Un ecógrafo barato de bolsillo puede ver el corazón humano. ¿Por qué lo usan tan pocos médicos?
En la historia de las innovaciones médicas, los avances en tecnología han estado inexorablemente unidos a aumentos en los costes. Sin embargo, nos encontramos en un momento único en el que, en el cerrado mundo de la medicina, está a punto de introducirse una sorprendente infraestructura digital. Pensemos en el coste de la computación. Durante las dos últimas décadas este coste ha bajado sin cesar mientas que la capacidad y el rendimiento de los aparatos aumentaban radicalmente. ¿Cómo y cuándo alcanzará esta tendencia a la práctica de la medicina, donde los costes suelen subir sin que haya grandes mejoras?
Pensemos en un objeto icónico de la medicina, el estetoscopio que cuelga del cuello de los médicos o asoma por el bolsillo de su bata blanca. Inventado por René Laënnec en 1816, el estetoscopio no empezó a ser usado por sistema por la comunidad médica hasta 20 años después. Este retraso en la aceptación del aparato reflejaba la naturaleza conservadora de los médicos que se oponían a tener que aprender los sonidos del corazón y permitir que un instrumento se interpusiera entre sus manos sanadoras y el paciente.
Ahora, casi 200 años después, las fuerzas económicas están ralentizando considerablemente la adopción de un importante sustituto del estetoscopio en la medicina cardiaca. En vez de escuchar el corazón de un paciente, ahora se puede observar en un aparato no mayor que un teléfono móvil, una sonda de ultrasonido de alta resolución. De hecho, en mi clínica no uso un estetoscopio para examinar el corazón de un paciente desde hace dos años.
¿Para qué iba a querer escuchar el “pum, pum” del corazón cuando puedo ver todo lo relevante respecto al músculo cardiaco en tiempo real? Exquisitas imágenes por ultrasonido del corazón que muestra sus contracciones, su grosor, el tamaño de las cámaras, las válvulas, el saco que lo rodea, se pueden obtener en segundos como parte de un examen físico rutinario. Puedo compartir y hablar de las imágenes con el paciente al tiempo que las tomo, subir grabaciones de vídeo a su historial médico informatizado y enviárselas al enfermo o a un médico al que lo derive. El gasto inicial para adquirir el ecógrafo de bolsillo es de unos 7.700 dólares (unos 5.800 euros), pero no hay un coste extra para un número ilimitado de usos.
Eso hace que estos pequeños aparatos representen un reto formidable para el negocio de la salud en Norteamérica. Cada año en Estados Unidos se hacen más de 20 millones de ecocardiogramas (ecografías del corazón), a los que se añade un número parecido de exámenes abdominales y fetales por ultrasonidos. Cada uno de estos procedimientos diagnósticos se hace en un marco especializado de laboratorio, bien en un hospital, bien en la consulta de un médico, con un equipo caro y una combinación de costes profesionales y técnicos que oscila entre los 1.000 y 2.000 dólares por examen (entre 767 y 1.534 euros, aproximadamente). Las cifras quedan claras. Si se incorporara un equipo de ecografía de bolsillo en los exámenes físicos rutinarios igual que usamos un estetoscopio, se ahorrarían varios miles de millones de dólares de gastos innecesarios cada año.
Ahí está el quid de la cuestión y la explicación de por qué se está retrasando la entrada de muchas innovaciones de bajo coste en medicina. Ese ahorro representaría un golpe crítico para los ingresos de médicos y hospitales. No es solo que los médicos, como aquellos que rechazaron el estetoscopio, sean intrínsecamente conservadores. El sistema americano de salud que factura “medicina al peso” genera una carencia de incentivos económicos hacia las tecnologías que ahorran gastos. En contraste, las ecografías de alta resolución de bolsillo se han adoptado rápidamente y recibido como un avance en países como India, China y Brasil.
Y éste es un único y sencillo ejemplo de cómo la innovación austera, la idea de maridar la creatividad en ingeniería con costes más bajos, se podría lograr si el cuidado médico en Estados Unidos no estuviera determinado por las reglas del reembolso. Ahora disponemos de sensores inalámbricos que pueden ayudarnos a diagnosticar la apnea del sueño capturando todos los datos relevantes procedentes de estudios del sueño: tasa de respiración y saturación de oxígeno en sangre. Los datos pueden registrarse fácilmente por menos de 100 dólares por noche (77 euros) en la propia casa del paciente. Y sin embargo, la comunidad médica sigue usando laboratorios de sueño en hospitales que cuestan 3.000 dólares por noche (unos 2.300 euros) para hacer este diagnóstico.
Creo que se acerca un gran punto de inflexión en la medicina: los avances tecnológicos nos ayudarán a superar finalmente la cuestión del reembolso y a tirar abajo los modelos económicos a los que médicos, aseguradoras y hospitales aún se aferran. Este momento llegará cuando la tecnología médica se abra a la infraestructura digital de aparatos móviles inalámbricos, la omnipresente conectividad, el ancho de banda cada vez mayor, el poder de la supercomputación en la nube e Internet. Sobrepuestas a estas capacidades digitales se encuentran las específicas del cuidado de la salud: la secuenciación genómica, biosensores, imaginería avanzada y sistemas de información de salud. Todo ello conducirá a lo que yo denomino “el hombre en alta definición": un perfil panorámico de la biología, fisiología y anatomía molecular del individuo.
La medicina, resumiendo, tiene el potencial para tener mejor tecnología a un precio mucho menor, pero no esperéis que el gremio de los médicos, el gobierno o la industria sanitaria hagan el cambio por sí mismos. Creo que el cambio tendrá lugar cuando los consumidores lo demanden. La primavera árabe y el movimiento Occupy Wall Street han demostrado la influencia de las redes sociales como forma de expresar los deseos de los ciudadanos. No habremos de sorprendernos si el cuidado de la salud es lo siguiente que se “ocupa”.
Eric J. Topol es director académico de Scripps Health, director del Instituto de Ciencia Traslacional Scripps, profesor de genómica en el Instituto de Investigación Scripps y cardiólogo en la clínica Scripps. Es el autor de The Creative Destruction of Medicine: How the Digital Revolution Will Create Better Health Care.