El país tiene cada vez más plataformas digitales y el 'e-commerce' llega a las aldeas más recónditas. Pero su Gran Cortafuegos sigue oprimiendo la libertad y las empresas que no siguen las normas
Durante una reciente salida nocturna por Pekín (China), una amiga de veintitantos años me envió un mensaje por WeChat para preguntarme qué restaurante nuevo prefería probar: ¿un tailandés o un italiano? Entonces me envió su ubicación mediante la popular app de mensajería social para ayudarme a llegar al restaurante escogido. Después de cenar, nos sacamos unos selfies mientras brindábamos en copas de cóctel, y ella mejoró la resolución de las fotos con MeituPic, una popular app de edición de fotos, antes de publicarlas en su muro de WeChat junto al comentario: "¡Cena fabulosa!"
Cuando me levanto para entregar mi tarjeta de crédito al camarero, mi amiga transfirió su mitad de la cuenta a mi cuenta de WeChat Wallet (wallet significa cartera en inglés) con un par de clics en su iPhone 6 dorado. Mientras paseábamos por los alrededores del Estadio de los Trabajadores, disfrutando de una calurosa noche de primavera, pidió un taxi con la app Didi Chuxing, que coordina 14 millones de desplazamientos al día en China. Un conductor le recogería en tres minutos. A veces, me explicó, también considera usar el servicio de Uber y comprueba su propuesta de servicio, pero al disponer de una flota más pequeña sus tiempos de espera suelen ser mayores, por lo que tanto ella como la mayoría de mis amigos chinos prefieren Didi Chuxing.
Resulta difícil de exagerar lo rápido que el internet móvil ha transformado los ritmos sociales de la vida urbana, incluida una salida de sábado noche, en las ciudades de China. Especialmente para la gente más joven o económicamente aventajada, que tienen más probabilidades de tener los últimos smartphones, pero no se limita a estos grupos. Entre los aproximadamente 690 millones de usuarios de internet del país, unos 620 millones actualmente acceden desde un dispositivo móvil. China es un mercado donde realmente reina lo móvil, y con mucha diferencia frente a EEUU.
Los repartidores actuales llegan a todas partes, desde las florecientes megaciudades hasta las cada vez más desoladas zonas rurales.
Las empresas autóctonas que están lanzando estas innovaciones se enfrentan a un país con algunas de las restricciones más severas para internet. Incluso más allá de la censura realizada por el Partido Comunista y las prohibiciones impuestas sobre las conexiones con servicios web ubicados en el extranjero, el Gobierno chino paga a hasta dos millones de personas, según algunos cálculos, para que inunden las redes sociales con contenidos "dirigidos a distraer con un canto a las virtudes del Estado", como señalaron unos académicos de las universidades de Harvard, Stanford y California en San Diego (todas en EEUU) en un trabajo publicado en mayo.
Los esfuerzos que el Gobierno hace para filtrar los contenidos que llegan a China se perciben en un internet que puede llegar a ser desesperadamente lento. Al igual que la mayoría de los profesionales de China que necesitan acceso a noticias globales o revistas académicas publicadas en otros países, yo dedico una considerable cantidad de mi tiempo esperando que las páginas web se carguen y dándole impacientemente al botón de actualizar. Probablemente sea una consecuencia involuntaria del Gran Cortafuegos, el sistema chino que inspecciona el tráfico web entrante. Ralentiza mucho las cosas de la misma manera en la que un control de seguridad en carretera aminora el flujo del tráfico.
Esto produce un internet de contrastes, que es a la vez dinámico y lento, innovador y hostil, liberador pero controlado. Estas diferencias resultan más fáciles de entender cuando uno se da cuenta que no necesariamente representan contradicciones. Tener prohibido el desarrollo de herramientas dirigidas a estimular la libertad de expresión o la transparencia en esencia obliga a los emprendedores chinos a concentrar sus recursos en servicios que faciliten el comercio, la comodidad y el entretenimiento. Y cuánto más éxito tengan esos negocios, más dinero tienen en juego estas empresas y sus accionistas, potencialmente cimentando el orden establecido.
El sueño chino
La gente en china que nunca ha tenido talonario ni tarjetas bancarias, y que anteriormente entregaba a sus arrendadores grandes fajos de billetes de 100 yuanes (cada billete equivale a unos 13 euros) cada tres meses, ahora utiliza apps financieras como WeChat Wallet y Alipay para pagar sus alquileres. La ausencia de muchos servicios bancarios tradicionales, como las cuentas corrientes, ha acelerado la adopción de la banca móvil en China: según un estudio de 2013 de PwC, los consumidores chinos tenían casi el doble de probabilidades de afirmar que esperan que sus móviles representen el principal modo de hacer compras en el futuro (un 55% frente al 29% en otros países).
La nueva afinidad de China con las compras en línea ha impulsado el alza de Alibaba, cuyo volumen de ventas de mercancías se ha triplicado durante los últimos cuatro años, para alcanzar unos 475.000 millones de dólares (unos 417.000 millones de euros), y también de su rival JD.com. Estas empresas han hilvanado extensos servicios de entrega y mensajería capaces de enviar chándales, collares y neveras a casi cualquier vivienda de los serpenteantes callejones de Pekín o cualquier apartamento en un rascacielos. En pequeñas ciudades que nunca dispusieron de lujosos centros comerciales de ladrillo y cemento, los aspirantes a ricos ahora lucen etiquetas de Gucci.
Mientras tanto, los agricultores que habitan unas diminutas viviendas de piedra en pequeñas aldeas como Bishan de 2.800 habitantes y ubicada al sur de la provincia Anhui (China) que visité en 2014, ahora pueden vender sus rábanos orgánicos a los sibaritas urbanos mediante las mismas plataformas, a veces con un importante sobrecoste para verduras cultivadas sin pesticidas para los consumidores chinos más ecológicos.
No importa a qué parte de China se acuda hoy en día, ya sean las megaciudades emergentes o las cada vez más desoladas zonas rurales, en todas ellas hay repartidores montados en bicicletas eléctricas, arrastrando remolques de metal tras ellos.
La creación de estos servicios ha convertido a muchos chinos en personas acaudaladas y un puñado de ellas en muy, muy ricas. Según la revista Forbes, seis de los 10 individuos más ricos de China son fundadores o ejecutivos directivos de empresas relacionados con internet. El alza de las empresas tecnológicas, incluidas Baidu, Alibaba, Tencent y Xiaomi, no sólo ha cambiado la economía china: ha cambiado de alguna manera el sueño chino. El ejemplo de Jack Ma de Alibaba o Robin Li de Baidu atrae ahora a un creciente número de emprendedores de internet a las incubadoras y espacios de cotrabajo como Tech Temple en Pekín, un espacio de oficinas vanguardista de acero y cristal con una cafetería de autoservicio y un perro residente.
Todo esto ha ocurrido incluso con unas velocidades de internet muy inferiores a las de otros países. La velocidad media en China continental el pasado otoño fue de 3,7 megabits por segundo, según Akamai Technologies. Corea del Sur gozó del internet más rápido del mundo, con una velocidad media de 20,5 megabits por segundo, según la misma fuente.
Cuánto más exitosas se vuelvan las empresas chinas de internet, más adversas se volverán a la toma de riesgos políticos.
Las páginas de noticias y plataformas de redes sociales chinas son rápidamente despojadas de cualquier contenido considerado sensible u ofensivo. El número de servicios extranjeros bloqueados, incluidos Facebook, Twitter, Instagram, Google y las páginas web del New York Times y Bloomberg News, ha aumentado mucho durante la última década. Este fenómeno choca con la relativa "transparencia" de la China pre-Olimpiadas de 2008, que aún intentaba impresionar al mundo dando una imagen de aperturismo. El régimen actual ha pasado en gran medida de censurar contenidos específicos de noticias a deshabilitar servicios y plataformas al completo. La página web del Economist fue bloqueada a principios de abril tras la publicación de un artículo en portada que criticaba al presidente de China titulado: ¡Cuídate del culto de Xi!
Los cada vez más chinos que han vivido en el extranjero y conocen internet de distinta manera, además de los aproximadamente 600.000 expatriados del país, se están arriesgando a saltar el Gran Cortafuegos con un software de red privada virtual, o VPN (por sus siglas en inglés). Pero las VPN más populares, como Astrill (de una empresa radicada en las Islas Seychelles), están atrapadas en un juego perpetuo del gato y el ratón con los piratas informáticos del Gobierno, que logran incapacitarlas o bloquearlas con una frecuencia impresionante. (El equipo de Astrill ahora envía unas graves advertencias a los usuarios para que no revelen sus claves de acceso en público). Es aconsejable instalar más de una VPN en el ordenador, y cambiar entre servidores de VPN a lo largo del día. Es como atravesar el país en un Escarabajo de Volkswagen de 1960 que podría dejarle tirado en cualquier momento.
Supervivencia
El lento y censurado internet de China ha aportado cierto tipo de libertades, aunque no estén relacionadas con la libertad política. Por ejemplo, las comunidades en línea han permitido agrupar a personas desaventajadas o discriminadas. Blued, la app de citas para hombres homosexuales más popular de China, se ha convertido en un importante punto de encuentro para la organización de foros de salud sexual y sitios que realizan pruebas anónimas de VIH mientras se lucha sutilmente por la tolerancia y la aceptación del público general. Hitomi Saito, una persona transgénero de 17 años y alumno de instituto en Pekín, opera un servicio de apoyo los jueves y otras labores mediante WeChat, recibe preguntas desde todas partes de China sobre los derechos de los transgénero, cuestiones de salud y estrategias para tratar y abordar el tema en familia. Mientras tanto, las start-ups tecnológicas financiadas por una reciente inyección de capital riesgo en China, que se ha convertido en el segundo destino del mundo para las inversiones, tras Estados Unidos, buscan mejorar el acceso a la educación y a los servicios médicos, en un intento de resolver problemas chinos que no han sido adecuadamente abordados por las instituciones gubernamentales.
Aun así, aproximadamente 15 años después de la amplia adopción de internet, el país no se encuentra más cerca de la democracia. Weibo, la antes desenfadada plataforma social a veces denominada como el Twitter de China, fue brevemente alabada por permitir un diálogo nacional más abierto y servir como una plaza de pueblo virtual. Pero su apogeo acabó alrededor de 2011, cuando la censura mejorada logró cortarle las alas. Muchas de las "grandes Vs" (los "usuarios verificados") de Weibo, sobre todo celebridades y emprendedores con millones de seguidores que difunden noticias y opiniones que a veces han cuestionado medidas gubernamentales han sido presionados presionados, detenidos u obligados a proporcionar "confesiones falsas" que son televisadas a nivel nacional. Otros se han callado de forma voluntaria.
Desde luego, las predicciones más ambiciosas sobre la capacidad de la web para transformar la política china siempre fueron hechas por personas que sabían más sobre la tecnología que sobre China. La idea de que internet quedaría fuera del control del Estado y que representaría inherentemente una fuerza liberadora, especialmente para la libertad de información, nació durante la década de 1990 del optimismo de una naciente industria de internet radicada en Estados Unidos, explica el autor del nuevo libro Splinternet, Scott Malcomson. Mientras tanto, los más próximos a China siempre tendían a mostrarse más escépticos. Como dijo el profesor de historia de la Universidad de California en Irvine (EEUU) y el autor del libro La China del siglo XXI: Lo que todos hemos de saber, Jeffrey Wasserstrom: "En general, supongo que las esperanzas de que internet resultara mágicamente liberador [en China] siempre fueron exageradas, pero tuve sueños más humildes que ni siquiera se han llegado a cumplir".
Allí está la conexión con la otra cara de internet en China, el que recibe toda la financiación. Cuánto más exitosas se vuelvan las grandes empresas chinas de internet, más difícil será tomar riesgos políticos. Cumplir con los mandatos del Gobierno es una necesidad para continuar con su actividad empresarial y amasar, o conservar, esas fortunas. Como dijo Robin Li al Wall Street Journal en 2010 cuando se le preguntó sobre la censura: "Sabes, somos una empresa de China; evidentemente necesitamos cumplir con las leyes chinas". Li, que es lo más parecido que tiene China a una figura como Steve Jobs o Sergey Brin, no promueve un evangelio del ciberespacio de rebelión y resistencia creativa. Simplemente articula lo que se necesita para sobrevivir en la autoritaria China, y la supervivencia es el primer requisito del éxito.