En una visita a una granja de cadáveres y un laboratorio de anatomía pudimos conocer cuál es el recorrido de un cuerpo que ha sido donado, las dificultades y limitaciones que existen, así como el papel de tecnologías como la realidad aumentada
A la antropóloga forense Rebecca George no le preocupan los buitres. Mientras abre la puerta de la granja de cadáveres de la Universidad de Carolina del Oeste (EE UU), a primera hora de una mañana de julio, para ella son como niños pequeños cuando agitan, molestos, sus plumas. Su llegada ha interrumpido su desayuno. George estudia la descomposición humana y parte de la descomposición es convertirse en alimento. Los carroñeros son bienvenidos.
Los pájaros se quejan desde los árboles que rodean la granja de cadáveres cuando George empieza su tarea principal del día: colocar el cuerpo de un donante, a quien llamaremos Donante X, en la Estación de Investigación de Osteología Forense, conocida como Forest (Forensic Osteology Research Station). El recinto se encuentra en una pendiente pronunciada en la selva templada de Carolina del Norte (EE UU), rodeado por dos capas de vallas protectoras. Nos encontramos en el Recinto Uno, donde los donantes se descomponen de forma natural sobre el suelo. Al otro lado está el Recinto Dos, donde los investigadores estudian los cuerpos que han sido enterrados en el suelo. George es la coordinadora de la instalación, miembro de un pequeño equipo de antropólogos forenses y estudiantes universitarios que supervisan el estado de los cuerpos de los donantes, a veces durante años, hasta que se convierten en nada más que huesos.
George coloca al Donante X boca arriba, con las manos a los costados. Salvo que los donantes formen parte de un estudio específico que requiera ropa, se les presenta "tal y como llegaron al mundo" porque la ropa retrasa la descomposición. La mujer pone una etiqueta amarilla al lado del cuerpo con un número de identificación y la fecha. Hay otro donante cerca, con una mano esquelética apoyada sobre una pequeña roca y la cabeza inclinada hacia la derecha, como si estuviera durmiendo.
Los parientes más cercanos del Donante X eligieron que su cuerpo fuera depositado en FOREST después de su muerte. En EE UU, cada año, unas 20.000 personas o sus familias donan sus cuerpos a la investigación científica y a la educación. Lo hacen porque quieren que sus muertes tengan sentido, o porque están en contra de la industria tradicional de la muerte. Las personas se pueden convertir en donantes de órganos (ofreciendo, en el momento de su muerte, sus órganos aptos para ser trasplantados a personas vivas) marcando una casilla en su permiso de conducir en Estados Unidos. Sin embargo, la donación de cuerpos enteros es menos frecuente.
Foto: Después de que el cuerpo de un donante se descomponga en el exterior, su esqueleto se limpia y se almacena en la colección de la Universidad de Carolina del Oeste. Créditos: Mike Belleme.
La donación de cuerpos también puede ser más económica que la cremación o el entierro convencionales. Algunos programas de donación cubren los gastos del transporte de un donante a cierta distancia y, algún programa incluye la devolución de los restos a la familia para la cremación. En FOREST, los restos de los donantes se convierten en residentes permanentes en los archivos de antropología forense de la universidad.
Cualquiera que sea la razón por la que alguien elige donar, esa decisión se convierte en un regalo. El cuidado de la salud necesita el cuidado de la muerte; los cuerpos de los muertos han enseñado y formado durante mucho tiempo a los vivos. Numerosos cadáveres de donantes van a parar a las facultades de medicina, donde los estudiantes los usan para aprender anatomía y practicar algunos procedimientos. Otros, como el del Donante X, van a los centros de investigación universitarios o a cualquiera de las varias empresas privadas de EE UU que aceptan donaciones de cuerpos. FOREST de Carolina del Oeste, fundada en 2003, es la segunda granja de cadáveres más antigua de EE UU. La primera, inaugurada en 1981 y con un recinto mayor, está ubicada la Universidad de Tennessee en Knoxville (EE UU). Se trata de lugares donde los cuidadores saben que los muertos y los vivos están profundamente conectados, y la forma de tratar a los primeros se refleja en el modo de tratar a los segundos.
Fui a FOREST y a otra instalación, al laboratorio de anatomía de la Facultad de Medicina de la Universidad de Maryland (EE UU), para comprender qué sucede cuando la donación de cuerpos funciona según lo previsto.
El profesor y vicepresidente del departamento de anatomía y neurobiología, Adam Puche, me acompañó al laboratorio de anatomía de la Facultad de Medicina de la Universidad de Maryland, justo cuando terminaba una clase. Dos estudiantes cerraron la bolsa de su donante mientras limpiaban en silencio su lugar de trabajo y luego colocaron un paño azul claro sobre la mesa.
Maryland tiene un proceso muy regulado en materia de donación de cuerpos, dirigido por una junta central de anatomía en el departamento de sanidad del estado. Puche es su presidente. Este laboratorio en particular maneja unos 4.000 cadáveres al año. Aquí, los donantes se convierten en pacientes de médicos en formación. Cuando un cuerpo llega a la junta de anatomía, se le pone un número de registro. Luego, se le implanta un microchip RFID en un hombro, un procedimiento exclusivo del programa estatal de Maryland.
El acceso al laboratorio está restringido tanto por el uso de tarjetas de identificación como por los rigurosos estándares de Puche. El momento de mi visita se planeó cuidadosamente para minimizar el impacto en los estudiantes. Cuando le pedí tomar una foto de referencia de un gabinete de especímenes húmedos que mostraban hígados, vesículas biliares y otros órganos de donantes con unas condiciones médicas específicas, Puche negó amablemente con la cabeza. La labor de la protección de la dignidad de los donantes se extiende a los representados en el museo, que vivieron hace un siglo. Esto es lo que este profesor intenta enseñar a los futuros médicos, que deben tratar a los donantes de cuerpo como lo harían con un paciente vivo. Además de lo que figura en el formulario de admisión, se espera que los estudiantes de la Universidad de Maryland mantengan registros de los donantes. A medida que descubren nuevas condiciones que un paciente puede tener (un quiste, un hueso roto en el pasado, una cirugía anterior), lo van anotando. Se requiere que los estudiantes sigan las reglas de HIPAA (La Norma de Privacidad de la Ley de Responsabilidad y Portabilidad del Seguro de Salud o Health Insurance Portability and Accountability Act en inglés) cuando hablen sobre sus donantes fuera del laboratorio.
"Van a ser médicos desde el primer día. Necesitamos que ejerzan las opciones de lenguaje apropiadas, las acciones adecuadas. Así que no solo creo firmemente en lo que digo como la forma correcta de hacerlo, sino que es importante que todos los docentes muestren lo mismo de manera continua y consistente a nuestros estudiantes", resalta Puche.
El laboratorio de Puche pronto se renovará para hacer realidad su visión de un espacio que refleje las condiciones de trabajo de los futuros médicos. La iluminación fluorescente del estilo de la década de 1970 se complementará con los mismos sistemas de luces LED y paneles de acceso a datos que se ven en los quirófanos. A medida que la tecnología de realidad aumentada se integre más en las cirugías y otros procedimientos médicos, Puche espera que los estudiantes pronto puedan ver sobre el donante todos los diagramas e instrucciones de manera virtual.
Le pregunté a Puche si vislumbra un futuro en el que la tecnología elimine la necesidad de donantes. El profesor cree en el potencial de la tecnología para mejorar la atención médica y ha realizado experimentos de formación en realidad virtual para estudiantes de medicina. Sin embargo, opina que ninguna de estas herramientas puede reemplazar la experiencia de trabajar con un donante, siempre que los vivos también tengan cuerpos reales.
El proceso de donación del cuerpo comienza con la investigación, el papeleo y, a veces, conversaciones difíciles con los miembros de la familia. Los funerales son el territorio del duelo, y no siempre es fácil para los seres queridos llorar sin un cuerpo o sus cenizas. Algunos entienden la donación de cuerpos porque conocen a alguien que tomó esa decisión. Otros buscan en Google las alternativas más asequibles al entierro.
Jeff Battersby, un hombre de 61 años que vive en Beacon, Nueva York (EE UU), escuchó hablar de las granjas de cadáveres en un podcast de 2017 sobre una instalación en Texas (EE UU). Actualmente, se está planteando donar su cuerpo a una de ellas. "Realmente, no me gustaría conservar un cuerpo durante un millón de años en un ataúd, bajo tierra en alguna parte. Tampoco estoy muy interesado en desaparecer en una bocanada de humo. Simplemente quería encontrar y pensar en una forma que fuera útil y generosa", explica.
Battersby descargó la documentación para convertirse en donante del centro de investigación de la Universidad de Tennessee en Knoxville. No obstante, donar el propio cuerpo es una gran decisión que tomar. Cuando hablamos por última vez, aún no había enviado los formularios ni ha hablado con su familia al respecto.
Foto: Los estudiantes raspan tejido de los huesos mientras trabajan como voluntarios en el laboratorio de Rebecca George en la Universidad de Carolina del Oeste. Créditos: Mike Belleme.
Créditos: Mike Belleme.
Aunque los cadáveres han sido esenciales para la medicina y la investigación durante siglos, la donación consensuada de cuerpos, a través de programas como los de FOREST y la Universidad de Maryland, es relativamente nueva. En EE UU, la demanda de cadáveres creció sustancialmente a mediados del siglo XIX cuando las facultades de medicina pasaron de tener a una persona realizando una disección para una audiencia a brindar a cada estudiante una lección práctica. Ese aumento en la demanda motivó a los ladrones de cadáveres a robar cuerpos de las tumbas para venderlos a las facultades de medicina. Los cadáveres de los pobres, de los enfermos mentales y de las personas de color eran especialmente vulnerables.
Las cosas son muy diferentes en la actualidad, gracias a las nuevas regulaciones y una mejor comprensión del consentimiento. Sin embargo, esta sombría historia todavía se refleja en las instituciones modernas. Hasta 2020, el Museo Penn de la Universidad de Pensilvania en Filadelfia (EE UU) tenía en exhibición unos cráneos que pertenecían a personas anteriormente esclavizadas. Y, aun así, muchas cosas pueden salir mal incluso si la donación es consensuada. En agosto de 2022, un hombre de Pensilvania fue arrestado por presuntamente comprar y vender partes del cuerpo humano a través de Facebook Messenger. Al menos algunos de los restos fueron donados primero a la Universidad de Ciencias Médicas de Arkansas (EE UU). Después de que la universidad utilizase el regalo del donante, los restos fueron enviados para ser incinerados en una funeraria no universitaria. Allí, según la universidad, un trabajador de la morgue los robó.
Hoy en día, no existe un único programa federal de regulación, registro o seguimiento que maneje las donaciones de cadáveres y partes del cuerpo para investigación en EE UU. La Asociación Estadounidense de Bancos de Tejidos ofrece acreditación opcional para estos programas, pero no es un requisito jurídico. En cambio, los programas se rigen en gran medida por la versión de cada estado de la Ley Uniforme de Obsequios Anatómicos, que contiene disposiciones para promover la donación de órganos y tejidos y describe cómo las personas pueden dar su consentimiento para donar sus órganos o el cuerpo completo a la ciencia. Los donantes de cuerpo entero deben navegar por estos sistemas para decidir dónde donar. Algunos programas tratan a los donantes mejor que otros. Y, aunque ha habido progresos, los programas de donación de cuerpos aún se pueden aprovechar de aquellos que tienen dificultades para pagar una cremación o un entierro convencional.
Una importante investigación de Reuters en 2017 analizó a los "intermediarios de cadáveres", empresas con fines de lucro que aceptan donaciones y luego venden cuerpos parciales o completos a organizaciones dedicadas a la formación o a la investigación. Al hablar con los posibles donantes y sus familias, estas empresas resaltaban el ahorro de costes, ofreciendo cremación gratuita después de que el cuerpo donado cumpliera su propósito. Como parte de sus informes, Reuters pudo comprar legalmente partes del cuerpo de una de estas empresas. Descubrieron que el donante, perteneciente a una familia de bajos ingresos, había sido persuadido para donar por este motivo. La familia no tenía ni idea de que las partes de su cuerpo serían vendidas.
Esa investigación provocó intentos de aprobar una normativa federal revisada en EE UU para supervisar la industria, incluido un proyecto de ley actualizado presentado en la Cámara de Representantes el año pasado que requeriría que las organizaciones que aceptan donaciones de cuerpos se registren en el Departamento de Sanidad y Servicios Sociales de EE UU y que sigan las mismas pautas. Ese proyecto de ley aún no ha sido aprobado.
No todo el mundo es bienvenido en todos los programas de donación. La mayoría de los centros excluyen a las personas con ciertas enfermedades transmisibles, como el sida o la hepatitis B o C. Desde 2020, muchos centros también han rechazado a los donantes que dieron positivo por COVID-19 cuando fallecieron. Y los programas de donación generalmente no están interesados en librar batallas de custodia con los familiares, en caso de que esa persona decida no respetar la voluntad de su ser querido. Algunos programas no aceptarán donantes de órganos o cuerpos que hayan sido autopsiados previamente.
Muchas instalaciones, incluida la Universidad de Carolina del Oeste, también tienen límites de peso para los donantes. Los cuerpos se transportan a la instalación a mano o en una camilla, por unos caminos empinados y, en ocasiones, resbaladizos. Los empleados solo pueden mover cuerpos que pesen 250 libras (113 kilogramos) o menos según los estándares de seguridad de la universidad. Sin fondos para el equipo necesario para colocar de manera segura a los donantes más pesados, FOREST sigue con esa limitación por ahora.
"Es muy frustrante, porque podríamos obtener muchos más donantes si no tuviéramos ese límite de peso", señala George.
Algunos programas basados en disecciones no aceptarán donantes más pesados porque diseccionar un cuerpo que tiene mucha grasa es más difícil y se considera menos placentero para los estudiantes. Pero la Universidad de Maryland, que acepta miles de donantes más al año que los 20 que suele manejar la Universidad de Carolina del Oeste, nunca ha rechazado un cadáver por razones de peso. Aunque el programa de Maryland podría no dar un cuerpo muy grande a los estudiantes que realizan su primera disección, Puche opina que "los cirujanos necesitarán trabajar con alguien que pese 300 o 400 libras (136 o 180 kilogramos). Esperamos que nuestros cirujanos en formación trabajen con nuestros pacientes tal y como son". No obstante, a pesar de lo importante que es para ellos esta práctica, el profesor cree que su universidad es inusual al no imponer un límite de peso.
Créditos: Mike Belleme.
Los programas recogen diferentes tipos de información sobre los donantes. El formulario de admisión de la Universidad de Carolina del Oeste solicita tanto el sexo biológico como el género expresado culturalmente. Aunque el formulario de la Universidad de Maryland solo pregunta por el sexo del donante, Puche añade que la junta de anatomía reconoce la identidad de género de los donantes y que los donantes vivos pueden usar el campo "sexo" en el formulario para escribir lo que mejor describa su identidad. Se espera que los estudiantes respeten las identidades de los donantes con los que trabajan.
No obstante, en algunos casos, los errores del sistema médico en tratar a todos los pacientes con respeto pueden llevar a las personas a cuestionar el valor de la donación. Liam Hartle, un joven de 30 años de Albany, Nueva York, que tiene un trastorno autoinmune, ha pensado seriamente en donar su cuerpo. Tal vez alguien podría aprender algo sobre su enfermedad estudiándolo.
"Hay una parte de mí que cree que donar a la ciencia sería una muy buena idea", afirma. "Sin embargo, también me pregunto si lo es de verdad. Soy una persona transgénero que aún no ha hecho ninguna terapia hormonal, porque mi esposo y yo vamos a intentar tener un hijo. Incluso si hubiera pasado por algún tipo de transición física, no confío en la ciencia médica para manejar eso con delicadeza".
Después de estar en el laboratorio de autopsias de Puche, conduje 10 horas desde Maryland hasta Carolina del Norte para ver cómo estaba progresando el Donante X. El director del programa de antropología forense de la Universidad de Carolina del Oeste, Nicholas Passalacqua, aprobó mi visita, porque FOREST no está abierto al público. Cuando nos paramos delante de las puertas cerradas de la instalación, me contó que cuando iba con visitantes al sitio (otros investigadores, estudiantes o periodistas como yo, por ejemplo), a menudo esperaban que fuera repugnante, sangriento o aterrador.
Passalacqua y yo entramos al recinto, donde George ya estaba trabajando, formando a los estudiantes voluntarios. El grupo estaba agachado sobre el esqueleto del donante que había estado dentro del recinto durante más tiempo, desde 2020. Entre los donantes habían surgido malezas, pero se mantuvieron alejadas de los propios cuerpos. Contrariamente a la creencia popular, los cadáveres en descomposición no son un fertilizante particularmente bueno a corto plazo: los fluidos que liberan pueden inhibir el crecimiento de las plantas.
Cuando me acostumbré al olor, un poco dulce, parecido al de la fruta podrida, que se quedó en la parte posterior de mi garganta y permaneció mucho tiempo después de salir del campus, le pedí a Passalacqua que me explicase cómo observar un cuerpo como un antropólogo forense. Su primera lección fue que, a medida que los donantes se descomponen, se llenan de vida.
Mientras avanzábamos más por el recinto, llegamos a un donante cubierto de gusanos del tamaño de una llovizna: crías de moscas azules, puestas por sus madres en los ojos, la ingle y la boca. Esas partes del cuerpo, que se licuan primero, son como papilla para las moscas bebé. Mientras pasan por el cuerpo, los insectos trabajadores y las bacterias intestinales dejan la piel del torso sin tocar. La piel se endurece en las costillas y se convierte en una barrera contra la intemperie y el sol, una pequeña tienda de campaña para la sombra.
Foto: Nicholas Passalacqua dirige el programa de antropología forense de la Universidad de Carolina del Oeste, que recibe alrededor de dos docenas de cuerpos donados cada año.
"Es todo un pequeño microsistema, ¿verdad? Donde hay un cuerpo en descomposición, están los insectos comiendo, otras cosas comiendo esos insectos, los animales que vienen a comer el tejido, y otros animales que vienen a comer esos animales", señala Passalacqua.
Sin embargo, los donantes que llevan más tiempo en FOREST ya eran más huesos que carne. "Se puede aprender sobre la historia de la vida de alguien a través de su esqueleto, y así entender las cosas que les suceden durante el período de su vida y cómo se manifiestan", asegura Passalacqua.
Como las costillas, por ejemplo. George se paró cerca de un donante, casi completamente esquelético, cuyas costillas estaban rotas. Uno podría suponer que estas costillas rotas eran una pista de cómo había muerto esa persona. Sin embargo, la experta indica que los huesos se rompieron en el recinto, por un buitre que se posó sobre ellos. Ella misma no lo habría creído si no hubiera sido capturado por la cámara. Luego señaló un cuerpo en lo alto, en el otro extremo del recinto. Ese donante, indicó, se rompió las costillas cuando murió. Las fracturas se veían totalmente diferentes, más irregulares. Eso es porque, según George, las fracturas ocurrieron en el hueso vivo, no después de la muerte, cuando es más frágil. En un tercer cuerpo, Passalacqua señaló un pequeño pico en la costilla y explicó que eso también era una fractura de costilla, pero que había sanado mientras el donante estaba vivo.
Las enfermedades crónicas y algunas otras se pueden manifestar en los huesos. La tuberculosis se puede extender allí, causando lesiones. Los antropólogos forenses pueden estimar la edad de un joven fallecido porque saben cómo cambia el esqueleto con el tiempo. Los adultos mayores también pueden tener marcadores distintivos de la edad, como pérdida ósea. Sin embargo, este trabajo es difícil y todavía hay mucho que los científicos no saben. Los donantes como estos les ayudan a aprender más.
El trabajo de George y Passalacqua es enseñar a los estudiantes, y también a los agentes de la ley que en ocasiones entrenan allí, cómo aprender cosas de un cuerpo. A menudo, su primer paso es averiguar si un hueso es humano. Passalacqua recibe regularmente mensajes de texto de las fuerzas policiales locales que preguntan sobre los huesos que han encontrado: un esqueleto parcial de una pata de oso se parece sorprendentemente a la mano de una persona.
Una de las cosas más difíciles de hacer para los antropólogos forenses es también una de las más esenciales: estimar el tiempo transcurrido desde la muerte. "Hay tantas variables que son realmente difíciles de tener en cuenta", admite Passalacqua. Un antropólogo forense rara vez podrá decir, por ejemplo, que un cuerpo ha estado muerto durante exactamente tres semanas. Lo más probable es un rango de, digamos, una semana a dos meses. Eso no es tan útil para los policías que intentan resolver un crimen.
Créditos: Mike Belleme.
Cuando llegué, el Donante X ya estaba en descomposición avanzada, pero todos los días, este donante les enseñará algo a las personas vivas. Cuando quede poco tejido en los huesos, los estudiantes sacarán con cuidado el cuerpo del FOREST y lo llevarán al laboratorio. Los huesos se limpiarán a mano y quizás se pongan a fuego lento para eliminar los últimos restos de tejido. Se colocarán y se examinarán. Luego las delicadas piezas se empaquetarán y se introducirán a unas bolsas de gasa y se almacenarán en la colección de la universidad, etiquetadas en cajas de cartón idénticas.
No obstante, por ahora, el Donante X permanecía en su lugar, convirtiéndose lentamente en un microsistema único. Los árboles densos filtraban la luz del sol. Los buitres no estaban allí esa mañana, así que mientras caminábamos y los estudiantes examinaban en silencio los huesos de un donante, los únicos sonidos que escuchábamos eran de las cigarras.