
Tras la muerte de David Bowie hace dos semanas, seguramente sus redes sociales se vieron abarrotadas de homenajes. Fotos, vídeos, narraciones de sus mejores conciertos, notas de agradecimiento y tristes, tristes despedidas, estaban por todas partes. Resulta tentador observar estos gestos de tributo y pensar que unas palabras escritas sobre la marcha, un vídeo de YouTube compartido o un emoticono lloroso puedan representar una verdadera expresión de duelo.
Pero, en un artículo fascinante en The Atlantic, Megan Garber argumenta, de forma bastante convincente, justo lo contrario. Las expresiones públicas y digitales de duelo como esas no son solo sinceras sino que forman una parte muy importante del proceso de recuperación. «#RIPDavidBowie fue un hashtag, sí; también fue un funeral», escribe.
Por supuesto la muerte de David Bowie no nos afecta a la mayoría de la misma manera que, digamos, la muerte de un familiar cercano. Pero incluso en el caso de tragedias más personales, la ubicuidad de nuestras vidas online a menudo hace que sea allí donde también elegimos rendir homenaje a los muertos.
Si alguien duda de lo importante que se ha vuelto la vida conectada para nuestro proceso de duelo, sólo tienen que recurrir a la mayor plataforma de red social. Hace mucho que Facebook permite que los perfiles de los usuarios sean conmemorados después de morir, y desde el año pasado los usuarios pueden designar un contacto de legado que podrá asumir un control limitado de la cuenta del fallecido y mantenerla. Incluso las leyes empiezan a reconocer lo importante que es nuestra existencia digital para nuestros seres queridos después de morir. Unas start-ups permiten a la gente crear «un testamento digital» que sólo libera el acceso a las cuentas de redes sociales y bienes digitales a un ejecutor designado.
Como señala Garber, de forma parecida la gente fue acusada de derramar lágrimas de cocodrilo por la muerte de la Princesa Diana. Y no es probable que desaparezcan tales «críticas del duelo». Pero tampoco lo hará el duelo público y digital que, de hecho, ya se ha convertido en parte del ritual de la muerte.
(Fuentes: The Atlantic, New Scientist)