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Tecnología y Sociedad

La crisis paraliza el salto digital del libro de texto

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Las posibilidades que ofrecen las TIC cuestionan la necesidad de seguir usando libros de texto de papel, pero el parón de la inversión en equipamiento para las aulas frena la demanda de alternativas digitales.

  • por Elena Zafra | traducido por
  • 24 Diciembre, 2012

Ni los alumnos los prefieren, ni los profesores están preparados para manejarlos. Tampoco hay infraestructuras en las aulas para aprovechar sus posibilidades y las editoriales consideran que su venta no les reporta ingresos significativos a día de hoy. Sin embargo, los libros de texto digitales, esa patata caliente tecnológica que ha destapado un antiguo debate pedagógico sobre cuál es la mejor manera de enseñar, está en la agenda de todos los actores implicados en el proceso educativo.

Mientras el libro de texto de papel, piedra angular en la organización del día a día escolar en las últimas décadas, comienza a convivir con una pléyade de materiales digitales de libre acceso puestos a disposición del docente y de los alumnos, el mercado editorial ve cada vez más clara la necesidad de afrontar una profunda transformación de su modelo de negocio. Pero, ¿están preparadas las editoriales para la transición digital, esa que todos dan por segura pero a la que nadie se atreve a poner fecha?

“No estamos de manos cruzadas ni mirando hacia otro lado en todo este proceso”, afirma Esteban Lorenzo, director de Edebé Digital. “Somos absolutamente conscientes del cambio que se está produciendo y de nuestra necesidad de reinventarnos”, asegura.

No extraña, por tanto, que en los últimos tres años las grandes casas editoriales se hayan lanzado con urgencia a la producción de contenidos digitales, tanto libros de texto como materiales complementarios para pizarra digital, plataformas de gestión escolar o ejercicios de autoevaluación que los alumnos pueden resolver en clase o en casa.

Según la Asociación Nacional de Editores de Libros y material de Enseñanza (ANELE), desde 2010 las principales editoriales han hecho crecer su catálogo digital de 100 a 2.700 productos. “Han tenido que hacer inversiones muy importantes para ir respondiendo a las necesidades de desarrollo tecnológico de los distintos soportes”, asegura su presidente, José Moyano, que menciona como ejemplo de esta apuesta el servicio en línea que ofrecen a través de plataformas educativas o de entornos virtuales de aprendizaje. Según Moyano, estos esfuerzos suponen, en primer lugar, abordar una “estandarización de contenidos” que permita visualizarlos sin problemas en el variopinto parque de portátiles, PC, tabletas y pizarras digitales que pueblan los colegios e institutos.

Pero, pese a que las editoriales ofrecen ya libros de texto digitales para todos los cursos de enseñanza obligatoria, su demanda en España -donde hay cerca de 8 millones de estudiantes en el sistema educativo- sigue siendo diminuta. “Sólo existe un mercado de cierta relevancia para la venta de contenidos educativos digitales: la secundaria en Cataluña, con 100.000 alumnos”, afirma Lorenzo. En el conjunto de España, apenas supusieron un uno por ciento de la facturación de las editoriales por libros de enseñanza en 2011.

¿A qué se debe la baja demanda? Moyano puntualiza que estas cifras solo tienen en cuenta las ventas “por licencias digitales separadas” y que cuando el alumno adquiere un producto tradicional en papel cada vez es más corriente que lleve incorporado contenidos digitales. “No es tan importante centrarse en el nivel de facturación que representa el contenido digital porque el modelo de negocio no está del todo claro”, explica antes de lanzar la pelota al tejado de la Administración. “La venta por licencias depende mucho de las infraestructuras de los centros y de las posibilidades de tener una conexión de ancho de banda suficiente, algo que no depende de los editores”, remarca.

En este sentido, la apuesta de los grupos editoriales por la producción de libros de texto digitales coincide en el tiempo con el arranque en 2009 del Programa Escuela 2.0 del Ministerio de Educación, que pretendía “poner en marcha las aulas digitales del siglo XXI”, lo que incluía dotarlas de conectividad y ofrecer a cada alumno un ordenador portátil. Su paralización ha decepcionado por igual a editores, padres y profesores que señalan este hecho como una de las razones de la baja demanda.

“Hasta que no tengamos infraestructuras adecuadas en muchos entornos la única alternativa es seguir con el libro de papel”, afirma Pere Marqués, profesor de Tecnología Educativa del departamento de Pedagogía Aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). “Es como si hubiéramos inventado coches magníficos pero no tuviéramos carreteras, sino caminos de piedras”, se lamenta.

En opinión de Marqués, que dirige el Grupo de Investigación sobre Didáctica y Multimedia (DIM-UAB) y está especializado en desarrollo de recursos educativos que utilizan las TIC para mejorar el aprendizaje, “un buen libro de texto digital siempre será mucho mejor que un buen libro de texto en papel”, pero para aprovecharlo es imprescindible que el estudiante tenga a su servicio un dispositivo, algo que no siempre está garantizado.

Miguel Barrero, director general de Santillana Negocios Digitales, reconoce que Escuela 2.0 favoreció la dotación de hardware y que gracias a ello “al menos determinados niveles educativos tienen una buena infraestructura”. Sin embargo -apunta- no ocurre lo mismo con la conectividad en el aula, un aspecto menos mencionado pero igual de esencial. “En caso de que los libros de texto digitales impliquen una conexión a la red continua y de todos los alumnos en el mismo horario, probablemente no resulte suficiente”, afirma.

Y los problemas no acaban aquí. Otro de los aspectos clave va más allá de la falta de ordenadores o de un ADSL veloz: los profesores que deben guiar al alumno en el uso de estas herramientas tampoco están preparados para el salto. Noemí Mercadé, directora editorial de Casals, considera que el personal que gestiona el hardware disponible en las escuelas “está infradimensionado”. Desde Edebé apuntan además que, aunque los profesores son “la clave de este cambio”, existe todavía un importante déficit de formación en materia de enseñanza digital entre ellos. “Esto dificulta mucho cualquier apuesta en este sentido”, afirma Lorenzo.

No solo los grandes proveedores de contenidos perciben este distanciamiento de los docentes. También los padres creen que muchos de ellos carecen de las habilidades que les permitirían enseñar a los alumnos a sacar el máximo provecho de los contenidos digitales. “Pasaría un poco como con el bilingüismo: a muchos les pilla ya unos cuantos pasos por delante y reciclar a toda esta gente sería complicado”, afirma Jesús María Sánchez, presidente de la Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos (CEAPA). En su opinión debería haber “un punto de inflexión, desde ya," a partir del que la especialización en el uso didáctico de los contenidos digitales sea parte de la formación "inicial y permanente" del profesorado. “Ahora te puedes encontrar profesores que tengan una pizarra digital y sean incapaces de usarla”, comenta Sánchez, que reconoce a continuación que los padres tampoco controlan del todo estas tecnologías. “Mis hijos me dan mil vueltas”, confiesa.

¿Qué aportan los nuevos formatos para que merezca la pena adaptarse a ellos? “Ya no hablamos de libros”, afirma Lorenzo. "Son contenidos digitales que favorecen la actitud activa del alumno, la interactividad, la comprensión, el trabajo colaborativo, el uso de las tecnologías en el aula y la atención a la diversidad”, explica.

Barrero, desde Santillana, abunda en la idea de atractivo y flexibilidad y en el imperativo de crear un producto totalmente nuevo y no una réplica del papel. “Debemos intentar que sean realmente interactivos, adaptables, incluir herramientas y funcionalidades de web social e incorporar posibilidad para remezclar los contenidos”, explica.

Esta apuesta por permitir la construcción de otros itinerarios de aprendizaje -no determinados por el orden o la presencia de ciertos contenidos en el manual de papel- podría ser decisiva para avanzar hacia lo que Lorenzo llama “una enseñanza personalizada”. Al mismo tiempo, destapa el debate sobre si los manuales tradicionales deben seguir siendo el 'andamio' para la adquisición de las competencias básicas, o si de no ser porque la coyuntura económica limita la posibilidad de aprender en línea, el libro de texto como lo conocemos habría perdido su razón de ser. “El alumno, guiado por actividades adecuadas del profesor, puede buscar él mismo la información, contrastarla, seleccionarla, presentarla y debatirla en clase; puede construir su propio libro, individual o colaborativamente, en forma de blog o wiki”, asegura Marqués.

Algunos como Casals apuestan todavía por mantener un modelo de libro digital que sigua la secuenciación del libro en papel “para que pueda ser usado en convivencia con este”; otros como Edebé aseguran que sus contenidos se han creado “con pequeñas unidades que se pueden reordenar y combinar en función de las necesidades del docente” y están pensados para permitir el uso de materiales de la editorial junto a los procedentes de Internet.

No obstante, y pese a los esfuerzos por explotar el atractivo de estos formatos, los libros de texto digitales que se utilizan actualmente no terminan de convencer a los alumnos. Según un reciente estudio piloto realizado en varias universidades estadounidenses, los estudiantes siguen prefiriendo los formatos impresos tradicionales pese a su desactualización crónica y a su mayor precio.

De cara al futuro, los expertos apuestan por que la próxima década será la de la convivencia entre el libro de texto de papel  y los contenidos digitales. Según Marqués los primeros “irán adelgazando, convirtiéndose en la síntesis, e incorporarán códigos QR desde los que el alumno accederá con su smartphone a videos asociados, simulaciones o ejercicios autocorregibles”. No obstante, su mayor o menor protagonismo dependerá más del contexto económico que del tecnológico.

Por otro lado, ya han aparecido empresas informáticas –entre ellas Apple con su software iAuthor- que quieren disputar a las editoriales el terreno de la producción de contenidos, aunque su influencia es aún pequeña en España. Posibilidades como la compra de recursos educativos por capítulos o la agregación y remezcla de contenidos son también incipientes todavía.

Por ahora, los grandes grupos, que llevan décadas compilando y organizando los contenidos de los manuales escolares, dicen no tener miedo a la aparición de nuevos competidores. “Confiamos en nuestra experiencia en lo que sabemos hacer: adaptar el contenido de las áreas a los currículos”, afirma Moyano. “Eso no está en Internet, sino que depende del acierto, capacidad y profesionalidad de empresas educativas que tienen miles de empleados superespecializados”, añade. Para el presidente de ANELE, si un grupo de tecnólogos audiovisuales explica el currículum mejor que los editores “tendrán éxito”, pero advierte que hacer un producto educativo de calidad “no es pintar un volcán y que eche un poco de lava”.

Desde las editoriales coinciden en señalar lo valioso de la experiencia acumulada y en dudar de que otros agentes puedan llenar ese hueco con la misma calidad. “De todas formas, la creación colaborativa es un agente en sí mismo que las editoriales no deben menospreciar”, puntualiza Mercadé desde Casals.

Sean unos u otros quienes los diseñen, la demanda de libros de texto digitales, aún raquítica, aumentará considerablemente en el futuro y, mientras esto sucede, las editoriales comienzan a tomar posiciones para aprovechar lo mejor posible sus fuertes. “Las grandes editoriales como nosotros, con una base sólida y un fondo editorial desarrollado y maduro, serán las que antes puedan adaptarse y cubrir las necesidades de contenido en castellano,  inglés u otras lenguas”, apunta Álvaro García, director general para España y Portugal de McGraw-Hill.

Aunque casi todas consideran la posibilidad de que la demanda “irrumpa en poco tiempo y de forma exponencial”-como advierte Barrero desde Santillana- y se han esforzado por ofrecer un amplio cupo digital de contenidos, la realidad es que pocas creen en una sustitución inminente del manual tradicional por una alternativa digital. Desde Prisa, grupo al que pertenece Santillana, las consignas son la cautela y la priorización del negocio tradicional. “Está claro que tenemos un nicho muy bueno en papel  y la venta de cuadernos de verano y libros de texto todavía funciona”, explica Carlos Sánchez, director digital y multimedia de Prisa Brand Solutions. “En esta parte no vamos a ser muy activos. Lo importante es estar preparados para cuando haya que dar el salto, y por eso estamos en comunicaciones con todo el mundo, para poder hacer un salto rápido en un momento determinado y defender ese negocio”, añade.

Según Marqués, su prudencia se justifica en que la poca uniformidad del equipamiento de las aulas incrementa el riesgo empresarial. “Si hacen libros digitales para las máquinas actuales que ya empiezan a ir más lentas no aprovechan todo lo que puede dar la informática para hacer cosas más atractivas; pero si hacen materiales más avanzados se arriesgan a que en muchos ordenadores no corran”, comenta Marqués. “La editorial que se adelante demasiado habrá creado unos libros digitales que quizá en unos años el mercado considere obsoletos”, resume el experto.

Otro de los retos de los nuevos sistemas de aprendizaje, más tendentes a la apertura y la colaboración, es la forma de garantizar el respeto a los derechos de autor, un tema que la industria ha resuelto provisionalmente con el sistema de gestión digital de derechos (DRM, por sus siglas en inglés), mediante el que los alumnos compran licencias de uso –generalmente de un curso de duración- y se impide que, vencido ese plazo, los libros digitales puedan ser copiados, prestados o heredados como lo son en ocasiones sus equivalentes de papel.

Desde CEAPA, Sánchez defiende el sistema de reutilización de libros en los centros que venía funcionando en algunas comunidades autónomas y considera que se debe caminar hacia un modelo en el que exista un “reservorio de contenidos” al que puedan acceder alumnos y profesores y en el que el software de enseñanza sea libre y gratuito. “El acceso a descubrir cosas no puede estar vedado”, concluye.

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