Los habitantes del bosque de manglares Sundarbans, entre la India y Bangladesh, han sufrido 15 grandes ciclones en los últimos años, que han acabado con la vida de casi 4.000 personas. Ante la indiferencia de sus gobiernos, los que asumen que deben marcharse encuentran la misma miseria que los que se quedan
El pasado 20 de mayo era el día previsto para que el súper ciclón Amphan tocara tierra en el estado indio de Bengala Occidental. Esa mañana, cuando el viento se levantó, Mitali Mondol y su esposo, Animesh, huyeron de su casa, dejando atrás todo lo que tenían.
La pareja vive en la isla Gosaba, en el archipiélago Sundarbans, que alberga el mayor bosque de manglares del mundo. Conocían un refugio contra inundaciones, pero estaba muy lejos. Cuando llegaron a un terreno más elevado, se escondieron en un restaurante que pronto se llenó de familiares y amigos, algunos de los cuales llevaron sus cabras y gallinas. Los aldeanos observaban, acercándose a las ventanas tanto como se atrevían, las olas de hasta 4,5 metros de altura. Entonces el agua rompió los diques. Los árboles empezaron a caer, las líneas eléctricas colapsaron y las carreteras desaparecieron.
Esta región ha sufrido 15 grandes ciclones en los últimos años, de los cuales Amphan fue el último. El ciclón Sidr, que arrasó las islas en 2007, acabó con la vida de al menos 3.000 personas; solo dos años después, otras casi 200 personas fallecieron por el ciclón Aila. En 2019, el ciclón Fani se cobró la vida de otras 81 personas y provocó más de 6.738 millones de euros en daños.
Fue la tormenta (previa al monzón) más fuerte jamás registrada en la región, hasta que Amphan la superó. Según el grupo de activistas Climate Nexus, "los años consecutivos de grandes ciclones en la Bahía de Bengala (la India), que se intensifican rápidamente por las temperaturas inusualmente cálidas de la superficie del mar, coinciden con las tendencias que muestran un aumento en la intensidad de los ciclones en la región debido al cambio climático causado por el hombre".
Foto: Zonas inundadas tras la llegada del ciclón Amphan. Miles de explotaciones de camarón fueron arrasadas, mientras que numerosas casas con techo de paja, árboles, postes de electricidad y teléfono, diques y tierras de cultivo acabaron dañados, y muchas aldeas quedaron sumergidas por la marejada. Créditos: Zabed Hasnain Chowdhury / SOPA / SIPA USA, vía AP
Cuando Amphan tocó tierra, los vientos soplaban a más de 258 kilómetros por hora. La marejada ciclónica alcanzó los cuatro metros en algunos lugares y fue la principal causa de daños, según un artículo de los investigadores de la Universidad de Bristol (Reino Unido) que The Lancet ha hizo público en formato preprint en octubre. Bajo varios escenarios realistas sobre el aumento del nivel del mar, los investigadores predicen que, por muy terrible que fuera Amphan, el impacto de una futura tormenta similar en el lado indio del Sundarbans podría ser dos veces peor.
El archipiélago de Sundarbans abarca unos 10.000 kilómetros cuadrados de la India y Bangladesh, y es hogar de alrededor de 7,5 millones de personas. Aproximadamente un tercio de los 4,6 millones de personas del lado indio viven en la pobreza extrema, un fenómeno que, según el Banco Mundial, equivale a vivir con menos de 1,6 euros al día. (En Bangladesh, esta cifra es aún mayor). Muchas de estas personas han comenzado a migrar de la parte india de Sundarbans a la parte continental de Bengala Occidental. Si se mantiene esa tendencia, se creará el mayor movimiento de migrantes climáticos en Asia y, de hecho, uno de los más grandes del mundo.
El ciclón Amphan se llevó la vida de más de 100 personas. Algunos murieron cuando los árboles les cayeron encima, otros fueron electrocutados por los cables caídos y otros quedaron atrapados dentro de edificios que se derrumbaron.
Mitali Mondol y su esposo salieron ilesos. Su casa también quedó milagrosamente intacta. Pero el agua inundó su arrozal y destruyó la cosecha. La sal provocó que el terreno quedara inutilizable durante los siguientes tres o cuatro años. Durante un tiempo, el Gobierno estatal enviaba suministros, como arroz y lentejas en barco. Pero la región de Bengala Occidental sufrió una de las tasas más altas de los casos de coronavirus (COVID-19) de la India; actualmente, el número de muertos asciende a más de 7.000. Con el Gobierno luchando en múltiples frentes, había días en los que los suministros se agotaban o no llegaban. Mitali y Animesh a veces se iban a la cama con hambre.
Sin tierra para cultivar y ni otro trabajo, Animesh empezó a pescar en la red de arroyos de agua dulce que se arremolinan atravesando las selvas del delta. Los peces abundan, pero también hay serpientes venenosas, cocodrilos e incluso tigres. La situación ha dejado a esta pareja de recién casados profundamente preocupada por su futuro. Mitali afirma: "Si hay otro ciclón como Amphan, moriremos. Todos los que vivimos en Sundarbans moriremos".
Triple golpe
Las islas indias, que se encuentran frente a la costa de Bengala Occidental, se sumergen en la Bahía de Bengala como docenas de brillantes dedos verdes, tomando su color del sundari, como se conoce a la especie local dominante de manglar. Los árboles prosperan en las marismas fangosas del delta y son la primera línea de defensa contra las tormentas. Como tienen una densa red de raíces capaces de sobrevivir tanto por encima como por debajo del agua, los manglares reducen la fuerza de las olas y capturan los sedimentos. Pero están bajo la constante amenaza de la tala ilegal. También son vulnerables a la muerte de las copas, una enfermedad que ya ha acabado con millones de manglares.
Los manglares son "móviles", explica la economista del Banco Mundial Susmita Dasgupta: se mueven hacia adelante y hacia atrás para evitar ser arrastrados por el agua. Pero los densos asentamientos humanos han reducido la cantidad de espacio libre disponible para estos árboles.
Este triple golpe (deforestación, muerte de las copas y superpoblación) es demasiado para los manglares. Dado que representan un componente esencial de Sundarbans, cualquier cambio en ellos afecta automáticamente a las personas cuyos medios de vida dependen del bosque: pescadores, recolectores de cangrejos y miel, y a las que lo utilizan para obtener pienso y combustible.
Foto: Casi el 70 % de la superficie de la isla de Ghoramara, fotografiada en 2016, ha desaparecido en los últimos años. La isla pronto podría desaparecer por completo. Créditos: Sushavan Nandy
Actualmente, los manglares se enfrentan a una amenaza adicional: el aumento del nivel del mar relacionado con el cambio climático. Las crecientes mareas vierten agua salada en las marismas y matan los árboles. El agua salada se mueve desde las marismas hacia los diques y los rompe durante las fuertes tormentas. De allí llega a las tierras cultivables, devastando caminos, cultivos, animales y casas.
Al menos cuatro islas ya se han sumergido por completo. Más de 40.000 personas se han visto obligadas a trasladarse a una quinta isla. En total, la erosión del suelo hará que al menos ocho islas, siete de ellas en la India, simplemente desaparezcan, lo que obligará a otras decenas de miles de personas a desplazarse.
Cuando la gente de las islas desaparecidas se trasladó por primera vez, hace unos 15 años, llegó a Sagar, un bullicioso conjunto de pueblos a unos 100 kilómetros de la capital provincial, Calcuta (la India). El Gobierno estatal los instaló en campos de refugiados. En ese momento, se respetaba la política del Gobierno nacional, que se negaba a pagar una indemnización por los daños relacionados con el cambio climático. Aunque algunas personas recibieron ayuda económica, otras se vieron obligadas a permanecer en los campamentos donde aún viven, 15 años después.
Estos campamentos empezaron a crecer y su presencia continua ha empezado a avivar las tensiones entre los isleños recién llegados y los residentes autóctonos de Sagar, afirma el cineasta Pradip Saha, quien ha realizado un documental sobre el impacto del cambio climático en Sundarbans.
Hay conflictos similares en todo el mundo. Según el último Informe sobre migración mundial, en 2018, aparte de India, el mayor número de desplazamientos por desastres tuvo lugar en Filipinas, China y Estados Unidos. Más de 10 millones de personas se vieron obligadas a abandonar sus hogares en solo estos cuatro países. Pero la falta de supervisión gubernamental en Sundarbans representa un caso especialmente preocupante. Cuando el exceso de calor, humedad e inundaciones provocadas por el cambio climático obliguen a más personas de otros lugares de la India a abandonar sus hogares, probablemente recibirán un trato similar.
Mudarse a una isla más grande y mejor ubicada no es la solución ideal por otra razón obvia: el cambio climático ocurre en todas partes. El director de la Escuela de Estudios Oceanográficos de la Universidad de Jadavpur (la India), Tuhin Ghosh, lleva más de tres décadas visitando el delta. A lo largo de los años, ha observado cómo ha cambiado el patrón de las precipitaciones: ahora llueve más, pero durante menos días, explica. Hace mucho más calor y hay más tormentas eléctricas. Numerosas plantas y árboles han muerto. Incluso está cambiando el pescado disponible en el mercado, que representa un alimento básico de la dieta local: hay menos peces de agua dulce y se venden más peces de agua salobre.
Foto: Un niño de 12 años en Mousuni envuelto en una red de pesca mientras se prepara para ir al mar con su tío y su padre. Créditos: Sushavan Nandy
El vecino de Mitali y Animesh, Tarun Mondol (aunque tiene el mismo apellido no es de su familia), está de acuerdo y añade que el calor extremo lo ha obligado a posponer las reuniones de oración que organiza como pastor de la iglesia Asamblea de Dios de Gosaba hasta después del atardecer.
El calor también ha traído plagas de langostas migratorias, que son infames por destruir los cultivos. Luego están las serpientes. Los reptiles abundan visiblemente en las selvas y en los estanques e incluso en los caminos. Ya han empezado a entrar en las casas buscando sombra, asustando mucho a las familias. Mientras tanto, los tigres del delta se están volviendo más agresivos debido al tiempo cambiante, cree Mondol. Los miembros de su congregación le han dicho que ya no quieren entrar a la selva porque los ataques de tigres han aumentado.
Un estudio publicado en 2019 en la revista Science of the Total Environment advirtió que el delta podría estar a punto de dejar de ser un hábitat propicio para los tigres de Bengala, ya que esa especie está en peligro de extinción. Aunque no hay muchos, los tigres del delta son una de las poblaciones salvajes más grandes del mundo. Se estima que hay 96 en la parte india y 114 en el lado de Bangladesh. Pero el aumento del nivel del mar por sí solo reducirá su hábitat a casi la mitad, afirma el estudio.
No hay donde ir
Los factores ambientales son responsables de un total de 3.800 muertes prematuras y 1,9 millones de enfermedades cada año en el delta tanto en India como en Bangladesh, principalmente entre niños pequeños y mujeres, según el Banco Mundial.
Mientras algunos refugiados climáticos del lado indio se trasladan a terrenos más altos, lejos de la costa, y otros cambian de isla por completo, son muchos más los creen que su única opción requiere romper sus lazos con el delta. La profesora de educación física en una escuela pública en Gosaba Toma Das, solicitó en 2018 el traslado a la ciudad Habra, que se encuentra en tierra firme. Había sobrevivido al ciclón Aila en 2009, y esa experiencia le ha afectado mucho. "Había agua por todas partes", recuerda, con cadáveres de animales. Se pudrieron y empezaron a apestar. Y añade: "No quería que mis hijos crecieran allí".
Pero Das es una de esas personas afortunadas. La mayoría de los habitantes del delta no tienen las habilidades profesionales o los recursos para encontrar trabajo bien remunerado. A menudo, venden su terreno y se trasladan a la tierra firme solo para darse cuenta de que no pueden pagar mucho más que una choza. Sobreviven como personal de carga y descarga, transportando frutas y verduras, o tirando de rickshaws. Pueden ir más lejos, a estados más ricos como Kerala (la India), en el sur, para trabajar en construcción y en fábricas, pero, aun así, sus circunstancias suelen ser más precarias que las que dejaron atrás antes de las tormentas.
"Son personas que saben mucho de los bosques y de los ríos, del viento y del mar. Un día viven junto a las serpientes y experimentan ciclones; al día siguiente, están en una chabola en Kerala haciendo algo que no tiene nada en común con el contexto de su vida. Es posible que estos nuevos sitios no se inunden, pero, para los aldeanos son igualmente tóxicos", explica la antropóloga ambiental de la Universidad de Sheffield (Reino Unido) Megnaa Mehtta.
Algunas partes del mundo que se enfrentan a desafíos similares han respondido con una "salida organizada". Miles de personas ya han abandonado las islas del Pacífico de Vanuatu y Tuvalu hacia Nueva Zelanda. Y el año pasado Indonesia anunció sus planes de construir una nueva ciudad capital después de haberse confirmado que partes de la capital actual Yakarta se hunden hasta 15 centímetros cada año. Casi la mitad de la ciudad ya se encuentra por debajo del nivel del mar.
Pero la India continental ya tiene una gran densidad de población, con altas tasas de pobreza y falta de vivienda. Y los mismos políticos que no reconocen a sus refugiados climáticos ni toman medidas estrictas para prevenir la actividad humana en los hábitats de los tigres, tampoco tienen un buen historial a la hora de reubicar a estas personas.
En 2008, se presupuestó un plan de casi 850 millones de euros para trasladar a la gente de las minas de carbón de Jharia, al estado oriental de Jharkhand, en la India, a un municipio especialmente construido a unos 15 kilómetros de distancia. Pero, según la plataforma de noticias medioambientales Mongabay, hasta ahora solo se han trasladado 3.000 familias, de las 79.000 previstas originalmente. Desde entonces, la población que se debería mudar casi se ha duplicado, a alrededor de 140.000 familias. Hasta que no se vayan de ahí, se espera que sobrevivan como puedan entre los sumideros, fuegos de carbón y gases tóxicos que han convertido a Jharia en el que probablemente el paisaje más apocalíptico de la India.
Bajo el mandato del actual primer ministro indio, Narendra Modi, las leyes de protección del medio ambiente se han debilitado gravemente. El país cuenta con más de la mitad de las 50 ciudades más contaminadas del mundo; su calidad del aire y del agua se encuentra en la parte inferior de los índices mundiales. A pesar de eso, Modi ha impulsado la producción de carbón. Con el pretexto de la pandemia y la excusa de su economía frágil, sigue favoreciendo los intereses de las grandes empresas sobre el medio ambiente. En agosto, su Gobierno dio luz verde para abrir 40 nuevos yacimientos de carbón, lo que podría afectar a cientos de miles de hectáreas de tierras forestales protegidas en cuatro estados, incluido Bengala Occidental.
Foto: Esta foto enmarcada llegó a la costa de Mousuni una mañana de agosto de 2019. Se desconoce la identidad de la persona en la fotografía. Créditos: Sushavan Nandy
La reubicación masiva de los habitantes de Sundarbans no es una opción realista porque no existe voluntad política. El Gobierno del estado de Bengala Occidental ni siquiera lo ha mencionado. Los expertos regionales están convencidos de que existen otras formas de proteger el delta del cambio climático, aunque algunos ya no se pueden evitar.
Según Dasgupta del Banco Mundial, una forma de avanzar consiste en una combinación de "infraestructura verde y gris". El cinturón de manglares del delta siempre debe mantenerse como primera línea de defensa, sostiene. Su poder para absorber el impacto de las tormentas, prevenir las inundaciones y atrapar la sal es incomparable. Pero, para poder hacer su trabajo, hay que protegerlo de la deforestación y se tiene que reponer regularmente. Los manglares también son menos efectivos en áreas densamente pobladas y Dasgupta opina que ahí se deberían construir diques y que habría que mantenerlos escrupulosamente como una segunda línea de defensa.
Aunque algunos expertos difieren sobre si habría que reemplazar los tradicionales terraplenes de barro, que los aldeanos construyen a mano, por estructuras de hormigón que supervisarían contratistas externos de tierra firme, todos están de acuerdo en que los diques salvan vidas. No obstante, según las noticias, el plan para construir 1.000 kilómetros de terraplén en Sundarbans aún no ha acabado, más de una década después de la aprobación de los fondos por el Gobierno nacional. Solo una décima parte estaba terminada cuando el ciclón Amphan tocó tierra a principios de este año.