Los grandes proyectos de la megaciencia, como la cura contra el cáncer, serían inviables sin un apoyo gubernamental a largo plazo
En mi artículo sobre los avances a pequeña escala de los proyectos de financiación privada de reactores de fusión nuclear (Este nuevo diseño de reactor podría cumplir la promesa de la fusión nuclear eficiente), dije: "Empresas como Tri Alpha Energy ofrecen un camino hacia la fusión pavimentado no con el dinero de los contribuyentes sino con dinero del sector privado - que al final representa la única manera real de conseguir construir algo".
Consideré que ese comentario era bastante inofensivo, pero muchos lectores no han estado de acuerdo, hasta han llegado a llamarlo "una paparrucha libertaria". Los avances sobre los que escribí, dijo BarryG, "fueron PRECISAMENTE posibles sólo porque fueron LITERALMENTE pagados por fondos de I+D de los contribuyentes".
Para que conste, no dije que sólo se necesite dinero del sector privado para llevar al mercado nuevas tecnologías energéticas como la fusión; es innegable que décadas de financiación procedente de los contribuyentes han sido necesarias para que las investigaciones básicas llegaran al punto donde empresas como Tri Alpha Energy y General Fusion puedan desarrollar nuevos enfoques que podrían, plausiblemente, atraer inversiones del sector privado. Ambas fuentes de inversión son esenciales; una nunca funcionaría sin la otra. La clave es definir el punto de inflexión, en el cual la tecnología haya madurado lo suficiente y la demanda sea suficientemente robusta para crear un mercado viable que atraiga a inversores que buscan un retorno razonable.
Cualquier mercado que dependa del apoyo a largo plazo del Gobierno para sostenerse nunca representó realmente un mercado viable. El truco reside en definir claramente el concepto "a largo plazo".
En realidad, como escribe Daniel Gross en Slate, el sector privado está cada vez más dispuesto a financiar ambiciosos proyectos de energías limpias. Consideremos, por ejemplo, el Proyecto de Energía Eólica de Chokecherry y Sierra Madre de 5.000 millones de dólares (unos 4.500 millones de euros) del multimillonario Philip Anschutz actualmente en desarrollo en Wyoming (EEUU), y el acompañante TransWest Express, una línea de transmisión de alto voltaje desde las Rocosas hasta el sur de California que costaría otros 3.000 millones de dólares (unos 2.691 millones de euros).
Por definición, sin embargo, la megaciencia, como la fusión y curar el cáncer, implica emprendimientos masivos de varias décadas de duración que prometen retornos en un futuro distante, si es que se producen. Sólo el Gobierno puede sostener ese tipo de labores básicas de I+D. Y como observó Steven Weinberg, el premio Nobel de Física de 1979, ensayo publicado en el New York Review of Books en 2012, los apoyos están desapareciendo: mientras las preguntas acerca de la naturaleza del universo se vuelven más y más complicadas, y los avances escasean cada vez más, y los equipos requeridos para conseguirlo se vuelven más grandes y complejos (pongo como ejemplo el Gran Colisionador de Hadrones, el más grande de los proyectos científicos), la disposición del público y los políticos de pagarlo va menguando. "No creo que podamos lograr significantes avances [en la física elemental de partículas] sin que también hagamos retroceder la frontera de la alta energía", escribió Weinberg. "Así que durante la próxima década puede que observemos como la búsqueda de las leyes de la naturaleza se detenga, para no reanudar la marcha durante nuestras vidas".
Los contraargumentos se pueden expresar de manera sucinta: "¿Cómo se puede gastar miles de millones en encontrar alguna partícula invisible que nunca beneficiará a nadie, cuando miles de millones de personas viven sin suministro eléctrico, agua potable y protecciones contra enfermedades contagiosas?"
El primer ejemplo de este contraargumento podría ser las Instalaciones Nacionales de Ignición del Laboratorio Nacional Lawrence Livermore en California (EEUU). Con cerca de 10.000 millones de dólares (unos 8.962 millones de euros) gastados y ningún resultado tangible a la vista, la Instalación de Ignición, como escribió Bill Sweet en la revista IEEE Spectrum en 2012, es "la madre de todos los despilfarros". Pero allí sigue, consumiendo cientos de millones de dólares e innumerables horas de dedicación por parte de los científicos cada año, llevando alegría a sus defensores en el congreso y poca cosa a los demás.
En comparación, el apoyo federal de las investigaciones de la fusión parece un chollo. Desde 1953, el Gobierno estadounidense ha gastado aproximadamente 30.000 millones de dólares (unos 27.000 millones de euros) en la ciencia de la energía de fusión (una cifra que incluye la Instalación Nacional de Ignición). Son unos 500 millones de dólares (unos 448 millones de euros) al año - más o menos el equivalente al coste de un bombardero Stealth. Dado que la fusión podría, algún día, proporcionar una fuente ilimitada de energía libre de carbono, probablemente sigue siendo una buena inversión.
En algún momento, sin embargo, se necesitará de la inversión privada para comercializar un reactor de fusión. Si las ambiciones de las empresas sobre las que escribí están bien fundadas, eso se podría producir dentro de los próximos 10 años. O podría pasar durante la vida de nuestros nietos. O, quizás, nunca. Importantes inversiones en las investigaciones científicas básicas representan siempre, a algún nivel, una apuesta por el futuro.
Estados Unidos gastó el equivalente a unos 22.500 millones de dólares actuales en el Proyecto Manhattan para combatir una amenaza para el futuro de las democracias liberales a nivel mundial. (El bloguero Mitchell Howe ha propuesto la adopción de una nueva unidad funcional, la MP, para el gasto en enormes proyectos públicos: el 0,0025% del PIB de Estados Unidos, lo que en 2015 equivale unos 45.000 millones de dólares. Así que hasta la fecha, hemos gastado menos de 1 MP en la investigación de la fusión).
Está cada vez más claro que el cambio climático representa una amenaza de una magnitud similar. Hoy gastamos menos de la mitad de lo que gastamos en la década de 1980 en las investigaciones de la fusión, después de realizar los ajustes de la inflación - aunque, como relaté en mi artículo, la tecnología está, por primera vez, mostrando signos de convertirse en una realidad comercial. El simple cierre de la Instalación Nacional de Ignición para redirigir esos fondos hacia alguno de los tipos innovadores de fusión a más pequeña escala que están siendo desarrollados por empresas del sector privado sería un enorme impulso para la tecnología. Y animaría a que más inversores apoyaran los esfuerzos de I+D que podrían, algún día, producir energía para los consumidores.