
Desde la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos fue el líder mundial en ciencia y tecnología, y el país se ha beneficiado enormemente de ello. La investigación impulsa a su vez la innovación y la economía. Científicos de todo el mundo quieren estudiar en Estados Unidos y colaborar con científicos para producir más de esa investigación. Estas colaboraciones internacionales desempeñan un papel fundamental en el poder blando y la diplomacia estadounidenses. Los productos que los estadounidenses pueden comprar, los medicamentos a los que tienen acceso, las enfermedades que corren el riesgo de contraer… todo ello está directamente relacionado con la potencia de la investigación estadounidense y sus conexiones con los científicos del mundo.
Ese liderazgo científico está siendo desmantelado a medida que la administración Trump -encabezada por el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) de Elon Musk– recorta personal, programas y agencias, según indican más de 10 trabajadores federales que hablaron con MIT Technology Review. Mientras tanto, el propio presidente ha ido por las relaciones con los aliados de Estados Unidos.
Estos trabajadores proceden de varios organismos, entre ellos los Departamentos de Estado, Defensa y Comercio, la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional y la Fundación Nacional de la Ciencia. Todos ellos desempeñan funciones científicas y técnicas, muchas de las cuales el estadounidense promedio nunca ha oído nombrar pero que, sin embargo, son fundamentales: coordinan la investigación, distribuyen fondos, apoyan la elaboración de políticas o asesoran a la diplomacia.
Advierten de que el desmantelamiento de los programas de investigación científica entre bastidores, que respaldan la vida estadounidense, podría provocar daños duraderos y tal vez irreparables en todos los ámbitos, desde la calidad de la atención sanitaria hasta el acceso del público a las tecnologías de consumo de nueva generación. Estados Unidos ha tardado casi un siglo en crear su rico ecosistema científico. Si continúa el desmantelamiento que ha tenido lugar en el último mes, los estadounidenses sufrirán sus efectos durante décadas.
La mayoría de los trabajadores federales hablaron bajo condición de anonimato porque no estaban autorizados a hablar o por miedo a ser perseguidos. Muchos de ellos están conmocionados y aterrorizados por el alcance y la totalidad de las acciones. Aunque cada administración trae sus cambios, mantener a Estados Unidos como líder en ciencia y tecnología nunca ha sido una cuestión partidista. Nadie predijo el asalto generalizado a estos cimientos de la prosperidad estadounidense.
«Si crees que la innovación es importante para el desarrollo económico, poner la zancadilla a una de las máquinas de innovación más sofisticadas y productivas de la historia mundial no es una buena idea», afirma Deborah Seligsohn, profesora adjunta de Ciencias Políticas en la Universidad de Villanova (EE UU) que trabajó durante dos décadas en el Departamento de Estado en cuestiones científicas. «Nos están abocando al declive económico», añade.
El mayor financiador de la innovación
Estados Unidos cuenta actualmente con el mayor número de institutos de investigación de alta calidad del mundo. Esto incluye universidades de categoría mundial como el MIT (que publica MIT Technology Review) y la Universidad de California (EE UU); laboratorios nacionales como Oak Ridge y Los Álamos; e instalaciones federales de investigación gestionadas por agencias como la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica y el Departamento de Defensa. Gran parte de esta red fue desarrollada por el gobierno federal tras la Segunda Guerra Mundial para reforzar la posición de Estados Unidos como superpotencia mundial.
Antes de las medidas de la Administración Trump, que ahora amenazan con recortar drásticamente la financiación federal de la investigación, el Gobierno seguía siendo con diferencia el mayor promotor del progreso científico. Fuera de sus propios laboratorios e instalaciones, financiaba más del 50% de la investigación y el desarrollo en la educación superior, según datos de la National Science Foundation. En 2023, esa cifra ascendió a casi 60.000 millones de dólares (unos 57.150 millones de euros), de los 109.000 millones (104.680 millones de euros) que las universidades gastaron en ciencia básica e ingeniería.
El rendimiento de estas inversiones es difícil de medir. A menudo pueden pasar años o décadas antes de que este tipo de investigación científica básica tenga efectos tangibles en la vida de los estadounidenses, de la población mundial y del lugar que ocupa Estados Unidos en el mundo. La historia está plagada de ejemplos del efecto transformador que esta financiación produce con el tiempo. Internet y el GPS se desarrollaron por primera vez gracias a la investigación respaldada por el Departamento de Defensa, al igual que la tecnología de puntos cuánticos que está detrás de las pantallas de televisión QLED de alta resolución. Mucho antes de que fueran útiles o comercialmente relevantes, el desarrollo de las redes neuronales en las que se basan casi todos los sistemas modernos de inteligencia artificial recibió un importante apoyo de la National Science Foundation. El Departamento de Asuntos de Veteranos y los Institutos Nacionales de Salud incubaron el proceso de descubrimiento de fármacos durante décadas que dio lugar al Ozempic. Microchips. Coches autónomos. Resonancias magnéticas. La vacuna contra la gripe. La lista es interminable.
En su libro de 2013 The Entrepreneurial State (El Estado emprendedor), Mariana Mazzucato, una destacada economista que estudia la innovación en el University College de Londres (Reino Unido), descubrió que todas las grandes transformaciones tecnológicas de Estados Unidos, desde los coches eléctricos hasta Google o el iPhone, tienen su origen en la investigación científica básica que, en su día, fue financiada por el gobierno federal. Si el pasado nos sirve de lección, eso significa que cada gran transformación podría verse perjudicada en el futuro con la destrucción de ese apoyo.
Podría decirse que la aversión de la administración Trump por la regulación será una bendición a corto plazo para algunas partes de la industria tecnológica, incluidas las criptomonedas y la IA. No obstante, los trabajadores federales sostienen que las decisiones del presidente y de Musk en la investigación científica básica perjudicarán la innovación estadounidense a largo plazo. «En lugar de invertir en el futuro, estás quemando capital científico. Puedes basarte en lo que ya sabes, pero no aprendes nada nuevo. Veinte años después, te quedas atrás porque has dejado de hacer nuevos descubrimientos», dijo un empleado del Departamento de Estado.
Una moneda mundial
El gobierno no solo da dinero. Apoya la ciencia estadounidense de muchas otras maneras, y Estados Unidos recoge los frutos. El Departamento de Estado ayuda a atraer a los mejores estudiantes de todo el mundo a las universidades estadounidenses. En un contexto de estancamiento del número de licenciados en ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas, la contratación de estudiantes extranjeros sigue siendo una de las vías más eficaces para que Estados Unidos amplíe su reserva de talento técnico, especialmente en áreas estratégicas como las baterías y los semiconductores. Muchos de esos estudiantes se quedan durante años, si no el resto de sus vidas; aunque abandonen el país, ya han pasado algunos de sus años más productivos en Estados Unidos y conservarán una gran cantidad de contactos profesionales con los que colaborarán y seguirán contribuyendo a la ciencia estadounidense.
El Departamento de Estado también establece acuerdos entre Estados Unidos y otros países y ayuda a negociar asociaciones entre universidades estadounidenses e internacionales. Eso ayuda a los científicos a colaborar más allá de las fronteras en todo tipo de cuestiones, desde problemas globales como el cambio climático hasta investigaciones que requieren equipos en puntos opuestos del planeta, como la medición de ondas gravitacionales.
La labor de desarrollo internacional de la USAID en materia de salud mundial, reducción de la pobreza y mitigación de conflictos -ahora prácticamente clausurada en su totalidad- se diseñó para fomentar la buena voluntad hacia Estados Unidos en todo el mundo; mejoró la estabilidad regional durante décadas. Además de sus beneficios inherentes, esto permitió a los científicos estadounidenses acceder con seguridad a diversas geografías y poblaciones, así como a especies vegetales y animales que no se encontraban en Estados Unidos. Este intercambio internacional desempeñó un papel tan decisivo como la financiación pública en muchos inventos cruciales.
Varias agencias federales, como los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, la Agencia de Protección del Medio Ambiente y la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, también ayudan a recopilar y a agregar datos fundamentales sobre enfermedades, tendencias sanitarias, calidad del aire, meteorología, etc., procedentes de fuentes dispares que alimentan el trabajo de científicos de todo el país.
Los Institutos Nacionales de Salud, por ejemplo, llevan a cabo desde 2015 la Iniciativa de Medicina de Precisión. Es el único esfuerzo de este tipo para recopilar datos sanitarios exhaustivos y detallados de más de un millón de estadounidenses que ofrecen voluntariamente sus historiales médicos, historial genético e incluso datos de Fitbit para ayudar a los investigadores a comprender las disparidades sanitarias y desarrollar tratamientos personalizados para trastornos que van desde las enfermedades cardíacas y pulmonares hasta el cáncer. El conjunto de datos, demasiado costoso de reunir y mantener para una sola universidad, ya se ha utilizado en cientos de artículos que sentarán las bases de la próxima generación de fármacos que pueden salvar vidas.
Además de impulsar la innovación, un ecosistema científico y tecnológico bien respaldado refuerza la seguridad nacional y la influencia mundial de Estados Unidos. Cuando la gente quiere estudiar en universidades estadounidenses, asistir a conferencias internacionales celebradas en suelo estadounidense o trasladarse a Estados Unidos para trabajar o fundar sus propias empresas, Estados Unidos sigue siendo el centro de la actividad innovadora mundial. Esto garantiza que el país siga teniendo acceso a las mejores personas e ideas, y le confiere un papel preponderante en el establecimiento de las prácticas y prioridades científicas mundiales. Las normas de investigación estadounidenses, como la libertad académica y un sólido sistema de revisión por pares, se convierten en normas de investigación mundiales que elevan la calidad general de la ciencia. Organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud se inspiran en gran medida en las directrices estadounidenses.
El liderazgo científico de Estados Unidos ha sido, durante mucho tiempo, una de sus formas más efectivas de poder blando y diplomacia. Los países que buscan aprender de su ecosistema de innovación. Asimismo, sus investigadores y universidades tienden a mostrarse más dispuestos a colaborar con EE UU y alinearse con sus prioridades estratégicas.
Un ejemplo claro es el papel de la diplomacia científica en la sólida relación entre Estados Unidos y Holanda. ASML, con sede en los Países Bajos, es la única empresa del mundo capaz de fabricar las máquinas de litografía ultravioleta extrema, esenciales para producir los semiconductores más avanzados. Estos chips son fundamentales tanto para el desarrollo de la inteligencia artificial como para la seguridad nacional.
La cooperación científica internacional también ha servido como fuerza estabilizadora en relaciones que, de otro modo, serían difíciles. Durante la Guerra Fría, EE UU y la URSS siguieron colaborando en la Estación Espacial Internacional; durante el reciente aumento de la competencia económica entre EE UU y China, ambos países han seguido siendo sus principales socios científicos. «Trabajar juntos activamente para resolver problemas que nos preocupan a ambos ayuda a mantener las conexiones y el contexto, pero también a fomentar el respeto», afirma Seligsohn.
El propio gobierno federal se beneficia enormemente del prestigio del país en el ámbito del conocimiento técnico. Expertos tanto dentro como fuera del gobierno contribuyen a formular políticas en ciencia y tecnología. Un ejemplo de ello fueron los Foros de Inteligencia Artificial del Senado de EE UU., organizados hasta el otoño de 2023 por el senador Chuck Schumer. En estos encuentros, el Senado escuchó a más de 150 expertos, muchos de ellos nacidos en el extranjero, que estudian en universidades estadounidenses, trabajan o asesoran a empresas del país, o residen allí como ciudadanos naturalizados.
Los científicos federales y los expertos técnicos de las agencias gubernamentales también trabajan en objetivos clave para Estados Unidos, como reforzar la resiliencia ante un clima cada vez más impredecible, investigar tecnologías estratégicas —como las baterías de nueva generación para reducir la dependencia de minerales no disponibles en el país— y monitorear enfermedades infecciosas a nivel global para prevenir futuras pandemias.
“Para cada problema al que se enfrenta EE UU, hay personas investigándolo y realizando colaboraciones que deben llevarse a cabo”, afirmó un funcionario del Departamento de Estado.
Un sistema en peligro
Ahora, el alcance y la rapidez de las medidas adoptadas por la administración Trump han supuesto un ataque sin precedentes a los pilares que sustentan el liderazgo científico de Estados Unidos.
Para empezar, la purga de decenas de miles —y posiblemente pronto cientos de miles— de trabajadores federales está eliminando a científicos y tecnólogos del gobierno. Esta situación está paralizando la capacidad de funcionamiento de organismos clave. En varias agencias se han cerrado programas de becas científicas y tecnológicas, diseñados para atraer a jóvenes talentos con formación avanzada en ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas. Además, muchos otros científicos federales se encuentran entre los miles que han sido despedidos como empleados de prueba, una categoría que mantenían debido a cómo suelen estar estructuradas contractualmente las funciones científicas.
Algunas agencias que apoyaban o realizaban sus propias investigaciones, como los Institutos Nacionales de Salud y la Fundación Nacional de la Ciencia, ya no son operativas. USAID ha cerrado, y con esto se ha eliminado, de la noche a la mañana, un bastión de la experiencia, la influencia y la credibilidad de Estados Unidos.
«La diplomacia se basa en las relaciones. Si hemos cerrado todas estas clínicas y nos hemos deshecho de expertos técnicos en nuestra base de conocimientos dentro del gobierno, ¿por qué iba a respetar cualquier gobierno extranjero a Estados Unidos en nuestra capacidad de mantener nuestra palabra y en nuestra capacidad de estar realmente bien informados?», se preguntaba un trabajador despedido de USAID. «Realmente espero que Estados Unidos pueda salvarse», apostilla.
La administración de Trump ha tratado de revertir algunos despidos después de descubrir que muchos eran clave para la seguridad nacional, incluidos los empleados de seguridad nuclear responsables del diseño, la construcción y el mantenimiento del arsenal de armas nucleares del país. Muchos trabajadores federales con los que hablé ya no se imaginan seguir en el sector público. Algunos se plantean entrar en la industria. Otros se preguntan si será mejor trasladarse al extranjero.
«Es un despilfarro de talento estadounidense«, afirmó Fiona Coleman, científica federal licenciada, con la voz entrecortada por la emoción al describir los largos años de estudios y formación que ella y sus colegas pasaron para servir al gobierno.
Muchos temen que Estados Unidos haya también debilitado su capacidad para atraer talento extranjero. Aunque las universidades estadounidenses han liderado el mundo en los últimos 10 años, muchas instituciones en otros países han mejorado rápidamente su nivel. Entre ellas se encuentran las universidades de Canadá, donde las políticas de inmigración más flexibles y las tasas de matrícula más bajas han impulsado un aumento del 200% en la matriculación de estudiantes internacionales en la última década, según Anna Esaki-Smith, cofundadora de la consultora Education Rethink y autora de Make College Your Superpower.
Alemania también ha experimentado una afluencia de estudiantes impulsada por el creciente número de programas impartidos en inglés y las conexiones entre las universidades y la industria alemana. Los estudiantes chinos, que antes representaban la mayor proporción de estudiantes extranjeros en EE UU, cada vez se quedan más en casa u optan por estudiar en lugares como Hong Kong, Singapur y el Reino Unido.
Durante la primera administración de Trump, muchos estudiantes internacionales ya mostraban reticencias a venir a Estados Unidos debido al discurso hostil del presidente. Con su regreso y la rápida escalada de esa retórica, Esaki-Smith ha recibido informes de algunas universidades que indican que los estudiantes internacionales están rechazando sus ofertas de admisión.
Si a esto se añaden otros acontecimientos recientes (posibles recortes drásticos en la financiación federal de la investigación, la supresión de decenas de conjuntos de datos públicos de gran valor sobre salud y medioambiente, la restricción de la libertad académica para la investigación relacionada con la diversidad, la equidad y la inclusión, y el temor a que estas restricciones acaben abarcando otros temas de gran carga política como el cambio climático o las vacunas), muchos más estudiantes internacionales de ciencias e ingeniería podrían decidir marcharse a otros lugares.
“Cada vez lo oigo más de varios posdoctorales y profesores que comienzan su carrera, preocupados por los recortes en las becas de los NIH o la NSF, y que empiezan a buscar financiación u oportunidades laborales en otros países. Estamos formando a los competidores de Estados Unidos”, me comentó Coleman.
Los recortes podrían debilitar de manera similar la productividad de quienes permanecen en universidades estadounidenses. Aunque muchas de las medidas de la administración de Trump están siendo detenidas y revisadas por los jueces, el caos ha socavado un requisito fundamental para abordar los problemas de investigación más complejos: un entorno estable a largo plazo. Además, con informes que indican que la NSF está revisando las subvenciones de investigación en busca de términos como “mujeres”, “diverso” e “institucional” para determinar si violan la orden ejecutiva del presidente Trump sobre los programas DEIA, también se está generando un efecto paralizante entre los académicos financiados con fondos federales, quienes temen quedar atrapados en la red de vigilancia.
Para los científicos extranjeros, la situación del gobierno de EE UU ha convertido a las instituciones e investigadores estadounidenses en socios potencialmente poco fiables, según me comentaron varios trabajadores federales. Si los investigadores internacionales creen que la colaboración con EE UU puede interrumpirse en cualquier momento, ya sea por la retirada repentina de fondos o por la inclusión de ciertos temas o palabras clave en listas negras, muchos podrían alejarse y buscar oportunidades en otros países. “Me preocupa mucho la inestabilidad que estamos mostrando. ¿Qué sentido tiene comprometerse? La ciencia es una iniciativa y un proceso a largo plazo que va más allá de las administraciones y los ciclos políticos”, afirma otro empleado del Departamento de Estado.
Mientras tanto, los científicos internacionales hoy en día tienen muchas más opciones para encontrar compañeros con los que colaborar fuera de Estados Unidos. En los últimos años, por ejemplo, China ha crecido hasta convertirse en un referente mundial en descubrimientos científicos. Según algunas métricas, incluso ha superado a Estados Unidos: desde 2019, comenzó a representar más del 1% de los artículos más citados a nivel mundial, conocidos a menudo como los de nivel Premio Nobel, y ha seguido mejorando la calidad del resto de su investigación.
Mientras que las universidades chinas también pueden atraer a colaboradores internacionales con importantes recursos, las estadounidenses tienen una capacidad más limitada para ofrecer financiación tangible, según el funcionario. Hasta ahora, Estados Unidos ha mantenido su ventaja en parte gracias al prestigio de sus instituciones y a sus normas culturales más abiertas, incluida una mayor libertad académica. Sin embargo, varios científicos federales advierten que esta ventaja está empezando a desvanecerse.
“Estados Unidos está formado por personas muy diversas que contribuyen al país. Hay una comunidad global tan poderosa que hace de este país lo que es, especialmente en ciencia, tecnología y en el mundo académico y de la investigación. Si seguimos por este camino, corremos el riesgo de perder todo eso. No tengo duda de que la comunidad científica internacional seguirá adelante, pero será una pena que Estados Unidos se aísle de ella”, dice Brigid Cakouros, una científica federal que también fue despedida de USAID.