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Los sueños aplazados de Marte

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Oficialmente, Estados Unidos piensa enviar astronautas al planeta rojo en la década de 2030, algo que no parece probable. Aún así, en la NASA ingenieros como Bret Drake siguen trabajando en ello.

  • por Brian Bergstein | traducido por Lía Moya (Opinno)
  • 01 Noviembre, 2012

Fotografías de Brent Humphreys

En agosto, la NASA usó una serie de precisas y arriesgadas maniobras para colocar un robot de una tonelada de peso llamado Curiosity sobre la superficie de Marte. Una cápsula que contenía el rover atravesó en paracaídas la atmósfera marciana y desplegó una 'grúa espacial' que depósito al Curiosity cuidadosamente en su lugar. Fue un momento emocionante: había seres humanos comunicándose con un equipo grande y sofisticado situado a 250 millones de kilómetros mientras daba inicio a experimentos que deberían mejorar nuestra comprensión de si ese planeta alberga o ha albergado vida en algún momento. Así que cuando visité el Centro Espacial Johnson de la NASA en Houston (Estados Unidos) unos días después, esperaba encontrarme al personal aún emocionado por la hazaña. Es cierto que el centro de Houston, desde el que los astronautas reciben direcciones del Control de Misiones, no tiene un papel protagonista en la gestión del Curiosity. Ese proyecto tiene su sede central en el Laboratorio de Propulsión a Chorro, gestionado por el Instituto de Tecnología de California en Pasadena (EE.UU.). A pesar de todo, el evento era un hecho extraordinario para todo el programa espacial estadounidense. Y sin embargo, descubrí que Marte no era un tema demasiado agradable en Houston, sobre todo entre aquellos que creen que son los humanos y no los robots quienes deben explorarlo.

En su largo y estrecho despacho en el edificio principal del inmenso complejo de Houston, Bret Drake ha elaborado un borrador que explica cómo enviar a seis astronautas en vuelos de seis meses a Marte, y qué harían allí durante año y medio, antes de emprender el viaje de seis meses de regreso a casa. Drake, que ahora tiene 51 años, lleva pensando en esto desde 1988, cuando empezó a trabajar en lo que denomina la “exploración más allá del sueño de la órbita baja terrestre”. En aquel momento, Drake esperaba que el ser humano hubiera vuelto a la Luna para 2004 y estuviera a punto de viajar a Marte por estas fechas. Muy pronto se descartó esa posibilidad, pero Drake siguió adelante: a finales de la década de 1990 se encontraba elaborando planes para misiones humanas a Marte que podrían tener lugar en torno a 2018. Hoy, el objetivo oficial es que suceda alrededor de 2030, pero los recortes de financiación han coartado la capacidad de la NASA para desarrollar gran parte de las tecnologías necesarias para ello. De hecho, el progreso se detuvo por completo en 2008, cuando el Congreso, en un esfuerzo por imponer frugalidad a la NASA, prohibió a esta que usara más dinero para seguir avanzando en planes de exploración humana de Marte. “Marte era una palabra malsonante”, se lamenta Drake, que es el arquitecto director adjunto del equipo de arquitectura de la NASA para tripulaciones humanas. A pesar de que aquella norma se anuló pasado un año, Drake sabe que la NASA podría permanecer indefinidamente a 20 años de una misión tripulada a Marte.

Si colocar al hombre en la Luna dio significado a las extraordinarias posibilidades de la tecnología de mediados del siglo XX, enviar humanos a Marte sería la versión equivalente del siglo XXI. El vuelo sería mucho más arduo y aislante para los astronautas: mientras que las tripulaciones del programa Apolo que fueron a la Luna nunca estuvieron a más de tres días de casa y podían seguir observando los rasgos familiares de su hogar, una tripulación marciana vería cómo la Tierra se convierte en un punto brillante más de los miles de millones que hay en el espacio. Una vez que hubieran aterrizado, los astronautas tendrían que sobrevivir en un mundo helado y ventoso sin atmósfera respirable y con un 38 por ciento de la gravedad de la Tierra. Pero si Drake está en lo cierto, podemos llevar a cabo ese viaje. Él y otros ingenieros de la NASA saben lo que hace falta, desde un vehículo de aterrizaje capaz de conseguir que los humanos atraviesen la atmósfera de Marte, hasta sistemas para alimentarlos, albergarlos y trasportarlos una vez que se encuentren allí.

El problema al que se enfrentan Drake y otros defensores de la exploración humana de Marte es que los beneficios son básicamente intangibles. Algunas de las justificaciones que se han usado para defenderla –incluyendo la idea de que se debería colonizar el planeta para mejorar las posibilidades de supervivencia de la humanidad- no soportan un análisis económico. Hasta que no hayamos conseguido mantener a gente viva allí, las colonias permanentes de humanos en Marte serán cosa de ciencia ficción.

Un argumento mejor es que la exploración de Marte podría tener beneficios científicos, puesto que hay preguntas básicas sobre el planeta que aún permanecen sin respuesta, “Sabemos que Marte fue húmedo y cálido”, explica Drake. “¿Hubo alguna vez vida allí? Si la hubo, ¿era distinta a la de la Tierra? ¿Dónde desapareció? ¿Qué pasó con Marte? ¿Por qué se convirtió en un lugar árido y frío? ¿Qué podemos aprender de eso y de lo que puede implicar para la Tierra?” Pero, ahora mismo, Curiosity está explorando estos mismos asuntos, disparando láseres a las piedras para determinar su composición y buscando señales de vida microbiana. Gracias a este tipo de misiones robóticas, nuestra comprensión de Marte ha mejorado tanto en los últimos 15 años que cada vez cuesta más justificar el envío de humanos. La gente es mucho más adaptable e ingeniosa que los robots, y seguro que encontrarían cosas que los robots no pueden encontrar, pero enviar a seres humanos aumentaría el coste de la misión de forma exponencial. “Realmente no hay forma de justificar la exploración humana basándonos solo en la ciencia”, afirma Cynthia Phillips, investigadora senior del Instituto SETI, que busca pruebas de la existencia de vida en otros lugares del universo. “Por lo que cuesta enviar a un humano a Marte, podrías enviar a toda una flotilla de robots”.

Y sin embargo, la exploración humana de Marte encierra un poderoso atractivo. Ningún planeta de nuestro sistema solar se parece tanto a la Tierra. Nuestro vecino tiene ritmos que reconocemos como propios, con días que duran un poco más de 24 horas y cascos polares helados que crecen en invierno y encogen en verano. Colocar a exploradores humanos en Marte ampliaría muchísimo los límites de la experiencia humana, lo que supondría, en opinión de muchos de los defensores del espacio, un beneficio inconmensurable más allá de la ciencia. “En nuestra sociedad siempre ha habido exploradores”, afirma Phillips. “Si la exploración del espacio solo la llevan a cabo robots, se pierde algo muy valioso”.

La resaca del Apolo

Marte se propuso como un lugar susceptible de ser explorado incluso antes de que existiera el programa espacial de Estados Unidos. En la década de 1950, científicos como Wernher von Braun (que había desarrollado los cohetes de combate de la Alemania nazi y después supervisó la construcción de misiles y cohetes para EE.UU.) defendía en revistas y en la televisión que, cuando el espacio se convirtiera en la próxima frontera para la humanidad, Marte sería un punto de interés evidente. “¿Irá alguna vez el hombre a Marte?”, escribió von Braun en la revista Collier's  en 1954.  “Estoy seguro de que sí, pero aún falta un siglo o más para que esté preparado”.

Von Braun y otros arquitectos espaciales veían a Marte como el punto final de un plan por fases para la exploración espacial humana, una idea que influyó en el plan a largo plazo elaborado por la NASA en 1959, poco después de que se creara la Agencia. En este marco, primero los humanos alcanzarían la órbita baja terrestre. Después crearían naves capaces de ir y volver a ella de forma fiable. A eso seguiría una estación espacial. Posteriormente, en algún momento después de 1970, los seres humanos aterrizarían en la Luna y, con el tiempo, en una fecha futura sin especificar, en Marte. Y durante todo este tiempo también habría sondas sin tripular explorando el sistema solar. La idea subyacente –que cada fase proporcionaría la experiencia útil para las siguientes- es “uno de los grandes memes de la historia aeroespacial”, afirma Roger Launius, antiguo historiador jefe de la NASA y actual director de exposiciones sobre vuelos espaciales en el Smithsonian. “Mucha gente se lo tragó”, añade.

El plan se pudo haber mantenido, pero en 1961, cuando solo se había completado la primera fase, el presidente John F. Kennedy se saltó las dos siguientes etapas y juró alcanzar la Luna para finales de la década.

El objetivo de Kennedy no era hacer avanzar a la ciencia, ni siquiera hacer avanzar la exploración espacial. Ir a la Luna era un remedo de ataque nuclear sobre la Unión Soviética, una táctica psicológica cuyo objetivo era reafirmar la superioridad estadounidense. Y resultó ser una manera subóptima de construir un programa espacial a largo plazo. Se invirtió una cantidad insostenible de recursos para llegar a la Luna. En el punto álgido del programa, a mediados de la década de 1960, la NASA tenía un presupuesto de 5.000 millones de dólares (unos 3.850 millones de euros), más del 4 por ciento del presupuesto de Estados Unidos. (En la actualidad recibe aproximadamente el 0,5 del presupuesto). Incluso antes de que Neil Armstron y Buzz Aldrin saltaran sobre la superficie lunar en 1969, ya se estaban recortando tanto el presupuesto como el número de empleados de la NASA. “Al hacer del programa Apolo una carrera, no había motivos para seguir adelante una vez ganada la misma”, afirma John  Logsdon, fundador del Instituto de Política Espacial en la Universidad George Washington (EE.UU.).

La dirección de la NASA sugirió la exploración humana de Marte después de llegar a la Luna, pero la administración Nixon desechó la idea por cara. El asesor económico del presidente citó una encuesta, publicada en la revista Newsweek unas dos semanas después del alunizaje, en la que el 56 por ciento de los encuestados decían que el Gobierno debía recortar la financiación para la exploración espacial. (En 1979, otra encuesta descubriría que la mitad de los estadounidenses creían que no había merecido la pena ir a la Luna). La NASA siguió con su ambicioso y exitoso programa de explorar Marte y otros planetas mediante sondas no tripuladas, como VikingMariner, y Voyager. Pero la exploración humana retrocedió a la segunda fase del marco original de la NASA: el transbordador espacial llevó a cabo 135 vuelos de 1981 a 2011. A continuación llegó la tercera fase: la Estación Espacial Internacional. Para cuando Bret Drake se licenció en ingeniería aeroespacial y empezó a trabajar en misiones del transbordador a mediados de la década de 1980, la idea de mandar humanos a Marte básicamente había desaparecido del radar.

Entonces, en 1986 el transbordador Challenger explotó poco después del despegue, matando a los siete astronautas que viajaban en su interior. La NASA suspendió los vuelos de los transbordadores durante dos años y medio y se vio obligada a una desgarradora reevaluación de su razón de ser. Se crearon comisiones; la exploración tripulada de La luna y de Marte se volvieron a sugerir como objetivos a largo plazo. Y el 20 de julio de 1989, en el vigésimo aniversario del primer alunizaje, el presidente George H.W. Bush afirmó que Estados Unidos debería intentar alcanzar ambos objetivos. “Al igual que Colón, soñamos con orillas distantes que aún no hemos visto”, afirmó. “¿Por qué la Luna? ¿Por qué Marte? Porque el destino de la humanidad es esforzarse, buscar, hallar”, afirmó Bush.

¿Qué comes?

El Congreso se cargó el plan de Bush, en parte porque la NASA calculó que costaría unos 500.000 millones de dólares (unos 385.000 millones de euros) a lo largo de 30 años. El hijo de Bush, el presidente George W. Bush, y su sucesor, Barack Obama, han mantenido la exploración humana de Marte como un objetivo para la NASA, pero durante ninguna de sus administraciones se ha concedido la financiación necesaria para que pueda suceder.

Y durante todo este tiempo Drake y sus compañeros han seguido adelante, entre parones y acelerones, con el trabajo a largo plazo necesario para mantener la posibilidad abierta. Como concuerda con un empleado de la NASA de toda la vida, en Drake no encuentras la bravuconería de los fanáticos de la colonización espacial. Habla con sencillez y es reservado, incluso al admitir su frustración con los interminables estudios llevados a cabo por su grupo en ausencia de una misión real a Marte. “Sabemos cuáles son los retos”, afirma. “Sabemos qué tecnologías y qué sistemas necesitamos”.

Los retos son apabullantes. Queda clarísimo empezando por el plan de la misión, que oficialmente se denomina “arquitectura de referencia de diseño” y que él completó en 2009. Ir al espacio durante más de dos años sometería a los astronautas a un grado de aislamiento en ingravidez sin precedentes; la estancia más larga en el espacio hasta la fecha han sido 14 meses. Los rayos cósmicos, potencialmente letales, que en nuestro caso bloquea el campo magnético de la Tierra y su atmósfera, golpearían a la nave durante el vuelo y amenazarían a los astronautas en Marte. La NASA podría reducir la exposición a la radiación de fondo normal en el espacio mediante la construcción de escudos para la nave y los hábitats marcianos, pero probablemente necesitaría un método mejor para predecir las llamaradas solares ocasionales, que lanzan dosis más altas de radiación, para que los astronautas pudieran resguardarse en 'refugios contra las tormentas' especiales.

Otro problema sin resolver es que la atmósfera marciana es lo suficientemente espesa como para que un vehículo que aterrice necesite protección termal contra la fricción que se genera a la entrada, pero por otra parte es demasiado rala como para ralentizar lo suficiente a una nave de esas características. Eso significa que haría falta un nuevo tipo de vehículo de descenso: la grúa espacial que se usó para hacer aterrizar al Curiosity no serviría para hacer aterrizar humanos, cuya nave podría llegar a pesar 30 veces más. Aunque la NASA está construyendo un vehículo de gran carga capaz de llevar humanos a Marte –esencialmente una versión más grande de los cohetes que volaron a la Luna- aún no se ha empezado a trabajar en un sistema de aterrizaje. Drake afirma que el desarrollo y la puesta a prueba de tecnologías de aterrizaje deberían empezar en los próximos años para que sea posible una misión tripulada a mediados de la década de 2030.

Bruce Sauser sujeta una muestra de tiras de Kevlar que podrían cubrir una estructura inflable en Marte, delante de la representación de un hábitat espacial.

Todo ello es desalentador, pero los cohetes son el corazón de lo que la NASA ya ha hecho. Un reto mucho más grande sería tener que hacer algo completamente distinto: proteger y alimentar a humanos en otro planeta durante un largo plazo de tiempo. Los astronautas que pasaran periodos prolongados en Marte tendrían que quitarse sus trajes espaciales y sus cascos para respirar dentro de una estructura cerrada. Hay motivos para ser optimistas; la Estación Espacial nos ha ofrecido importantes lecciones sobre cómo construir y mantener sistemas de 'bucle cerrado' para mantener la vida, en los que el agua y el aire se reciclan. También se puede extraer oxígeno del dióxido de carbono que forma el 95 por ciento del aire de Marte.  

Pero sigue habiendo problemas básicos, como resolver qué podrían comer los viajeros. Un hábitat marciano podría tener un invernadero, pero es poco probable que los astronautas pudieran cultivar la cantidad suficiente de alimentos como para cubrir todas sus necesidades calóricas. Y Michele Perchonok, científica de la alimentación de la NASA, no cree que la comida deshidratada que los astronautas inyectan con agua en la Estación Espacial pueda conservar sus nutrientes en condiciones durante cinco años, que es lo que tendría que suceder si se envía parte de los víveres antes que la tripulación, como se planea. Muchas soluciones son impracticables desde un principio porque un cohete a Marte solo podría llevar una cantidad determinada de comida y equipo de cocina. La respuesta probablemente esté en tratar la comida a presión, pero perfeccionar el método es difícil. Cuando le mencioné a Perchonok que probablemente quedaban más de 20 años para que se produjera una misión tripulada a Marte, se rió. “Eso espero”, dijo, “Porque tenemos mucho trabajo por delante”.

En otro edificio, Bruce Sauser –que lleva en la NASA el mismo tiempo que Drake- supervisa varios proyectos que se podrían usar en Marte. Uno de ellos es un hábitat capaz de soportar las rarezas de un planeta donde las temperaturas van desde los -140 ºC a los 25ºC y las tormentas de viento azotan con polvo el paisaje. Sauser (cuyo cargo tiene un título clásico: gerente de la oficina de arquitectura de sistemas e integración del directorio de ingeniería) intenta lograr una mezcla de materiales apropiada para este hábitat. Unas capas proporcionarían aislamiento y protección de la radiación, por ejemplo, mientras que otras serían lo suficientemente resistentes como para impedir que se rasgaran. A su vez, estas capas se ajustarían sobre unas vejigas que retendrían aire. Una idea es hacer que el hábitat sea inflable, para que se pueda empaquetar en un pequeño espacio en el camino de ida.

Sauser calcula que se podría tardar de 10 a 15 años en estar seguros de la fiabilidad de este hábitat. Su equipo ha experimentado con materiales como el Kevlar y el Nextel, un aislamiento usado en los transbordadores. Pero explica que los recortes y la congelación de los presupuestos han hecho que sea prácticamente imposible lograr nada más que mejoras graduales.

“El dinero se usa para tantas cosas que no hay suficiente en un único cajón para llevar esa cosa hasta el próximo nivel”, afirma. “No tenemos una misión. No tenemos un objetivo último. Si no tengo esa necesidad real, ni financiación, ni una fecha de entrega, seguiré enredándome en ello. Bueno, pues enredar nos puede llevar 30 años”, asegura.

Lo que hace falta

Para resolver esos problemas, según Drake, no haría falta tanto dinero como podría parecer. Afirma que el panel de expertos nombrados por la administración Obama, la comisión Augustine, acertó al afirmar en 2009 que la NASA podría mantener programas tanto para la exploración humana como robótica de Marte si su presupuesto anual aumentara unos 3.000 millones de dólares (unos 2.300 millones de euros) sobre su presupuesto anual de 19.000 millones de dólares (unos 14.630 millones de euros).

Sin embargo, el presupuesto de la NASA va en sentido contrario (ahora mismo está por debajo de los 18.000 milllones de dólares), y los recortes no son solo reflejo de los problemas financieros de Washington. También reflejan la ambivalencia que siente el público respecto a los logros de la NASA. Al nivel más práctico, las mejores investigaciones científicas llevadas a cabo partiendo de misiones tripuladas, desde la estación espacial Skylab de la década de 1970 hasta los transbordadores y la Estación Espacial Internacional, han tenido que ver con la pérdida de masa ósea, la visión borrosa y otros problemas sufridos por los astronautas al escapar de la gravedad de la tierra. Estas investigaciones son fundamentales si nuestra especie ha de tener un futuro en el espacio. Pero suena a lógica circular: debemos seguir enviando a gente al espacio para comprender lo que le sucede a la gente en el espacio. “Quienes no forman parte de la NASA ni de la comunidad espacial pueden estar bien informados, pero no ven aplicaciones prácticas para su día a día”, afirma Launius, el antiguo historiador de la NASA. “Y se rascan la cabeza y se preguntan: ¿por qué hacemos esto a este coste?”

La cuestión entonces es cuánto debemos valorar los beneficios intrínsecos de los vuelos especiales como expresión de nuestro deseo de explorar nuestro mundo de la forma más ambiciosa posible.

Stan Love tiene un doctorado en astronomía y ha trabajado en decenas de proyectos para la NASA, pero la palabra que aparece en su tarjeta de visita y que mejor le define es una: “astronauta”. Voló a la Estación Espacial en el transbordador Atlantis en 2008 y dio dos paseos por el espacio. Afirma que el argumento a favor de las misiones espaciales tripuladas debería ser fácil: “explorar es una de las mejores cosas que hace el ser humano. Las exploraciones que no son fáciles nos inspiran. Aprendemos cosas nuevas. A menudo las cosas que aprendemos parecen inútiles en ese momento”.

¿Por qué no hacerlo solo con robots? “Como seres humanos, nos gusta cuando hacemos nosotros las cosas. Si todo lo que buscas son datos científicos, adelante, manda robots. Pero como seres humanos sentimos una conexión cuando los humanos hacen cosas así”.

Love añade que incluso en ausencia de una razón económica evidente para hacerlo, merecería la pena soportar el coste de una exploración inspiradora. El precio sería pequeño, sostiene, si se compara con el dinero que se gasta al servicio de “la avaricia y de nuestra necesidad ancestral de pegarnos palizas”.

Una respuesta sencilla podría ser decir que si la gente quiere ir a Marte, que se lo planifiquen y paguen ellos mismos. Y efectivamente varias empresas están demostrando que pueden hacer cosas en el espacio con cierta eficacia. Una de ellas es Space Exploration Technologies, más conocida como SpaceX, una empresa privada que envía cohetes a la Estación Espacial para la NASA. El fundador de SpaceX, Elon Musk, sueña con ir a Marte. Afirma que quiere poner a gente en Marte dentro de 12 o 15 años.

Sin embargo, ese objetivo parece subestimar por mucho los obstáculos tecnológicos. SpaceX está trabajando en un cohete de carga que pueda llevar cargamentos robóticos a Marte. Pero para trasportar a humanos hace falta un cohete mucho más grande y caro, y Musk no ha desvelado ningún plan para construir uno. Y lo que es más importante, no ha dicho cómo llevaría a cabo el resto de las tareas que se presentan difíciles, como por ejemplo alimentar a los viajeros (rechazó hacer declaraciones a través de una portavoz). Y aunque un esfuerzo privado como este fuera capaz de inventar y desarrollar la tecnología necesaria, la logística de los viajes a Marte es tan compleja que los costes serían demasiado elevados para que los pudiera cubrir un nuevo mercado de turismo espacial. En otras palabras, exigiría la implicación de grandes instituciones con recursos financieros y técnicos, como una agencia espacial o la coalición de varias.  

Y sigue existiendo el problema de convencer al público de que es un objetivo que merece la pena perseguir. Incluso dentro de la NASA no existe un consenso. Brent Sherwood, que formula misiones en el sistema solar para la NASA en el Laboratorio de Propulsión a Chorro, sostiene que dadas las constricciones de financiación de la Agencia, los recursos usados para llevar a personas a Marte estarían mucho mejor empleados en otras misiones espaciales tripuladas. Defiende, entre otras cosas, la colonización de la Luna, estimular el turismo espacial, y recoger energía solar de la órbita terrestre geosíncrona. “Yo soy un arquitecto espacial. Me gustaría vernos hacer cosas increíbles en el espacio”, afirma Sherwood. “Pero no creo que la única medida de lo increíble sea colocar a media docena de funcionarios en Marte dentro de 40 años”.

Sherwood, que tiene 54 años, entró en el negocio aeroespacial en 1988, trabajando con Boeing en la planificación de misiones humanas a Marte. Considera a Drake un viejo amigo; señala que, al igual que muchas personas de su edad, Apolo inspiró a ambos para unirse al programa espacial. Pero cree que la leyenda de Apolo es demasiado grande, lo que lleva a la gente a sugerir Marte como sucesor natural de la Luna, cuando, de hecho, los alunizajes fueron anomalías de la Guerra Fría. “Bret ha estado en ello todos esos años. Hemos envejecido juntos”, se maravilla Sherwood. “Creo que es especialmente triste que la generación que se vio impulsada a entrar en este negocio por culpa de Apolo esté atrapada en una visión limitada, limitante y un poco rara de lo que pensábamos que habíamos venido a hacer aquí”.

¿Para qué está aquí la NASA en realidad? Es una pregunta que no ha recibido una buena respuesta en 40 años. Ni de los políticos, ni de los expertos en el espacio, ni de la propia Agencia. Mientras tanto, Bret Drake y sus compañeros hacen lo que pueden por mantener encendida la llama en caso de que nuestra sociedad decida que realmente queremos hacer algo fundamental y magnífico simplemente porque podemos.

Brian Bergstein es director adjunto de MIT Technology Review.

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