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Los rivales están aumentando para desafiar el dominio de SpaceX

Tanto startups como empresas aeroespaciales tradicionales buscan quedarse con una parte del negocio de lanzamientos. 

SpaceX se ha consolidado como una potencia en el sector de los lanzamientos espaciales. En solo dos décadas, ha desplazado a gigantes históricos como Boeing, Lockheed Martin y Northrop Grumman, hasta alcanzar una posición casi monopolística en Estados Unidos. Según un análisis de SpaceNews, en 2024 fue responsable del 87 % de los lanzamientos orbitales de EE UU. Desde mediados de la década de 2010, domina los contratos de la NASA y colabora estrechamente con el Pentágono. También es la empresa favorita para lanzamientos comerciales: ha puesto en órbita numerosos satélites y realizado cinco misiones espaciales privadas con tripulación, y prevé más para el futuro. 

Durante años, otras compañías del sector han intentado competir, pero desarrollar cohetes fiables requiere tiempo, constancia y grandes inversiones. Ahora, algunas de ellas empiezan a alcanzar a SpaceX. 

Varias empresas han desarrollado cohetes que compiten con los principales vehículos de lanzamiento de SpaceX. Entre ellas se destaca Rocket Lab, que pretende usar su cohete Neutron, cuyo primer lanzamiento será a finales de 2025, para competir con el Falcon 9. También está Blue Origin, la compañía de Jeff Bezos que recientemente ha concluido la primera misión de un cohete diseñado para rivalizar con el Starship de SpaceX. 

Algunos de estos competidores están dando sus primeros pasos y pueden enfrentarse a obstáculos adicionales, ya que Elon Musk mantiene una relación cercana con la administración Trump y cuenta con aliados en organismos reguladores clave. 

Si todo sale bien, estos nuevos actores pueden facilitar el acceso al espacio y evitar cuellos de botella si una empresa sufre algún contratiempo. «Más empresas en el mercado favorecen la competencia«, afirma Chris Combs, ingeniero aeroespacial de la Universidad de Texas en San Antonio (Texas, EE UU). «Por ahora, será difícil competir con SpaceX en cuanto a precios». Sin embargo, añade que estos rivales podrían empujar a la propia SpaceX a mejorar y ampliar la oferta de servicios espaciales. 

Una ventaja difícil de igualar 

Varios factores han permitido a SpaceX consolidar su posición en la industria aeroespacial. En sus inicios, a principios de los 2000, sufrió tres fracasos consecutivos y parecía estar condenada al cierre, pero logró mantenerse gracias a la financiación de Musk y posteriormente a contratos con la NASA y el Departamento de Defensa. Ha sido uno de los principales beneficiarios del programa espacial comercial de la NASA, desarrollado en la década de 2010 con el objetivo de apoyar la industria. 

«Recibieron contratos públicos desde el principio», explica Victoria Samson, experta en políticas espaciales de la Fundación Secure World en Colorado. «No diría que fue un regalo, pero SpaceX no existiría sin esa enorme cantidad de contratos gubernamentales. Hoy en día, sigue dependiendo del sector público, aunque también tiene clientes comerciales». 

Otro factor clave ha sido su alto nivel de integración vertical. La empresa diseña, fabrica y prueba prácticamente todos sus componentes en sus propias instalaciones, con poca dependencia de proveedores externos. Esto no solo le otorga control sobre su tecnología, sino que reduce costes de forma significativa. Y el precio es un factor decisivo para conseguir contratos de lanzamiento. 

Además, SpaceX ha asumido riesgos que otras compañías del sector no se han atrevido a correr. «Durante mucho tiempo, la industria consideró que los vuelos espaciales debían ser extremadamente precisos, sin margen para experimentar», señala Combs. «SpaceX se arriesgó y aceptó fallos. Eso es más fácil cuando se cuenta con el respaldo de un multimillonario». 

El auge de nuevos clientes interesados en servicios de lanzamiento, junto a la entrada de inversores con grandes recursos, ha permitido que surjan nuevos competidores, tanto en EE UU como en el extranjero. 

Algunas de estas empresas están apuntando al Falcon 9 de SpaceX, que puede transportar hasta unos 20.000 kilogramos a órbita y se utiliza para enviar varios satélites o la cápsula tripulada Dragon al espacio. «Actualmente, hay un monopolio práctico en el mercado de lanzamientos de carga media, con realmente solo un vehículo operativo», dice Murielle Baker, portavoz de Rocket Lab, una empresa de EE UU y Nueva Zelanda. 

Rocket Lab planea competir con el Falcon 9 gracias al cohete Neutron, cuyo primer vuelo está previsto para este año desde el centro Wallops de la NASA en Virginia. El proyecto se basa en el éxito de su cohete más pequeño, Electron. Además, la primera etapa del Neutron será reutilizable, ya que podrá regresar al océano con paracaídas. 

Otro competidor es Firefly, con sede en Texas, que ha desarrollado el cohete Alpha, que puede lanzarse desde diferentes bases para alcanzar distintas órbitas. Firefly ya ha firmado contratos con la NASA y la Fuerza Espacial de EE UU, y prevé más lanzamientos este año. El pasado 2 de marzo se convirtió en la segunda empresa privada en lograr un alunizaje exitoso. 

Relativity Space espera lanzar el año que viene su primer cohete Terran R, parcialmente fabricado con impresoras 3D y, por otro lado, Stoke Space —respaldada por Bill Gates— pretende poner en órbita su cohete reutilizable Nova en 2025 o, más probablemente, en 2026. 

También están apareciendo rivales para el Falcon Heavy de SpaceX, lo que abre nuevas posibilidades para lanzar cargas muy pesadas a órbitas más lejanas e incluso al espacio profundo. El que va más avanzado es el cohete Vulcan Centaur, desarrollado por United Launch Alliance, una empresa conjunta entre Boeing y Lockheed Martin. Se espera que realice su tercer y cuarto lanzamiento en los próximos meses, llevando satélites de la Fuerza Espacial al espacio. 

Este cohete utiliza motores fabricados por Blue Origin y es un poco más ancho y corto que los Falcon. Aunque todavía no se puede reutilizar, cuesta menos que los modelos anteriores de la compañía, el Atlas V y el Delta IV, que ya están siendo retirados. 

Mark Peller, vicepresidente senior de ULA, asegura que el Vulcan ofrece dos grandes ventajas: «El coste por kilo en órbita y su versatilidad. Fue diseñado para alcanzar distintas órbitas». Más de 80 misiones ya están programadas. Su quinto vuelo, previsto para mayo, transportará el esperado Dream Chaser de Sierra Space, una nave espacial que puede llevar carga —y potencialmente tripulación— a la Estación Espacial Internacional. ULA también planea lanzar próximamente varios satélites del proyecto Kuiper de Amazon, que compite con Starlink. 

Mientras tanto, Blue Origin ha logrado finalmente un vehículo orbital de gran capacidad: el New Glenn. Este cohete, lanzado por primera vez en enero, es apenas más corto que el Starship de SpaceX o el SLS de la NASA, y podría usarse para misiones de seguridad nacional. 

Europa también empieza a recuperar terreno. Tras varios retrasos, el Ariane 6 —un cohete pesado desarrollado por Arianespace, filial de Airbus— despegó por primera vez el año pasado, poniendo fin a la dependencia temporal de la ESA respecto a SpaceX. Otras empresas del continente, con apoyo de la Agencia Espacial Europea, trabajan para ampliar la capacidad europea de lanzamiento de cohetes.  

China tampoco se queda atrás. «Tienen al menos siete empresas de lanzamientos espaciales que compiten para desarrollar sistemas eficaces de puesta en órbita», explica Kari Bingen, directora del Proyecto de Seguridad Aeroespacial del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales. «Están avanzando rápido, tienen capital detrás de ellos y, una vez que tengan éxito, definitivamente serán competidores en el mercado global, probablemente ofreciendo precios más bajos que las empresas de lanzamientos de EE UU y Europa» 

Entre los nuevos cohetes chinos que están ganando terreno se encuentran el Tianlong-3 reutilizable de Space Pioneer y el Yueqian de Cosmoleap. Este último planea incorporar un sistema de recuperación del primer tramo bastante curioso: una especie de «pinza» que lo atrapa con los brazos mecánicos de la torre de lanzamiento, una idea similar a la que SpaceX está probando con su nave Starship. 

Errores, política y futuro incierto 

Antes de competir realmente con SpaceX, estos nuevos actores deben superar fallos, demostrar que sus naves son fiables y ofrecer servicios asequibles. 

No será sencillo. Por ejemplo, el cohete Starliner de Boeing logró llevar astronautas a la EEI en junio de 2024, pero un fallo en los propulsores dejó a la tripulación atrapada durante nueve meses. New Glenn también tuvo problemas: alcanzó la órbita, pero su primera etapa no logró aterrizar y en la etapa superior quedó en órbita sin control. 

SpaceX fue otra empresa que ha tenido fallos recientes. La Administración Federal de Aviación (FAA) suspendió varios vuelos del Falcon 9 en la segunda mitad de 2024 debido a problemas técnicos. Aun así, la empresa batió récords, con más de 130 lanzamientos. En 2025 ha mantenido ese ritmo, a pesar de nuevos retrasos y fallos en sus sistemas. En marzo, realizó su octava prueba del Starship, solo dos meses después de la anterior, pero ambas fallaron pocos minutos tras el despegue, generando una lluvia de escombros. 

Además de los retos técnicos, las empresas enfrentan dificultades financieras. Boeing analiza vender parte de su división espacial tras los problemas con el Starliner y el 737 Max. Virgin Orbit, filial de Virgin Galactic, cerró en 2023. 

También hay obstáculos políticos. Aunque Musk no dirige las operaciones diarias de SpaceX, mantiene vínculos estrechos con DOGE, una iniciativa de la administración Trump que influye sobre la NASA, el Pentágono y organismos reguladores. Jared Isaacman, el millonario que financió la misión Inspiration4, volvió al espacio en septiembre con Polaris Dawn (también de SpaceX) y podría convertirse en el nuevo jefe de la NASA si Trump gana las elecciones, lo que le permitiría favorecer contratos con la empresa. 

En febrero, se informó que Starlink podría recibir un contrato multimillonario de la FAA que antes era de Verizon. También existe preocupación por la débil supervisión ambiental y de seguridad sobre las operaciones de SpaceX en Texas y Florida. La FAA, la FCC y la Agencia de Protección Ambiental no parecen ejercer suficiente control. Incluso se han detectado conflictos de interés en la FAA. La administración Trump ha intentado reducir la capacidad de actuación de la Junta Nacional de Relaciones Laborales. SpaceX, de hecho, trató de bloquear al organismo después de que nueve empleados la denunciaran por prácticas laborales injustas. 

La compañía no respondió a las preguntas de MIT Technology Review para este reportaje. 

«Creo que habrá presión para suavizar las regulaciones, como los estudios de impacto ambiental», advierte Samson. «Antes pensaba que Musk mantendría separados sus intereses, pero ahora cuesta distinguir dónde termina él y empieza el Gobierno de EE UU.» 

Aun con ese panorama, la competencia comercial crecerá durante 2025. Pero, como señala Bingen, SpaceX lleva una gran ventaja: «Va a costar mucho para que estas empresas realmente compitan y, quizá, logren quitarle el puesto a SpaceX, teniendo en cuenta el poder que tiene.» 

Ramin Skibba es astrofísico de formación y ahora trabaja como escritor de ciencia y periodista freelance, desde el Área de la Bahía (California, EE UU).