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Biotecnología

El cirujano que intenta conectar el cerebro humano a internet con un implante cerebral

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Eric Leuthardt está convencido de que algún día seremos capaces de utilizar electrodos cerebrales para poder comunicarnos directamente con los ordenadores y entre nosotros. Y cree que la tecnología actual ya permitiría devolver algunas funciones a los discapacitados motrices

  • por Adam Piore | traducido por Teresa Woods
  • 06 Diciembre, 2017

Es lunes por la mañana, y el fin de semana pasado se estrenó la película Blade Runner 2049. Eric C. Leuthardt, con bata y una máscara, está de pie en el centro de una sala de operaciones iluminada por focos, encorvado sobre un paciente inconsciente.

"Creía que era humano, pero no estaba seguro. ¿Creías que era un replicante?", le dice Leuthardt al residente de cirugía que está junto a él, mientras dibuja una línea en la zona del rasurado cuero cabelludo del paciente donde hará las incisiones iniciales de una cirugía cerebral. Su pupilo responde: "Definitivamente creía que era un replicante". Ambos utilizan el término de la película que sirve para referirse a los androides de bioingeniería de apariencia extrañamente realista.

Mientras le da el rotulador al joven residente y alza el bisturí, Leuthardt cuenta: "Me parece muy interesante que en el futuro siempre salgan coches voladores. Captaron el componente distópico: hablan sobre biología, los replicantes. Pero obviaron grandes trozos del futuro. ¿Dónde estaban las prótesis neuronales?".

Es un tema que Leuthardt, un científico y cirujano cerebral de 44 años, ha dedicado mucho tiempo a investigar. Además de sus responsabilidades como neurocirujano de la Universidad de Washington en San Luis (EEUU), ha publicado dos novelas y ha escrito una premiada obra de teatro destinada a "preparar a la sociedad para los cambios venideros". En su primera novela, un thriller tecnológico llamado RedDevil 4, el 90% de los seres humanos han elegido implantarse hardware informático directamente en el cerebro. Esto permite una conexión perfecta entre las personas y los ordenadores, y una amplia gama de experiencias sensoriales sin salir de casa. Leuthardt cree que durante las próximas décadas tales implantes llegarán a hacerse, como la cirugía plástica o los tatuajes, apenas sin pensárselo dos veces.

Eric Leuthardt.Foto: Eric Leuthardt.

El científico apunta: "Mi trabajo consiste en abrir a la gente, así que no resulta difícil de imaginar". Pero Leuthardt ha hecho mucho más que limitarse imaginar este futuro. Su especialidad consiste en operar a pacientes con casos intratables de epilepsia, los cuales deben pasar varios días antes de su cirugía principal con electrodos implantados en su córtex mientras los ordenadores agregan datos sobre los patrones de activación neuronal que preceden a sus ataques. Durante este período, están confinados a una cama de hospital y, a menudo, están extremadamente aburridos. Hace unos 15 años, Leuthardt tuvo una epifanía: ¿por qué no reclutarlos para servir como sujetos de experimentación? Aliviará su tedio y ayudará a acercar sus sueños a la realidad.

"La verdadera integración neuronal fluida va a llegar. Es solo cuestión de tiempo".

Leuthardt empezó a diseñar tareas para los pacientes. Después, analizó sus señales cerebrales para ver qué podría aprender sobre cómo el cerebro codifica nuestros pensamientos e intenciones, y cómo esas señales podrían ser utilizadas para controlar dispositivos externos. ¿Los datos a los que tenía acceso eran lo suficientemente robustos como para describir el movimiento previsto? ¿Se podrían escuchar los monólogos internos de una persona? ¿Sería posible decodificar la cognición en sí?

Aunque las respuestas a algunas de estas preguntas estaban muy lejos de ser concluyentes, fueron alentadoras. Lo suficientemente como para inculcar en Leuthardt la fe de un verdadero creyente que, de no ser porque se trataba de un neurocirujano que se ocupa de la vida y la muerte en el quirófano, donde no hay lugar para la arrogancia ni el engaño parecería un loco. Leuthardt sabe mejor que nadie que las cirugías cerebrales son peligrosas, aterradoras y difíciles para los pacientes. Pero su comprensión del cerebro también le ha dado una visión clara de sus limitaciones inherentes y el potencial de la tecnología para superarlas. Cuando el resto del mundo comprenda esta promesa, insiste, y una vez que las tecnologías avancen, la raza humana hará lo que siempre ha hecho: evolucionará, aunque esta vez con la ayuda de chips implantados en la cabeza.

Uno de los pacientes de Leuthardt está posicionado para la cirugía láser mínimamente invasiva para tratar un tumor cerebral. Tales técnicas quirúrgicas altamente precisas han hecho que los electrodos de implante sean más seguros y menos desalentadores para los pacientes.Foto: Uno de los pacientes de Leuthardt está posicionado para someterse a una cirugía láser mínimamente invasiva para tratar un tumor cerebral. Tales técnicas quirúrgicas altamente precisas han hecho que los electrodos de implante sean más seguros y menos intimidantes para los pacientes.

"La verdadera integración neuronal fluida va a llegar, es sólo cuestión de tiempo. Ya se logre en 10 años o 100 años, en el gran esquema de las cosas, se trata de un avance en el curso de la historia humana", asegura Leuthardt.

El neurocientífico no es el único con ambiciones exóticas para lo que se conoce como interfaces cerebro-ordenador. En marzo del año pasado, Elon Musk, uno de los fundadores de Tesla y SpaceX, lanzó Neuralink, una empresa que tiene como objetivo crear dispositivos que faciliten la fusión cerebro-máquina (ver Musk no inventará la telepatía en una década, pero puede que sí más tarde). El creador de Facebook, Mark Zuckerberg,  también ha expresado sueños similares, y la primavera pasada su empresa reveló que tiene 60 ingenieros trabajando en la construcción de interfaces que permitan escribir usando solo la mente (ver Los planes de ciencia ficción de Facebook para teclear con la mente y oír con la piel). El fundador del sistema de pago por internet Braintree, Bryan Johnson, está usando su fortuna para financiar a Kernel, una empresa que intenta desarrollar neuroprótesis para aumentar la inteligencia, la memoria y más (ver Este nuevo rico intenta expandir el cerebro humano al conectarlo a un ordenador).

"No es es una locura pensar que en 20 años todo el contenido de un teléfono móvil podría ser almacenado en un grano de arroz".

Sin embargo, todos estos planes no han hecho más que empezar a andar, y con bastante secretismo, por lo que resulta difícil evaluar cuánto se ha avanzado o si los objetivos son remotamente realistas. Los desafíos de las interfaces cerebro-máquina son innumerables. La variedad de dispositivos de los que están hablando personas como Musk y Zuckerberg no solo requerirán mejor hardware para facilitar la conexión mecánica y la comunicación entre los ordenadores de silicio y la complicada materia gris del cerebro humano. También necesitarán tener suficiente poder computacional para descifrar la masa de datos generada en cualquier momento dado mientras se disparan muchas de las casi 100.000 millones de neuronas del cerebro. Otra cosa: todavía no conocemos el código que usa el cerebro. En otras palabras, tenemos que aprender a leer las mentes de las personas (ver El lenguaje del cerebro es una 'Torre de Babel').

Pero Leuthardt cree que vivirá para verlo. El investigador afirma: "Al ritmo al que cambia la tecnología, no es es una locura pensar que en 20 años todo el contenido de un teléfono móvil podría ser almacenado en un grano de arroz. Se podría implantar en la cabeza de forma mínimamente invasiva para dar la capacidad realizar los cálculos necesarios para ser una interfaz cerebro-ordenador realmente efectiva".

Decodificando el cerebro

Los científicos saben desde hace mucho que la activación de nuestras neuronas es lo que nos permite movernos, sentir y pensar. Pero descifrar el código por el cual las neuronas se comunican entre sí y con el resto del cuerpo ha sido una de las tareas más desalentadora de la neurociencia.

A principios de la década de 1980, un ingeniero llamado Apostolos Georgopoulos del Hospital Johns Hopkins (EEUU) allanó el camino para la revolución actual de las interfaces cerebro-ordenador. Georgopoulos identificó neuronas en las áreas de procesamiento de mayor nivel de la corteza motora que se disparan antes de algunos tipos específicos de movimientos, como un movimiento de la muñeca hacia la derecha o un impulso hacia abajo del brazo. Lo que hizo que el descubrimiento de Georgopoulos fuese tan importante es que se podían grabar estas señales y utilizarlas para predecir la dirección y la intensidad de los movimientos. Algunos de estos patrones de activación neuronal guiaban el comportamiento de decenas de neuronas de nivel inferior que trabajan juntas para mover músculos individuales y, en última instancia, una extremidad.

Utilizando matrices de docenas de electrodos para rastrear estas señales de alto nivel, Georgopoulos demostró que no sólo podía predecir cómo movería un mono un joystick dentro de un espacio tridimensional, sino incluso la velocidad del movimiento y cómo cambiaría con el tiempo.

Unos pocos años después de las pruebas, los pacientes de Leuthardt demostraron que eran capaces de jugar a 'Space Invaders' con la mente.

Parecía claro que esos eran justo el tipo de datos que uno podría usar para dotar a un paciente paralítico de un control mental sobre un dispositivo protésico. Esa es la tarea que asumió el discípulo de Georgopoulos Andrew Schwartz durante la década de 1990. Para finales de esa década, Schwartz, que actualmente es neurobiólogo de la Universidad de Pittsburgh (EEUU), había implantado electrodos en el cerebro de monos y había empezado a demostrar que sí era posible entrenarlos para controlar extremidades robóticas con sus pensamientos.

Leuthardt, que era residente de neurocirugía en la Universidad de Washington en 1999, se inspiró en tal trabajo: cuando le tocó decidir a qué dedicar un período obligatorio de investigación de un año, sabía exactamente en qué quería centrarse. El éxito inicial de Schwartz había convencido a Leuthardt de que la ciencia ficción estaba a punto de convertirse en realidad. Los científicos por fin estaban dando los primeros pasos hacia la fusión del hombre y la máquina. Leuthardt quería formar parte de esa revolución.

Pensó que podría dedicar su año a estudiar el problema de la cicatrización en ratones: con el tiempo, los electrodos individuales implantados empezaron a provocar reacciones inflamatorias, o acabaron envueltos por células cerebrales e inmovilizados. Pero cuando Leuthardt y su asesor se sentaron a esbozar un plan, a los dos se les ocurrió una idea mejor. ¿Por qué no comprobar si podrían usar una técnica de grabación cerebral totalmente distinta?. El investigador recuerda: "Dijimos: '¡Oye, hay humanos con electrodos ya implantados! ¿Por qué no realizamos algunos experimentos con ellos?'"

Un cirujano se prepara para perforar un agujero en el cráneo de un paciente para colocar una sonda láser.Foto: Un cirujano se prepara para perforar el cráneo de un paciente para colocar una sonda láser.

Un marco estereotáctico fijado al cráneo de un paciente guía una sonda láser que señala una ubicación en el cerebro.Foto: Un marco estereotáctico fijado al cráneo de un paciente guía una sonda láser que señala una ubicación dentro del cerebro.

Georgopoulos y Schwartz habían recogido sus datos mediante una técnica que se basa en microelectrodos colocados junto a las membranas celulares de las neuronas individuales para detectar los cambios de voltaje. Los electrodos que Leuthardt empleó, que se implantan antes de practicar una cirugía a pacientes con epilepsia, eran mucho más grandes y se ubicaban sobre la superficie de la corteza, debajo del cuero cabelludo, en tiras de plástico, donde grababan las señales que emanaban de cientos de miles de neuronas en al mismo tiempo. Para implantarlos, Leuthardt realizó una operación inicial en la que extrajo la parte superior del cráneo, cortó la duramadre (la membrana más externa del cerebro) y colocó los electrodos directamente sobre la parte superior del cerebro. Luego los conectó a cables que salían de la cabeza del paciente hasta a una maquinaria capaz de analizar las señales cerebrales.

Dichos electrodos se han utilizado con éxito durante décadas para identificar el origen exacto de las convulsiones intratables de un paciente epiléptico dentro del cerebro. Después de la cirugía inicial, el paciente deja de tomar medicamentos anticonvulsivos, lo que finalmente resulta en un episodio epiléptico, y los datos sobre su fuente física ayudan a médicos como Leuthardt a decidir a qué sección del cerebro practicar una resección para prevenir futuros ataques de epilepsia.

Pero muchos no estaban convencidos que los electrodos fuesen a proporcionar suficiente información para controlar una prótesis. Para averiguarlo, Leuthardt reclutó a Gerwin Schalk, un científico informático del Wadsworth Center, un laboratorio de salud pública del Departamento de Salud del Estado de Nueva York (EEUU). Los progresos no se hicieron esperar. Unos pocos años después de las pruebas, los pacientes de Leuthardt habían demostrado que eran capaces de jugar a Space Invaders (desplazar una nave espacial virtual de izquierda a derecha) con la mente. Después, consiguieron mover un cursor en el espacio tridimensional de una pantalla.

En 2006, después de un discurso su trabajo en una conferencia, el gerente de programa de la Oficina de Investigación del Ejército de Estados Unidos Elmar Schmeisser se acercó a Schalk. Schmeisser tenía en mente algo mucho más complejo. Quería saber si era posible descifrar el "habla imaginada", las palabras que no se vocalizan sino que simplemente se prouncian en silencio en la mente. Schmeisser, que también era un fanático de la ciencia ficción, había soñado durante mucho tiempo con desarrollar un "casco mental" que pudiera detectar el habla imaginada de un soldado y transmitirla de forma inalámbrica al auricular de un compañero soldado.

Sonda láserFoto: una sonda láser.

Leuthardt reclutó a 12 pacientes epilépticos encamados, confinados en sus habitaciones y aburridos mientras esperaban tener convulsiones, y le presentó a cada uno 36 palabras (en inglés) con una estructura fonética consonante-vocal-consonante relativamente simple, como bet (apuesta), bat (murciélago), beat (ritmo), y boot (bota). Pidió a los pacientes que pronunciaran las palabras en voz alta y después que se limitaran a decirlas en su mente. Y recibieron la información de varias formas distintas: primero visualmente (escritas en una pantalla de ordenador) y sin audio; y luego vocalmente, sin vídeo, para asegurarse de poder identificar las señales sensoriales entrantes del cerebro. Luego envió los datos a Schalk para su análisis.

El software de Schalk se basa en algoritmos de reconocimiento de patrones: sus programas pueden ser entrenados para reconocer los patrones de activación de grupos de neuronas asociadas con una determinada tarea o pensamiento. Con un mínimo de entre 50 y 200 electrodos, cada uno de los cuales produce 1.000 lecturas por segundo, los programas deben analizar un inmenso número de variables. Cuantos más electrodos y más pequeña sea la población de neuronas por electrodo, mayores serán las posibilidades de detectar patrones significativos, siempre y cuando se disponga de la potencia informática suficiente como para filtrar el ruido irrelevante.

Schakl detalla: "Cuanta más resolución, mejor, pero como mínimo hay unos 50.000 números por segundo. Y debes extraer los únicos que realmente te interesan. Eso no es tan sencillo".

Lo primero de su lista de cosas por hacer consiste en preparar a la humanidad para lo que viene

A pesar de la dificultad de la tarea, los resultados de Schalk fueron sorprendentemente robustos. Como era de esperar, cuando los sujetos de Leuthardt vocalizaban una palabra, los datos indicaban actividad en las áreas de la corteza motora asociadas con los músculos que producen el habla. La corteza auditiva y un área en su vecindad, que durante mucho tiempo se creía que estaban asociados con el procesamiento del habla, también estaban activas en los mismos momentos. Sorprendentemente, había patrones de activación similares aunque ligeramente diferentes cuando los sujetos se limitaban a imaginar las palabras en silencio.

Schalk, Leuthardt y otros involucrados en el proyecto creen haber encontrado la pequeña voz que escuchamos en nuestra mente cuando nos imaginamos hablando. El sistema nunca ha sido perfecto: después de años de esfuerzo y refinamiento de sus algoritmos, el programa de Schalk tiene una precisión del 45%. Pero en lugar de intentar aumentar esa cifra (esperan que el rendimiento mejore con mejores sensores), Schalk y Leuthardt se han centrado en decodificar componentes del habla cada vez más complejos.

Durante los últimos años, Schalk ha seguido ampliando los hallazgos sobre el habla real e imaginada (puede detectar si un sujeto se imagina pronunciando el discurso Tengo un sueño de Martin Luther King Jr. o la arenga de Abraham Lincoln en Gettysburg). Mientras tanto, Leuthardt ha intentado avanzar hacia la siguiente fase: identificar la forma en la que el cerebro codifica los conceptos intelectuales en diferentes regiones.

Los datos sobre ese esfuerzo aún no se han publicado, y Leuthardt admite: "La verdad es que aún estamos intentando descifrarlo". Y cree que su laboratorio podría estar a punto de tocar el límite de lo que se puede conseguir con las tecnologías actuales.

Implantar el futuro

El investigador continúa: "En cuanto obtuvimos las primeras pruebas de que podíamos descifrar intenciones supe que el juego había empezado". Poco después de obtener esos resultados, Leuthardt se tomó siete días libres para escribir, visualizar el futuro y pensar en objetivos a corto y a largo plazo. Lo primero de su lista de cosas por hacer consiste en preparar a la humanidad para lo que viene, un trabajo que todavía está en curso.

Leuthardt perfora un agujero en el cráneo.Foto: Leuthardt perfora el cráneo de un paciente.

En esta pantalla de la computadora de la sala de control, el láser se monitorea en tiempo real.Foto: El láser es monitorizado en tiempo real en esta pantalla del ordenador de la sala de control.

Después de realizar la cirugía, recostado en una silla de su despacho, Leuthardt insiste en que con suficientes fondos ya podría crear un implante protésico para el público con el que cualquiera podría usar un ordenador y controlar un cursor en el espacio tridimensional. Los usuarios también podrían hacer cosas como encender y apagar las luces, o subir y bajar la calefacción con la mente. Incluso podrían experimentar sensaciones táctiles inducidas artificialmente y acceder a algunos medios rudimentarios de convertir el habla imaginada en texto. El investigador se pregunta: "Con la tecnología actual, podría hacer un implante, pero ¿cuántas personas querrían un producto así ahora mismo? Creo que es muy importante dar pasos cortos y prácticos a intervalos para que la gente avance por este camino de la visión a largo plazo".

Con ese fin, Leuthardt fundó NeuroLutions, una empresa destinada a demostrar que existe un mercado, incluso ahora mismo, para dispositivos rudimentarios que unan la mente y la máquina, y empezar a usar la tecnología para ayudar a las personas. NeuroLutions ha recaudado varios millones de euros hasta ahora, y ya hay una interfaz cerebral no invasiva para las víctimas de derrame cerebral que han perdido la función de un lado del cuerpo en fase de ensayos clínicos en humanos.

Nos encontramos al borde de una explosión de innovación.

El dispositivo consiste en electrodos de monitorización cerebral que se colocan sobre el cuero cabelludo y se unen a una órtesis para el brazo. Estos electrodos pueden detectar la firma neuronal de un movimiento previsto antes de que la señal llegue al área motora del cerebro. Las señales neuronales se encuentran en el lado opuesto del cerebro del área normalmente destruida por los derrames cerebrales, por lo que suelen librarse de los daños. Al detectarlas, amplificarlas y usarlas para controlar un dispositivo que mueve la extremidad paralizada, Leuthardt descubrió que puede ayudar a un paciente a recuperar el control independiente sobre la extremidad, de forma mucho más rápida y efectiva de lo que es posible con cualquier enfoque actualmente disponible en el mercado. Es importante destacar que el dispositivo se puede utilizar sin someterse a una cirugía cerebral.

Aunque la tecnología es decididamente modesta en comparación con los grandes planes de Leuthardt para el futuro, cree podría transformar significativamente la vida de las personas en este momento. Hay aproximadamente 700.000 nuevas víctimas de apoplejía en Estados Unidos cada año, y el impedimento motor más común es una mano paralizada. Encontrar la manera de ayudar a la mayoría de estas personas a recuperar la función, y demostrar que puede hacerlo más rápido y de manera más efectiva, no solo demostraría el poder de las interfaces cerebro-máquina sino que también satisfaría una gran necesidad médica.

Leuthardt planea la trayectoria de la sonda láser con la ayuda de un sistema de navegación estereotáctica.Foto: Leuthardt planea la trayectoria de la sonda láser con la ayuda de un sistema de navegación estereotáctica.

Las herramientas quirúrgicas de Leuthardt.Foto: Las herramientas quirúrgicas de Leuthardt.

El uso de electrodos no invasivos situados en el exterior del cuero cabelludo hace que la invención resulte mucho menos desagradable para los pacientes, pero también impone barreras importantes. Las señales de voltaje que provienen de las células cerebrales pueden ir silenciándose a medida que viajan a través del cuero cabelludo hasta llegar a los sensores, y pueden difundirse a su paso por el hueso. Cualquiera de estas dos cosas las vuelve más difíciles de detectar y sus orígenes, más difíciles de interpretar.

Leuthardt puede lograr hazañas mucho más revolucionarias con electrodos implantados directamente sobre la corteza del cerebro. Pero, a través de la experiencia, ha aprendido que las cirugías cerebrales resultan difíciles de vender, no solo a los pacientes sino también a los inversores.

Cuando cofundó NeuroLutions con Schalk en 2008, esperaban devolverles el movimiento a los paralíticos llevando al mercado una interfaz así. Pero la comunidad inversora no estaba interesada. Por un lado, las nuevas empresas lideradas por neurocientíficos han estado probando interfaces cerebro-ordenador durante más de una década, pero han tenido poco éxito a la hora de convertir la tecnología en un tratamiento viable para pacientes paralizados. La población de pacientes potenciales es limitada, al menos en comparación con algunas de las otras afecciones a las que se dirigen las start-ups de dispositivos médicos que compiten por las inversiones de capital de riesgo. (Aproximadamente 40.000 personas en EEUU son tetrapléjicos). Y la mayoría de las tareas que se pueden lograr usando dicha interfaz ya se pueden ejecutar con dispositivos no invasivos. Incluso la mayoría de los pacientes tetrapléjicos aún pueden pestañear o mover un dedo. Los métodos que dependen de estos movimientos residuales se pueden usar para ingresar datos u operar una silla de ruedas sin el peligro, el tiempo de recuperación ni los medios psicológicos involucrados en implantar electrodos directamente en la corteza cerebral.

Los progresos de la neurociencia, el hardware y el software hacen que el resultado - al menos para los verdaderos creyentes - sea inevitable.

Así que después de su labor recaudación de fondos fracasara, Leuthardt y Schalk se fijaron un objetivo más modesto. Inesperadamente, descubrieron que muchos pacientes seguían recuperando funciones adicionales incluso después de que se les retirara la órtesis, como por ejemplo, el control motor de sus dedos. A menudo, resultaba que lo único que necesitaban los pacientes era un pequeño empujón. Luego, una vez establecidas nuevas rutas neuronales, el cerebro seguía remodelando y expandiéndolas para poder transmitir comandos motores más complejos a la mano.

El éxito inicial que Leuthardt espera observar en estos pacientes alentará a algunos a pasar a un sistema invasivo más robusto. El investigador detalla: "Dentro de un par de años podrías decir: '¿Sabes qué? Con esa versión no invasiva, puedes obtener estos beneficios, pero creo que ahora, dado el avance de la ciencia y todo lo que sabemos ahora, podemos ofrecerte muchos más beneficios. Podemos mejorar sus funciones aún más".

Leuthardt está tan ansioso por que el mundo comparta su pasión por los efectos potencialmente transformadores de la tecnología que también ha intentado involucrar al público a través del arte. Además de escribir sus novelas y obra de teatro, está trabajando en un podcast y una serie de YouTube con un compañero neurocirujano, en los que los dos discuten la tecnología y la filosofía mientras toman café y rosquillas.

En el primer libro de Leuthardt, RedDevil 4, un personaje usa su "prótesis cortical" para experimentar el senderismo en el Himalaya desde su sofá. Otro, un detective de policía, debate telepáticamente con un compañero sobre cómo interrogar al sospechoso de asesinato que se encuentra justo delante de ellos. Cada personaje tiene acceso instantáneo a todo el conocimiento de todas las bibliotecas del mundo y puede acceder a él tan rápido como una persona puede tener cualquier pensamiento espontáneo. Nadie tiene por qué estar solo nunca, y nuestros cuerpos ya no nos limitan. Por otro lado, los cerebros de todos son vulnerables a los virus informáticos que pueden convertir a las personas en psicópatas.

Leuthardt reconoce que, en este momento, todavía carecemos de la capacidad de registrar y estimular la cantidad de neuronas necesarias para hacer realidad estas ideas. Pero afirma que sus conversaciones con algunos inversores han alimentado su optimismo de que nos encontramos al borde de una explosión de innovación.

Schalk es un poco menos optimista. Es escéptico de que Facebook, Musk y otros estén aportando mucho a la búsqueda de una mejor interfaz. El investigador opina: "No van a hacer nada distinto a la comunidad científica en sí. Tal vez salga algo de ello, pero no es como si tuvieran algo nuevo que nadie más tenga".

Schalk dice que es "muy, muy obvio" que en los próximos cinco a 10 años se utilizará algún tipo de interfaz cerebro-ordenador para rehabilitar a las víctimas de derrames cerebrales, lesiones de la médula espinal, dolores crónicos y otros trastornos. Pero compara las técnicas de grabación actuales con los ordenadores de IBM de la década de 1960, diciendo que ahora son "arcaicas". Para que la tecnología alcance su verdadero potencial a largo plazo, cree que se necesitará un nuevo tipo de tecnología de escaneo cerebral capaz de leer muchas más neuronas a la vez.

El investigador continua: "Lo que realmente quieres es poder escuchar el cerebro y hablarle de forma que el cerebro no pueda distinguir de la forma en la que se comunica internamente, y no podemos hacer eso ahora. Y no sabemos cómo hacerlo. Pero también tengo claro que va a suceder. Y si eso pasa, nuestras vidas cambiarán de una manera que carece totalmente de precedentes".

De dónde y cuándo saldrán estos avances no está claro. Después de décadas de investigación y progresos, muchos de los mismos desafíos tecnológicos siguen siendo desalentadores. Aun así, los progresos de la neurociencia, el hardware y el software hacen que el resultado sea inevitable para los más creyentes.

Una interfaz EEG cerebral no invasiva utiliza una serie de electrodos para ayudar a los pacientes con accidente cerebrovascular a recuperar la función en sus extremidades afectadas.Foto: una interfaz EEG cerebral no invasiva utiliza una serie de electrodos para ayudar a las víctimas de derrames cerebrales a recuperar la función en sus extremidades afectadas.

Por lo menos los rumores que emanan de Silicon Valley han generado "una verdadera emoción y un verdadero pensamiento acerca de que las interfaces cerebro-ordenador como una realidad práctica", afirma Leuthardt. Asegura que es "algo que no hemos visto antes". Y aunque reconoce que si esto resulta ser una exageración, podría "retrasar el campo una o dos décadas", cree que nada nos impedirá alcanzar el objetivo final: una tecnología que nos permitirá trascender las limitaciones cognitivas y físicas que generaciones anteriores han dado por sentadas.

El investigador insiste: "Va a suceder, y podría alterar la dirección evolutiva de la raza humana".

Adam Piore es el autor de 'The Body Builders: Inside the Science of the Engineered Human', un libro sobre bioingeniería publicado en marzo pasado.

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