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Por qué las promesas climáticas de AI se suenan mucho como compensaciones de carbono

Un nuevo informe sugiere que la inteligencia artificial podría reducir las emisiones de carbono en el futuro, pero lo que el mundo necesita es que la industria mantenga bajo control su contaminación climática ahora. 

La Agencia Internacional de la Energía (AIE) señala en un informe reciente que la IA podría llegar a disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero, posiblemente mucho más de lo que aumentan debido al auge de los centros de datos que consumen grandes cantidades de energía. 

Este hallazgo coincide con el argumento que algunas figuras destacadas del sector han esgrimido para justificar, aunque sea de forma implícita, la creciente demanda eléctrica de los nuevos centros de datos en todo el mundo. De hecho, en un ensayo del año pasado, el CEO de OpenAI, Sam Altman, escribió que la IA ofrecerá «triunfos asombrosos», como «arreglar el clima», además de proporcionar al mundo «una inteligencia casi ilimitada y energía abundante». 

Existen motivos razonables para pensar que las herramientas de IA podrían contribuir a reducir las emisiones, como subraya el informe de la AIE. Sin embargo, lo que sí sabemos con certeza es que, hoy en día, están aumentando la demanda energética y las emisiones, sobre todo en las zonas donde se concentran los centros de datos. 

Hasta ahora, estas instalaciones, que suelen funcionar las 24 horas, se alimentan en gran medida de turbinas de gas natural, que generan grandes emisiones. La demanda eléctrica crece tan deprisa que ya hay desarrolladores proponiendo construir nuevas plantas de gas e incluso reactivar centrales de carbón en desuso para abastecer a esta industria en auge. 

También sabemos que existen formas más limpias y sostenibles de alimentar estos centros: plantas geotérmicas, reactores nucleares, energía hidroeléctrica, eólica o solar, acompañadas de una capacidad considerable de almacenamiento en baterías. El problema es que estas alternativas pueden ser más costosas o tardar más en entrar en funcionamiento. 

Resulta familiar el argumento de que hoy está bien construir centros de datos alimentados por combustibles fósiles porque, más adelante, las herramientas de IA ayudarán a reducir las emisiones. Recuerda a la promesa de las compensaciones de carbono: una empresa puede seguir contaminando en su sede o fábricas mientras financia, por ejemplo, la plantación de árboles que absorban una cantidad similar de dióxido de carbono. 

Lamentablemente, ya hemos visto en muchas ocasiones que estos programas tienden a exagerar sus beneficios climáticos y apenas alteran el equilibrio de lo que entra y sale de la atmósfera. 

En el caso de lo que podríamos llamar «compensaciones con IA», el riesgo de sobrevalorar sus beneficios es incluso mayor, porque los resultados prometidos podrían no llegar hasta dentro de muchos años. Además, no existe ningún mecanismo de mercado ni regulación que exija a la industria rendir cuentas si, al final, construye grandes centros de datos que aumentan las emisiones sin cumplir con sus promesas climáticas. 

El informe de la AIE menciona casos en los que ya se está utilizando la IA para limitar emisiones: detectar fugas de metano en infraestructuras de petróleo y gas, hacer más eficientes plantas eléctricas e instalaciones industriales, o reducir el consumo energético de los edificios. 

La IA también ha mostrado cierto potencial en la investigación de materiales, acelerando el desarrollo de nuevos electrolitos para baterías. Algunos expertos confían en que pueda impulsar avances en materiales solares, energía nuclear u otras tecnologías limpias, y mejorar la ciencia del clima, la predicción de fenómenos extremos y la respuesta ante desastres, como indican otros estudios. 

Incluso sin grandes descubrimientos, la AIE estima que una adopción generalizada de aplicaciones de IA podría reducir las emisiones en 1.400 millones de toneladas para 2035. Esa reducción, (si se concreta), sería hasta tres veces mayor que las emisiones que generarán los centros de datos en ese año, según el escenario más optimista del informe. 

Sin embargo, ese «si» es enorme. Requiere confiar en avances tecnológicos, despliegues masivos y cambios de prácticas en los próximos diez años. Y hay una gran diferencia entre cómo podría usarse la IA y cómo se usará realmente, algo que dependerá, sobre todo, de los incentivos económicos y regulatorios. 

Con una administración como la de Trump, es difícil creer que, al menos en Estados Unidos, las empresas vayan a sentir presión gubernamental para usar estas herramientas con el fin de reducir emisiones. Sin políticas que lo incentiven o lo exijan, es incluso más probable que la industria del petróleo y el gas utilice la IA para descubrir nuevos yacimientos que para localizar fugas de metano. 

Para aclararlo: las cifras de la AIE son un escenario, no una predicción. Los autores admiten abiertamente que existe una gran incertidumbre sobre este asunto, y afirman: «Es fundamental señalar que actualmente no existe una dinámica que garantice la adopción generalizada de estas aplicaciones de IA. Por tanto, su impacto agregado, incluso en 2035, podría ser marginal si no se crean las condiciones necesarias». 

En otras palabras, no podemos contar con que la IA reduzca más emisiones de las que provoca, al menos no en los plazos que exige la crisis climática. 

Recordemos que ya estamos en 2025. Las emisiones siguen aumentando y el planeta está peligrosamente cerca de superar el umbral de los 1,5 ºC de calentamiento. Los riesgos de olas de calor, sequías, subidas del nivel del mar e incendios forestales crecen sin freno. 

Nos estamos acercando a mitad de siglo, y solo faltan 25 años para el momento en que, según los modelos climáticos, todas las industrias de todos los países deberían estar cerca de emitir cero para evitar que el calentamiento global supere los 2 ºC respecto a los niveles preindustriales. Y sin embargo, cualquier planta de gas natural que se construya hoy —ya sea para centros de datos o para lo que sea— podría seguir funcionando dentro de 40 años. 

El dióxido de carbono permanece en la atmósfera durante cientos de años. Así que, incluso si la industria de la IA llegase a reducir más emisiones de las que genera en un año determinado, esas reducciones futuras no compensarán las emisiones que se liberen en el proceso, ni el calentamiento que provoquen. 

Este es un sacrificio que no necesitamos hacer si las empresas de IA, las eléctricas y los reguladores toman decisiones más responsables sobre cómo alimentar los centros de datos que ya están construyendo y utilizando. 

Algunas compañías tecnológicas y energéticas están dando pasos en esa dirección: promueven el desarrollo de plantas solares cerca de sus instalaciones, ayudan a reactivar reactores nucleares o firman contratos para construir nuevas plantas geotérmicas. 

Pero estos esfuerzos deberían convertirse en la norma, no en la excepción. Ya no tenemos margen ni tiempo para seguir aumentando las emisiones con la promesa de que las solucionaremos más adelante.