Algunos han dejado de luchar y esperan a ver cómo la autodestrucción humana deja sobrevivir únicamente a la naturaleza
La edición de este año del Informe sobre el Estado del Clima fue publicada recientemente por la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos, y las noticias no son buenas. Tal y como se esperaba, el año 2014 fue el año más caluroso de la historia. Las concentraciones atmosféricas globales de dióxido de carbono alcanzaron las 397,2 partes por millón, justo debajo de las 400 partes por millón que muchos consideran el umbral de la catástrofe medioambiental. Las temperaturas de la superficie del mar son más altas que nunca, y los niveles medios de los océanos subieron a unos niveles récord. El deshielo veraniego del ártico ocurre ahora con casi un mes de antelación en comparación con la media anual entre 1998 y 2010. Casi todos los indicadores apuntan en la dirección equivocada.
La severidad implacable de esos informes tiene un efecto adormecedor, lo que desencadena en un nuevo diagnóstico psicológico: "el derrotismo climático". A sólo dos meses de la Cumbre Internacional sobre el clima de París (Francia), muchos activistas, abrumados por el progreso inexorable del cambio climático y la total incapacidad de los gobiernos a nivel mundial de frenarlo, han empezado a cruzarse de brazos, alejándose de una lucha que ya no creen poder ganar.
El ejemplo reciente más famoso es el autor y activista medioambiental británico Peter Kingsnorth, cuya defensa del pesimismo alimentado por el carbón fue objeto de un artículo del New York Times el año pasado. Expresó su punto de vista en más detalle en la revista Orion con un ensayo burlón titulado Confesiones de un ecologista en recuperación en el que se despedía del activismo. "Verán, me retiro. Me retiro de las campañas y de las manifestaciones, me retiro de las discusiones y de la necesidad argumentada y de todas las falsas suposiciones. Me retiro de las palabras. Lo dejo. Me voy de paseo".
Retirarse, según Kingsnorth, no supone rendirse ante la desesperación. Lejos de ello: aunque niega ser un nihilista, dispone del júbilo de un nihilista ante el colapso del falso mundo, la ilusión de que podamos mantener nuestra sociedad tecnológica y nuestros coches y ordenadores y nuestros alimentos baratos cultivados a medio mundo de distancia, sólo con el diseño de más tecnología más inteligente. El mundo, si no la civilización tecnológica moderna, perdurará. Puede que nos autodestruyamos, pero la naturaleza nos sobrevivirá. Eso es lo único que realmente importa.
La tensión producida por esta satisfacción apenas reprimida al ver cómo los pilares del capitalismo se estremecen se capta en el trabajo de James Howard Kunstler en Too Much Magic (Demasiada magia, en español), y de Naomi Klein un su última jeremiada, This Changes Everything (Esto lo cambia todo). No vamos a sobrevivir haciendo mejor lo que ya estamos haciendo argumentan estos autores; lo que se necesita es poner fin al materialismo, al capitalismo y a la sociedad industrial para que algo más noble y sostenible pueda surgir de los escombros. Todos vivimos en el Berlín (Alemania) de 1945. Dejémos que se caiga. Dejémos que arda.
Tal neospenglerianismo resulta agradable si lo contemplas desde tu cabaña alimentada de energía solar en Maine o desde tu adosado en Brooklyn (ambas en EEUU) mientras disfrutas de un té Darjeeling recolectado a mano y un bizcocho artesanal. Se ve distinto cuando tienes que vivir en el mundo real, como los 15 millones de habitantes de Dhaka (Bangladesh) cuyas casas se espera que estén totalmente sumergidas bajo el agua al cabo de las próximas dos décadas.
Para los demás, el cambio climático se ha convertido en una amenaza existencial y nos obliga a reconsiderar nuestra posición como individuos libres y responsables que habitan un universo absurdo, en un planeta que rápidamente se está convirtiendo en un entorno inhabitable para la civilización que hemos construido sobre él.
En ese sentido, el derrotismo climático puede ser un movimiento beneficioso que nos requiera seguir actuando y luchando incluso mientras que la victoria final, de hecho el resultado, se aleja más allá de nuestra vista. Es la nobleza esencial de la condición humana, según Albert Camus: como Sísifo, de la mitología griega, empujamos una roca cuesta arriba de forma eterna, sin llegar nunca a la cima. El coraje reside en hacerlo todos los días sin caer en la desesperación ni la derrota.
"La propia lucha hacia la cima basta para llenar el corazón de un hombre", escribió en su obra, The Myth of Sisyphus. "Uno debe imaginar al Sísifo contento".
Al dirigirse a un público de la Universidad de Yale (EEUU) al recibir la beca Chubb el año pasado, el escritor agrario Wendell Berry, de 79 años de edad, lo expresó de otra manera al argumentar en contra del abandono de la esperanza de poder salvar el clima: "La esperanza no es lo mismo que el optimismo", dijo. "El optimismo y el pesimismo se basan en la idea de cómo van a salir las cosas. La esperanza se ancla en el presente; no se trata del futuro. Se trata de la realidad de las posibilidades, este sentimiento de la posibilidad de hacer las cosas mejor. Los amigos y otras personas me dan esperanzas. La esperanza se alimenta de la esperanza".