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Si no tuviéramos fotos y vídeos, casi no creería las imágenes que han salido de las negociaciones climáticas de la ONU este año. 

Durante las últimas semanas, en Belém (Brasil), los asistentes lidiaron con un calor sofocante y con inundaciones, y en un momento incluso se desató un incendio que retrasó las conversaciones. El simbolismo era casi demasiado evidente. 

Aunque muchos, incluido el presidente de Brasil, presentaron esta conferencia como la cita de la acción, las negociaciones terminaron con un acuerdo descafeinado. El borrador final ni siquiera incluye la expresión “combustibles fósiles”. 

Mientras las emisiones y las temperaturas globales vuelven a alcanzar niveles récord este año, me pregunto: ¿por qué cuesta tanto reconocer formalmente qué está causando el problema?  

Esta es la trigésima vez que los líderes se reúnen en la Conferencia de las Partes, o COP, la cumbre anual de la ONU sobre cambio climático. COP30 marca además el décimo aniversario del encuentro que dio lugar al Acuerdo de París, en el que las potencias mundiales se comprometieron a limitar el calentamiento global “muy por debajo” de los 2 °C respecto a los niveles preindustriales, con el objetivo de no superar los 1,5 °C. (Para mis compatriotas estadounidenses, eso equivale a 3,6 °F y 2,7 °F, respectivamente). 

Antes de que comenzara la conferencia este año, el presidente anfitrión, Luiz Inácio Lula da Silva, la definió como la “COP de la implementación” y pidió a los negociadores centrarse en la acción, concretamente en trazar una hoja de ruta para una transición global que deje atrás los combustibles fósiles. 

La ciencia es clara: quemar combustibles fósiles emite gases de efecto invernadero y alimenta el cambio climático. Los informes señalan que cumplir el objetivo de limitar el calentamiento a 1,5 °C exige detener la exploración y el desarrollo de nuevos yacimientos fósiles. 

El problema es que “combustibles fósiles” parece una palabra maldita en las negociaciones climáticas globales. Hace dos años, las disputas sobre cómo abordar este asunto paralizaron la COP28. (Conviene recordar que aquella conferencia se celebró en Dubái, en Emiratos Árabes Unidos, y que el presidente era literalmente el jefe de la compañía nacional de petróleo). 

El acuerdo en Dubái acabó incluyendo una línea que instaba a los países a avanzar hacia la transición energética y alejarse de los combustibles fósiles. Fue menos de lo que querían muchos defensores, que pedían una llamada explícita a eliminarlos por completo. Pero aun así se consideró una victoria. Como escribí entonces: “El listón está por los suelos”.  

Y este año parece que hemos bajado al sótano. 

En un momento dado, unos 80 países (poco menos de la mitad de los presentes) exigieron un plan concreto para abandonar los combustibles fósiles. 

Pero productores de petróleo como Arabia Saudí insistieron en que no se les señalara. Otros países, incluidos algunos de África y Asia, plantearon un argumento muy válido: las naciones occidentales, como EE UU, han quemado la mayor parte de los combustibles fósiles y se han beneficiado económicamente. Este bloque sostiene que los grandes contaminadores históricos tienen una responsabilidad especial para financiar la transición de los países menos ricos y en desarrollo, en lugar de simplemente prohibirles seguir la misma ruta de crecimiento. 

Por cierto, EE UU no envió una delegación oficial a las conversaciones, por primera vez en 30 años. Pero la ausencia fue elocuente. En una declaración al New York Times que evitaba mencionar la COP, el portavoz de la Casa Blanca, Taylor Rogers, afirmó que el presidente Trump había “marcado un ejemplo sólido para el resto del mundo” al impulsar nuevos desarrollos de combustibles fósiles. 

En resumen: algunos países dependen económicamente de los combustibles fósiles, otros no quieren dejar de depender sin incentivos, y la actual administración estadounidense prefiere seguir utilizándolos antes que cambiar a otras fuentes de energía. 

Todos esos factores ayudan a explicar por qué, en su versión final, el acuerdo de la COP30 no menciona los combustibles fósiles. En su lugar, incluye una vaga línea que insta a tener en cuenta las decisiones tomadas en Dubái y reconoce que “la transición global hacia un desarrollo con bajas emisiones de gases de efecto invernadero y resiliente al clima es irreversible y la tendencia del futuro”. 

Ojalá sea cierto. Pero preocupa que, incluso en el mayor escenario mundial, nombrar aquello de lo que debemos alejarnos y diseñar un plan para hacerlo parezca imposible.