Tecnología y Sociedad
Business Impact: ¿Debería haber apoyo gubernamental para la investigación aplicada?
El programa de investigación ARPA-E financia I+D que está en fases demasiado tempranas como para que la asuma el sector privado. Ahora se ha centrado en las energías alternativas y está en el punto de mira de los políticos.
Las críticas de los republicanos a los esfuerzos del Gobierno federal para financiar tecnologías relacionadas con nuevas formas de energía se han extendido a ARPA-E, el popular programa del Departamento de Energía de Estados Unidos que respalda innovaciones de alto riesgo en el campo energético. El año pasado Paul Ryan, actual candidato a vicepresidente del partido republicano, votó a favor de recortar el presupuesto de ARPA-E; y el plan energético de Mitt Romney, el candidato presidencial republicano, afirma que el programa debería centrarse en la investigación básica.
Estas posturas descartarían la posibilidad de dar dinero a diminutas empresas como Envia Systems, una start-up formada por 35 personas situada en Newark, California (EE.UU.) que, después de recibir una subvención de 4 millones de dólares de ARPA-E (unos 3 millones de euros), afirma estar a un paso de poder comercializar una batería de gran capacidad que reduciría el coste de las baterías de los coches eléctricos a la mitad.
“La financiación por parte del capital riesgo nos condujo hasta la mitad del camino y la financiación de ARPA-E nos llevó hasta al final”, declara Atul Kapadia, director ejecutivo de Envia Systems.
La campaña presidencial ha reavivado el prolongado debate político sobre el lugar que debe ocupar el Gobierno en la financiación del desarrollo de nuevas tecnologías. Aunque casi todo el mundo cree que debe jugar un papel a la hora de apoyar investigaciones básicas, el consenso desaparece respecto a las fases posteriores y más caras de desarrollo, como el apoyo a proyectos de demostración. Históricamente, algunos republicanos han peleado por impedir que los organismos den subvenciones a investigaciones para las primeras fases de un producto, una línea que ARPA-E cruzó intencionadamente cuando se creó en 2007.
ARPA-E ha financiado alrededor de 200 proyectos que tienen, todos ellos, intención de ser “transformadores” y de servir, o bien para ofrecer alternativas a la dependencia del petróleo extranjero, o para reducir las emisiones de dióxido de carbono. La idea es que este tipo de proyectos son demasiado especulativos o arriesgados como para poder conseguir inversión de empresas. “No creo que se pueda defender que el tipo de inversión llevada a cabo por ARPA-E la haría el sector privado si ARPA-E no existiera”, afirma Greg Nemet, profesor adjunto de políticas públicas y estudios medioambientales en la Universidad de Wisconsin (EE.UU.).
Este programa, que contó en 2011 con un modesto presupuesto de 180 millones de dólares (unos 140 millones de euros), tiene numerosos fans en el Congreso, incluyendo a algunos republicanos. Eso significa que podría evitar los recortes e incluso ver cómo aumenta su presupuesto. Sin embargo, el año pasado algunos miembros de la Cámara baja afirmaron que habría que quitarle los fondos porque sus proyectos son demasiado comerciales y a veces replican trabajo que ya está pagando el sector privado.
Los críticos sostienen que uno de los problemas que tiene ARPA-E es que no es capaz de encontrar suficientes investigaciones que sean auténticamente “transformadoras”. Eric Toone, director jefe del programa, afirma que el debate sobre el gasto es “válido”, pero también que la mayoría de la gente está de acuerdo en que ARPA-E financia tecnologías en fases en las que “la inversión pública tiene un papel legítimo”.
“¿Se nos van a acabar las grandes ideas?”, se pregunta Toone. “Si seguimos reuniendo a las mejores y más inteligentes personas de Estados Unidos, hay mucho trabajo por hacer y muchas grandes ideas”, considera.
Las subvenciones de ARPA-E están pensadas para poder llevar ideas de investigación a la fase de prototipo o demostración. A los proyectos se les asignan objetivos de rendimiento específicos –por ejemplo, aumentar la cantidad de energía que se puede almacenar en una batería- objetivos que, si se logran, colocan a la tecnología unos pasos más allá de los mejores proyectos comerciales disponibles. ARPA-E ha financiado proyectos como la fabricación de 'electrocombustibles' líquidos directamente de microorganismos alimentados con luz solar, agua y electricidad, así como turbinas eólicas voladoras (ver "Business impact: Molinos voladores") y nuevos materiales para capturar el dióxido de carbono de las plantas térmicas.
En ARPA-E, un equipo de científicos gestiona activamente los programas de investigación. No es raro que retiren la financiación si no se logran los hitos técnicos fijados. Algunos de estos fracasos lo son en parte por el diseño. Las subvenciones son pequeñas -una media de 3 o 4 millones de dólares cada una (unos 2 a 3 millones de euros)- como parte de un enfoque orientado a sacar solo unos pocos éxitos de un gran banco de intentos.
Y aunque el programa ha generado toda una serie de proyectos emocionantes, tiene un fallo evidente: la falta de consumidores finales. “El gran problema que hace que la energía sea distinta de otros emprendimientos es que, aunque tengas algo que funciona muy bien, probablemente nunca reúnas el dinero suficiente para comercializarlo”, explica Donald Paul, director ejecutivo del Instituto de Energía de la Universidad del Sur de California (EE.UU.) y antiguo director de tecnología en Chevron.
Es precisamente ahí donde la Administración de Obama se ha encontrado con problemas. El Departamento de Energía intentó ayudar a algunas tecnologías a dar el paso hacia la comercialización a gran escala, pero tras la quiebra del fabricante de paneles solares Solyndra (que había recibido un aval del Departamento de Energía por valor de 535 millones de dólares, unos 417 millones de euros), los republicanos saltaron, acusando a Obama de hacer política con la tecnología. Y se ha convertido en un asunto de debate en la campaña para las elecciones presidenciales: la página web de Ryan pide que “Washington se salga del negocio de escoger ganadores y perdedores en la economía, incluyendo el sector energético”. A pesar de que Romney ha alabado ARPA-E, se ha hecho eco de la preocupación de los republicanos diciendo que el programa debería colocarse en un segundo plano y centrarse en la “investigación básica”.
Un cambio de este tipo iría en contra de la cartera de subvenciones actual de ARPA-E. Más de un tercio de las subvenciones del programa han ido a empresas (el resto van a universidades y laboratorios gubernamentales) y casi todas ellas son para proyectos de investigación aplicada.
En el caso de Envia, la empresa usó su subvención de ARPA-E para terminar el desarrollo de un diseño de ánodo para el prototipo comercial de su paquete de baterías. Eso no es investigación básica: había un objetivo comercial claro. “Acortó nuestro tiempo de desarrollo en dos años”, afirma Kapadia.
Es posible que la novedosa tecnología de baterías de Envia Systems nunca acabe instalada en un vehículo. Pero tiene una oportunidad mayor de conseguirlo gracias a la financiación de ARPA-E. Tras ver sus prototipos de baterías, General Motors ha invertido 7 millones de dólares (unos 5,5 millones de euros) en la start-up. Durante una reunión con empleados el mes pasado, el director ejecutivo de la empresa automovilística, Dan Akerson afirmó que la tecnología de la batería podría suponer “una cambio innovador” para GM, al juzgar que tenía “unas posibilidades mayores del 50 por ciento” de conducir a la fabricación de un coche eléctrico con una autonomía de 320 kilómetros con una única carga.
Y a continuación enunció el que podría ser el respaldo perfecto para ARPA-E- “Estas pequeñas empresas salen de la nada”, afirmó Akerson. “Y te sorprenden”.