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Jialun Deng

Tecnología y Sociedad

Teleterapia para curar a la diáspora uigur del trauma por el genocidio chino

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A medida que sus seres queridos desaparecen y mueren en China, los uiguríes exiliados empiezan a recibir ayuda 'online' de organizaciones especializadas en su cultura y su sufrimiento. Los psicoterapeutas voluntarios toman el ejemplo de los supervivientes del Holocausto para dirigir sus terapias

  • por Andrew Mccormick | traducido por Ana Milutinovic
  • 28 Junio, 2021

Como uigur que creció en China, Mustafa Aksu ha tenido malas experiencias con los psicoterapeutas. Sufrió el acoso constante de sus compañeros de clase del grupo étnico han, lo que le provocaba una constante ansiedad y a menudo le dolía el estómago, tanto que a veces vomitaba. Un profesor preocupado le aconsejó buscar psicoterapia, pero Aksu tenía dudas sobre si podría ayudarle, y recuerda: "Siempre esperaba el momento en el que pudiera irme a vivir en algún lugar en el que me sintiera a gusto". 

En 2017, cuando empezaron a aparecer noticias sobre la represión del Gobierno de China contra los uigures y otros grupos étnicos minoritarios, Aksu era estudiante de posgrado en Estudios de Asia Central de la Universidad de Indiana en Bloomington (EE. UU.). En la provincia de Xinjiang, a noroeste de China, donde vive la mayoría de los uigures, había personas desaparecidas. La policía perseguía a los uigures por una lista cada vez mayor de infracciones: dejarse barba, organizar una fiesta de boda, tener contacto con personas en el extranjero, incluidos los miembros de su propia familia.

Las noticias iban a peor cada mes. El Partido Comunista obligó a cientos de miles de uigures a ingresar en grandes lugares de detención, a los que denominó "centros de formación profesional", aunque se parecían más a campos de concentración. En el interior, los uigures fueron sometidos a todo tipo de torturas y abusos. Pronto, el número de uigures internados superó el millón.

En esos momentos, Aksu tenía 30 años y antes de EE. UU. había vivido en Estambul (Turquía) y Dubái (los Emiratos Árabes Unidos) durante varios años, pero siempre se mantuvo en estrecho contacto con su familia en China. Una breve llamada telefónica duraba 20 minutos. Las llamadas largas duraban horas. Como la mayoría de uigures que viven lejos de Xinjiang, Aksu se aisló completamente de sus padres y hermanos. Se deprimió y luego desarrolló insomnio. Cada noche pensaba: ¿estaría a salvo su familia? En 2018, Aksu se enteró de que su hermano mayor, su tío y dos primos habían muerto en Xinjiang. Su ansiedad empeoró.

Finalmente, buscó la ayuda de un psicoterapeuta local. Pero la primera vez fue terrible. Como muchos estadounidenses, el psicoterapeuta nunca había oído hablar de los "uigures" o de "Xinjiang". Aksu pasó la mayor parte de la sesión detallando qué pasaba en China, en lugar de hablar de cómo le estaba afectando. En la segunda, tercera y cuarta visita, la cosa mejoró poco. Aksu rememora: "En vez de escucharme con algo de compasión, acabé hablando de los uigures, explicando quiénes somos. Fue muy agotador".

Probó con otro psicoterapeuta, que era mejor, pero aun así se sentía mal por tener que explicar su cultura y la situación en Xinjiang con tanta profundidad. Se desanimó y al final dejó la psicoterapia. En 2019, se mudó a Washington (EE. UU.), con la esperanza de empezar de cero. Pero, por supuesto, las noches de insomnio seguían.

Las experiencias de Aksu son habituales entre muchos miembros de la diáspora uigur, tanto de los que abandonaron China hace mucho tiempo como de los que huyeron más recientemente para buscar una nueva vida, lejos de la persecución. El trauma ha empezado al observar desde lejos cómo los seres queridos desaparecen y se borra una forma de vida, provocando una crisis de salud mental que los líderes de la diáspora aseguran que es muy evidente.

A pesar de eso, muchos se muestran reacios a buscar ayuda, o incluso a reconocer el dolor emocional de los últimos años, dejando las necesidades de la comunidad subestimadas e insatisfechas. Pero últimamente, un pequeño grupo de uigures más abiertos está intentando cambiarlo. A través de las redes sociales, han empezado a hablar sobre el dolor y la salud mental y, mediante la telesalud, conectan a personas de todo EE.UU. con psicoterapeutas voluntarios.

El programa llamado Iniciativa de Bienestar Uigur (Uyghur Wellness Initiative) acaba de nacer; hasta la fecha, solo ha conectado a unas pocas docenas de uigures con profesionales de la salud mental. No obstante, a medida que las noticias de Xinjiang empeoran, sus creadores esperan que ayude a fomentar la resiliencia en la diáspora y proporcione un salvavidas a esta comunidad durante su época más terrible.

"Uigur 101"

Las violaciones de derechos humanos en Xinjiang han deformado todos los aspectos de la vida de los uigures. Se han destruido miles de mezquitas. El idioma uigur está prohibido en las escuelas. Miles de personas se han visto obligadas a realizar trabajos forzados. Los mencionados centros representan el mayor encarcelamiento masivo de un grupo étnico probablemente desde el Holocausto, y hace poco, los gobiernos de Estados Unidos, Canadá, los Países Bajos y Reino Unido calificaron oficialmente las acciones de China como "genocidio".

Para la diáspora uigur, que en Estados Unidos se concentra en Washington y en el norte de Virginia (EE. UU.), los últimos años han sido insoportables. Prácticamente todo el mundo tiene familiares o amigos cercanos que han sido enviados a los campamentos. Si regresaran a China, seguramente ellos también acabarían cautivos.

Al principio, el daño psicológico de la crisis de Xinjiang no se tenía en cuenta tan profundamente entre la diáspora, según la directora del grupo de defensa Campaign For Uyghurs (Campaña para los Uigures) con sede en Washington, Rushan Abbas. Por un lado, muchos consideraban que no eran ellos los que estaban en peligro y que tenían poco derecho a insistir en que la crisis los afectaba a ellos. Además, la cultura uigur no refuerza la salud mental como tal, afirma Abbas, y hablar de ella puede provocar un importante estigma social.

Crédito: AP Photo/Jacquelin Martin.

Aun así, el dolor en la comunidad y el silencio que se había apoderado de ella eran evidentes. Abbas detalla: "Escucho a mucha gente decir: 'Oh, antes teníamos una vida normal'. Ahora, cuando hacen algo, incluso si se ríen o se divierten, se sienten culpables".

Entre 2019 y principios de 2020, el investigador médico estadounidense de origen uigur de Nueva York (EE. UU.) Memet Emin, realizó una encuesta no científica a 1.100 miembros de la diáspora uigur. Descubrió que los sentimientos de desesperanza, ira y depresión eran comunes. Cerca de uno de cada cuatro encuestados reconoció que regularmente experimentaba pensamientos suicidas, que es aproximadamente cinco veces más que la media de los adultos en EE. UU. Y probablemente se haya quedado corto, cree Emin.

Las autoridades del Partido Comunista acosan habitualmente a los uigures fuera de China, advirtiéndoles de que no se pronuncien en redes sociales, exigiendo información personal sobre ellos o sobre otros de la diáspora y amenazando con tomar represalias contra los amigos y familiares en Xinjiang si no cumplen. Esto significa que muchos son reacios a compartir información, incluso de forma anónima.

Una crisis había engendrado a otra. Los líderes uigures de varios grupos de defensa reconocieron que tenían una emergencia de salud mental en sus manos y decidieron hacer algo al respecto.

En mayo de 2020, los representantes de tres destacadas organizaciones uigures en EE. UU., el Proyecto Uigur de Derechos Humanos (Uyghur Human Rights Project), la Asociación Estadounidense Uigur (Uyghur American Association) y la Campaña para los Uigures de Abbas, junto con la organización religiosa sin ánimo de lucro Peace Catalyst International, organizaron la primera de varias sesiones de formación online para psicoterapeutas denominadas "Uyghur 101". Mediante videoconferencia se les explicó la historia y la cultura uigur, junto con la actual violación de derechos humanos en Xinjiang y dieron un testimonio íntimo de sus propios desafíos y duelo.

Luego se dirigieron a la comunidad uigur. Dado que muchos miembros de la diáspora tienen miedo a exponerse públicamente, les ofrecieron un sistema de asesoramiento confidencial. También intentaron normalizar la psicoterapia describiendo su propio sufrimiento, destaca Abbas, cuya hermana fue sentenciada a prisión en Xinjiang, probablemente en represalia por el activismo de Abbas. La experta reconoce: "Estoy frustrada y desesperada. Me despierto en medio de la noche, porque me preocupo por mi hermana. Me ayuda a hablar con alguien, a aliviar algunos de estos sentimientos".

Encontrar al psicoterapeuta adecuado puede ser un proceso complicado para cualquier persona. Entre el precio, la ubicación, la especialidad y la disponibilidad, la dificultad de la búsqueda puede ser un impedimento. Los terapeutas que trabajan con la Iniciativa de Bienestar Uigur, que es una colaboración entre varias organizaciones uigures, lo hacen pro bono para eliminar la primera de esas barreras. A través de la telesalud, los líderes quieren reducir a las demás.

Aunque muchos uigures viven en Washington y al norte de Virginia, otros están dispersos por todo EE. UU. El hecho de que la telesalud esté disponible en casi cualquier lugar significa las personas de fuera de las principales áreas metropolitanas, donde es más fácil encontrar a los psicoterapeutas especializados en trauma, inmigración y otros temas relevantes, que también pueden beneficiarse. Del mismo modo, los psicoterapeutas que viven en áreas donde hay pocos uigures ahora pueden colaborar a través de la Iniciativa de Bienestar.

Lo más importante es que el cuadro de los psicoterapeutas online de la Iniciativa de Bienestar reduce la probabilidad de que una persona que busca ayuda se encuentre con un psicoterapeuta que sepa muy poco sobre China o Xinjiang; todos los psicoterapeutas involucrados ya han demostrado un gran interés en este asunto. 

El progreso ha sido lento, en parte debido al temor de la comunidad uigur a hablar de la salud mental. No obstante, poco a poco, el equipo ha empezado a derribar algunos muros y a conectar a las personas con el servicio de apoyo.

Nuevas conexiones

El día de diciembre de 2019 en el que Aksu se mudó a Washington, estaba lloviendo. Pero la ciudad le gustó de inmediato. Hizo amigos. Consiguió un trabajo en el equipo de investigación y defensa del Proyecto Uigur de Derechos Humanos, del que disfrutaba. Estaba contento, incluso después de que la COVID-19 lo trastornara todo. Y afirma: "Siempre quise mudarme aquí y finalmente lo logré".

Sin embargo, el peso de las atrocidades en Xinjiang fue ineludible.

En 2020, la policía de Xinjiang empezó a enviar mensajes de texto a Aksu a través de WeChat y WhatsApp. Lo presionaban para que cooperara y amenazaban a su familia. Aksu nunca ha respondido y los mensajes llegaban de distintos números de teléfono, con diversos códigos de países, no solo de China continental sino también de Hong Kong y Turquía.

Muchos consideraban que no eran ellos los que estaban en peligro y que no tenían derecho a insistir en que la crisis los afectaba a ellos.

En septiembre, recibió una llamada de un viejo amigo, su compañero de secundaria con quien había compartido litera durante cuatro años. El amigo, ahora oficial de policía, fue educado. Recordó los viejos tiempos y agradeció a Aksu las veces que le había ayudado. Pero estaba claro que el propósito de la llamada no era amistoso. "Quería que le diera información", dice Aksu.

Aksu luchaba por superar la situación. Aunque Washington representó un cambio positivo, todavía sufría por su familia y la muerte de su hermano le seguía "torturando". La llamada telefónica fue la gota que colmó el vaso. Recuerda: "Me sentí traicionado. Lloré. Me preguntaba, '¿Cómo pudo pasarme esto a mí? ¿Cómo podría alguien hacer eso?'"

Más tarde ese día, se desmayó. Se despertó a la mañana siguiente en el suelo cuando un colega llamaba a su puerta. Aksu se había perdido una reunión y sus compañeros de trabajo estaban preocupados. Su ansiedad había vuelto. También las largas noches de vigilia. Unos días después, volvió a desmayarse. Y añade: "Entonces, un día, tuve la estúpida idea del suicidio. Estaba tan preocupado. Y es que, dios mío, ¿por qué pensé en eso?"

Se lo contó a un colega, quien se lo dijo a su jefa, la directora de Promoción Global del Proyecto de Derechos Humanos Uigur, Louisa Greve. Llevó a Aksu a un popular restaurante uigur y mientras tomaban unos fideos picantes, ella lo consoló y le sugirió que buscara psicoterapia.

Aksu ya lo había hecho antes, por supuesto. Y, aunque se mostró reacio a intentar la psicoterapia de nuevo, al final se dejó convencer. Greve le presentó al psicólogo que se había ofrecido como voluntario en la Iniciativa de Bienestar Uyghur Charles Bates.

Esta vez, la primera reunión fue genial. Bates sabía lo que estaba pasando en Xinjiang y, como antiguo refugiado de Liberia, tenía conocimientos sobre el trauma y experiencia con inmigrantes. Dos veces al mes, Aksu y Bates comenzaron a debatir, por Google Meet, las estrategias para "superar y minimizar el trauma", afirma Aksu, quien quedó impresionado con la atención de Bates. Y detalla: "Toma notas, nunca olvida lo que habíamos hablado la última vez y cuál es nuestro objetivo para la próxima sesión. Creo que se informó muy bien sobre los uigures".

Confiar en la teleterapia

Los uigures en Xinjiang han sido tratados como ciudadanos de segunda clase durante décadas, pero como la crisis actual es relativamente nueva, no existen estudios oficiales que definan la forma única del trauma relacionado en la diáspora uigur. Según la psicóloga y experta estadounidense en traumas asociada con la Iniciativa de Bienestar Uigur Cathy Malchiodi, las comparaciones históricas pueden servir de guía para comprender por lo que están pasando estas personas.

Basándose en los ejemplos de los nativos americanos en Estados Unidos y los judíos durante el Holocausto, Malchiodi sugiere como puntos de partida los términos "trauma secundario" y "trauma y duelo intergeneracional". Cada persona tendrá su propia reacción a una crisis, por supuesto, pero como comunidad, los uigures probablemente compartan sentimientos profundamente arraigados de trauma y angustia, resultado tanto de la opresión histórica como de los esfuerzos continuos para borrar su cultura. Malchiodi explica que incluso las personas que no se ven directamente afectadas por una crisis pueden llevar consigo un trauma asociado.

Malchiodi cree que, en algunos aspectos, la psicoterapia en exclusiva puede no resultar del todo apropiada para un desafío de esta magnitud. "La mayor parte de la psicología y la psicoterapia tiene una orientación muy occidental. Debe haber una visión más amplia de lo que significa el bienestar", asegura. Invertir y participar en actividades culturales, por ejemplo, podría ser fundamental para la salud mental de la comunidad, explica la experta. La psicoterapia es más efectiva para abordar los síntomas del trauma agudo, como la ansiedad y la depresión clínica.

Durante la pandemia, aproximadamente las tres cuartas partes de los psicólogos en EE. UU. pasaron a la teleterapia, generalmente a través de videoconferencias. Pero existen algunos contratiempos: los requisitos de licencias estatales, por ejemplo, a veces prohíben que los especialistas trabajen fuera de las fronteras estatales. Las teleconsultas también privan a los terapeutas de las señales no verbales (cómo está sentada la persona, los tics corporales como dar golpecitos con los pies) que les ayudan a observar los sentimientos que esa persona no está verbalizando. Pero la teleterapia puede ser tan eficaz como las sesiones en personasegún la Asociación Estadounidense de Psicología. Y la relativa comodidad y seguridad que una persona puede sentir estando en su casa puede ser particularmente propicia para una experiencia positiva de psicoterapia.

Este último punto es especialmente relevante cuando se trata de la comunidad uigur, resalta Bates, el terapeuta que trabaja con Aksu. El Partido Comunista ha sido extremadamente eficaz en incomodar a los uigures en todo el mundo. Y añade: "A veces se nota que hay cosas que quieren decir, que están implícitas. Pero tienen mucho miedo. Miedo a represalias para los miembros de su familia e incluso para ellos mismos".

La teleterapia les permite a soltarse. "Es necesario generar confianza. Si se confía, ocurren muchas cosas buenas", añade Bates.

Compartir la carga

Después de un comienzo lento el año pasado, esta primavera la Iniciativa de Bienestar Uigur intensificó sus esfuerzos, incluida la reciente contratación de un coordinador del programa. El par de docenas de personas a las que el grupo ha ayudado hasta ahora es menos de lo que los líderes esperaban al principio, pero creen que se trata solo de una pieza del rompecabezas de un cambio cultural más amplio. En los países de Europa y Australia, los grupos de uigures están lanzando proyectos similares y han intercambiado sus experiencias con los de Estados Unidos para apoyarse mutuamente. "Es más un movimiento, un esfuerzo emergente" en la diáspora, opina Greve del Proyecto de Derechos Humanos Uigur.

Además, los líderes de los proyectos están ajustando su mensaje. Para las personas mayores y los inmigrantes de primera generación, por ejemplo, los términos indirectos como la "resiliencia" y el "bienestar", que eluden las ideas preconcebidas negativas sobre la salud mental, suelen sonar mejor que los directos, como la "depresión" y la "psicoterapia". Con los uigures más jóvenes, los últimos conceptos suelen funcionar bien.

Para correr la voz, los líderes realizan sesiones informativas periódicas a través de plataformas de videoconferencia. Publican en las redes sociales y organizan debates en Facebook Live y la red social de audio Clubhouse. En abril, para el Ramadán, organizaron una celebración virtual de la cultura y la cocina uigur. En mayo, Aksu y dos psicólogos de la Iniciativa de Bienestar hablaron en un webinario sobre la carga emocional de la culpa del superviviente.

El enfoque virtual ha ayudado en este caso. Como muchos de la comunidad uigur tienen dudas a la hora de mostrar su rostro en un foro público, ya sea por razones de seguridad o para evitar ser objeto de cotilleo, el anonimato que ofrecen algunos entornos virtuales reduce ese problema.

Así es como Dilare, una mujer de unos 30 años que vive en el norte de Virginia, llegó a un debate en el Clubhouse en marzo. Había visto un anuncio en Instagram de uigures que se reunían para hablar sobre la salud mental, y decidió participar. Pero solo para escuchar, pensó al principio.

"Si se confía, ocurren muchas cosas buenas", Charles Bates, psicólogo especializado en uigures.

Dilare es un caso raro. Aunque vive en el extranjero, su contacto con sus familiares directos en Xinjiang no se ha cortado del todo. Hasta donde sabe, ningún familiar directo fue llevado a los campamentos de China. (Dilare es un seudónimo, elegido por ella, para proteger su privacidad y la seguridad de su familia). En comparación con lo que pasaban sus amigos uigures, Dilare no se consideraba una víctima.

Sin embargo, a medida que las condiciones en Xinjiang empeoraban, sus padres, cuando hablaban de amigos cercanos y familiares, siempre le decían a que se encontraban "en el hospital". Dilare recuerda: "Me di cuenta de que no estaban en el hospital de verdad. Estaban detenidos".

Entonces, un día, Dilare de repente se dio cuenta de que era posible que nunca más pudiera volver a casa y notó la nube de ansiedad que se había formado alrededor de su vida. Admite: "Me sentía deprimida todo el tiempo, melancólica. Incluso con solo mirar las cosas, de repente ya no existía el brillo".

Decenas de personas como Dilare se unieron al unido el evento de Clubhouse en marzo. En dos horas y media, algunas figuras prominentes de la comunidad compartieron sus experiencias y Dilare notó que sonaban muy parecidas a las suyas propias. Y añade: "Cuando escuché que estaban conectando a las personas con los psicoterapeutas disponibles, pensé: 'Oh, quiero hacer esto'".

Ahora, habla con un psicoterapeuta una vez a la semana por FaceTime. Al principio, estaba nerviosa por si decía algo incorrecto. Tenía miedo de parecer "demasiado emocional", y afirma: "Simplemente no quería que otras personas me vieran demasiado herida". Pero la psicoterapia le ayudó. Su psicoterapeuta la animó a dejar de hablar en calificativos y ser dueña de sus emociones. Ha empezado a escribir un diario, según la recomendación del psicoterapeuta, lo que, según Dilare, le ayuda a reconocer y controlar su estado de ánimo. Sigue estando nerviosa antes de comenzar cada sesión, pero una vez que empieza a hablar, ese sentimiento se desvanece rápidamente. Reconoce que ahora le "parece muy natural y relajante".

Así también es la experiencia de Aksu.

Las circunstancias en Xinjiang siguen siendo desalentadoras. A Aksu todavía le preocupa que su activismo esté "arruinando" la vida de su familia. Cuenta: "A veces me siento totalmente perdido. Siento que por mi culpa están sufriendo". Pero al final de las sesiones de psicoterapia, nota una explosión de energía. Se siente capaz de seguir adelante y se ha dado cuenta de que sonríe más. No quiere abandonar la psicoterapia.

"Me siento cómodo cuando hablo con él", concluye Aksu sobre el tiempo que pasa con su terapeuta, y añade: "Siento que hay una conexión, como si le estuviera contando una historia a alguien conocido".

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