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Cambio Climático

La victoria de Trump supone una grave pérdida para las políticas climáticas globales

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Su regreso a la Casa Blanca coloca al segundo país en emisiones de CO2 en una trayectoria de emisiones que el mundo no puede permitirse

  • por James Temple | traducido por
  • 08 Noviembre, 2024

La incontestable victoria de Donald Trump supone un contundente revés para la lucha contra el cambio climático.

El regreso del presidente republicano a la Casa Blanca significa que Estados Unidos va a desaprovechar un impulso valioso, deshaciendo los avances políticos que tanto había costado conseguir y que empezaban a dar sus frutos, y todo ello por segunda vez en menos de una década.

Llega en un momento en que el mundo no puede permitirse perder el tiempo, con las naciones muy alejadas de cualquier trayectoria de emisiones que mantenga estables los ecosistemas y segura a la población. Con las políticas actuales, el planeta ya se va a calentar más de 3 °C por encima de los niveles preindustriales en las próximas décadas.

Trump podría empujar al planeta a un territorio aún más peligroso, al echar por tierra las leyes climáticas aprobadas por el presidente Joe Biden. De hecho, un segundo gobierno de Trump podría aumentar las emisiones de gases de efecto invernadero en 4.000 millones de toneladas sólo hasta 2030, según un análisis anterior de Carbon Brief, un reputado sitio de noticias y datos sobre el clima. Esto agravaría los peligros de olas de calor, inundaciones, incendios forestales, sequías y hambrunas, y aumentaría las muertes y enfermedades por contaminación atmosférica, causando unos 900 millones de dólares (835 millones de euros) en daños climáticos en todo el mundo, según Carbon Brief.

Empecé como editor de clima en MIT Technology Review justo cuando Trump llegó al poder por primera vez. Gran parte del trabajo inicial consistió en cubrir su sistemático desmantelamiento de la modesta política climática y los avances que el presidente Barack Obama había conseguido. Me temo que esta vez será mucho peor, ya que Trump asumirá el cargo sintiéndose poderoso y agraviado, y dispuesto a poner a prueba el Estado de Derecho y reprimir la disidencia.

Esta vez, su administración contará con más leales e idealistas, que ya han hecho planes para expulsar a funcionarios con conocimientos y experiencia de las agencias federales, incluida la Agencia de Protección Medioambiental. Contará con el respaldo de un Tribunal Supremo que ha desplazado a la derecha y que ya ha socavado doctrinas medioambientales históricas y debilitado las agencias reguladoras federales.

Esta vez los contratiempos dolerán más, también, porque EE.UU. finalmente consiguió aprobar una política climática real y sustantiva, por el margen más estrecho del Congreso. La Ley de Reducción de la Inflación y la Ley Bipartidista de Infraestructuras asignaron ingentes cantidades de fondos públicos para acelerar el cambio a industrias de bajas emisiones y reconstruir la base manufacturera estadounidense en torno a una economía de energías limpias.

Trump ha dejado claro que se esforzará por derogar tantas de estas disposiciones como pueda, atemperado quizá sólo por los republicanos que reconocen que estas leyes están produciendo ingresos y puestos de trabajo en sus distritos. Mientras tanto, a lo largo de la prolongada campaña presidencial, Trump o sus sustitutos prometieron impulsar la producción de petróleo y gas, eliminar el apoyo federal a los vehículos eléctricos, poner fin a las normas de contaminación para las centrales eléctricas y retirar a Estados Unidos del acuerdo climático de París una vez más. Cada uno de estos objetivos se opone frontalmente a la reducción drástica y rápida de las emisiones que es necesaria para evitar que el planeta supere umbrales de temperatura cada vez más altos.

El Proyecto 2025, considerado un proyecto para los primeros días de una segunda administración Trump a pesar de su insistencia en lo contrario, pide el desmantelamiento o la reducción de las instituciones federales, incluyendo la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica y la Agencia Federal de Gestión de Emergencias. Eso podría paralizar la capacidad de la nación para pronosticar, rastrear o responder a tormentas, inundaciones e incendios como los que han devastado comunidades en los últimos meses.

Los observadores con los que he hablado temen que la administración Trump también devuelva al Departamento de Energía, que bajo Biden había evolucionado su misión hacia el desarrollo de tecnologías de bajas emisiones, a la tarea principal de ayudar a las empresas a extraer más combustibles fósiles.

La elección estadounidense también podría crear ondas globales, y muy pronto. Los negociadores estadounidenses se reunirán con sus homólogos en la conferencia anual de la ONU sobre el clima que comienza la próxima semana. Con la llegada de Trump a la Casa Blanca en enero, tendrán poca credibilidad o influencia para obligar a otros países a intensificar sus compromisos de reducción de emisiones.

Pero esas son solo algunas de las formas directas en que una segunda administración Trump debilitará la capacidad de la nación para reducir las emisiones y contrarrestar los crecientes peligros del cambio climático. También tiene un poder considerable para paralizar la economía y sembrar el caos internacional en medio de la escalada de conflictos en Europa y Oriente Medio.

El afán de Trump por promulgar aranceles, recortar el gasto público y deportar a gran parte de la población activa puede frenar el crecimiento, disparar la inflación y enfriar la inversión. Todo ello haría mucho más difícil para las empresas reunir el capital y comprar los componentes necesarios para construir cualquier cosa en Estados Unidos, ya sean turbinas eólicas, parques solares y diques o edificios, puentes y centros de datos.

Vista desde atrás de Trump en el escenario la noche de las elecciones de 2024 con la prensa y la multitud
El presidente electo Donald Trump habla en un evento de la noche de las elecciones en West Palm Beach, Florida.

Su torpe manejo de la economía y los asuntos internacionales también puede ayudar a China a extender su dominio en la producción y venta de los componentes que son cruciales para la transición energética, incluidas las baterías, los vehículos eléctricos y los paneles solares, a clientes de todo el mundo.

Si uno de los cometidos de un comentarista es encontrar cierta perspectiva en los momentos difíciles, admito que en este caso estoy fracasando.

Lo mejor que puedo hacer es decir que habrá algunas líneas de defensa significativas. Por ahora, al menos, los líderes estatales y las asambleas legislativas pueden seguir aprobando y aplicando normas climáticas más estrictas. Otros países podrían redoblar sus esfuerzos para reducir las emisiones y reafirmarse como líderes mundiales en materia climática.

Es probable que la industria privada siga invirtiendo y creando empresas de tecnología climática y energía limpia, ya que la solar, la eólica, las baterías y los vehículos eléctricos han demostrado ser industrias competitivas. Y el progreso tecnológico puede producirse independientemente de quién esté sentado en la sala oval de la Avenida Pensilvania, ya que los investigadores siguen esforzándose por desarrollar formas más limpias y baratas de producir nuestra energía, alimentos y bienes.

Se mire por donde se mire, la tarea de abordar el cambio climático es ahora mucho más difícil. Sin embargo, lo que está en juego no ha cambiado.

Nuestro mundo no se acabará si superamos los 2 °C, los 2,5 °C o incluso los 3 °C, pero se convertirá en un lugar cada vez más peligroso y errático. Sigue mereciendo la pena luchar por cada décima de grado -ya sea dentro de dos, cuatro o doce años- porque cada poco de calentamiento que las naciones se esfuerzan por evitar alivia el sufrimiento futuro en algún lugar.

Así que, mientras se nos pasa el susto y empieza a disiparse la desesperación, la tarea fundamental que tenemos ante nosotros sigue siendo la misma: impulsar el progreso, cuando, donde y como podamos.

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