Repasamos tres nuevos libros que detallan la extraña forma en la que nuestra mente procesa el mundo, infiriendo el exterior a partir de información ambigua. Podría decirse que todos alucinamos todo el tiempo y, cuando nuestras alucinaciones coinciden, eso es lo que consideramos como 'la realidad'
Cuando usted y yo miramos el mismo objeto, suponemos que ambos lo vemos del mismo color. Cualesquiera que sean nuestras identidades o ideologías, creemos que nuestras realidades se encuentran en el nivel más básico de la percepción. Pero en 2015, un fenómeno viral de internet, conocido como "el vestido azul y negro (o dorado y blanco)", rompió esta suposición.
El hito surgió cuando, ante una fotografía de un vestido en internet, la gente era incapaz de ponerse de acuerdo sobre su color. Algunos lo veían blanco y dorado, otros azul y negro. Durante un tiempo, era de lo único de lo que hablaba todo el mundo online.
Finalmente, los científicos de la visión descubrieron lo que pasaba. No fueron nuestras pantallas de ordenador ni nuestros ojos. Fueron los cálculos mentales que hacen los cerebros cuando observamos algo. Algunas personas dedujeron inconscientemente que el vestido estaba en luz directa y mentalmente restaron el amarillo de la imagen, por lo que vieron rayas azules y negras. Otros lo vieron como si estuviera en la sombra, donde domina la luz azulada. Sus cerebros mentalmente restaron el azul de la imagen y veían un vestido blanco y dorado.
Nuestro pensamiento no solo filtra la realidad, también la construye, infiriendo un mundo exterior a partir de información entrante ambigua. En el libro Being You, el neurocientífico de la Universidad de Sussex (Reino Unido) Anil Seth describe su explicación de cómo se relaciona el "universo interior de la experiencia subjetiva con los procesos biológicos y físicos que se desarrollan en el cerebro y en el cuerpo, y cómo se puede explicar en esos términos". Sostiene que "las experiencias de ser usted, o de ser yo, surgen de cómo el cerebro predice y controla el estado interno del cuerpo".
La predicción se ha puesto de moda en los círculos académicos en los últimos años. Seth y el filósofo Andy Clark, colega de la Universidad de Sussex, se refieren a las predicciones hechas por el cerebro como "alucinaciones controladas". La idea consiste en que el cerebro siempre está construyendo los modelos del mundo para explicar y predecir la información entrante; y actualiza estos modelos cuando la predicción y la experiencia que obtenemos de nuestras entradas sensoriales divergen.
Seth escribe: "Las sillas no son rojas, ni tampoco feas, anticuadas ni modernas… Cuando miro una silla roja, el rojo que experimento depende tanto de las características de la silla como de las de mi cerebro. Corresponde al contenido de un conjunto de predicciones perceptivas sobre las formas en las que un tipo específico de superficie refleja la luz".
Seth no está especialmente interesado en el rojo, ni siquiera en los colores en general. Más bien, su idea es que este mismo proceso se aplica a toda la percepción: "La totalidad de la experiencia perceptiva es una fantasía neuronal que permanece unida al mundo a través de una continua creación y recreación de las mejores suposiciones perceptivas, de alucinaciones controladas. Incluso se podría decir que todos estamos alucinando todo el tiempo. Cuando nuestras alucinaciones coinciden, eso es lo que llamamos realidad".
Los científicos cognitivos suelen basarse en ejemplos atípicos para comprender lo que realmente ocurre. Seth lleva al lector a través de una divertida letanía de ilusiones ópticas y demostraciones, algunas bastante familiares y otras menos. Dos cuadrados que parecen diferentes, aunque en realidad tienen el mismo tono; espirales impresas en papel parecen girar espontáneamente; una imagen oscura resulta ser una mujer besando a un caballo; una cara aparece en el lavabo del baño.
Recreando los poderes psicodélicos de la mente en silicio, un ambiente de realidad virtual impulsada por inteligencia artificial que él y sus colegas idearon, produce un conjunto de partes de animales al estilo Hunter Thompson que emergen poco a poco de otros objetos en una plaza en el campus de la Universidad de Sussex. Esta serie de ejemplos, según cuenta Seth, "descarta la intuición seductora, pero inútil de que la conciencia es una cosa: un gran misterio aterrador en busca de una gran solución aterradora". La visión de Seth puede resultar inquietante para quienes prefieren creer que las cosas son tal y como parecen ser, quien afirma: "Las experiencias de libre albedrío son percepciones. El fluir del tiempo es una percepción".
Seth se encuentra en un terreno comparativamente sólido cuando describe cómo el cerebro da forma a la experiencia, lo que los filósofos llaman los problemas "fáciles" de la conciencia. Solo son fáciles en comparación con el problema "difícil": por qué la experiencia subjetiva existe como una característica del universo. Ahí presenta el problema "real", un poco torpemente, que es "explicar, predecir y controlar las características fenomenológicas de la experiencia consciente". No está claro en qué se diferencia el problema real de los problemas fáciles, pero de alguna manera, según Seth, abordarlo nos ayudará a resolver el problema difícil. Eso sería un buen truco.
Mientras Seth relata, en su mayor parte, las experiencias de personas con cerebros típicos que luchan con estímulos atípicos, en el libro Coming to Our Senses, la profesora emérita de neurobiología de Mount Holyoke College (EE. UU.) Susan Barry, cuenta las historias de dos personas que adquirieron nuevos sentidos más tarde de lo habitual.
Liam McCoy, quien había estado casi ciego desde que era un bebé, pudo recuperar la vista casi al completo después de una serie de operaciones cuando tenía 15 años. Zohra Damji estaba profundamente sorda hasta que le colocaron un implante coclear a la inusualmente tardía edad de 12 años. Como explica Barry, el cirujano de Damji "le dijo a su tía que, si hubiera sabido la duración y el grado de sordera de Zohra, no habría realizado la operación". La descripción compasiva, matizada y observadora de Barry se refleja en su propia experiencia:
"A los cuarenta y ocho años, experimenté una mejora dramática en mi visión, un cambio que me trajo muchos momentos de alegría infantil. Con los ojos bizcos desde la infancia, yo había visto el mundo principalmente a través de un ojo. Luego, en la mitad de mi vida, aprendí a usar mis dos ojos conjuntamente a través de un programa de terapia visual. Con cada mirada, todo lo que vi adquirió un nuevo aspecto. Pude ver el volumen y la forma tridimensional del espacio vacío entre las cosas. Las ramas de los árboles se extendían hacia mí; las lámparas flotaban. Ir a la sección de productos del supermercado, con todos sus colores y formas tridimensionales, podría llevarme a una especie de éxtasis".
Barry estaba encantada por sus nuevas capacidades, que describe como "ver de una manera nueva", y se esfuerza en señalar lo diferente que es frente a "ver por primera vez". Una persona que ha crecido con la vista puede captar una escena de una sola mirada. "Pero cuando percibimos un paisaje tridimensional lleno de objetos y personas, un adulto que acaba de recuperar la vista ve una mezcolanza de líneas y manchas de colores que aparecen en un nivel plano". Como McCoy describió a Barry su experiencia de subir y bajar escaleras:
"Los escalones para subir son grandes barras alternas de luz y oscuridad y los de bajar son una serie de pequeñas líneas. Mi objetivo principal es mantener el equilibrio y dar un paso ENTRE las líneas, nunca pisar en una de ellas... Por supuesto, al bajar las escaleras pisamos entre cada línea, pero para subir saltamos cada dos barras. Mientras tanto, cuando me muevo, las escaleras se desvían y cambian".
Incluso una acera le resultaba difícil al principio. Tuvo que deducir si una línea "indicaba la unión entre dos bloques planos de acera, si era una grieta en el cemento, el contorno de un palo, una sombra proyectada por un poste vertical o la presencia de un escalón en la acera", explica Barry, y añade: "¿Debería dar un paso hacia arriba, hacia abajo o sobre la línea, o debería ignorarla por completo?" Según McCoy, la complejidad de su confusión perceptiva probablemente no se pueda explicar completamente en términos habituales para las personas videntes.
Por supuesto, lo mismo ocurre con el oído. El sonido sin procesar puede ser difícil de descifrar. Barry describe su propia capacidad para escuchar la radio mientras trabaja, distinguiendo sin ningún esfuerzo los sonidos de fondo en la habitación de sus propios sonidos de teclado mientras escribe y de la música de flauta y violín que llega por la radio. "Al igual que el reconocimiento de objetos, el reconocimiento de sonidos depende de la comunicación entre las áreas sensoriales inferiores y superiores del cerebro… Esta atención neuronal a la frecuencia ayuda con el reconocimiento de la fuente de sonido. Si se cae una cuchara en el suelo de baldosas de la cocina, sabemos de inmediato si la cuchara es de metal o de madera por las ondas sonoras de alta o baja frecuencia que produce al caerse".
La mayoría de las personas adquieren estas capacidades en la infancia. Damji no. A menudo les preguntaba a los demás qué era lo que oía, pero le resultaba más fácil aprender a distinguir los sonidos que hacía ella misma. Se sorprendió de lo ruidoso que resultaba comer patatas fritas y le dijo a Barry: "Para mí, las patatas fritas siempre habían sido algo tan delicado, por su forma tan liviana y tan frágiles que se podían romper fácilmente, y esperaba que tuvieran un sonido suave en la boca. Pero la cantidad de ruido que crean al comerlas es increíble. Muy ruidoso".
Barry cuenta que al principio Damji se asustaba al escuchar todos los sonidos, "porque no tenían sentido". Pero a medida que se iba acostumbrando a sus nuevas capacidades, descubrió que "un sonido ya no es un ruido, sino más bien una historia o un acontecimiento". El sonido de la risa le sorprendió completamente y le dijo a Barry que era su favorito. Barry escribe: "Aunque es posible que casi no seamos conscientes de los sonidos de fondo, también dependemos de ellos para nuestro bienestar emocional".
Uno de los puntos fuertes del libro está en la profundidad de su conexión tanto con McCoy como con Damji. Pasó varios años hablando con ellos y comunicándose a medida que avanzaban en sus carreras: McCoy es actualmente investigador de oftalmología de la Universidad de Washington en St. Louis (EE. UU.), y Damji es médico. A partir de los detalles de cómo aprendieron a ver y oír, Barry concluye de manera convincente: "Dado que el mundo y todo lo que hay en él cambia constantemente, es sorprendente que podamos reconocer cualquier cosa".
En el libro What Makes Us Smart, el profesor de psicología de la Universidad de Harvard (EE. UU.) Samuel Gershman sostiene que hay "dos principios fundamentales que gobiernan la organización de la inteligencia humana". El texto no es muy accesible; carece de tejido conectivo y está salpicado de ecuaciones que no se explican completamente. El profesor escribe que la inteligencia se rige por una "predisposición inductiva", lo que significa que preferimos ciertas hipótesis antes de hacer observaciones, y por una "predisposición de aproximación", que significa que tomamos atajos mentales cuando nos enfrentamos a recursos limitados. Gershman utiliza estas ideas para explicar todo, desde las ilusiones visuales hasta las teorías de conspiración y el desarrollo del lenguaje, afirmando que lo que parece tonto es a menudo "inteligente".
"El cerebro es la solución de la evolución de los problemas de datos limitados y computación limitada", escribe. Y describe la mente como un comité estridente de módulos que, de alguna manera, nos ayuda a avanzar a tientas por el día: "Nuestra mente consta de múltiples sistemas para el aprendizaje y para la toma de decisiones que solo intercambian cantidades limitadas de información entre sí". Si está en lo cierto, es imposible que comprendamos completamente lo que ocurre dentro de nuestra propia cabeza, ni siquiera el más introspectivo y perspicaz entre nosotros. Como escribió Damji en una carta a Barry:
"Cuando no tuve más remedio que aprender swahili estudiando medicina para poder hablar con los pacientes, fue cuando me di cuenta del potencial que tenemos, especialmente cuando nos empujan fuera de nuestra zona de confort. El cerebro lo aprende todo de alguna manera".