En su nuevo libro, 'Exponential Age', Azeem Azhar predice que los avances tecnológicos están a punto de iniciar una nueva era de abundancia. Aunque su tecno-optimismo choca con otras visiones, todas coinciden en el papel estratégico de la política y la regulación para que la innovación empiece a mejorar la productividad por toda la economía
Quizás el tecno-optimismo (dominante a finales de la década de 1990 y principios de la de 2000, que luego empezó a desaparecer y se convirtió en pesimismo durante la última década) nunca se ha ido del todo. De hecho, está resurgiendo. El tecno-pesimismo sobre el impacto de las apps y de las redes sociales en el mundo se ha convertido en una esperanza infinita (al menos entre la élite tecnológica y los inversores de capital de riesgo) de que las nuevas tecnologías van a resolver nuestros problemas.
El libro The Exponential Age, del inversor tecnológico y escritor Azeem Azhar, es la última celebración del impacto transformador de las tecnologías computacionales (incluida la inteligencia artificial –IA- y las redes sociales), la biotecnología y las energías renovables. Azhar lo argumenta de manera meticulosa e inteligente, describiendo el crecimiento de lo que él llama tecnologías exponenciales, las que mejoran rápida y constantemente en precio y rendimiento durante varias décadas. Azhar escribe: "Las nuevas tecnologías se están inventando y ampliando a un ritmo cada vez más acelerado, mientras que su precio disminuye rápidamente".
Cabe destacar que también señala debidamente los problemas que surgen de las rápidas transformaciones provocadas por estas tecnologías, sobre todo lo que él llama la "brecha exponencial". Las grandes corporaciones tecnológicas como Amazon y Google están obteniendo una gran riqueza y poder gracias a las tecnologías. Pero otras empresas, instituciones y comunidades "solo pueden adaptarse a un ritmo incremental, y se quedan atrás rápidamente", escribe.
No obstante, su entusiasmo sigue siendo evidente.
Su historia comienza en 1979, cuando tenía siete años, vivía en Zambia y un vecino trajo a casa un equipo de ordenador hecho casi a mano. Luego cuenta la conocida (y todavía apasionante) historia de cómo esos primeros productos iniciaron la revolución del PC (una interesante nota al margen es su descripción de su primer ordenador Sinclair ZX81, comprado por 69 libras -80 euros-, después de que su familia se mudara a una pequeña ciudad en las afueras de Londres -Reino Unido-). Ya conocemos el resto. La explosión del PC (el joven Azeem y su familia pronto pasaron a un Acorn BBC Master, el popular ordenador personal de Reino Unido) dio lugar a la World Wide Web, y en la actualidad nuestras vidas están siendo transformadas por la inteligencia artificial.
Resulta difícil refutar el argumento de que las tecnologías informáticas han crecido exponencialmente. La ley de Moore ha definido ese crecimiento durante varias generaciones de tecnólogos. Como señala Azhar, por eso en 2014 el precio de un transistor era solo unas mil millonésimas de euro, frente a los cerca de siete euros de la década de 1960. Eso lo ha cambiado todo, impulsando el rápido crecimiento de internet, los teléfonos inteligentes y la inteligencia artificial.
Sin embargo, para la afirmación de Azhar sobre el inicio de una nueva era resulta esencial un conjunto mucho más amplio de tecnologías que muestra este crecimiento exponencial. Los economistas se refieren a los avances fundamentales con amplios efectos económicos como "tecnologías de propósito general"; la máquina de vapor, la electricidad e internet. Azhar supone que la energía solar barata, las técnicas de bioingeniería como la biología sintética y la impresión 3D podrían ser precisamente ese tipo de tecnología.
Reconoce que algunas de estas tecnologías, especialmente la impresión 3D, siguen siendo relativamente inmaduras, pero sostiene que a medida que bajen los precios, la demanda crecerá rápidamente y las tecnologías evolucionarán y encontrarán sus mercados. Y concluye: "En resumen, estamos entrando en una nueva era de abundancia. El primer período de la historia de la humanidad en el que la producción de energía, alimentos, computación y muchos recursos será trivialmente barata. Podríamos satisfacer las actuales necesidades de la humanidad muchas veces, a un precio en constante disminución".
Tal vez tenga razón. Pero, francamente, ese súper optimismo requiere un gran acto de fe, tanto en el futuro poder de las tecnologías como en nuestra capacidad para usarlas de manera efectiva.
Crecimiento lento
Nuestra mejor medida del progreso económico es el crecimiento de la productividad. Específicamente, la productividad total de los factores (PTF) mide el papel de la innovación, incluidas las prácticas de gestión y las nuevas tecnologías. No es una forma perfecta de medirlo. Pero, por ahora, es la mejor métrica que tenemos para estimar el impacto de las tecnologías en la riqueza y en el nivel de vida de un país.
Desde mediados de la década de 2000, el crecimiento de la PTF se ralentizó en muchos otros países avanzados (de forma especialmente pronunciada en Reino Unido), a pesar de la aparición de estas nuevas y brillantes tecnologías. Esa desaceleración se produjo tras un crecimiento acelerado de varios años a finales de la década de 1990 y principios de la de 2000, cuando los ordenadores e internet impulsaron la productividad.
Nadie está seguro de qué está provocando este estancamiento. Quizás nuestras tecnologías no cambian el mundo tanto como pensamos, al menos en comparación con otras innovaciones previas. A mediados de la década de 2010, el padre del tecno-pesimismo, el economista de la Universidad Northwestern (EE. UU.) Robert Gordon, mostró a su audiencia imágenes de un teléfono inteligente y un inodoro. ¿Cuál preferirían tener? O a lo mejor no capturamos con precisión los beneficios económicos de las redes sociales y los servicios gratuitos online. Pero la respuesta más probable es simplemente que muchas empresas e instituciones no están adoptando las nuevas tecnologías, especialmente en sectores como la atención sanitaria, la fabricación y la educación.
Las tecnologías que ahora nos impresionan tanto, como la biología sintética y la impresión 3D, se remontan a décadas atrás. La cadena necesita actualizaciones constantes.
Esta no es una razón para el pesimismo necesariamente. Quizá solo sea una cuestión de tiempo. El economista de la Universidad de Stanford (EE. UU.) y destacado experto en las tecnologías digitales Erik Brynjolfsson predice que estamos en el inicio de un "inminente auge de la productividad" y argumenta que la mayoría de las economías avanzadas del mundo están cerca del punto más bajo de la curva en forma J de la productividad. Muchas empresas todavía están luchando con las nuevas tecnologías, como la inteligencia artificial, pero a medida que aprendan a aprovechar los avances, el crecimiento de la productividad general subirá.
Se trata de una postura optimista. Pero también sugiere que la trayectoria de muchas nuevas tecnologías no es sencilla. La demanda es importante y los mercados son inconstantes. Hay que analizar por qué las personas y las empresas quieren la innovación.
Por ejemplo, en el caso de la biología sintética. La idea es tan simple como convincente: reescribir el código genético de los microorganismos, ya sean bacterias, levaduras o algas, para que produzcan los productos químicos o materiales deseados. Ese sueño no es exactamente nuevo, pero a principios de la década de 2000, sus defensores, incluido el científico informático del MIT (EE. UU.) reconvertido en biólogo Tom Knight, ayudaron a popularizarlo, especialmente entre los inversores. ¿Por qué no tratar la biología como un simple desafío de ingeniería?
Con enormes cubas de fermentación para estos microbios programados, se podrían producir plásticos, productos químicos e incluso combustibles. No habría necesidad de petróleo. Si simplemente se alimenten con azúcar extraído de, por ejemplo, caña de azúcar, se podrá producir en masa lo que haga falta.
A finales de la década de 2000, varias start-ups, incluidas Amyris Biotechnologies y LS9, diseñaron la genética de los microbios para producir combustibles de hidrocarburos destinados a sustituir la gasolina y el diésel. La biología sintética, al parecer, estaba a punto de revolucionar el transporte. Pero pocos años después ese sueño estaba casi muerto. Ahora Amyris se centra en la fabricación de ingredientes para cremas y otros productos de belleza. LS9 vendió sus acciones en 2014.
Los problemas del mercado de la biología sintética continúan hasta el día de hoy. A principios de este año, una de las empresas líderes del campo, Zymergen, sufrió un revés financiero cuando su producto, un plástico hecho para ser usado en los teléfonos inteligentes plegables, no logró ganar tracción. Sus clientes, según la compañía, tenían "problemas técnicos" al integrar el plástico en sus procesos de fabricación.
Los fracasos no son una condena para la biología sintética. Ya empiezan a aparecer algunos productos. A pesar de los errores comerciales, el futuro del campo es innegablemente brillante. A medida que la tecnología mejore, con la ayuda de los avances en automatización, aprendizaje automático y computación, los costes de crear productos personalizados y en masa seguramente disminuirán.
Pero la biología sintética sigue estando lejos de transformar la industria química o los combustibles para el transporte. Su progreso en las últimas dos décadas se parece menos al crecimiento exponencial y más a los asombrosos primeros pasos de un niño.
Las lecciones de la historia
Le pregunté a la científica social Carlota Pérez, que ha escrito mucho sobre las revoluciones tecnológicas y a quien Azhar menciona en su libro como "instrumental", qué pensaba sobre la relación entre la tecnología y la economía y cómo podemos lograr avances impresionantes, pero sin ver más crecimiento de la productividad.
Su respuesta es simple: "Todas las revoluciones tecnológicas han pasado por dos períodos diferentes: el primero en el que se observa un crecimiento de la productividad en la nueva parte de la economía, y el segundo, cuando las nuevas tecnologías se extienden por toda la economía, generando sinergias y aumentando la productividad en general".
Cee que estamos en el período en el que las diferentes industrias están actuando de manera muy distinta y añade: "La pregunta es cómo llegar al punto en el que la productividad de toda la economía crece de manera sinérgica".
Pérez es otro tipo de tecno-optimista muy diferente de los del libre mercado que a menudo se escuchan en Silicon Valley (EE. UU.). Para ella, es esencial que los gobiernos creen los incentivos adecuados para fomentar la adopción de las nuevas tecnologías, incluidas aquellas más limpias para el medio ambiente, utilizando herramientas como impuestos y regulación.
Y detalla: "Todo depende del gobierno. Las empresas no van en la dirección verde porque no tienen que hacerlo. Están ganando dinero con lo que hacen, ¿por qué deberían cambiar? Solo cuando ya no pueden ser rentables haciendo lo que hacen, empezarán a usar las nuevas tecnologías para invertir e innovar en nuevas direcciones".
Pero destaca que "la cantidad de innovación en estaba de gestación es casi increíble". Según ella, las revoluciones tecnológicas pueden ocurrir rápidamente si se impulsan por políticas y apoyos adecuados del gobierno.
Sin embargo, nada de esto sucede sí o sí. No hay garantías de que los gobiernos actúen. Una preocupación es la actual falta de apoyo a la investigación. Nuestras asombrosas nuevas tecnologías pueden estar listas para cambiar la economía, pero su crecimiento y expansión deben ser reforzados por más ideas nuevas y continuos avances tecnológicos. Al fin y al cabo, los orígenes de las tecnologías que ahora nos impresionan tanto, como la biología sintética y la impresión 3D, se remontan a décadas. La cadena necesita actualizaciones constantes.
El economista de la Escuela Económica de Londres (Reino Unido) y del MIT John Van Reenen y sus colaboradores han demostrado que la productividad de la investigación en sí se está desacelerando porque "las nuevas ideas se vuelven más difíciles de encontrar". Al mismo tiempo, muchos gobiernos occidentales han reducido su apoyo a la I+D durante las últimas décadas. A mediados de la década de 1960, la financiación federal de I+D de EE. UU. en relación con el PIB era tres veces mayor que en la actualidad. Estados Unidos no tiene que volver a niveles tan altos, opina el experto, "pero detenerse tampoco es una opción". Eso, según Van Reenen, provocaría que el crecimiento de la PTF y el progreso económico se estancaran.
Hay algunas señales de que Estados Unidos se está moviendo en la dirección correcta. El presidente, Joe Biden, centró parte de su campaña en promesas de aumentar el apoyo federal a la I+D en cientos de miles de millones de euros durante su primer mandato. Pero lograr que el Congreso de EE. UU. lo acepte está siendo un desafío. Van Reenen subraya: "Es una elección a la que nos enfrentamos. Todo vuelve a depender de la política. ¿Estamos preparados para hacer inversiones serias?"
Ahí es donde convergen los optimistas reacios como Van Reenen y los súper optimistas como Azhar. Le pregunté a este cuán seguro que estaba de la predicción de su libro de "una nueva era de abundancia". Su respuesta fue: "Soy optimista sobre el progreso de la tecnología, pero soy mucho más realista, casi pesimista, sobre la gobernanza de la tecnología. Esa es la parte más importante de la lucha".