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El poder del pueblo 2.0

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Cómo los civiles ayudaron a ganar la guerra de la información en Libia.

  • por John Pollock | traducido por Lía Moya (Opinno)
  • 25 Mayo, 2012

Después de semanas de escaramuzas en las montañas Nafusa al suroeste de Trípoli (Libia), Sifaw Twawa y su brigada de rebeldes se han parado. Es una noche de mediados de abril de 2011 y los hombres de Twawa están asustados. Muy poco armados y ocultos solo por árboles, están a tiro de piedra de uno de los aparatos lanzacohetes Grad 122 que están bombardeando Yefren, su ciudad natal asediada. Estas armas son capaces de disparar hasta 40 cohetes no dirigidos en 20 segundos. Cada proyectil lleva una ojiva de fragmentación que pesa unos 20 kilos. Necesitan saber con urgencia cómo enfrentarse a ellos o tendrán que retroceder. Suena el móvil de Twawa.

Le llaman dos amigos, vía Skype. Nureddin Ashammakhi está en Finlandia, donde dirige un equipo de investigación que desarrolla tecnología de biomateriales y Khalid Hatashe, médico, está en el Reino Unido. El régimen de Gadafi entrenó a Hatashe en el manejo de cohetes Grad durante su servicio militar obligatorio. Explica que la katiba de Twawa, su brigada, está muy por debajo del alcance mínimo del Grad: a esta distancia cualquier cohete que se disparara pasaría muy por encima de ellos. Hatashe añade que el lanzador se puede activar a varios cientos de metros de distancia mediante un cable eléctrico, así que el enemigo puede estar o no cerca de la lanzadora. Los hombres de Twawa atacan con éxito el Grad gracias a que dos civiles le han pasado información, a través de Skype, a su líder, que estaba en un campo de batalla a un continente de distancia.

Está claro que los civiles han “dado la vuelta a las cosas”, afirma David Kilcullen, autor de The Accidental Guerrilla (La guerrilla accidental), reconocido experto en contrainsurgencia y asesor especial del General David Petraeus durante la guerra de Irak. Ahora sus comunicaciones pueden afectar directamente a la dinámica de las operaciones militares. “Las redes de información”, sostiene, “definirán el futuro de los conflictos”. Ese futuro empezó a desvelarse el día en que las redes libias –y una larga lista de activistas globales- empezaron una guerra de información contra Gadafi. En esta particular guerra participaron miles de civiles, pero uno de los más importantes fue un hombre que, parafraseando a Woodrow Wilson, usó no solo todo su cerebro, sino todos los cerebros que pudo tomar prestados.

MÁS ES MEJOR

La guerra contra Gadafi se libró gracias a cerebros globales, el músculo de la OTAN y la sangre Libia. Pero hicieron falta los cerebros y la sangre para conseguir el músculo. El 18 de febrero, tres días después del inicio de las protestas que crecerían hasta convertirse en la exitosa revolución contra el régimen, Libia se quedó fuera de línea. El acceso a Internet o a las redes móviles se cortó o no era fiable y la gente usaba las conexiones limitadas de que disponía. En Benghazi, Mohamed “Mo” Nabbous se dio cuenta de que disponía de los conocimientos y del equipo de una empresa proveedora de Internet que había tenido para poder montar un enlace de Internet por satélite. Gracias a colaboradores que le escudaron de la acción de posibles francotiradores, Nabbous colocó parabólicas y nueve cámaras web que retransmitían en vivo para su canal de televisión en línea, Libia Alhurra TV (“Libia Libre”) que emitía las 24 horas en Livestream.

Nabbous había plantado una luminosa tienda virtual en una Libia que se iba oscureciendo. Durante las batallas en Benghazi en las que hubo cientos de muertos y miles de heridos, dio entrevistas a medios internacionales como la CNN y la BBC. También conectó con partidarios y activistas de decenas de países, de entre los que pronto surgió un equipo de guerreros de la información.

Stephanie Lamy fue uno de ellos. Lamy es una madre soltera que vive en París y se define a sí misma como consultora de comunicaciones estratégicas. Estaba usando las revoluciones egipcia y libia para explicar su trabajo a su hija de nueve años. Buscaron en Google y encontraron Libia Alhurra TV; Lamy se quedó enganchada. “Cuando vi los gritos de socorro en Livestream, supe que mis habilidades eran perfectas para esta situación y mi deber era ayudar”, afirma. Dejó su negocio y empezó a trabajar hasta 24 horas diarias. Era una situación en la que “cada acción contaba”.

Durante sus primeras seis semanas el canal proporcionó 25 millones de 'minutos vistos' a más de 452.000 visitantes únicos. Nabbous solo tenía el ancho de banda suficiente para emitir, así que se presentaron voluntarios para grabar y subir vídeo. Livestream también adoptó un papel activo: archivaba copias de seguridad varias veces al día, dedicó un equipo de seguridad a proteger la emisión de hackers y no cobró sus servicios. Otros abrieron grupos de Facebook o vigilaban lo que sucedía en Twitter, pegando tuits y enlaces en la casilla de conversación. Compartían información sobre primeros auxilios en árabe y transcribían o traducían grosso modo las entrevistas casi en tiempo real. “Fue un proceso de aprendizaje muy rápido para todos”, afirma Lamy. “Los tanques estaban entrando, estaban bombardeando a la gente, estaban masacrando a la gente”.

El 19 de marzo Gadafi lanzó un ataque sobre Benghazi. Se oían misiles explotando y Nabbous exclamó antes de salir a informar en vivo: “¡Nadie se va a creer lo que están a punto de ver!”. Estaba retransmitiendo cuando le alcanzó un francotirador. Horas después de la muerte de Nabbous, aviones de combate franceses bombardearon la artillería pesada que atacaba Benghazi. Su viuda, Samra Naas, embarazada del primer hijo de la pareja, se puso a retransmitir en su lugar. “Lo que él empezó tiene que continuar, pase lo que pase”. Además de su familia y amigos, tres mujeres a las que nunca había visto en persona se pasaron gran parte de la noche consolándola, lo mejor que podían, a través de Skype.

LOS OBJETIVOS

Entre ellas se encontraba Charlie Farah, una productora de radio libanesa-americana. Ofreció apoyo técnico para Libia Alhurra TV, así como suscripciones al satélite de doble sentido para los rebeldes. Para eso era necesaria su confianza. “Cuando alguien a quien nunca has visto te dice que pagará tu satélite, le estás dando tus coordenadas GPS”, señala. “Si éstas caen en las manos equivocadas, podría significar la visita de un misil”.

La mayoría de los rebeldes eran civiles sin ningún tipo de formación en primeros auxilios ni en el uso de armas. Farah empezó a enseñarles lo que pudo sobre técnicas básicas de triaje, cómo planificar rutas de escape y cómo disparar y moverse. Enseñó a la gente a compartir archivos usando YouSendIt porque los guardias encargados de los controles del régimen empezaron a buscar información pasada de contrabando en medios portátiles (rebeldes de Sabratha se escondieron memorias USB en el pelo y ocultaron armas bajo sus ovejas). Para los rebeldes, el hecho de que los descubrieran podía implicar el encarcelamiento, la tortura o la ejecución.

Y aunque quienes se encontraban en Libia eran quienes más riesgos corrían, Gadafi tenía la deprimente reputación de dar zarpazos en el extranjero. Además de estar involucrado en el bombardeo de un club nocturno en Berlín en 1986 y en la explosión del vuelo 103 de la Pan Am sobre Lockerbie (Escocia) en 1988, apoyaba a una extraña colección de grupos terroristas y cazaba a los disidentes uno a uno. En la década de 1980 mandó asesinar a decenas de ellos en todo el mundo.

Mustafa Abushagur, opositor al régimen durante décadas, consiguió escapar a ese destino. Ingeniero de microsistemas y emprendedor, es el presidente fundador de Dubái RIT (el campus en los Emiratos Árabes Unidos del Instituto Tecnológico de Rochester, RIT, por sus siglas en inglés). En 1980 estudiaba en la Universidad de Caltech (EE.UU.) cuando el FBI le visitó y le avisó: “Estás en una lista de objetivos”. Empezó a llevar guantes de algodón para no dejar huellas al empaquetar y enviar revistas en contra de Gadafi. Cuando empezó la revolución usó Facebook para mantenerse al tanto de lo que sucedía y acabó por regresar a Libia, donde ahora es vice primer ministro interino. “La guerra de la información es lo que consiguió que la revolución tuviese éxito”, afirma.

EL PRIMADO

Algunos guerreros de la información montaron sus propias operaciones. Para Rida Benfayed, cirujano ortopédico con residencia en Denver (EE.UU.) cuando estalló la revolución, conectarse a Internet era su prioridad máxima al llegar a su ciudad natal, Tobruk, 500 kilómetros al este de Benghazi. Benfayed se hizo con la única conexión a Internet de doble sentido por satélite de la ciudad y empezó a aceptar cientos de solicitudes para conectarse en Skype. Organizó sus contactos en seis categorías: medios de habla inglesa, medios árabes, médicos, información sobre el terreno, políticos e inteligencia. Sus contactos  incluían a embajadores y médicos, periodistas y rebeldes. Se convirtió en una fuente de inteligencia militar de gran valor y muy pronto convirtió su base de operaciones en una sala de mando.

Alguien que afirmaba ser un agente de inteligencia europeo se puso en contacto con Lamy. La información detallada que proporcionó parecía auténtica: incluía el número, localización y movimientos de las tropas y la artillería pesada de Gadafi. Le proporcionó incluso actualizaciones mientras la larga columna armada del régimen se acercaba a Benghazi. Lamy pasó la información a Benfayed, quien la compartió con Mustafa Abdul Jalil, el ministro de justicia libio que había desertado para convertirse en presidente del Consejo Nacional de Transición (CNT) y líder de facto de la oposición (en la actualidad es el líder oficial del gobierno interino de Libia).

Durante algunas semanas en el periodo anterior a que la OTAN reconociera el CNT y antes de que esta fuente desapareciera tan rápido como había aparecido, fue una mina de información militar. Reveló que el procedimiento operativo estándar del régimen era cortar la cobertura móvil de una zona tres días antes de un ataque; sugirió planes estratégicos para proteger Benghazi si el Consejo de Seguridad de la ONU no tomaba medidas; y explicó cómo y dónde atacar a los tanques del régimen. Con la bendición de Jalil, Benfayed creó enlaces de información sobre el terreno con las líneas del frente y amplió su equipo a unas 30 personas, entre ellas había oficiales de los ejércitos de Tierra, Aire y de la Armada opositores al régimen, enlaces con los medios internos y los internacionales y especialistas médicos e informáticos. Muy pronto la sala estaba recibiendo tal cantidad de información en directo que un visitante encantado con el panorama exclamó “¡Es igual que Al Jazeera!”.

Cuando la oposición consiguió introducir armas y ayuda humanitaria en el puerto de Misrata, que estaba siendo bombardeado incesantemente por el régimen, Benfayed proporcionó a la OTAN los horarios de la operación y el tamaño y nombre de cada uno de los barcos para reducir las posibilidades de recibir fuego amigo. Benfayed dirigió su sala de mando hasta estar seguro de que había puesto en contacto a la OTAN directamente con los líderes clave en cada una de sus redes.

Los aproximadamente seis millones de habitantes de Libia se concentran en un cinturón costero de ciudades y se encuentran conectados por una especie de 'primado' de amplias redes personales y familiares. La confianza inherente a estas redes fue muy valiosa para la oposición: el primo de un primo podía comprobar la autenticidad de una información, o el primo de un amigo podía proporcionar información desde dentro del aparato de seguridad del régimen. Mientras tanto, la quebradiza jerarquía de Gadafi, absorta en caprichosas y despóticas intervenciones denominadas 'sultanismo', estaba aislada de esa estructura social y asolada por la desconfianza.

Los libios vivieron atemorizados por su sultán durante más de cuatro décadas, pero sus estrechas redes sociales demostraron ser muy resistentes cuando el delirio de que la gente creía en el régimen –lo que Kilcullen denomina “el presunto consenso”-, se desvaneció. En ese momento el primado superó a los sultanistas.

MISRATA CALLING

Gihan Badi, una arquitecta residente en el Reino Unido recuerda cómo superó ese temor. Antes del levantamiento tenía miedo: aunque sabía que había protestas organizadas para el 17 de febrero, borró cualquier comentario al respecto de su grupo de Facebook para libios. El 15 de febrero, en una llamada a su familia en Benghazi supo que las protestas, inesperadamente, ya habían empezado. Usando una especie de seudónimo, Juhaina Mustafa, llamó a Al Jazeera Mubasher -el canal de teléfono en directo de la cadena- para compartir las noticias. Gracias a una conexión establecida a través de su hermano, consiguió entrevistas con al Jazeera y la BBC para Nabbous. Empezó a dar a la prensa los números de teléfono de decenas de personas en Libia, asegurándose de verificar la fiabilidad de los contactos que no conocía personalmente. Una información veraz y fiable era importante, afirma, entre otras cosas porque “ya no estábamos fingiendo”.

La televisión estatal libia denunció públicamente a 'Juhaina Mustafa'. Preocupada por la seguridad de su propio teléfono, compró tarjetas prepago. Descubrió una regla general útil: los agentes colocados por Gadafi para conectar con ella a través de solicitudes en Skype tenían poca paciencia. “En los tres primeros mensajes eran amables”, explica. “Luego en el cuarto empezaban a decir: ¡Te mataremos! ¡Sabemos quién eres!”. Otros contactos tenían más paciencia, se daban cuenta de lo ocupada que debía de estar. Era una madre trabajadora más ocupada de lo habitual, centrada en una nueva emergencia: Misrata.

La tercera ciudad más grande de Libia, situada entre Trípoli y Benghazi, estaba siendo asediada. Durante meses, la artillería pesada y los tanques machacaron Misrata desde fuera. Dentro, decenas de francotiradores –incluyendo mercenarias colombianas- dominaban el centro de la ciudad. “Había cadáveres en las calles que no se podían recuperar por culpa de los francotiradores”, afirma Marwan Tanton, un periodista ciudadano de Freedom Group Misrata, un grupo de estudiantes convertidos en reporteros que llevaban cámaras y pistolas. “Se los comían los perros”.

Stephanie Lamy, Rida Benfayed, y el marido de Badi, Nagi Idris, estaban entre las numerosas personas que peleaban por conseguir hacer llegar ayuda humanitaria a Misrata y avisar al mundo de un desastre en ciernes. Trabajaron para pasar de contrabando por mar a los primeros periodistas internacionales, entre ellos a Fred Pleitgen de la CNN. (Tuvieron un papel similar en el caso de la lucha en las montañas Nafusa, que hasta entonces apenas había sido cubierta).

En Misrata, como en otros lugares, identificar armas era otra de las tareas urgentes. Andy Carvin (miembro de los TR35 de 2005) de NPR, la radio pública estadounidense, usó Twitter para conseguir información sobre las armas mediante crowdsourcing (financiación por parte de un público masivo). Sus seguidores tardaron apenas 40 minutos en identificar unas raras minas chinas lanzadas por paracaídas que se hallaron en la zona del puerto de Misrata. Era la primera vez, que se sepa,  que se usaban en una guerra (un hecho extraordinario recogido en Storify).

Como en el caso de la Wikipedia, este tipo de información experta podía provenir de cualquiera, como por ejemplo Steen Kirby, un estudiante de instituto del estado de Georgia (EE.UU.). Además de identificar armas, Kirby reunió un grupo en Twitter para producir rápidamente guías en inglés y árabe sobre el uso de un AK47, la construcción de refugios improvisados contra la artillería Grad y el manejo de minas y proyectiles sin explotar, así como guías médicas detalladas para usar en el campo. Estas guías se compartieron con rebeldes en Trípoli, Misrata y las montañas Nafusa.

Los habitantes de Misrata demostraron tener unas dosis de ingenio impresionantes. Los ingenieros informáticos pirateaban nuevas armas –incluyendo una metralleta controlada a distancia montada sobre un juguete infantil- y adaptaban la tecnología sobre la marcha. Ordenadores portátiles, Google Earth en CD-ROM y las brújulas de los iPhones proporcionaban a los rebeldes información sobre el alcance de la artillería. Después del lanzamiento de un cohete, un vigía confirmaba el impacto, informando de que había aterrizado, por ejemplo “a 10 metros del restaurante”. Entonces calculaban la distancia exacta en Google Earth y usaban la brújula, junto con tablas de ángulos y distancias, para hacer ajustes.

Freedom Group Misrata poseía imágenes de vídeo impactantes pero tenía una fuerza de señal limitada. Los periodistas ciudadanos resolvieron este problema uniendo parejas de candados electrónicos para compartir su contenido, que era cada vez más profesional (marcado con su logo).

Después de 40 años de silencio, Libia vuelve a hablar. Lo más destacable del paisaje urbano del país en la actualidad son los grafitis que adornan casi todas las paredes. Las historias de la guerra se suelen compartir a través de fotos y vídeos de cámaras de teléfono y ordenadores. Y aunque muchos de ellos son demasiado fuertes para los medios de comunicación generalistas, circulan abiertamente en YouTube y Facebook. Un vídeo del teléfono móvil que le fue interceptado a un mercenario reveló el asesinato de 37 personas en las montañas Nafusa. Otros vídeos, obtenidos con aparatos móviles dentro del país se difundieron ampliamente en los medios occidentales. El conocimiento de las atrocidades que estaban ocurriendo en Libia tuvo una gran influencia en el voto de los miembros del consejo de Seguridad de la ONU para crear una zona de exclusión aérea. Ese voto introdujo el músculo en la ecuación.

EL MÚSCULO

La Resolución  1973 del Consejo de Seguridad de la ONU dio lugar a operaciones casi inmediatas de varios países, dirigidos por Estados Unidos, antes de entregar el control a la Operación Protector Unificado (OPU, por sus siglas en inglés) de la OTAN. El bloqueo naval utilizó barcos y submarinos de 12 países, mientras que la potencia aérea provino de la OTAN y 15 países entre los que se contaban Qatar, Emiratos Árabes Unidos y Jordania. En 222 días se hicieron unos 26.000 vuelos, con más de 9.600 misiones de ataque que alcanzaron unos 6.000 objetivos.

Durante semanas la emisora Libia Alhurra TV hizo un seguimiento de los ataques a través de la señal del control de tráfico aéreo en directo desde Malta. David Cenciotti, bloguero de aviación militar señala que el tráfico que entraba en el espacio aéreo libio se identificaba por ejemplo, como un Predator “entrando en modo táctico”, es decir, que estaba cambiando de frecuencia de radio para contactar con la unidad de control táctico. Las confirmaciones de los ataques, recuerda Stephanie Lamy, aparecían en Twitter “en unos seis u ocho minutos de media”. La OTAN afirma que la confirmación inicial de un ataque tardaba “de uno a dos minutos”, a pesar de contar con una ventaja única: la 'Orden de Trabajo Aéreo', que mostraba dónde y cuándo debía atacar cada aeronave.

Este es un raro ejemplo de información no oficial de la OTAN llegando a las redes civiles. Lo contrario era más frecuente: los civiles enviaban información a la OTAN, que se había dedicado a buscar datos clave discretamente, incluyendo múltiples fuentes independientes y coordenadas precisas. Esta comunicación era bastante unilateral; hubo pocos intentos por crear relaciones con una nueva raza de activistas con habilidades tecnológicas y fuertemente interconectados.

Públicamente, la OTAN y su secretario general, Anders Fogh Rasmussen, sí que usan medios sociales, entre ellos Twitter, Facebook y un vídeo blog, aunque forman parte de las tareas estándar de su oficina de prensa. Se tomaron la molestia de asegurarse de que el primer anuncio sobre el fin de la operación libia llegara vía Twitter y Facebook. Más adelante, en una rueda de prensa, la OTAN explicó que su “centro de fusión” usó información abierta como Twitter para transmitir “información utilizable”. En la intimidad, la historia cambia un poco.

DESDE DENTRO

La experiencia de un oficial de la Armada francesa en activo que habló con Technology Review con la condición de mantenerse en el anonimato, sugiere un alto grado de recelo por parte de los militares respecto a los medios sociales y las comunidades web. El oficial, a quien llamaré Eric Martin, es experto en sistemas de combate y enlaces de datos tácticos usados por la OTAN y Estados Unidos en mando, control y comunicaciones. Antes de que le encomendaran la misión de unirse a la operación naval, sintió curiosidad por el alto nivel de “información de código abierto” que se podía encontrar en los medios sociales.

Después de unas cien horas de trabajo, Martin consiguió unos 250 contactos directos en Libia y otros lugares. Creó, de hecho, una red privada de inteligencia. En un principio esperaba obtener solo información “ambiente” o de trasfondo, pero la inteligencia que recogió muy pronto resultó útil tanto para la estrategia como para la táctica. Intentó avisar a sus superiores del potencial de esta red para seguir el flujo de los movimientos sobre el terreno, pero tardaron un tiempo en aceptarlo. “Al principio estaban muy asustados porque no tenían ningún control”, afirma, “Así que monté una especie de laboratorio”. Creó una oficina y no se le proporcionó ningún tipo de información militar. Su capitán le hacía preguntas concretas y comparaba los resultados de Martin con los canales de información más formales. Resulta difícil hacer una comparación precisa, pero Martin calcula que al final un 80 por ciento de la información usada por su navío provenía de sus fuentes.  

Martin cree que Estados Unidos y  Reino Unido usan software para analizar los medios sociales, y supone que estos programas les proporcionaron información durante el conflicto libio. La CIA ya hace un seguimiento de los medios sociales, y la Agencia Avanzada de Proyectos de Defensa (DARPA, por sus siglas en inglés), que financió el desarrollo de Internet, se encuentra explorando estos canales actualmente. Martin cree que si los países aprenden a intercambiar esa información al nivel adecuado, en el momento preciso, sería posible evitar errores trágicos. Pero se pregunta: “¿Será la OTAN capaz de evolucionar correctamente, con el software adecuado, en el tiempo preciso? No lo creo.”

Martin cree que existen varios problemas para que esto sea así. La OTAN es una coalición compleja plagada de barreras culturales y lingüísticas, los medios sociales no son bien valorados ni tampoco bien comprendidos por sus líderes y verificar la identidad de las fuentes formales lleva un tiempo considerable. Aún así, está convencido de que su red no oficial le mantuvo mejor informado que a sus iguales que dependían de los canales de información oficiales franceses.

EL CONTRALMIRANTE

Charlie Farah es una de las muchas personas que hubiera deseado que la OTAN estableciera una relación con las redes no militares activas o por lo menos con los nodos clave dentro de ellas. Si hubieran sido más eficaces a la hora de establecer objetivos, habría habido menos bajas, se habrían ahorrado dinero y muy probablemente la guerra habría sido más corta.

Un incidente en el que podría haber sido de ayuda el tener mejores enlaces tuvo lugar el 7 de abril cuando, una semana después de hacerse con el control de las operaciones, la OTAN bombardeó un convoy de tanques y otras armas capturados por los rebeldes. Hubo varias muertes.

Farah, Lamy y muchos otros sabían desde hacía días que los tanques estaban en manos de los rebeldes. No queda del todo claro si el incidente se debió simplemente a que confundieron a los rebeldes con fuerzas pro Gadafi. Algunas fuentes afirman que la OTAN pudo haber sido víctima de desinformación proporcionada por el General Abdul Fattah Younes, un alto cargo tránsfuga que después fue asesinado por las fuerzas de la oposición. Otros afirman que la OTAN había avisado a los rebeldes de que no debían cruzar determinada 'línea roja'.

Al día siguiente, el contralmirante Russell Harding, subcomandante británico de la Operación Protector Unificado de la OTAN respondiendo a una pregunta de un reportero en una rueda de prensa, afirmó: “No voy a pedir perdón. No teníamos información de que las fuerzas de la oposición estuvieran usando tanques”. Al preguntársele cómo estaba intentando la OTAN mejorar las comunicaciones con los rebeldes para impedir que se produjeran incidentes similares, fue tajante: “No nos toca a nosotros mejorar las comunicaciones”.

Un oficial de la OTAN al que ha tenido acceso Technology Review ha confirmado que la OTAN aprovechó las comunicaciones civiles que salían de Libia, y añade que la organización nunca había usado este tipo de información antes. Sin embargo, el papel de los civiles a la hora de proporcionar inteligencia, incluso la identificación de objetivos, es un tema incómodo para la OTAN. Aparte de la preocupación militar por la seguridad de las operaciones, hay sensibilidades políticas, dado que hubo países que se quejaron de que las fuerzas de la OTAN estaban yendo más allá de su mandato de proteger a los civiles. Y sin embargo, a lo largo de todo el conflicto, los civiles sí que proporcionaron inteligencia a la OTAN: de hecho, se les pidió que lo hicieran.

LA INTELIGENCIA DE LAS REDES SOCIALES

Cuando la OTAN llamó a Nagi Idris sin previo aviso en busca de información, se sintió “muy, muy asustado”. Era un investigador que vivía en Leeds (Inglaterra), con su mujer, Gihan Badi, y un hijo pequeño. El mundo de la inteligencia era algo nuevo para él. Su contribución al esfuerzo rebelde libio había consistido en reunir información sobre las necesidades médicas de la población civil y los rebeldes en Benghazi, Misrata y las montañas Nafusa, recaudar fondos para cubrir esas necesidades y asegurar el suministro y transporte de ayuda humanitaria. Como libios, Idris y Badi decidieron llamar al Gobierno británico para preguntar si la persona que se había puesto en contacto con ellos de parte de la OTAN era un contacto real y, si era así, si debían cooperar. Un oficial tardó media hora en confirmar el nombre y verificar que las autoridades británicas estaban de acuerdo en que trabajaran con la OTAN.

Su contacto era del Grupo de Cooperación Civil-Militar de la OTAN (CIMIC, por sus siglas en inglés), cuya página web afirma que su labor es “intensificar el grado en que se involucran los actores civiles en una forma más global e integrada de planificación”. Con su marido concentrado en la ayuda humanitaria, Badi tomó la iniciativa, proporcionándoles información actualizada regularmente, incluyendo, a petición de la OTAN, coordinadas precisas. Badi sabía que la OTAN quería fuentes múltiples para poder contrastar, así que creó cortafuegos para separarse de otros, incluyendo a su marido, que tenían sus propias redes.

Otro civil libio que proporcionó inteligencia importante es un hombre al que llamaré Asim (solicitó mantenerse en el anonimato porque cree que su labor, que consistió en proporcionar información sobre objetivos a la OTAN, condujo directamente a la muerte de personas que aún tienen familiares en Libia). Como libio influyente y bien conectado que trabajaba en los medios, Asim consiguió sacar a la mayoría de su familia del país y establecer “salas de operaciones” en Túnez, Dubái y España. “No creo que haya una agencia de inteligencia en todo el mundo que conozca a Gadafi mejor que los propios libios”, afirma.

La red de contrabandistas de información de Asim sacó memorias USB y discos duros de Trípoli y consiguió introducir una centena de teléfonos satélite Thuraya en el país. Proporcionaron a la OTAN planos, localizaciones de tropas y movimientos y un diagrama detallado de las conexiones familiares de Gadafi. Su cálculo del número de tropas gadafistas presentes en Brega, situado entre Benghazi y Misrata, le llegó a través de un contacto en la empresa de catering que se encargaba de avituallar a las tropas.

La sala de operación de Asim retransmitía su información a la OTAN a través de “un súper nodo en Dubái”. Acabó trabajando con profesionales de todo tipo, desde montadores de vídeo hasta cartógrafos: recuerda a una “chica” que encontró a través de Twitter que “colocaba la localización de los francotiradores en Google Maps”. El mapa se compartía en línea y sobre el terreno.

Al igual que cualquier otra guerra civil, este conflicto fue dinámico, complejo y desagradable. Al ver imágenes del combate -un borrón de hombres luchando en las calles, casas anodinas, disparos, explosiones y muchedumbres que pueden estar tanto furiosas como emocionadas- resulta difícil saber exactamente qué está pasando o dónde. Pero, simplificando, lo que sucedió fue esto: una vez asegurada Benghazi con el coste de numerosos levantamientos, batallas y escaramuzas en todo el país, surgieron dos puntas de lanza: una en Misrata y otra en las montañas Nafusa. Una pinza cuyo objetivo era Trípoli. 

EL PODER DE LA INFORMACIÓN

En Trípoli, Gadafi creó una jaula de oro en el lujoso hotel Rixos para los medios internacionales, que estaban bajo continua vigilancia. Tenían acceso a la voz oficial del Gobierno, pero desconfiaban de lo que se les decía. A pesar de esto, desde el principio, las comunicaciones de Gadafi se habían visto socavadas por fuentes no oficiales; por Mo Nabbous y la cadena de televisión Libia Alhurra, por estudiantes como los de Freedom Group Misrata, y por un número creciente de periodistas internacionales presentes en las zonas controladas por los rebeldes. Sobre el terreno, los individuos también estaban borrando la línea entre el periodismo y la lucha. Inas Mohamed, un estudiante de literatura inglesa de 21 años de Yefren no solo pasó gelignita -un explosivo- de contrabando por los puestos de control de Trípoli, sino que escribió, imprimió, compartió y distribuyó por la calle cientos de folletos samizdat.

Gracias a la tecnología, los colaboradores podían estar en cualquier parte. En Finlandia, además de aconsejar sobre cómo atacar los Grads, ­Nureddin Ashammakhi creó LibyaHurra.info como respuesta directa a la campaña de desinformación de Gadafi. Una brigada global de voluntarios publicaron informes diarios desde Libia en 10 idiomas, incluyendo chino, ruso y las lenguas de los bereberes, que prefieren llamarse Amazigh, “pueblo libre”. Cuando cientos de miles de no combatientes huían de Libia, Ashammakhi regresó desde Finlandia y se unió al flujo más pequeño pero significativo de exiliados y expatriados que iban en la dirección contraria. Montó hospitales de campaña cerca de Yefren para tratar a los heridos de ambos bandos y fue activo en ambas guerras, la militar y la de información.

Instintivamente, Ashammakhi busca analogías tecnológicas para poder capturar la complejidad de este conflicto. Compara a quienes estaban sobre el terreno en la guerra de información con una red de sensores colaborando para proporcionar feedback “de forma continua, dinámica y en tiempo real”. Ashammakhi compara la forma en que civiles autoorganizados se reúnen en apoyo de operaciones militares con la computación compartida, en la que la capacidad libre en ordenadores individuales se pone en común a través de una red. Cita ejemplos conmovedores de personas que cubrieron vacíos existentes: extraños que dejaban el desayuno a los médicos hambrientos. El líder del Consejo de Yefren, sin que se lo pidiera nadie, empezó a limpiar el hospital, una labor que no dejó de hacer calladamente ni siquiera el día en que mataron a su hijo. Ashammakhi contrasta esto con la rígida jerarquía de Gadafi, centrada obsesivamente en el líder y que acabó siendo eliminada por “una red de nodos”.

Los nodos y las redes del mundo se multiplican y se hacen cada vez más densas: una tercera parte de la población mundial está conectada a Internet y un 45 por ciento de ellos tiene menos de 25 años. La penetración de los teléfonos móviles en el mundo en vías de desarrollo alcanzó el 79 por ciento en 2011. Cisco calcula que para 2015 habrá más gente en África subsahariana, el sudeste asiático y Oriente Medio con acceso móvil a Internet que con electricidad en casa. En gran parte del mundo este nuevo poder de la información se coloca incómodamente sobre capas arcaicas de gobierno corrupto o ineficiente.

En el mundo actual, el Manual de Campo de Operaciones del Ejército de Tierra de los EE.UU. señala que “la información se ha convertido en algo tan importante como las acciones letales para decidir el resultado de las operaciones”. Ahora las redes tradicionales por las que fluía la información, desde los medios de masas hasta las unidades militares, se están reformateando. En general, las organizaciones militares y de inteligencia siguen viendo las nuevas redes y la colaboración y cooperación que generan como una amenaza, no como una oportunidad.

Pero con los presupuestos militares encogiendo, el mundo urbanizándose y el colapso del “consenso presupuesto” de Kilcullen, la tecnología barata y portátil está convirtiendo a las redes ciudadanas en una característica inevitable en el campo de batalla de la información.

John Pollock es colaborador de 'Technology Review'. Escribió sobre los  usos de los medios sociales durante la Primavera Árabe para el número en papel de septiembre/octubre de 2011.

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