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El año pasado, un robot humanoide de almacén llamado Digit se puso manos a la obra para manipular cajas de Spanx. Digit puede levantar cajas de hasta 16 kilos entre carros y cintas transportadoras, sustituyendo a sus colegas humanos en algunas de las tareas más pesadas. Trabaja en una zona restringida y definida, separada de los trabajadores humanos por paneles físicos o barreras láser. Digit se mantiene estable sobre sus patas robóticas, que se doblan hacia atrás, pero a veces se cae. Por ejemplo, en una feria celebrada en marzo, parecía estar desplazando cajas hasta que de repente se desplomó, cayendo de bruces sobre el suelo de cemento y dejando caer el contenedor que transportaba. 

El riesgo de que se produzca una avería de este tipo cerca de las personas es bastante aterrador. Nadie quiere que una máquina de 1,8 metros de altura y 65 kilos de peso le caiga encima, o que un brazo robótico choque accidentalmente contra una parte sensible del cuerpo. «La garganta es un buen ejemplo», dice Pras Velagapudi, director de tecnología de Agility Robotics, fabricante de Digit. «Si un robot la golpeara, aunque fuera con una fracción de la fuerza que necesitaría para transportar una bolsa de 15 kilos, podría lesionar gravemente a una persona». 

La estabilidad física, es decir, la capacidad de evitar vuelcos, es el principal problema de seguridad detectado por un grupo que estudia nuevas normas para robots humanoides. El Grupo de Estudio de Humanoides del IEEE sostiene que los humanoides difieren de otros robots, como los brazos industriales o los robots móviles existentes, en aspectos fundamentales y, por tanto, requieren un nuevo conjunto de normas para proteger la seguridad de los operadores, los usuarios finales y el público en general. El grupo ha compartido sus conclusiones iniciales con MIT Technology Review y tiene previsto publicar su informe completo este verano. En él se señalan distintos retos, como los riesgos físicos y psicosociales y cuestiones como la privacidad y la seguridad, que, en su opinión, las organizaciones de normalización deben abordar antes de que los humanoides empiecen a utilizarse en escenarios más colaborativos.     

Aunque los humanoides apenas están dando sus primeros pasos en las aplicaciones industriales, el objetivo final es que operen en proximidad con los humanos; una de las razones para dar forma humana a los robots es que puedan moverse más fácilmente por los entornos que hemos diseñado a nuestro alrededor. Esto significa que tendrán que ser capaces de compartir espacio con las personas, no sólo de permanecer detrás de barreras protectoras. Pero primero tienen que estar seguros. 

Uno de los rasgos distintivos de los humanoides es que son «dinámicamente estables», afirma Aaron Prather, director de la organización de normalización ASTM International y presidente del grupo del IEEE. Esto significa que necesitan energía para mantenerse erguidos; ejercen fuerza a través de sus piernas (u otras extremidades) para mantener el equilibrio. «En la robótica tradicional, si ocurre algo, se pulsa el botoncito rojo, se corta la corriente y se para», explica Prather. «Eso no se puede hacer con un humanoide». Si lo haces, es probable que el robot se caiga, lo que puede suponer un riesgo mayor. 

Frenos más lentos 

¿Cómo sería una función de seguridad que no fuera una parada de emergencia? Agility Robotics está introduciendo algunas funciones nuevas en la última versión de Digit para tratar de resolver el problema del vuelco. En lugar de perder potencia al instante (y probablemente caerse), el robot podría desacelerar más suavemente cuando, por ejemplo, una persona se acerque demasiado. «Básicamente, el robot dispone de un tiempo determinado para intentar ponerse en un estado seguro», explica Velagapudi. Puede que suelte todo lo que lleva y se ponga a cuatro patas antes de apagarse. 

Distintos robots podrían abordar el problema de formas diferentes. «Queremos normalizar el objetivo, no la forma de llegar a él», afirma Federico Vicentini, responsable de seguridad de productos de Boston Dynamics. Vicentini preside un grupo de trabajo de la Organización Internacional de Normalización (ISO) para desarrollar una nueva norma dedicada a la seguridad de los robots industriales que necesitan un control activo para mantener la estabilidad (también participan expertos de Agility Robotics). La idea, dice, es establecer unas expectativas de seguridad claras sin limitar la innovación por parte de los fabricantes de robots y componentes: «Cómo resolver el problema depende del diseñador». 

Sin embargo, intentar establecer normas universales respetando la libertad de diseño puede plantear dificultades. En primer lugar, ¿cómo se define un robot humanoide? ¿Tiene que tener piernas? ¿Brazos? ¿cabeza?  

«Una de nuestras recomendaciones es que quizá deberíamos abandonar el término ‘humanoide'», afirma Prather. Su grupo aboga por un sistema de clasificación de los robots humanoides que tenga en cuenta sus capacidades, comportamiento y usos previstos, más que su aspecto. La norma ISO en la que trabaja Vicentini se refiere a todos los robots móviles industriales «con estabilidad controlada activamente». Esto se aplicaría tanto al cuadrúpedo con aspecto de perro Spot, de Boston Dynamics, como a su humanoide bípedo Atlas, y podría abarcar igualmente a los robots con ruedas u otro tipo de movilidad. 

Cómo hablar robot 

Aparte de los problemas de seguridad física, los humanoides plantean un reto de comunicación. Si van a compartir espacio con la gente, tendrán que reconocer cuándo alguien está a punto de cruzarse en su camino y comunicar sus intenciones de forma que todos puedan entenderlas, igual que los coches utilizan las luces de freno y los intermitentes para mostrar las intenciones del conductor. Digit ya tiene luces que muestran su estado y la dirección en la que se desplaza, dice Velagapudi, pero necesitará mejores indicadores si quiere trabajar de forma cooperativa, y en última instancia colaborativa, con los humanos.  

«Si Digit va a salir a un pasillo delante de ti, no querrás que te sorprenda», afirma. El robot podría utilizar comandos de voz, pero el audio por sí solo no es práctico para un entorno industrial ruidoso. Podría ser aún más confuso si hay varios robots en el mismo espacio: ¿cuál quiere llamar tu atención? 

También hay un efecto psicológico que diferencia a los humanoides de otros tipos de robots, dice Prather. Antropomorfizamos de forma natural a los robots que se parecen a nosotros, lo que puede llevarnos a sobrestimar sus capacidades y a frustrarnos si no cumplen esas expectativas. «A veces bajamos la guardia en cuanto a la seguridad, o nuestras expectativas de lo que puede hacer ese robot frente a la realidad se disparan», afirma. Estas cuestiones son especialmente problemáticas cuando se pretende que los robots desempeñen funciones que impliquen trabajo emocional o apoyo a personas vulnerables. El informe del IEEE recomienda que cualquier norma incluya evaluaciones de seguridad emocional y políticas que «mitiguen el estrés psicológico o la alienación». 

Para elaborar el informe, Greta Hilburn, diseñadora centrada en el usuario de la Universidad de Adquisiciones de Defensa de Estados Unidos, realizó encuestas entre un amplio abanico de personas ajenas a la ingeniería para conocer sus expectativas en torno a los robots humanoides. La abrumadora mayoría quería robots capaces de formar expresiones faciales, leer las microexpresiones de las personas y utilizar gestos, voz y háptica para comunicarse. «Lo querían todo, algo que no existe», afirma. 

Escapar del almacén 

Para que los humanoides salgan de los espacios industriales y se introduzcan en otros contextos, como hospitales, residencias de ancianos u hogares, es fundamental que la interacción humano-robot sea la adecuada. Es especialmente importante para los robots que puedan trabajar con poblaciones vulnerables, dice Hilburn. «El daño que se puede hacer en una interacción con un robot si no está programado para hablar de forma que haga sentirse seguro a un ser humano, ya sea un niño o un anciano, puede tener consecuencias muy distintas», afirma. 

El grupo del IEEE recomienda, entre otras cosas, permitir la intervención humana, estandarizar algunas señales visuales y auditivas y adaptar la apariencia del robot a sus capacidades para no confundir a los usuarios. Si un robot parece humano, dice Prather, la gente esperará que sea capaz de mantener una conversación y mostrar cierta inteligencia emocional; si en realidad sólo puede hacer tareas mecánicas básicas, esto podría causar confusión, frustración y pérdida de confianza.  

«Es como las máquinas expendedoras», dice. «Nadie espera que charlen contigo o te ayuden con la compra, porque son claramente máquinas. Pero si parecieran empleados amables de y luego se limitaran a repetir ‘Por favor, escanee su siguiente artículo’, la gente se molestaría». 

Prather y Hilburn insisten en la necesidad de inclusión y adaptabilidad en la interacción humano-robot. ¿Puede un robot comunicarse con personas sordas o ciegas? ¿Será capaz de adaptarse a esperar un poco más a personas que necesitan más tiempo para responder? ¿Puede entender acentos diferentes? 

También puede ser necesario establecer normas diferentes para los robots que trabajan en entornos distintos, dice Prather. Una cosa es un robot que trabaja en una fábrica junto a personas formadas para interactuar con él, y otra un robot diseñado para ayudar en el hogar o interactuar con niños en un parque de atracciones. Sin embargo, si se establecen algunas normas básicas generales, el público debería ser capaz de entender lo que hacen los robots dondequiera que se encuentren. No se trata de ser prescriptivo ni de frenar la innovación, dice, sino de establecer unas directrices básicas para que fabricantes, reguladores y usuarios finales sepan qué esperar: «Sólo decimos que hay que alcanzar este listón mínimo, y todos estamos de acuerdo en que por debajo de él es malo». 

El informe del IEEE pretende ser una llamada a la acción para que las organizaciones de normalización, como el grupo ISO de Vicentini, inicien el proceso de definición de ese listón. Todavía es pronto para los robots humanoides, dice Vicentini -todavía no hemos visto el estado del arte-, pero es mejor establecer algunos controles y equilibrios para que el sector pueda avanzar con confianza. Las normas ayudan a los fabricantes a generar confianza en sus productos y facilitan su venta en los mercados internacionales, y los organismos reguladores suelen basarse en ellas a la hora de elaborar sus propias reglas. Dada la diversidad de actores en este campo, será difícil crear una norma con la que todo el mundo esté de acuerdo, afirma Vicentini, pero «que todo el mundo esté igual de descontento es suficientemente bueno»