Nos adentramos en el movimiento evolutivo que quiere que las máquinas sustituyan a la gente.
Foto: Una versión robótica del investigador japonés Hirisho Ishiguro en el escenario. Junto a él, un "telenoide", un androide sin género ni edad capaz de mantener conversaciones sencillas.
El día antes de salir para la ciudad de Nueva York para asistir a Global Future 2045, una reunión de los denominados transhumanistas, aquellos que esperan poder descargar sus mentes en curpos androides, hice una llamada a la Asociación Americana de Psiquiatría.
Quería saber si los expertos reconocen el deseo de convertirse en una máquina como un tipo de perturbación mental. Ya había consultado su grueso manual de desórdenes mentales, el DSM-V, pero lo más parecido que había encontrado era la adicción a los ordenadores. Un miembro de la asociación prometió ponerse en contacto conmigo cuanto antes respecto a mi "esotérico tema".
El deseo de convertirse en máquina es mucho más frecuente de lo que creen los psiquiatras. La conferencia, celebrada en Nueva York en la sala Alice Tully del Linoln Center, que tiene una capacidad de 1.089 personas, reunió a un energético grupo de personas entre las que se contaban más de 230 periodistas, así como un arzobispo Ortodoxo, un lama tibetano, ingenieros de Google, además de varios científicos con gran influencia a la hora de establecer las prioridades de financiación en investigación de Estados Unidos.
Dmitry Itskov, convocante y patrocinador del evento, es un rico emprendedor de Internet ruso que sufrió un "cambio espiritual" hace un par de años que le hizo dejar de coleccionar relojes de 15.000 euros y lanzar lo que él define como una iniciativa global para crear "una nueva especie libre de los límites de la biología".
El punto álgido del evento sería la presentación de un busto realista animatrónico de Itskov, creado por el robotista David Hanson, un prototipo de lo que Itskov espera sean dentro de 20 años los "portadores artificiales" en los que se puedan colocar las mentes humanas. "Es un derecho humano. La gente tiene que tener el derecho a vivir y a no morir", afirmó Itskov, que planea recaudar varios cientos de millones de dólares para acelerar la metamorfosis humana en máquinas.
El entusiasmo de Itskov y su dinero (la conferencia costó 3 millones de dólares -unos 2,3 millones de euros-, incluyendo los honorarios de los conferenciantes) atrajeron a la crema y nata del denominado movimiento de la Singularidad (Singularity en inglés) , entre ellos a Ray Kurzweil y Peter Diamandis, creador de la Fundación X Prize. La Singularidad, que predice la emergencia de auténtica inteligencia artificial para mediados de este siglo, se suele definir como la religión de empollones, y los procedimientos hicieron honor a esa fama.
El evento se inauguró con predicciones apocalípticas de desastres climáticos y sobrepoblación. La humanidad es pecadora, ¿verdad? Pero entonces llega la euforia: una nueva vida como máquinas pacíficas e inmortales. Para que os hagáis una idea del tono de la reunión, la conferencia de Diamandis se titulaba "La Evolución Inteligente Autodirigida Guiará la Metamorfosis de la Humanidad en una Metainteligencia Planetaria Inmortal".
En nuestra especie, el deseo de inmortalidad probablemente sea tan viejo como la conciencia de la muerte. Lo nuevo del enfoque de Singularity es el papel de la tecnología. Específicamente, el objeto fetiche es un avatar dentro del cual se mueve, narcisistamente, no un dios ni un ancestro, sino una copia de uno mismo.
Durante la conferencia pude ver la versión actual de este androide sobre el escenario. Creado por el robotista japonés Hirisho Ishiguro, el dispositivo era una copia tan siniestramente parecida a Ishiguro, que en un principio me pareció que era él fingiendo ser un robot. Hombre o máquina, eran difíciles de distinguir.
Ishiguro explica que el efecto se debe a que ha programado el robot para que realice movimientos inconscientes: un parpadeo, una tímida inclinación de la barbilla y un leve balanceo. Fabricar este tipo de bustos androides (los brazos y las piernas no se mueven) cuesta unos 100.000 dólares (unos 76.000 euros) y son el resultado de lo que Ishiguro denomina método "constructivo". Una a una, ha ido añadiendo sus propias características y manierismos a su robot, haciendo que sea cada vez más realista.
Para habitar un robot también necesitas una forma de conseguir introducir tu mente, personalidad y memorias en un programa de software. Por improbable que parezca, la lista de conferenciantes de Itskov incluía a varios biólogos sénior, entre ellos dos, Ed Boyden del Instituto Tecnológico de Massachusetts, y George Church de la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard, que apenas dos meses antes se reunieron con el presidente Obama en la Casa Banca para la presentación de BRAIN, una iniciativa del Gobierno financiada con 100 millones de dólares (unos 76 millones de euros) (ver "La importancia del proyecto de mapeo del cerebro impulsado por Obama").
El objetivo de estos investigadores es hacer un mapa detallado de las células y moléculas del cerebro, un proyecto fantásticamente ambicioso y caro. Por eso necesitan el dinero del Gobierno, y también posiblemente de mecenas como Itskov. Pero si realmente se consigue hacer un mapa del cerebro, las mentes artificiales podrían seguir como resultado lógico. "No comprendo lo que no puedo construir", afirmó Boyden ante el público, parafraseando al físico Richard Feynman.
Sí que me preocupó que estos acreditados académicos pudieran haber sido enredados para participar en una conferencia en la que también se debatían los trasplantes de cabeza. Uno de los que subió al escenario fue Theodore Berger, de la Universidad del Sur de California en Los Ángeles, cuya tecnología para almacenar memorias auténticas en silicio fue escogida este año como una de nuestras 10 Tecnologías Emergentes más Rompedoras (ver "Implantes de memoria").
"Hace quince años cuando empezamos a hablar de construir repuestos para partes del cerebro, se alzaron muchas voces despectivas. Ahora está aceptado", afirmó Berger. Explica que Itskov empezó a cortejarle hace un par de meses y que él y el ruso "se habían entendido muy bien".
Le insistí a Berger sobre la cuestión del androide. ¿De verdad quiere convertirse en una máquina? "La edad ha cambiado mi respuesta a esa pregunta como nunca habría podido predecir. Nunca he querido convertirme en una máquina, pero empiezan a descomponerse partes de mi cuerpo en formas que no me gustan", afirmó. "Así que aunque haya dicho que no me quiero convertir en máquina, de hecho sí que quiero. Si necesitara convertirme en máquina, lo haría".
Por lo tanto solo queda la incógnita de cuándo. ¿Los receptáculos para avatares estarán listos para recibir nuestros trasplantes de mente en 2045?
Sin embargo, todo podría llegar un poco más tarde de lo que esperamos. Esto es algo que quedó claro cuando la cabeza androide de encargo de Itskov llegó tarde a la conferencia y se mantuvo oculta. El joven ruso finalmente decidió no revelar la creación al público, al parecer porque no estaba satisfecho con su nivel de realismo.
"Pagó mucho dinero por ella y tenía que estar lista hace semanas", me comentó una portavoz de Itskov. "Dmitry no estaba contento".
Actualización 18/6/2013: Esta mañana Itskov me ha mandado una declaración sobre su cabeza de androide. "Igual que muchos otros avances tecnológicos, el fracaso forma parte del camino hacia el éxito", escribe. Podéis leer la carta completa aquí.