La corriente del Atlántico Norte es uno de los sistemas naturales más complejos y exquisitos del planeta, pero en los últimos años se ha ido debilitando. Si se detiene más allá de un punto crítico, podría convertirse en el mayor peligro climático del mundo, alterar todo el clima europeo y mucho más
Un sábado por la mañana de diciembre de 2020, el buque oceanográfico RRS Discovery estaba en las aguas tranquilas al este de la cordillera del Atlántico medio (la Dorsal Mesoatlántica), la enorme cadena montañosa submarina que se extiende desde el Ártico casi hasta la Antártida.
El equipo a bordo de este barco de investigación, en su mayoría del Centro Nacional de Oceanografía de Reino Unido, utilizaba un sistema de señalización acústica para soltar al fondo del mar un cable de más de casi cinco kilómetros de largo desde su ancla de casi 2.000 kilogramos.
El científico jefe de la expedición, Ben Moat, iba con otros compañeros hasta el puente de mando para ver aparecer los primeros flotadores. Los técnicos en cubierta, con cascos y sujetados con arneses, enrollaban el cable. Paraban cada pocos minutos para desconectar los flotadores y los sensores que miden la salinidad y la temperatura a distintas profundidades (datos utilizados para calcular la presión, la velocidad y volumen de agua que fluye).
Estos científicos y técnicos forman parte de una investigación internacional, conocida como RAPID, que recopila lecturas de cientos de sensores en más de una docena de boyas que salpican el Atlántico aproximadamente a lo largo la línea de latitud de 26,5 ° norte, desde el Sahara occidental hasta el sur de Florida (EE. UU.).
Buscan información sobre una de las fuerzas más importantes del sistema climático del planeta: la red de las corrientes oceánicas conocida como Circulación Meridional de Retorno del Atlántico (AMOC por sus siglas de Atlantic Meridional Overturning Circulation en inglés). Básicamente, quieren comprender mejor cómo el calentamiento global está afectando estas corrientes y cuánto más podrían cambiar en las próximas décadas, e incluso si podrían colapsar.
"Medir este sistema oceánico es vital para entender nuestro clima", asegura Moat.
La circulación atlántica es, en efecto, el tramo del agua más potente del mundo, que recorre decenas de miles de kilómetros desde el océano Ártico hasta Groenlandia y viceversa, haciendo ping-pong entre la costa suroeste de África, el sureste de EE. UU. y Europa occidental.
El sistema lleva agua tibia y salada hacia el norte, a poca profundidad, transportando en cualquier momento alrededor de 1,2 millones de gigavatios de energía térmica a través de la serie de boyas de RAPID. Eso equivale a unas 160 veces la capacidad energética de todo el sistema eléctrico del mundo. Las corrientes, que calientan el aire circundante a medida que avanzan hacia el norte, son un factor importante (aunque no el único) de por qué Europa occidental es más cálida que el este de Canadá a pesar de que se encuentran aproximadamente en la misma latitud.
Las aguas se vuelven más frías y densas a medida que alcanzan las latitudes altas, lo que obliga a las corrientes a sumergirse varios kilómetros por debajo de la superficie, extenderse hacia afuera y doblarse hacia el sur. Ese hundimiento del agua en las profundidades del océano ayuda a impulsar el sistema.
El problema consiste en que parece que la circulación atlántica se está debilitando, transportando menos agua y calor. Debido al cambio climático, las capas de hielo que se derriten vierten agua dulce en el océano en latitudes más altas, y las aguas superficiales retienen más calor. Las aguas más cálidas y dulces son menos densas y, por lo tanto, no son tan propensas a hundirse, lo que podría estar socavando una de las fuerzas centrales impulsoras de las corrientes.
"Medir este sistema oceánico es vital para entender nuestro clima".
En resumen, las corrientes influyen mucho en el clima que conocemos en el hemisferio norte, especialmente alrededor de la costa atlántica, pero también en lugares tan lejanos como Tailandia. Si las corrientes cambian, también lo hará el clima, alterando la temperatura y los patrones de precipitación que han dado forma a nuestras vidas y sociedades durante siglos.
Algunos modelos climáticos predicen que las corrientes disminuirán hasta un 45 % este siglo. La evidencia de la última edad de hielo muestra que este sistema podría dejar de funcionar con el tiempo o entrar en un modo muy débil, unas condiciones que el calentamiento global podría estar replicando.
Si eso sucediera, probablemente se produciría un desastre climático. Podría congelar el extremo norte de Europa, reduciendo las temperaturas medias de invierno en más de 10 °C. Podría disminuir la producción agrícola y los ingresos en todo el continente a medida que gran parte del suelo se vuelve más frío y seco. El nivel del mar podría subir hasta 30 centímetros en la costa este, inundando casas y negocios a lo largo y ancho de la costa. Los monzones de verano en la mayor parte de África y Asia podrían volverse más débiles, aumentando las probabilidades de sequías y hambrunas que podrían dejar a innumerables personas sin alimentos ni agua.
Sería una "catástrofe global", afirma el profesor del Instituto de Potsdam para la Investigación sobre el Impacto del Cambio Climático (Alemania) Stefan Rahmstorf.
La mayoría de los científicos cree que el colapso de estas corrientes es una posibilidad remota en este siglo, pero incluso una desaceleración pronunciada tendría impactos significativos, potencialmente enfriando el tiempo y reduciendo las lluvias alrededor del Atlántico Norte, y aumentándolas en partes de los trópicos. Podría elevar el nivel del mar unos 12 centímetros en la costa sureste de Estados Unidos.
A pesar de todo lo que está en juego, los científicos tienen una comprensión limitada del comportamiento de las corrientes, del equilibrio de las fuerzas que las impulsan y de su susceptibilidad a las condiciones climáticas cambiantes. Es por eso que Moat y otros están tan interesados en observar la circulación del Atlántico.
Pero lo que se han descubierto por ahora es que la AMOC es más variable, desconcertante y quizás más impredecible de lo que se creía antes.
La corriente de Florida
El Laboratorio Oceanográfico y Meteorológico del Atlántico de la NOAA (Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de EE. UU.) es un edificio cuadrado y blanco de cinco plantas, rodeado por palmeras en la isla barrera Virginia Key, a pocos kilómetros del centro de Miami (EE. UU.).
La cálida capa superior de la AMOC, conocida como la Corriente de Florida, pasa a toda velocidad por la isla, entre este estado y las Bahamas. Es un lugar ideal para observar uno de los tramos más poderosos del sistema, porque la topografía del Estrecho de Florida limita las corrientes, que de otro modo pueden extenderse cientos o decenas de kilómetros. (La Corriente de Florida es parte de la Corriente del Golfo, el tramo de la AMOC que recorre el sureste de EE. UU. antes de cruzar el océano hacia Europa).
Los científicos de la NOAA han estado monitorizando el Estrecho de Florida a unos 27 ° Norte casi continuamente desde 1982, en gran parte aprovechando los cables telefónicos submarinos. Las líneas telefónicas ya desactivadas del fondo del mar proporcionan una forma barata y discreta de observar la circulación del Atlántico.
El agua de mar que fluye crea tensión por los lados de los cables, que los investigadores de la NOAA pueden medir de manera fiable. Reciben lecturas diarias de instrumentos instalados en una sala de líneas de teléfono en la isla de Gran Bahama (Las Bahamas). Con una calibración cuidadosa, pueden traducir esas mediciones en estimaciones de cuánta agua fluye por esa línea de latitud.
Cómo funciona la AMOC
(1) El tramo superior poco profundo de la Circulación Meridional de Retorno del Atlántico lleva agua caliente y salada hacia el norte. (2) Las corrientes cálidas calientan el aire y las tierras circundantes, lo que ayuda a crear un clima templado en Europa Occidental. (3) Las aguas superficiales se vuelven más frías y densas a medida que se acercan al Ártico, llevando las corrientes por debajo de la superficie y ayudando así a impulsar el sistema. (4) Las aguas profundas y frías van de retorno por el Atlántico.
Mientras tanto, el profesor de la Escuela Rosenstiel de Ciencias Marinas y Atmosféricas de la Universidad de Miami (ubicada justo al otro lado del laboratorio de la NOAA) William Johns y otros oceanógrafos llevan desde la década de 1980 utilizando boyas con sensores y otros instrumentos para estudiar las corrientes al este de las Bahamas. Han estado observando tanto la profunda y fría corriente limítrofe que fluye hacia el sur como el tramo de la rama cálida que va hacia el norte que se bifurca y fluye alrededor de las islas.
Estos esfuerzos comenzaron como parte de un impulso más amplio para mejorar la comprensión científica de cómo funcionan los océanos e interactúan con el clima, afirma la subdirectora del laboratorio de la NOAA, Molly Baringer, quien ayudó a desarrollar el programa de los cables.
Pero las mediciones en curso mediante los cables y los registros históricos han cobrado mayor importancia a medida que aumentan las preocupaciones sobre los efectos que el calentamiento global podría tener en la circulación del Atlántico y el impacto que podría provocar, a su vez, en el clima. "Se trata de cómo el océano se mueve alrededor del calor. Hay que entender eso para comprender el cambio climático", señala Baringer.
A lo largo de la década de 1990, hubo otros intentos de medir partes de las corrientes, utilizando tramos cortos de boyas amarradas, flotadores a la deriva, observaciones a bordo y otros medios. Pero los oceanógrafos se dieron cuenta de que estas observaciones instantáneas no eran suficientes para capturar el comportamiento del sistema al completo. Necesitaban formas de monitorizar continuamente las corrientes del océano para distinguir, entre otras cosas, las fluctuaciones a corto plazo de las tendencias a largo plazo.
El Centro Nacional de Oceanografía de Reino Unido creó RAPID en 2004 para hacer precisamente eso, anclando cables a través del Atlántico. Obviamente, tenía sentido colaborar con la NOAA y los grupos de investigación de la Universidad de Miami, aprovechando sus esfuerzos de monitorización en curso.
Moat destaca que los investigadores tratan de arrojar luz sobre cuán variables son las corrientes, cuánto calor crean, cuánto carbono extraen del aire, cuán armonizadas están las ramas hacia el sur y hacia el norte, cuánto influyen los vientos locales en el sistema y, algo crítico, si la AMOC se está desacelerando o no al ritmo que predicen los modelos climáticos.
En el mar
En un día soleado a principios de noviembre, acompañé a un par de investigadores de la NOAA por un muelle en el extremo sureste del campus de la Escuela Rosenstiel de Ciencias Marinas y Atmosféricas. Subimos hasta el catamarán F. G. Walton Smith, de 30 metros de largo de color verde oscuro y con una caseta blanca, propiedad de la Universidad de Miami.
Aproximadamente cada trimestre, al menos antes de la pandemia, investigadores de ambas instituciones subían al barco para realizar trayectos de 30 horas de ida y vuelta a las Bahamas. Utilizan una estructura en forma de A y un cabrestante en la popa para bajar al agua lo que se conoce como CTD en nueve puntos a lo largo del camino, cerca de la línea del antiguo cable telefónico.
Los CTD cuentan con varios tubos que capturan las muestras de agua y con sensores que miden la temperatura, la presión, la saturación de oxígeno y otras propiedades del agua.
Foto: Se utiliza un cabrestante para bajar los instrumentos al océano. Créditos: Alfonso Duran.
Foto: Este paquete de recipientes y sensores se utiliza para medir la temperatura, la presión y otras propiedades de las corrientes atlánticas. Créditos: Alfonso Duran
Uno de los investigadores principales del proyecto de la NOAA Denis Volkov explica que estos trayectos, junto con otros más frecuentes en embarcaciones más pequeñas, permiten a los investigadores determinar cuánto calor y sal se mueven por el estrecho, la velocidad de las corrientes a diferentes profundidades, de dónde viene el agua que fluye y cómo las corrientes afectan los niveles relativos del mar a lo largo de las costas de Florida y las Bahamas.
Cada equipo de investigación suele realizar viajes más largos cada 18 meses para retirar y reemplazar los sensores de tres o cuatro boyas en el lado este de las Bahamas. Sus homólogos de Reino Unido hacen el mismo trabajo en el lado este del océano y a lo largo del Atlántico central.
Otros grupos han establecido conjuntos de boyas en diferentes partes del Atlántico para comprender mejor cómo funcionan distintos componentes, cómo está conectado el sistema y si se están produciendo cambios en alguna parte.
La oceanógrafa del Instituto de Tecnología de Georgia (EE. UU.) Susan Lozier lidera el esfuerzo internacional OSNAP, que comenzó en 2014 y ha sumergido cables por el Mar de Labrador y desde el borde sureste de Groenlandia hasta la costa de Escocia.
La esperanza de este esfuerzo de investigación internacional era ir a las fuentes del hundimiento en aguas profundas, que son en gran parte responsables de impulsar las corrientes en el Atlántico, para "tratar de comprender mucho mejor los mecanismos que provocan el cambio en la AMOC", afirma Lozier.
Hasta ahora, lo que los programas de monitorización han encontrado principalmente es que la circulación del Atlántico es más variable de lo que se creía, resalta Lozier.
Su fuerza y velocidad fluctúan drásticamente de un mes a otro, de un año a otro y de una región a otra. La mayor parte de los hundimientos en aguas profundas del Atlántico Norte parecen estar ocurriendo no en el Mar de Labrador, como se creyó durante mucho tiempo, sino en las cuencas al este de Groenlandia. Los tramos que fluyen hacia el norte y hacia el sur operan de manera más independiente de lo que se pensaba anteriormente. Los patrones de viento local parecen tener un papel más influyente de lo esperado. Y algunos hallazgos son simplemente desconcertantes.
Es muy probable que la circulación atlántica se haya debilitado. Los estudios de Rahmstorf del Instituto Potsdam (Alemania) y de otros investigadores concluyen que es aproximadamente un 15 % más lenta que a mediados del siglo XX y puede estar en su punto más débil en más de 1.000 años. Ambos hallazgos se basan, en parte, en las reconstrucciones a largo plazo de su comportamiento utilizando registros como las temperaturas del Océano Atlántico y el tamaño de los granos en el fondo del océano, que pueden reflejar los cambios en las corrientes de aguas profundas.
Los modelos también muestran un "fuerte acuerdo" sobre que las corrientes seguirán debilitándose en este siglo si continúan las emisiones de gases de efecto invernadero. Pero existe bastante incertidumbre sobre el estado en el que se encuentra el sistema en estos momentos y sobre si las observaciones directas se están alineando con los modelos.
Foto: Los investigadores de la NOAA Denis Volkov y Pedro Peña revisan el equipo de medición en la popa del F. G. Walton Smith. Créditos: Alfonso Duran
Los datos de las boyas de RAPID muestran un debilitamiento general en la circulación del Atlántico entre 2004 y 2012, con una caída repentina del 30 % entre 2009 y 2010. Eso probablemente fue uno de los principales responsables de aquel invierno especialmente frío en el noroeste de Europa en 2012, así como a un rápido aumento del nivel del mar en ese período a lo largo de la costa noreste de Estados Unidos, alcanzando unos 13 centímetros alrededor de Nueva York (EE. UU.). La desaceleración fue un orden de magnitud mayor de lo que predijeron los modelos climáticos globales.
Las corrientes se recuperaron sustancialmente en los años siguientes. Pero la fuerza de la circulación todavía está por debajo de donde estaba cuando comenzaron las mediciones. De hecho, ha disminuido incluso más de lo que predijeron los modelos del cambio climático.
Algunos opinan que los datos sugieren que el sistema ya ha pasado a un estado más débil. Pero el cambio fue tan brusco que otros creen que es más probable que sea una indicación de cuánto pueden variar las corrientes oceánicas a lo largo de una década, y no un resultado directamente relacionado con el calentamiento global.
Johns cree que la situación actual simplemente no está clara. En una entrevista afirmó: "No podemos estar 100 % seguros de si se trata de una tendencia a largo plazo, es decir, relacionada con el cambio climático, o una oscilación que puede ocurrir de forma natural".
Otra rareza añadida es que la corriente de Florida solo ha disminuido un poco desde 1982, y no una cantidad estadísticamente significativa, según los hallazgos de la NOAA. Eso es extraño, porque ese flujo poderoso y concentrado es "el lugar donde más se esperaría" ver una tendencia de debilitamiento de acuerdo con los modelos climáticos, explica Johns. Los datos "muestran dos historias bastante diferentes", señala el oceanógrafo.
Johns y otros compañeros creen que es probable que simplemente haga falta más tiempo, años o décadas, para que las corrientes revelen claramente cómo las está afectando el cambio climático.
El colapso
La razón por la que los científicos se preocupan de que la circulación del Atlántico pueda debilitarse drásticamente es que ya lo ha hecho en varias ocasiones.
Hace casi 13.000 años, cuando la Tierra emergía de la última edad de hielo, el clima en la región del Atlántico Norte de repente comenzó a enfriarse de nuevo. Las temperaturas volvieron a caer hasta casi las de la era glacial durante un período de más de 1.000 años conocido como Dryas Reciente, en honor a una flor silvestre que floreció en las heladas condiciones de Europa en esa época.
La teoría principal sobre lo que lo desencadenó tiene que ver con la capa de hielo Laurentide, que se extendía por millones de kilómetros cuadrados en América del Norte. A medida que aumentaban las temperaturas, ese hielo se derretía rápidamente, vertiendo agua glacial en el océano a través del río Mississippi.
En algún momento, el hielo de un enorme lago en el borde sur del glaciar pudo haber cedido, desencadenando una inundación que posiblemente desvió el desagüe hacia el río San Lorenzo. Habría vertido agua dulce en el Atlántico norte a través de la actual Quebec (Canadá).
La afluencia masiva de agua dulce pudo haber reducido la salinidad y la densidad del agua superficial lo suficiente para socavar los mecanismos que impulsaban la circulación atlántica en su origen, anulándola o poniéndola en un modo muy débil, según el investigador de paleoclima del Instituto de Tecnología de Georgia Jean Lynch-Stieglitz.
A finales de la década de 1980, algunos científicos empezaron a preguntarse: ¿Podrían los efectos del calentamiento global detener las corrientes tanto como probablemente lo hizo la ruptura del Laurentide, provocando un cambio climático más abrupto de lo que los investigadores estimaban?
Durante años, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU ha calificado la paralización de la circulación atlántica en este siglo como "muy improbable", definida como una probabilidad del 0 % al 10 %. Pero, como señalan varios estudios, los modelos climáticos tienen sesgos que podrían exagerar la estabilidad de la corriente, en parte porque no incluyen el aumento del agua de deshielo de las capas de hielo de Groenlandia.
El último informe de la ONU, publicado en agosto de este año, reduce la seguridad de que este colapso no se producirá antes de 2100 a "confianza media", citando esa "negligencia" en los modelos, así como hallazgos recientes de los científicos de la Universidad de Copenhague (Dinamarca).
Los investigadores Johannes Lohmann y Peter Ditlevsen probaron numerosos escenarios en un modelo desarrollado en la universidad, cambiando los niveles, tasas y períodos de tiempo de la escorrentía de las capas de hielo de Groenlandia.
Foto: NOAA utiliza el barco 'F. G. Walton Smith' para monitorizaar la corriente de Florida. Los llamados flotadores de sondas (a la derecha) confirman las lecturas actuales de un cable telefónico submarino. Créditos: Alfonso Duran
La idea general sobre el punto de inflexión es que existe un umbral físico fijo más allá del cual el sistema entra en un estado diferente. Pero los investigadores descubrieron que también podría detener las corrientes un fenómeno menos conocido denominado punto de inflexión inducido por la tasa, desencadenado por un aumento repentino en la velocidad de cambio del sistema. En otras palabras, demasiados cambios demasiado rápidos pueden debilitar el sistema.
Según el estudio, publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences en marzo, la circulación atlántica podría ser susceptible a esto si el agua que fluye de las capas de hielo aumenta con la suficiente rapidez. Es solo un modelo y un estudio, pero sugiere que el sistema climático podría ser más frágil de lo que se pensaba anteriormente.
Estas "dinámicas caóticas" significan que "tal vez no podamos esperar (ni siquiera si nuestros modelos mejoran mucho) predecir con una confianza del 100 % si un elemento de este tipo del sistema climático pasará a otro estado o no", opina Lohmann.
Un artículo publicado en agosto de otro investigador se sumó a estas preocupaciones y concluyó que las corrientes también podrían estar más cerca de lo esperado de un punto de inflexión estándar.
Los científicos han encontrado señales reveladoras de alerta temprana de un colapso en los modelos y registros geológicos de la última edad de hielo, escribió el autor, Niklas Boers, profesor de modelado del sistema terrestre en la Universidad Técnica de Múnich (Alemania) e investigador del Instituto de Potsdam para la Investigación sobre el Impacto del Cambio Climático.
"Lo único que podemos afirmar es que en el transcurso del último siglo la AMOC se ha acercado a un punto crítico".
Los signos incluyen la disminución de la temperatura de la superficie del mar y de la salinidad en el Atlántico Norte, la "acumulación" de salinidad en el Atlántico Sur y un cambio característico en los patrones actuales conocido como "desaceleración crítica". Boers encontró evidencia de estas advertencias en ocho registros diferentes, lo que sugiere "una pérdida casi completa de estabilidad".
"En el transcurso del siglo pasado, la AMOC pudo haber evolucionado desde unas condiciones relativamente estables hasta un punto cercano a una transición crítica", escribió Boers. Pero ¿cuán cerca está ese punto?
En un correo electrónico, Boers admitió que seguía siendo difícil definir ese umbral en términos de temperatura global específica o tiempo, dadas las numerosas capas de incertidumbre.
"Lo único que podemos afirmar es que en el transcurso del último siglo la AMOC se ha acercado a un punto crítico (algo que casi nadie esperaba). Y con cada tonelada adicional de gases de efecto invernadero emitida, probablemente lo impulsaremos todavía más", escribió en un correo electrónico.
Hollywood contra la realidad
Entonces, ¿qué pasaría si la circulación atlántica colapsara?
El día de mañana (The Day After Tomorrow en original), la popular película de apocalíptica de 2004 en la que una paralización abrupta de las corrientes congela el hemisferio norte durante unos días de pesadilla, representa una terrible exageración hollywoodiense. Si la red de corrientes oceánicas colapsara, los cambios se desarrollarían durante años o décadas, no en unos días, y no hay razón para esperar que los tsunamis inunden Manhattan (EE. UU.) o el hielo sepulte la ciudad.
Pero esa paralización cambiaría el sistema climático global a un estado fundamentalmente diferente, con consecuencias bastante impredecibles en gran parte del planeta.
Casi toda Europa podría convertirse en un mundo completamente distinto, según el estudio realizado por los investigadores del Met Office Hadley Centre en Reino Unido, que analizó de cerca los efectos en ese continente utilizando un modelo climático de alta resolución. Entre 50 años y 80 años después de una infusión masiva de agua dulce capaz de frenar la circulación del Atlántico, las temperaturas de la superficie del mar descenderían hasta 15 °C desde el mar de Barents hasta el mar de Labrador, y entre 2 °C a 10 °C en gran parte del resto del Atlántico Norte.
El hielo marino se desplazaría cada vez más hacia el sur y llegaría al extremo norte de Reino Unido a finales del invierno.
El continente también experimenta un enfriamiento extenso. Las tormentas invernales se intensificarían, se volverían más frecuentes o ambas cosas. En general, la mayor parte de Europa sería más seca, además del Mediterráneo durante el verano. Pero la mayor cantidad de precipitación llegaría en forma de nieve.
Dadas estas condiciones más frías y secas, la escorrentía superficial, los flujos de los ríos y el crecimiento de las plantas disminuirían.
El río Garona, en el sur de Francia, llevaría un 30 % menos de agua durante los períodos de pico invernal. El crecimiento en los bosques de coníferas del norte de Europa se ralentizaría hasta en un 50 %. La producción de cultivos "disminuiría drásticamente" en España, Francia, Alemania, Dinamarca, Reino Unido, Polonia y Ucrania.
La autora principal del estudio, Laura Jackson, destaca que estas previsiones proceden de un modelo "idealizado", con una gran cantidad de agua dulce para frenar rápidamente la circulación del Atlántico y acortar la duración de los experimentos. "Un escenario más realista, o un modelo diferente, podría mostrar distintas magnitudes de cambio", escribió Jackson en un correo electrónico.
No obstante, otros estudios más allá de Europa han concluido que un colapso o un debilitamiento significativo de la circulación atlántica tendrían efectos a gran escala en casi todo el mundo.
Algunos modelos sugieren que partes de Asia y América del Norte también podrían volverse más frías. La desaceleración de las corrientes podría interrumpir la entrega de nutrientes cruciales, devastando ciertas poblaciones de peces y alterando los ecosistemas marinos.
A medida que la corriente del Golfo disminuye y se aplana, los niveles del océano podrían elevarse rápidamente entre 20 y 30 centímetros a lo largo del sureste de Estados Unidos. El cinturón de lluvia tropical podría desplazarse hacia el sur, debilitando los patrones de lluvia en partes de África y Asia y aumentando los monzones en el hemisferio sur.
Una cierta cantidad de debilitamiento puede actuar como fuerza contraria al cambio climático, mitigando hasta cierto punto el calentamiento que de otro modo se produciría. Pero la forma en la que estas fuerzas contrapuestas se equilibren dependería de múltiples capas de incertidumbre que se solapan: cuánto se debilita el sistema; si se paraliza por completo; cuánto dióxido de carbono atrapan los océanos, los bosques y las granjas; y cuánto se calienta el planeta.
La importancia del océano
La posibilidad de una fuerte desaceleración o colapso de la AMOC plantea preguntas difíciles.
¿Cuán preocupados deberíamos estar por las probabilidades muy bajas, pero de consecuencias muy altas, de que las corrientes se paralicen en este siglo? ¿Cómo podríamos evaluar adecuadamente los riesgos y tomar medidas apropiadas con tanta incertidumbre científica? ¿Hasta qué punto los debates políticos actuales o las acciones climáticas deberían estar condicionados por el peligro de lo que podría suceder en los años 2100 o 2200, si es que ocurre?
Algunos especialistas en la AMOC creen que la gente, y la prensa en particular, están demasiado obsesionados con el escenario de la catástrofe: "el drama" de El día de mañana, como destaca Lozier.
Foto: La subdirectora del Laboratorio Oceanográfico y Meteorológico del Atlántico, Molly Baringer, ayudó a desarrollar el esfuerzo de la NOAA para monitorear la corriente de Florida mediante los cables telefónicos submarinos. Créditos: Alfonso Duran
Esto, según Lozier, es en gran parte una distracción sinsentido. No necesitamos ningún peligro en un futuro lejano para subrayar los riesgos del cambio climático: hay muchas consecuencias graves en el presente.
Lozier detalla: "Me encanta la AMOC y la he estudiado desde siempre. Pero si hablamos de lo que realmente debería preocuparnos, es el calentamiento del océano, el aumento del nivel del mar, la acidificación del océano, los huracanes. Estas son las cosas que sabemos que están ocurriendo y tienen impactos enormes. Así que creo que siempre debemos tenerlo en cuenta".
Cuando me reuní con Baringer, en una mesa de picnic fuera del laboratorio de la NOAA para cumplir con los protocolos de la COVID-19, le pregunté si estaba preocupada por los modelos climáticos que predecían una fuerte desaceleración o un posible colapso de la circulación del Atlántico.
Respondió que no "se preocupaba tanto" por eso, en parte, porque creía que era difícil dar cuenta de todas las reacciones en un sistema tan complejo que solo se entiende de manera aproximada, y también porque, igual que Lozier, consideraba que había preocupaciones climáticas más urgentes como la acidificación del océano, las sequías, los incendios forestales y el aumento del nivel del mar, que el campo está subestimando bastante, según su punto de vista.
Entonces, le pregunté, ¿por qué era tan importante estudiar la circulación atlántica? A lo que respondió: "No me gusta esa pregunta, es como preguntar: ¿Por qué estudiamos la oceanografía en general? El océano importa. El océano lleva una gran cantidad de calor. Secuestra el carbono. Mueve los nutrientes. Si no tuviéramos circulación oceánica o ese flujo, no tendríamos peces. Todo el océano importa, y la AMOC, esa enorme circulación, es una gran parte de lo que está haciendo el océano".
Pero esa es también posiblemente la mayor razón para preocuparnos por cómo las acciones humanas podrían alterar uno de los sistemas naturales más complejos y exquisitos del planeta. Como señalan Lozier y Baringer, hay más riesgos climáticos inminentes de los que preocuparse. Pero, a largo plazo, perturbar esta inmensamente poderosa red de corrientes oceánicas podría ser el mayor peligro climático del mundo.