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Una casa de estilo A-frame en Luisiana, elevada sobre pilares de cemento, preparada para inundaciones. Con dos pisos, su fachada roja contrasta con el cielo parcialmente nublado. Al fondo, se ve el bayou.

Una casa de estilo A-frame en Luisiana, elevada sobre pilares de cemento, preparada para inundaciones. Con dos pisos, su fachada roja contrasta con el cielo parcialmente nublado. Al fondo, se ve el bayou.

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Elevar tu casa o abandonarla: el dilema del cambio climático en Luisiana

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La costa suroeste de Luisiana se enfrenta a algunas de las predicciones climáticas más severas de Estados Unidos. ¿Puede un proyecto gubernamental levantar la zona y sacarla de la crisis?

  • por Xander Peters | traducido por
  • 17 Abril, 2024

Hay varias formas de levantar una casa. 

Muchas de las casas prefabricadas, cabañas criollas y otras viviendas que han sido señaladas por riesgo de inundación a lo largo de la costa baja de Luisiana pueden separarse de sus cimientos y elevarse lentamente hacia el cielo con gatos hidráulicos. Mientras la casa se mantiene en el aire mediante vigas de soporte temporales, se construye un nuevo suelo elevado debajo o se extienden los cimientos hacia arriba, como los pilotes que sostienen una casa en la playa.

Pero para casas como la de Christa y Alex Bell, que consta de dos plantas y un garaje para dos coches sobre una losa de hormigón, el proceso de derribo es más complejo.

Las casas de losa dependen de los cimientos de hormigón para el suelo y para la mayor parte, si no todo, de su soporte estructural. Lo ideal, aunque difícil, es levantar la casa y la losa juntas y construir una nueva cimentación debajo; la otra opción es separar las dos y construir un nuevo suelo elevado. A partir de ahí, los propietarios podrían extender los cimientos hacia arriba y construir un nuevo espacio inferior que podrían utilizar como almacén o aparcamiento. También podrían retirar el tejado, elevar los muros exteriores un piso entero, sustituir el tejado y amortizar la planta inferior de la casa como espacio de almacenamiento.

Sea cual sea el planteamiento, los residentes suelen tener que reubicarse durante 60 a 90 días, tras los cuales sus casas se elevan varios metros en el aire.

Ninguno de estos detalles pasaba por la mente de los Bell hace una década, cuando se mudaron de Alabama a Lake Charles, una ciudad de 81.000 habitantes dedicada a la refinería de petróleo y a los casinos, cerca de la costa del Golfo y de la frontera con Texas.

Pero en mayo de 2021 llovió sobre la región más de 30 centímetros en sólo 24 horas, provocando inundaciones repentinas. Incluso cuando Christa Bell vio cómo el Bayou Contraband -uno de los muchos ríos pequeños y de lento movimiento de la región- crecía hasta desbordarse y entrar en su patio trasero, no le preocupó que su casa pudiera inundarse. Solo una esquina de la casa de 176 metros cuadrados estaba en una llanura aluvial, según los mapas federales de inundaciones cuando compraron la casa en 2017. Sin embargo, ese día, el pantano siguió subiendo, y por la tarde, el agua ya inundaba la sala de estar hasta la altura de la espinilla. "Todo lo que había en el garaje estaba flotando", explica.

Todas las casas del bloque tuvieron que ser vaciadas al menos parcialmente. Pasaron semanas: sofás, colchones, alfombras y otros restos de la inundación se amontonaban cerca de la calle, enmohecidos y podridos.

Era una escena que se repetía en gran parte del suroeste de Luisiana, y no era la primera vez. En un lapso de 10 meses entre 2020 y 2021, la zona fue testigo de cinco desastres relacionados con el clima, incluidos dos huracanes destructivos y los impactos de las bandas exteriores de una tormenta tropical. Se avecinan más tormentas, y muchas zonas no están preparadas: un estudio de 2021 de First Street Foundation, una organización sin ánimo de lucro centrada en datos sobre riesgos climáticos, estima que casi el 40% de las propiedades residenciales de Lake Charles y más de la mitad de las infraestructuras de la ciudad corren el riesgo de sufrir futuras inundaciones.

Algunas personas no se están quedando a esperar para experimentar ese futuro incierto. En los meses posteriores a los huracanes de 2020, Christa Bell notó que más amigos hacían mejoras en sus casas antes de ponerlas a la venta. "Tuvimos cinco desastres seguidos. Eso aceleró la salida para mucha gente", dice. "Si volvía a inundarse, nos lo pensábamos seriamente".

Pero algunos funcionarios del gobierno e ingenieros estatales esperan que haya una alternativa: la elevación. El Proyecto de la Costa Suroeste de Luisiana, de 6.800 millones de dólares (6.400 millones de euros), apuesta por que la elevación de las residencias entre un metro y un metro y medio de media y de los edificios no residenciales entre un metro y casi dos metros, junto con una amplia labor de restauración de las tierras limítrofes costeras, mantendrá a los habitantes de Luisiana en sus comunidades. Además de mantener en funcionamiento una economía local que ayuda a impulsar la industria petrolera del país. El proyecto, una colaboración entre el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de EE UU y la Autoridad de Protección y Restauración de la Costa de Luisiana (CPRA), se centra en unos 4.700 kilómetros cuadrados de tierra en tres parroquias de la esquina suroeste del estado: Cameron, Vermilion y Calcasieu, cuya capital es Lake Charles. Se ha determinado que más de 3.000 viviendas corren riesgo de inundación inminente y, por tanto, son candidatas a la financiación de la elevación.

En definitiva, se trata de un esfuerzo desesperado por preservar este trozo de costa, a pesar de que algunos habitantes se trasladan al interior y de que los planes formales de retirada controlada -o la financiación gubernamental de la reubicación de comunidades- son cada vez más populares en zonas vulnerables al clima en todo el país y en el resto del mundo.

Desde 1932, Luisiana ha perdido casi medio millón de hectáreas de costa a causa de la erosión, una superficie casi dos veces mayor que la de Rhode Island.

Ahora, tras ocho años de estudios, papeleo y espera de dinero, la fase piloto del proyecto avanza por fin y está levantando 21 viviendas. Mientras lo hace, tanto el personal del proyecto como la población local se verán obligados a enfrentarse a una cuestión existencial: ¿Puede una región que se enfrenta a algunas de las predicciones climáticas más alarmantes del país salir de una crisis que se acelera?

Darrel Broussard, director del proyecto, considera que su trabajo es la mejor oportunidad que tiene la región de reducir los daños en los próximos 50 años y salvaguardar las raíces que los habitantes han echado durante generaciones. "Esto es Luisiana. Aquí vivimos todos. Aquí es donde trabajamos. De aquí sale la economía", afirma. "Hay modelos por ahí que intentan predecir el futuro. No son más que modelos. Ahora mismo, tenemos comunidades, vecinos, todos viviendo allí".

Al mismo tiempo, a algunos expertos en medio ambiente les preocupa que esta perspectiva sea demasiado optimista, ya que el tiempo y la naturaleza conspiran contra el éxito duradero. "Cuanto antes cambiemos nuestra mentalidad hacia una retirada controlada, mejor", afirma Torbjörn Törnqvist, profesor de Geología de la Universidad de Tulane (Nueva Orleans, Luisiana, EE UU). "Es un tema muy difícil. Es una parte del país que va a desaparecer".


Los Bell no tardaron en sentirse como en casa en Lake Charles, la ciudad más grande de lo que las autoridades de Luisiana llaman la "costa trabajadora" del estado. La economía de la zona se basa en la pesca comercial y la agricultura, aunque los servicios petrolíferos han sido durante mucho tiempo su principal actividad; aproximadamente el 30% de la capacidad de refinado de Luisiana se concentra en la región, y el estado cuenta con casi una sexta parte de la capacidad de refinado del país, según la Administración de Información de Energía de Estados Unidos.

Pero lo que más atrajo a Christa Bell, profesora de Relaciones Públicas de la Universidad Estatal de McNeese (Lake Charles, Luisiana, EE UU), fue la hospitalidad y la cocina de los lugareños, orgullosos reflejos del agradable encanto de Luisiana. Le encantó la cálida estética de los edificios de ladrillo rojo de la histórica Ryan Street, que contrastan con los casinos y refinerías de la ciudad y su único rascacielos, la antigua Capital One Tower.

El edificio ha estado vacío desde que un huracán lo dañó hace casi cuatro años, y durante ese tiempo se ha convertido en un símbolo de la tensión creada por el mal tiempo en una zona donde los cursos de agua fluyen como venas y donde las inundaciones ocurren a menudo.

Cuando el Congreso autorizó por primera vez el Proyecto de la Costa Suroeste de Luisiana en 2016, los funcionarios locales y federales lo celebraron como un paso hacia el fortalecimiento de la resiliencia de la región después de tormentas catastróficas como el huracán Rita de 2005: 5.200 millones de dólares (4.900 millones de euros) se destinarían a la restauración de la costa y las marismas, mientras que 1.600 millones de dólares (1.500 millones de euros) elevarían las estructuras locales a alturas basadas en los niveles de inundación de 100 años previstos para 2075. (Estos niveles son a la vez una idea compleja y un objetivo móvil. Se refieren al tipo de inundación que tiene una probabilidad de 1% de producirse en un año determinado, pero lo que se consideraba una inundación de 100 años incluso hace una década se produce ahora con mucha más frecuencia, y las tormentas son más severas).

El Cuerpo de Ingenieros realizó un estudio de viabilidad que identificó 3.462 viviendas y unas 500 estructuras no residenciales y almacenes susceptibles de ser elevadas. Para cumplir los criterios del estudio de viabilidad, las casas tenían que estar en la actual llanura inundable de 25 años (lo que significa que hay una probabilidad de 1 sobre 25 de que la propiedad se inunde en un año determinado), una estipulación que, según la agencia, ofrece la "mayor tasa de rentabilidad". Para su inclusión final en el proyecto, las viviendas deberán poder soportar estructuralmente el proceso de elevación. También deberán estar libres de materiales peligrosos, como el amianto, y tener los títulos de propiedad en regla. Todas las estructuras deberán cumplir las normas de construcción estatales y locales. 

Sin embargo, dado que el Gobierno federal debe cubrir el 65% de los costes del proyecto, las obras quedaron en suspenso hasta 2022, cuando el Congreso aprobó finalmente la primera ronda de financiación para la restauración de edificios y terrenos: casi 300 millones de dólares (280 millones de euros) a través de la Ley de Inversión en Infraestructuras y Empleo. (El 35% restante procederá en su mayor parte del Plan Maestro Costero de Luisiana -una guía de 50.000 millones de dólares (47.000 millones de euros) para la restauración costera y la reducción del riesgo de tormentas que se actualiza cada cuatro años- y su financiación asignada por el Estado).

El programa piloto del Proyecto Costero del Suroeste de Luisiana ha podido avanzar en una ronda inicial de acuerdos con 21 propietarios, aunque este lote de financiación cubrirá en última instancia entre 800 y 1.000 elevaciones en los próximos tres a cinco años. Se está dando prioridad a las viviendas "que más se inundarían", dice Broussard, es decir, las que tienen los primeros pisos más bajos, así como las casas en barrios de ingresos bajos y moderados. Los funcionarios calculan que cada elevación residencial costará entre 100.000 y 200.000 dólares (entre 94.000 y 190.000 euros) y ; los propietarios no pagarán casi nada de su bolsillo por la elevación, pero cubrirán todos los gastos para que sus casas cumplan los requisitos y para el alojamiento temporal durante la construcción. (Los gastos de reubicación de los inquilinos están cubiertos por la Ley Federal de Reubicación Uniforme).

"Nuestros beneficios proceden de sacar las estructuras de la llanura inundable, y se evitan los daños", afirma Broussard. Una vez elevadas las viviendas por encima de los niveles de inundación de 100 años, "no deberíamos tener que tocarlas durante al menos 50 años".

Pero algunos expertos se muestran escépticos ante este tipo de certeza, sobre todo porque la forma de medir las inundaciones de 100 años está cambiando a medida que se calienta el clima. Como señala un reciente estudio de First Street, esas estimaciones de inundaciones suelen basarse en datos obsoletos que no reflejan las precipitaciones actuales ni el aumento de las temperaturas, entre otros factores. Tras ajustar los datos para reflejar una atmósfera más cálida y húmeda, sus investigadores estiman que la mayoría de los estadounidenses sufrirán lo que antes se consideraba un evento de 100 años cada 20 años.

Törnqvist advierte de que las predicciones de inundaciones cada 100 años en las que se basa el proyecto son básicamente una apuesta, y como en los juegos de azar, las probabilidades pueden cambiar.

Pero es una apuesta que las autoridades costeras dicen estar dispuestas a aceptar.

Aunque la modelización del riesgo de inundación del proyecto se llevó a cabo en 2016, Broussard afirma que tuvo en cuenta factores futuros como tormentas cada vez más potentes y el aumento del nivel del mar. Desde entonces, sostiene Broussard, "nada ha cambiado", y añade que el Cuerpo no tiene intención de actualizar los modelos de riesgo de tormentas futuras "en este momento."

Pero incluso según sus estimaciones más optimistas, el proyecto no terminará de elevar las estructuras hasta principios de la década de 2040. Para entonces, habrán pasado décadas desde que el proyecto realizó las predicciones sobre el nivel de las inundaciones en las que se basa. 


Elevar las casas no significará mucho a largo plazo si el proyecto no puede preservar o reconstruir un terreno que ha actuado durante mucho tiempo como barrera natural y protector de los residentes de la costa. Broussard afirma que todo el esfuerzo es como un puzzle complicado y muy grande: para que una pieza encaje, la pieza correcta debe venir antes; para proteger a las comunidades del interior de Luisiana, primero hay que proteger la costa. Sin intervención, el estado podría gastar hasta 15.000 millones de dólares (14.000 millones de euros) anuales en daños por catástrofes a mediados de siglo, según la CPRA.

Bren Haase, presidente y antiguo director ejecutivo de la CPRA, afirma que "el paisaje, las playas, los cheniers, las crestas y las vastas zonas de marismas son la protección de esa parte de la costa" cercana a Lake Charles. Las marismas han sido especialmente importantes para absorber o almacenar temporalmente el exceso de mareas de tempestad, mientras que los cheniers -las crestas costeras paralelas a la costa del golfo- han actuado como diques naturales, frenando esas mismas mareas de tempestad y dando cobijo a encinas cuyas raíces mantenían intactas las costas. 

Pero desde 1932, Luisiana ha perdido 0,5 millones de hectáreas de costa a causa de la erosión, una superficie casi dos veces mayor que la de Rhode Island. Las autoridades estatales calculan que algunas partes del suroeste de Luisiana pierden hasta 9 metros de costa cada año. En total, para 2050, Luisiana podría perder más de 200.000 hectáreas más de tierra.

La CPRA calcula que la parroquia de Cameron -la mayor parte de la cual está formada por humedales- sería la más afectada de todas las parroquias costeras, con hasta un 40% de su territorio susceptible de desaparecer en 2050. Sin sus marismas, la profundidad de las inundaciones locales podría aumentar más de 4 metros y medio.

"En el futuro, [la parroquia de Cameron] no estará ahí", afirma Törnqvist. "Va a ser una de las primeras grandes zonas de nivel parroquial de Luisiana en desaparecer".

Parte del problema es la subida del nivel del mar; otra es el aumento de la cantidad de lluvia que cae sobre la región. Sin embargo, la actividad humana contribuye en gran medida a ello, lo que contraintuitivamente incluye prácticas anteriores de control de inundaciones, como la construcción de presas río arriba y diques para controlar los numerosos cursos de agua del estado. Según un reciente estudio de Nature Sustainability, en la cuenca del río Misisipi, al sureste de Luisiana, la instalación de este tipo de estructuras ha provocado la pérdida de unas 7.000 hectáreas al año. Luego vino el dragado de canales de transporte para la industria del petróleo y el gas, que redirigió las principales fuentes de sedimentos de la llanura lejos de sus marismas y permitió la desintegración del terreno. Entretanto, los sistemas de embarcaderos han alterado los patrones sedimentarios que construyeron las crestas de los arenales a lo largo de unos 7.000 años. Esa actividad también ha permitido que el agua salada fluya tierra adentro, lo que a su vez ha acabado con los humedales de agua dulce donde las raíces mantenían unido el suelo.

En este contexto, elevar las estructuras locales es la parte fácil del proyecto. Será mucho más difícil deshacer un siglo de daños a las zonas de amortiguación costeras que tardaron milenios en desarrollarse.

El Proyecto Costero del Suroeste tiene previsto trasladar millones de toneladas de lodo dragado, rocas, conchas de ostras y otros materiales para sustituir la tierra erosionada o proteger la costa vulnerable. Más de 5 millones de yardas cúbicas de sedimentos dragados del Canal de Navegación de Calcasieu, por ejemplo, se utilizarán para convertir unas 250  hectáreas de aguas abiertas cerca del Lago Negro de la Parroquia de Calcasieu en marismas que se habían perdido por la erosión. Mientras tanto, se apilarán estratégicamente más de 860.000 toneladas de roca en un tramo de casi nueve millas que ampliará los rompeolas existentes -arrecifes artificiales que pueden reducir el impacto de las olas y disminuir la erosión costera- en Holly Beach, en la parroquia de Cameron.

En total, el proyecto pretende preservar casi 9.000 hectáreas netas mediante la restauración del ecosistema.

Afortunadamente, no funcionará de forma aislada. Más allá del Plan Maestro Costero de Luisiana, otros planes de la CPRA en Cameron Parish ya han protegido más de siete millas de costa y restaurado más de 1.500 hectáreas de marisma, construyendo cerca de 50.000 metros lineales de terrazas de tierra para reducir la erosión de las olas.

Aun así, funcionarios como Haase tienen claro que la pérdida de tierras en el futuro es inevitable: "Incluso con nuestros mejores y más agresivos esfuerzos, la costa va a seguir cambiando".


Para que todo esto funcione, es necesario que muchas cosas salgan bien y rápidamente.

Desafortunadamente, el programa piloto ya está retrasado en las estimaciones de tiempo iniciales: después de que se asignaron los fondos, el Cuerpo dijo que esperaba que las primeras estructuras estuvieran elevadas a principios de 2023. Aún no se ha elevado nada. (El Cuerpo dice que “determinar la elegibilidad de la estructura” y realizar múltiples evaluaciones en cada ubicación “ha tomado más tiempo de lo esperado”).

Mientras tanto, el apoyo estatal también puede estar en riesgo desde que un nuevo gobernador republicano, el ex fiscal general estatal Jeff Landry, reemplazó al demócrata John Bel Edwards. Landry calificó el cambio climático como un engaño en 2017, y semanas después de su toma de posesión en enero, emitió una orden ejecutiva pidiendo la posible fusión de la CPRA y el Departamento de Energía y Recursos Naturales del estado, lo que significa que la agencia que permite las industrias petroleras también supervisaría los esfuerzos para remediar sus consecuencias medioambientales. (La oficina del gobernador no respondió a una solicitud de comentarios).

Mientras los planes se retrasan, los sistemas de tormentas inevitablemente seguirán rugiendo en tierra y el nivel del mar seguirá aumentando. Algún día, las casas elevadas entre un metro y un metro medio por encima de su nivel actual no serán realmente seguras. Y no importa qué tan alto lleguen las viviendas, ciudades como Lake Charles seguirán necesitando mejoras en la infraestructura local, como puentes y sistemas de alcantarillado, que constituyen otro conjunto de vulnerabilidades para los residentes. Además de eso, los vientos tormentosos tienen el poder de causar graves daños estructurales, especialmente en viviendas situadas a mayor altura; En 2020, la velocidad del viento del huracán Laura alcanzó un máximo de aproximadamente 150 millas por hora.

Craig Colten, ex profesor de geografía de la Universidad Estatal de Luisiana e investigador comunitario, se muestra igualmente escéptico respecto del éxito a largo plazo del Proyecto de la Costa Suroeste. “Esta noción de que se puede restaurar la costa podría haber sido un objetivo ambicioso y valioso en la década de 1990, cuando la gente empezó a hablar de ello”, afirma. "Pero ahora, mientras vemos cómo se desarrolla esto y la realidad del ritmo del aumento del nivel del mar, creo que la mayor parte de la comunidad científica dice que tal vez el plan de restauración no va a reconstruir realmente la costa".

Al otro lado del golfo, expertos como Jim Blackburn, profesor de derecho ambiental en la Universidad Rice en Houston, piden en cambio una retirada controlada. "Nuestra mentalidad es errónea", afirma. "Estamos más preocupados por vender casas que por decir la verdad".

De hecho, la retirada controlada es una estrategia que se está aplicando a nivel mundial, señala Jim Elliott, sociólogo de la Universidad Rice que investiga los impactos comunitarios a largo plazo de los desastres naturales. La opción se ha implementado en todos los estados de EE. UU. y en unos 500 municipios de todo el país, afirma.


Pérdida de tierra proyectada en 50 años
Los continuos cambios costeros, el aumento del nivel del mar y otros procesos ambientales provocarán una pérdida adicional de tierra (mostrada en azul) en la costa de Luisiana en 50 años. Los proyectos incluidos en el Plan Maestro Costero 2023 intentan mitigar esta pérdida.

Sin embargo, Elliott explica que solo las comunidades pequeñas (como el barrio de Oakwood Beach de Staten Island (Nueva York, EE UU) que sufrió graves daños durante el huracán Sandy en 2012) y las comunidades que ya están desapareciendo como consecuencia de la erosión costera (como Isle de Jean Charles, Luisiana, y Newtok, Alaska) han logrado obtener financiación estatal y federal para reubicar a la mayoría de sus hogares. 

El esfuerzo por trasladar a los residentes de Isle de Jean Charles, en su mayoría indígenas, es de hecho la única vez que Luisiana ha financiado la reubicación de una comunidad a gran escala. En 2016, cuando los legisladores estatales asignaron esa financiación, la isla rural había perdido casi el 98% de sus tierras y apenas era habitable. Colten, que ayudó a asesorar al Estado en el proceso de reubicación, lo calificó de "increíblemente complejo"; los problemas incluían desacuerdos entre los residentes y retrasos en la construcción de una nueva comunidad planificada fuera de la isla. El precio también fue asombroso: se gastó aproximadamente un millón de dólares en reubicar a cada familia, lo que supone un total de unos 45 millones de dólares (42 millones de euros) para trasladar a 40 familias.

"A los funcionarios del gobierno les asusta pensar en los costes", afirma. "Aunque el Estado promocionó muy claramente la reubicación de la isla de Jean Charles como modelo para guiar otros esfuerzos de reubicación, no creo que se vaya a adoptar esa postura en el futuro".

Por estas razones, Colten cree que el gobierno intentará evitar el repliegue controlado hasta que sea la única opción que quede, y sólo para aquellos que no puedan permitirse reubicarse por su cuenta.

Jennifer Cobian, coordinadora de subvenciones y subdirectora de Planificación y Desarrollo de la parroquia de Calcasieu, afirma que su parroquia sólo ha considerado medidas de retirada controlada a pequeña escala, como la compra de viviendas individuales en las zonas más propensas a inundaciones de la ciudad. 

Una compra "siempre es una idea dolorosa: que toda esta zona debe abandonarse o que la gente debe trasladarse a otro lugar", afirma Cobian. En lugar de "abandonar las propiedades o dejar que su valor disminuya", espera que el Proyecto Costero del Suroeste "las eleve y [permita] a la persona permanecer en su casa".

Por esos medios, cree, la comunidad y la economía pueden mantenerse "vibrantes, prósperas".


La visión de Cobian se antoja lejana para lugareños como Sheila Ramsey, que ha vivido en Lake Charles toda su vida. La única vez que ella, su nieta y su hijo, que usa silla de ruedas, han vivido en otro lugar fue después de que los huracanes de 2020 dañaran su casa y les obligaran a trasladarse temporalmente.

Cuando Ramsey y su familia regresaron finalmente a Lake Charles, se enteraron de que su compañía de seguros de hogar se había declarado en quiebra; la póliza que ella había pagado quedaba anulada. Sin esa ayuda, Ramsey no ha podido reparar su casa para hacerla habitable. Tampoco podría permitirse mudarse, aunque quisiera. Así que se ve obligada a elegir entre pagar la hipoteca mensual o arreglar la casa. La familia vive en una caravana alquilada en el jardín delantero.

"Sólo rezo y creo en Dios para que algo salga adelante", dice Ramsey.

Historias como la suya reflejan los graves problemas a los que se enfrenta el suroeste de Luisiana. Pero mientras ella y su familia esperan ayuda, otros abandonan la zona para siempre.

Alejarse de las amenazas costeras no es precisamente un fenómeno nuevo en la región. La migración interior a pequeña escala, o "mudarse arriba del pantano" ("moving up the bayou", define en cierto modo su historia de supervivencia, afirma Colten: "Te mantienes al alcance de tus parientes y ocupaciones moviéndote cinco o diez millas pantano arriba. Te alejas del peligro, pero te mantienes en tu entorno cultural".

Pero los desplazamientos de los últimos años se han acelerado enormemente. Desde que el huracán Rita arrasó la zona en 2005, la población rural de Cameron Parish ha disminuido de unos 10.000 habitantes a sólo 5.000 en la actualidad. Y tras los huracanes de 2020, Lake Charles experimentó el mayor éxodo de población del país ese año, según los datos de cambio de dirección del Servicio Postal de EE UU.


Sobre la obra de arte:
Virginia Hanusik es una artista, autora y defensora del medio ambiente galardonada que vive en Nueva Orleans, Luisiana. Las fotografías que acompañan esta historia son parte de una serie en curso que explora la relación entre el paisaje, la cultura y el entorno construido. Su libro Into the Quiet and the Light: Water, Life, and Land Loss in South Louisiana está disponible en Columbia University Press.

Esto dificulta aún más la vida de las personas que se quedan, afirma Colten. Las comunidades están "perdiendo su capacidad para mantener los servicios parroquiales básicos y pagar al personal que tiene que estar allí para administrar la gestión de emergencias y los servicios básicos de bomberos y policía, lo básico."

A pesar de estos retos y del escepticismo de los expertos, funcionarios locales como Cobian, de la parroquia de Calcasieu, y Haase, presidente de la CPRA, mantienen la esperanza de haber encontrado una forma de construir un futuro aquí.

Haase cree "de todo corazón" en la supervivencia del suroeste de Luisiana. La misión de la CPRA es "garantizar una costa sostenible en el futuro", afirma. "No se trata necesariamente de tener la misma costa que tenemos hoy, o la costa que teníamos hace 10, 20 o 100 años, sino de tener una huella sostenible que sea habitable".

Christa Bell, por su parte, no está segura de si su familia se quedará o se irá. Entiende que elevar su casa podría ser complicado, y todavía no se han puesto en contacto con ella y su marido sobre esa posibilidad. Pero si alguien se pusiera en contacto con ellos, dice, "estaríamos dispuestos a discutir si nos convencen de que pueden hacerlo sin destruir la casa ni costar un ojo de la cara".

Cualquier cosa con tal de evitar las inundaciones, añade. Aunque eso signifique abandonar el suroeste de Luisiana.

Xander Peters es un escritor que vive en su natal este de Texas. Es becario de periodismo de justicia ambiental 2023 en la Universidad Wake Forest y becario de periodismo energético 2023 en la Universidad de Columbia. Su trabajo ha aparecido en National Geographic , Christian Science Monitor , Texas Monthly y otras publicaciones.

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