualquier superficie sólida, y además cualquier partícula puede recubrirse de ácido sulfúrico presente en la estratosfera. Eso podría acelerar la pérdida de la capa de ozono al dispersar ese ácido sobre una mayor superficie. 

(Stardust no respondió a la consulta sobre las preocupaciones planteadas en este artículo). 

En los materiales presentados a potenciales inversores, a los que hemos tenido acceso, Stardust afirma que sus partículas “mejoran” el ácido sulfúrico, el material más estudiado para SRM. Pero el objetivo de usar sulfatos en estos estudios nunca fue que fueran perfectos, sino que sus impactos climáticos y ambientales son bien conocidos. El sulfato es común en la Tierra y existe un vasto conocimiento científico sobre el destino y los riesgos del azufre que llega a la estratosfera por erupciones volcánicas u otros medios. 

Si hay una gran lección en la ciencia ambiental del siglo XX, es la importancia crucial de entender el destino final de cualquier material nuevo introducido en el medio ambiente. 

Los clorofluorocarbonos y el pesticida DDT ofrecieron ventajas de seguridad frente a tecnologías competidoras, pero ambos se descompusieron en compuestos que se acumularon en lugares inesperados del medio ambiente, causando daños enormes e imprevistos. 

Los impactos ambientales y climáticos de los aerosoles de sulfato se han estudiado en miles de artículos científicos durante más de un siglo, y ese vasto conocimiento reduce considerablemente la posibilidad de »incógnitas desconocidas». 

Más allá de las afirmaciones grandilocuentes, y especialmente teniendo en cuenta que Stardust no ha revelado nada sobre sus partículas ni sobre su proceso de investigación, sería muy difícil tomar una decisión pragmática y basada en riesgos para iniciar esfuerzos de SRM con estas partículas en lugar de con sulfato. 

No pretendemos afirmar que todas las respuestas estén en la academia. Sería ingenuo no entusiasmarse con la innovación impulsada por el lucro en energía solar, vehículos eléctricos, baterías u otras tecnologías sostenibles. Pero la ecuación para la reflexión solar es distinta. ¿Por qué? 

Porque el papel de la industria privada fue esencial para mejorar la eficiencia, reducir costes y aumentar la cuota de mercado de las renovables y otras formas de cleantech. Cuando el coste importa y los beneficios del producto se pueden evaluar con facilidad, el capitalismo competitivo y con ánimo de lucro puede obrar maravillas. 

Pero el SRM ya es técnicamente viable y barato, con costes de despliegue insignificantes en comparación con los daños climáticos que evita. 

Las preguntas esenciales sobre si usarlo, y cómo, se reducen a cuestiones sociales mucho más espinosas: ¿Cómo equilibramos riesgos y beneficios? ¿Cómo garantizamos un uso equitativo? ¿Cómo tomamos decisiones legítimas sobre SRM en un planeta con divisiones políticas tan profundas? 

La confianza será el ingrediente más importante para tomar estas decisiones. Y la confianza es el único producto que la innovación con ánimo de lucro no fabrica de forma natural. 

En última instancia, solo somos dos investigadores. No podemos obligar a los inversores de estas startups a actuar de otro modo. Nuestra petición es que piensen con cuidado, más allá de la lógica del beneficio inmediato. Si creen que la geoingeniería merece ser explorada, ¿podría ocurrir que su apoyo la haga más difícil, en lugar de más fácil? 

David Keith es profesor de ciencias geofísicas en la Universidad de Chicago y director fundador de la iniciativa Climate Systems Engineering de la misma institución. Daniele Visioni es profesor asistente de ciencias de la Tierra y la atmósfera en la Universidad Cornell y responsable de datos en Reflective, una organización sin ánimo de lucro que desarrolla herramientas y financia investigaciones sobre geoingeniería solar.