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«El 11 de junio de 2009, la Organización Mundial de la Salud anunció la aparición de una pandemia de gripe de tipo A, causada por un nuevo virus H1N1 de origen animal cuyo primer brote ya se había extendido por todo el mundo.
Los anticuerpos producidos naturalmente por el cuerpo humano no parecían proteger contra este virus, a diferencia de las cepas de la gripe estacional en circulación desde hace décadas. El estado de alarma generalizado desencadenó la urgencia de diseñar y fabricar una vacuna específica para reducir el número de muertes (que en 14 meses ascendió a al menos 18 500) y prevenir nuevas infecciones causadas por la nueva variante de la enfermedad.
Mientras tanto, en México, José Manuel Aguilar, un joven doctor en biología molecular del Instituto Tecnológico de Monterrey, logró, en 3 días, montar uno de los primeros laboratorios para hacer pruebas y diagnosticar a pacientes sospechosos de ser portadores del virus. «Diseñamos un procedimiento que incluía el desarrollo de tecnologías mucho más simples y asequibles para la amplificación molecular y la detección de ARN de este virus que las que se necesitaban anteriormente», afirma Aguilar. Sus tecnologías fueron patentadas y concedidas al Ministerio de Salud de México, lo que permitió a cualquier laboratorio con equipo convencional detectar el progreso de la enfermedad.
Además de agilizar los diagnósticos, Aguilar estaba decidido a mejorar la capacidad de producción de vacunas para combatir la nueva gripe. El virus pandémico había cogido por sorpresa a las empresas farmacéuticas inmersas en la producción de vacunas contra la gripe estacional (que causa entre 250 000 y 500 000 muertes cada año en el mundo), y las autoridades sanitarias advirtieron que detener esta producción para centrarse en la nueva amenaza supondría exponer a la población del hemisferio norte a un riesgo mayor que el que representaba el nuevo virus. En esta situación, la OMS estimó que las primeras dosis para inmunizar a la población tardarían de cuatro a seis meses en estar listas.
Para Aguilar, este período de tiempo derivado de la capacidad limitada del sistema para hacer frente a un aumento de la demanda, amenazaba el suministro de la nueva vacuna, particularmente en países sin capacidad de fabricación. Ante este problema, el joven investigador propuso el desarrollo de una vacuna recombinante en la que, en lugar de utilizar el virus real (que debe incubarse en embriones de pollo), solo se utilizará su información genética para producir, en un sistema bacteriano, la proteína necesaria para la vacuna. «De esta manera, se requiere menos control de bioseguridad, es posible generar mayores cantidades de proteína en caso de una pandemia, con un costo menor y en menos tiempo», dice Aguilar.