Una de las mejores formas de entender qué está pasando en la Tierra es con datos captados por satélites espaciales, una estrategia que aún sufre los recortes de la administración Trump. Pero el país no solo necesita reforzar su capacidad de observación terrestre, también necesita mejorar su análisis de datos
Después de la toma de posesión de Joe Biden como presidente de Estados Unidos, prevista para el 20 de enero, su intención es que el cambio climático se convierta en un tema central de su administración. Además de volver a unirse al Acuerdo de París (Francia), reforzar la Ley de Aire Limpio y restablecer el Plan de Energía Limpia, también tendrá la oportunidad de fortalecer la investigación climática.
Una manera de llevarlo a cabo es apoyando los programas de observación de la Tierra (EO, por sus siglas en inglés): los satélites orbitales que sostienen gran parte de la ciencia climática del mundo.
La NASA y la NOAA (la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de EE. UU.) operan más de una docena de misiones de observación de la Tierra desde la órbita, varias de ellas en colaboración con otros países. Muchas, como el programa de satélites geoestacionarios ambientales operacionales (GOES), observan directamente los cambios en las condiciones meteorológicas para ayudar a las predicciones. Otras, como el satélite Gravity Recovery and Climate Experiment Follow-On (GRACE-FO), miden el aumento del nivel del mar causado por el derretimiento de los glaciares.
Algunas de estas misiones no se centran tanto en estudiar específicamente la situación climática, sino en crear imágenes que los científicos utilizan para observar los efectos más subestimados del cambio climático, como el aumento de los desastres naturales o los cambios en el uso del suelo que se han producido en respuesta a los incendios forestales y sequías.
El anterior presidente del país, Donald Trump, hizo todo lo posible para debilitar la participación de Estados Unidos en la observación de la Tierra relacionada con el cambio climático. La Casa Blanca eligió tres próximas misiones de la NASA como propuestas de recortes en el presupuesto anual: el Observatorio de Carbono Orbital 3 (OCO-3); Plancton, aerosoles, nubes y el ecosistema oceánico (PACE); y el Observatorio de la Radiación Absoluta Climática y Refractividad (CLARREO). Pero, cada año, el Congreso de EE. UU. interviene para salvar estas misiones. OCO-3 se lanzó a tiempo en 2019. PACE y CLARREO sufrieron algunos recortes presupuestarios, pero aún están programadas para 2022 y 2023, respectivamente.
El investigador de la Universidad de Columbia (EE. UU.) Andrew Kruczkiewicz, que utiliza los datos de observación de la Tierra para evaluar el riesgo de desastres, afirma: "Me alegra decir que no ha sido tan malo como pensaba. Tal vez porque las expectativas que tenía eran mucho peores".
La administración de Trump intentó otras tácticas para debilitar el impacto de la investigación climática. Los científicos recibían presiones para dejar de usar las expresiones como "cambio climático" y "calentamiento global" en las solicitudes de subvención o descripciones de proyectos. Y algunas instituciones, como la NOAA, estaban repletas de negacionistas que han restado importancia al cambio climático.
Por eso, los pasos más inmediatos que la administración de Biden podría tomar desde el primer día serían liberar a los científicos de cualquier restricción lingüística y asegurar a los equipos de las misiones de observación de la Tierra que cuentan con el apoyo de los gobernantes para planificar sus investigaciones a largo plazo con el fin de aprovechar al máximo estas misiones.
Misiones cortas
Una mayor financiación ayudaría a ampliar el alcance de este tipo de programas para recoger información más valiosa. También se podría utilizar más dinero para planificar y lanzar nuevas misiones. La experta en políticas espaciales de Georgia Tech Mariel Borowitz cree que podría valer la pena seguir el ejemplo de la Agencia Espacial Europea (ESA) y lanzar un programa de observación de la Tierra similar a Copernicus, que tiene como objetivo estudiar las tendencias climáticas globales durante un período de tiempo muy largo. Esto podría representar un buen contraste con el enfoque actual de la NASA de realizar misiones cortas para investigar algunos temas específicos durante unos pocos años.
Otras tendencias que tuvieron lugar bajo Trump no se pueden revertir y probablemente no deberían, pero requerirán una respuesta. Por ejemplo, cualquier programa encabezado por empresas privadas como Planet Labs (que opera centenares de satélites EO) ha encontrado un espacio en el que crecer más rápido que nunca en los últimos cuatro años. Las nuevas empresas no solo construyen sus propios sensores y hardware que vuela en órbita, sino que también procesan datos y difunden imágenes. La NASA todavía tiene el sistema de observación de la Tierra más grande del mundo, y sus datos son gratuitos. Pero, puede haber comunidades o regiones del mundo cuyo único acceso a los datos relevantes proviene de las empresas privadas que cobran por ellos.
La administración de Biden podría tomar medidas para garantizar un acceso libre, permanente y abierto a los datos que recopila la NASA, y también considerar la posibilidad de interactuar directamente con las empresas privadas. "Ya se inició un programa piloto en el que la NASA compraría los datos de las entidades comerciales con una autorización que permitiría compartir esos datos con los investigadores o un colectivo más amplio", afirma Borowitz. Eso podría ser un buen modelo de apoyo permanente por parte de Biden para ayudar a la industria privada a crecer y, al mismo tiempo, brindar a las partes menos ricas acceso a los datos críticos.
"Los datos de EO son diferentes de otros tipos de datos. De alguna manera, se trata de algunos de los datos más privilegiados", sostiene Kruczkiewicz. Mantener su estatus como algo más parecido a un bien público podría asegurar que la gente continúe tratándolos como privilegiados.
Pero hay más cuestiones importantes sobre el futuro de la investigación de la observación terrestre que la comunidad científica está dispuesta a resolver. Tienen menos que ver con remediar el impacto de los años de Trump y más con comprender cómo aplicar mejor los hallazgos de la ciencia climática en el mundo real.
Kruczkiewicz detalla: "Creo que tenemos la oportunidad de replantear las cosas. Los últimos cuatro años nos han obligado a pensar no solo en la forma en la que se producen los datos, sino también en quién tiene acceso a ellos, cómo se difunden, cuáles son algunas de las consecuencias no deseadas para estos programas y hasta qué punto asumiríamos la responsabilidad como científicos".
Más allá de las misiones
Sin embargo, no basta con limitarse a invertir más dinero en los programas de ciencias de la Tierra y EO. Para empezar, "estos programas de satélites necesitan muchísimo tiempo para su desarrollo, financiación e implementación, y por eso sus plazos generalmente superan la duración de las legislaturas individuales de un gobierno", explica el científico de la Tierra de la Universidad de Boston (EE. UU.) Curtis Woodcock, y señala que todavía se notan los efectos de los recortes en las ciencias de la Tierra en la NASA durante la administración de George W. Bush: "En muchos sentidos, las ciencias de la Tierra en la NASA no se han recuperado completamente desde entonces". Necesitamos un plan a largo plazo, más allá del primer (y posiblemente único) Gobierno de Biden, para poder restablecer las ciencias de la Tierra a niveles rigurosos.
En segundo lugar, ya hay muchos datos de observación de la Tierra que podemos usar; solo necesitamos mejores herramientas para procesarlos. Kruczkiewicz admite: "Mi temor es que la brecha entre la disponibilidad de datos y el uso de esos datos esté creciendo porque actualmente tenemos muchísimos datos. No hace falta desarrollar una nueva tecnología para tener nuevos sensores o una nueva resolución espacial para resolver los problemas de las inundaciones".
En cambio, los tipos de tecnologías en las que las instituciones federales podrían empezar a invertir son los sistemas de procesamiento de datos y asignación de tareas capaces de analizar y dar sentido a la enorme cantidad de imágenes y mediciones que se toman. Esas herramientas podrían mostrar, por ejemplo, qué comunidades requerirían más recursos y atención en caso de una inundación o sequía.
En tercer lugar, debemos empezar a pensar en cómo se aplica la ciencia climática sobre el terreno. Por ejemplo, el propio trabajo de Kruczkiewicz implica el uso de datos satelitales de la NASA para comprender los riesgos a los que se enfrentan las poblaciones y comunidades vulnerables ante distintos desastres como inundaciones e incendios forestales, así como los problemas relacionados con la preparación y la respuesta a tales eventos. La investigadora afirma: "Creo que tenemos que replantearnos lo que contamos de las personas que se benefician de los datos de EO. No se trata solo de facilitar unos mapas de inundaciones y esperar que la gente los use".
La administración de Biden podría comenzar a tomar medidas para empoderar a las organizaciones humanitarias para comunicar lo que significan los hallazgos de EO, cómo sería posible convertirlos en estrategias prácticas y cómo los datos podrían ayudar a resolver las desigualdades sociales agravadas por los impactos climáticos.
Otras instituciones fuera de EE. UU. han hecho un mejor trabajo para llevar a cabo este tipo de enfoque. El economista de la Universidad de Columbia (EE. UU.) Dan Osgood utiliza datos satelitales para los programas de seguros que ofrecen ayudas a los agricultores africanos que sufren la amenaza de pérdida de cultivos debido al cambio climático. Él y su equipo ya estudian cómo los agricultores utilizan estos pagos para invertir en otros métodos agrícolas de mayor rendimiento. Es un ejemplo de cómo los datos de EO no solo indican algo nuevo sobre la situación climatológica, sino que se pueden usar para crear un cambio social real.
Y recuerda: "Antes, el Gobierno de Estados Unidos invertía en nosotros para intentar conseguir ese tipo de verificación. Y actualmente, durante más de cuatro años, lo han hecho principalmente los gobiernos europeos. Los datos de la ESA están mucho más disponibles de forma gratuita y han invertido en nosotros para poder utilizarlos. Suele ser más fácil trabajar con los productos europeos y, en muchos casos, resultan menos problemáticos". (Osgood señala que gran parte del cambio que describe tuvo sus inicios al final de la administración de Barack Obama).
Muchas de las medidas que Biden puede tomar con respecto a la observación de la Tierra podrían crear el mayor beneficio simplemente estableciendo un tono sobre cómo Estados Unidos quiere tratar los datos climáticos. Fomentar el acceso abierto, para que la información se pueda compartir con el mundo, podría contribuir bastante a reorientar a Estados Unidos como líder contra el cambio climático.