Tecnología y Sociedad
Querido Silicon Valley, olvide los coches voladores y denos crecimiento económico
Las empresas que aprovechan las nuevas e increíbles tecnologías digitales dominan nuestra lista de las 50 más brillantes. Sin embargo la economía sigue inmersa en una preocupante ralentización
La sede central de los laboratorios X de Alphabet en Mountain View (EEUU), resulta fácil de obviar. Una simple "X" amarilla marca la entrada de visitantes al masivo complejo que antaño fue un centro comercial. Pero un día laborable de finales de mayo, el aparcamiento estaba abarrotado de coches sin conductor circulando entre los empleados y los visitantes. Dentro del centro, varios equipos, principalmente de gente joven (la empresa rehúsa confirmar exactamente cuántas personas trabajan en estas instalaciones), trabajan sobre todo en "disparos a la luna" como se denominan a los proyectos más arriesgados de Alphabet. La compañía los considera tecnologías transformadoras que podrían tener un enorme impacto en el mundo. Además de los coches sin conductor, los proyectos públicamente reconocidos de X incluyen Loon, un proyecto que emplea globos a grandes altitudes para suministrar acceso a internet a regiones remotas de todo el planeta; Wing, que está desarrollando drones autónomos de entrega; y Makani, que está desarrollando unas extrañas turbinas eólicas volantes amarradas a una estación base.
Dentro hay monopatines, bicis y patinetes por doquier, y también talleres mecánicos y caros instrumentos de análisis. Este centro de investigaciones industriales postmoderno, parte estudio de diseño, parte incubadora tecnológica y parte laboratorio científico, representa la mejor versión de Silicon Valley (EEUU): ambiciosa, creativa y centrada en tecnologías radicalmente nuevas. Y mientras que puede que X haya sido ampliamente ridiculizado por no haber convencido al mundo de que la gente necesite sus Google Glass, sus increíbles progresos con los coches autónomos, que abundan en las calles de Mountain View, podrían lograr que nos olvidemos de tales traspies. Pero X de Alphabet, con su fuerte inversión en recursos y personas, también nos recuerda lo realmente difícil que es comercializar tecnologías radicalmente nuevas y las pocas empresas que se pueden permitir tales esfuerzos.
Dados sus impresionantes avances en la inteligencia artificial (IA), los robots inteligentes y los coches autónomos, resulta fácil convencerse de que nos encontramos al borde de una nueva era tecnológica. Pero la preocupante realidad es que los avances actuales están teniendo un impacto que dista mucho de impresionante en el crecimiento económico en general. Facebook, Twitter y otras tecnologías digitales sin duda aportan un gran valor a mucha gente, pero esos beneficios no se están traduciendo en un importante impulso económico. Si cree que Silicon Valley alimentará una creciente prosperidad, tiene muchas probabilidades de sentirse decepcionado, o tendrá que ser muy paciente. Mientras que la industria de la alta tecnología genera una impresionante riqueza para sí misma, gran parte del país está inmersa en una economía deprimida. Podría ser que los coches autónomos y otras aplicaciones de IA cambien eso algún día, pero por ahora estas tecnologías no están transformando la economía.
Los economistas que estudian la productividad, la medida de producto generado por trabajador, nos cuentan que entre 1994 y 2004 internet y los avances de computación ayudaron a impulsar un rápido crecimiento. Pero durante la última década, hemos perdimos fuelle y las mejoras de productividad se han ralentizado, provocando un estancamiento del crecimiento económico. Y el fenómeno se está presentando en economías avanzadas en todo el mundo, golpeando especialmente a países como Italia y Reino Unido. Muchas personas sienten los impactos en forma de unos sueldos cada vez más bajos, y las consecuencias han contribuido al profundo descontento político en muchos países. Según el economista de la Escuela de Negocios Booth de la Universidad de Chicago (EEUU) Chad Syverson, la productividad estadounidense creció en un pobre 1,3% al año entre 2005 y 2015, mucho menos que el ritmo de crecimiento anual del 2,8% observado durante la década anterior. Syverson calcula que de no haberse producido la crisis, el producto interior bruto habría aumentado unos 2.460 billones de euros para 2015, alrededor de 7.650 euros por cada estadounidense.
Nadie sabe realmente cuál es la causa de esta ralentización. Tal vez se nos hayan acabado las ideas que igualen las grandes invenciones del siglo XX en importancia económica (ver El falso auge tecnológico puede estar condenándonos al estancamiento económico). O tal vez no hayamos medido bien cómo los recientes avances en tecnologías digitales y redes sociales han afectado la economía: si Facebook, YouTube y Twitter nos están haciendo más productivos, no lo sabemos porque no podemos sumar el valor real de estas cosas gratuitas. Una explicación más plausible es que esté resultando dificil convertir las recién desarrolladas tecnologías digitales en cambios importantes en los principales sectores de la economía, como la atención sanitaria, la fabricación y el transporte.
Incluso algunos de los mayores defensores de que la automatización y las tecnologías digitales revolucionarán nuestra economía se sienten consternados por los lentos progresos en su implantación. El profesor de la Escuela de Negocios Sloan del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, EEUU) y el coautor del libro The Second Machine Age, Erik Brynjolfsson, dice que el proceso ha sido "decepcionantemente difícil". Dice que mientras que se han producido "muchos progresos en las tecnologías subyacentes" durante los últimos años, las empresas se están dando cuenta de que los cambios necesarios son caros y requieren mucho tiempo. "No es tan sencillo como apretar un interruptor. Y las empresas están sufriendo", explica Brynjulfsson.
El economista del Instituto de Políticas Progresistas de Washington D.C. (EEUU) Michael Mandel afirma que la ralentización de la productividad se está produciendo dentro de lo que él denomina como las industrias físicas, que incluyen la fabricación y la atención sanitaria. Tales industrias, que Mandel calcula que componen el 80% de la economía de Estados Unidos, representan tan sólo el 35% de las inversiones en tecnologías de la información (TI) y su productividad refleja ese hecho, al crecer a tan sólo un 0,9% anualmente. Mientras tanto, la productividad está aumentando a un 2,8% por año en lo que Mandel denomina las industrias digitales, que incluyen los servicios de finanzas y de negocio.
Si eso es lo que está sucediendo, deja bastante margen para el optimismo. "A medida que aprendamos a aplicar las nuevas tecnologías observaremos una nueva aceleración del crecimiento de productividad", explica Mandel. Syverson se muestra de acuerdo en que aunque que las ganancias de TI durante finales de la década de 1990 y prinicipios de la de 2000 parecen haberse agotado, se puede imaginar "una segunda oleada".
Un mundo materialista
Nuestra lista de las 50 empresas más brillantes de 2016 incluye algunas que han empleado tecnologías digitales para destruir industrias existentes: Amazon, con su dominio al alza del comercio al por menor, y Facebook, con sus incursiones en los medios de comunicación. Pero también incluye ejemplos de empresas maduras, como Bosch, un gran fabricante alemán que emplea la TI para lograr sus objetivos de negocio. E incluye otras que están superando los límites de las nuevas tecnologías digitales, como está haciendo Baidu con su esfuerzo de coches autónomos y Alphabet con sus destacables avances en la inteligencia artificial.
Es una lista muy diferente a la primera, publicada en 2010. Varias empresas energéticas y de materiales de la lista de 2010 han fracasado, han perdido gran parte de su ambición o simplemente han progresado poco. Existen numerosos motivos para la falta de éxito, pero merece la pena preguntarse si habremos perdido la paciencia que se necesita para fomentar y nutrir la innovación en industrias que por su naturaleza requieren años y a menudo cientos de millones de euros para el desarrollo de un producto comercial.
La realidad es que las nuevas tecnologías digitales, incluso unas tan impresionantes como la inteligencia artificial, por sí solas no harán revivir la economía, ni mucho menos abordarán problemas como el cambio climático. El economista del MIT David Autor señala: "Disponer de ordenadores más baratos no nos permite almacenar energía. Podemos disponer de toda la potencia computacional que queramos dentro de nuestros Teslas. No resolverá el problema de que las baterías sean caras, pesadas y de una baja densidad energética". Según Autor, tenemos que resolver los "cuellos de botella" clave en sectores como los de la energía, la educación y la atención sanitaria para mejorar radicalmente la productividad. Explica que, por ejemplo, la falta de almacenaje de energías baratas está frenando el desarrollo de energías renovables y limitando el atractivo de los vehículos eléctricos. Desarrollar baratos y prácticos sistemas de almacenaje energético, sugiere, "tendría una enorme importancia para la productividad".
El problema es que parece existir poco interés comercial en estas áreas. Nuestra lista incluye a Aquion Energy, una empresa radicada en Pittsburgh (EEUU) que desarrolla baterías para almacenar la energía de la red eléctrica, y 24M, una start-up de fase temprana que desarrolla un tipo de batería nuevo. Pero en comparación con la lista de 2010, incluye muchas menos start-ups y grandes empresas centradas en materiales y soluciones energéticas. De hecho, Mandel ha analizado datos del Gobierno de Estados Unidos y ha encontrado que el número de químicos y científicos de materiales empleados se ha reducido drásticamente durante los últimos años.
Tales hallazgos no deberían de sorprender. Hace más de cuatro años, en un artículo de portada titulada, Can We Build Tomorrow’s Breakthroughs? (¿Seremos capaces de construir los avances de mañana?, en inglés), sostuvimos que las habilidades y experiencia que se adquieren con la fabricación son claves para el desarrollo de muchas tecnologías. La fabricación de obleas de silicio, por ejemplo, está estrechamente vinculada con la capacidad de inventar nuevos tipos de energía solar basados en silicio. En ese artículo de 2012, examinábamos si las empresas estadounidenses aún tenían lo que hace falta para comercializar nuevos tipos de baterías y tecnologías de energía avanzada. Por desgracia, resulta que muchas no lo tenían y varias de las empresas sobre las que informamos no sobrevivieron. ¿Podría ser que la pérdida de proeza en la fabricación estadounidense haya paralizado su capacidad de comercializar tecnologías radicalmente nuevas en muchos sectores industriales?
Lecciones olvidadas
En 2010, el cofundador y longevo CEO de Intel, Andy Grove, que falleció en marzo, escribió un ensayo profético en el que se lamentaba de que Silicon Valley ya no fabrica lo que inventa:
"Igualmente importante [que fundar una start-up] es lo que sucede después de ese momento mítico de creación en un garaje, cuando la tecnología pasa de la fase de prototipo a la producción masiva. Esta es la fase en la que las empresas se escalan. Elaboran el diseño, averiguan cómo fabricar las cosas de modo asequible, construyen fábricas y contratan miles de empleados. Escalarse es un trabajo duro pero es necesario para lograr que la innovación importe".
A Grove le preocupaba que Silicon Valley ya no generaba empleos como antaño. Escribió: "Pero, ¿qué tipo de sociedad tendremos si consta de personas generosamente remuneradas que realizan trabajos de alto valor añadido y masas de personas en paro?" Pero también advirtió sobre los daños para la innovación generados por la pérdida de la fabricación. Argumentó que "abandonar la fabricación 'de productos básicos' de hoy podría dejarnos fuera de la industria emergente de mañana".
En el momento en el que Grove escribió el ensayo, contradecía gran parte de la sabiduría generalizada, según la cual la pérdida de la fabricación realmente no importaba siempre que el "empleo de alto valor añadido" se quedara dentro del territorio nacional. Pero lo que escribió "dio en el clavo y mucha gente se está dando cuenta de ello ahora", según el profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard (EEUU) Willy Shih. De hecho, afirma, Grove sólo nos recordaba "lo que se nos había enseñado a todos como ingenieros durante la década de 1980". La cuestión principal, según Shih, es "¿qué hizo que se nos olvidara?"
El ensayo de Grove es un conmovedor recordatorio de que el destino económico estadounidense sigue estando íntimamente vinculado con "viejas" industrias, y de que aún importa generar empleo. Las tecnologías digitales podrían ayudar tremendamente en muchos sectores si las empresas las adoptasen de manera más amplia. Usar software e internet para mejorar la eficacia de la atención sanitaria tendría un enorme impacto en la economía. Pero también habrá que inventar y desplegar innovaciones más allá de las tecnologías digitales, en materiales, la impresión 3D, la genómica y la energía.
Por eso merece la pena observar el éxito de X de Alphabet. Los líderes de los laboratorios se dan cuenta de que para resolver grandes retos, tendrán que ir más allá de las capacidades de software de la empresa matriz. De hecho, X se enorgullece de su experiencia con el hardware y su dedicación a materiales e ingeniería. En proyectos como sus coches autónomos, los mundos digitales y físicos se encuentran.
Cuando X seleciona sus "disparos a la luna", uno de los criterios es que el avance afecte a al menos 1.000 millones de personas, según Obi Felten, cuyo cargo oficial es "responable de preparar los disparos a la luna para entrar en contacto con el mundo real". Eso significa colaborar con empresas de atención sanitaria, transporte, de la industria automovilística y de telecomunicaciones. Felten afirma: "Soy un tecnoptimista cauto. En la atención sanitaria, por ejemplo, no tengo ninguna duda de que la tecnología va a generar un impacto. Pero no se producirá tan rápido como cree la gente".
El éxito de X dependerá no sólo de su ingeniería creativa sino, tal vez también de lo bien que entienda qué necesitan las diferentes industrias y qué quieren los consumidores. (El fracaso de Google Glass está aún en mente de todos). El inversor de capital riesgo Peter Thiel aglutinó gran parte de las críticas a Silicon Valley cuando dijo: "Se nos prometieron coches voladores, y recibimos 140 caracteres". Tiene razón al cuestionar la falta de ambición de gran parte de la industria tecnológica, pero la cita también desvela un prejuicio que desvía la atención. La mayoría de nosotros no tenemos ni ganas ni necesidad de un coche volador. Estaríamos encantados de conformarnos con una economía sana y más empleos bien remunerados. Eso requerirá algunos verdaderos "disparos a la luna".
Descubre la lista completa de las 50 empresas más brillantes de 2016 de MIT Technology Review