Ningún otro sector es tan prometedor para nuestro futuro y a la vez tan machista. En él, el techo no es de cristal sino de silicio: opaco y más difícil de romper. Inauguramos este espacio para visibilizar a iniciativas y mujeres que luchan por romperlo para que las nuevas tecnologías puedan ser una solución a los problemas de todos y todas
Inmersos en la cuarta revolución industrial, confiamos en que la tecnología nos ayude a resolver los grandes retos que tenemos como sociedad. Sin embargo, la ilusión se desvanece cuando vemos que no solo estamos reproduciendo los mismos sesgos machistas, sino que además con el uso de computadoras, los estamos amplificando.
El problema está a la vista: detrás de cualquier avance tecnológico está "la mano del hombre", literalmente. Son "ellos" quienes, en su mayoría, crean estas nuevas tecnologías. Amazon se vio obligado a cerrar su sistema automatizado de contratación debido a que se diseñó a partir de currículos de hombres. ¿El resultado? Discriminación hacia las candidatas mujeres, cuyos currículos (obviamente) no respondían a lo que el algoritmo pedía. Facebook y LinkedIn también reproducen estos sesgos al mostrar anuncios de empleo típicos de hombres a más hombres que a mujeres, como sucede con el desarrollo de software y la ciberseguridad, una práctica ilegal en la prensa escrita.
Un ingeniero de Google afirmaba que no es sexismo, sino que simplemente hay más hombres interesados en tecnología por "diferencias biológicas" entre hombres y mujeres. Más allá de su dudosa y sesgada base científica, la afirmación resulta curiosa si se tiene en cuenta que, hace 50 años, la labor de programación se asociaba a mujeres. Pero claro, en aquella época se consideraba que se trataba de un trabajo poco cualificado y con escasa importancia, un punto de vista que se revirtió cuando las grandes empresas comenzaron a demandarlo y a ganar millones con ello.
Cada vez más mujeres estudian y trabajan, pero cada vez menos lo hacen en el sector de la tecnología. Dentro de las llamadas disciplinas STEM (siglas en inglés de Ciencia, Tecnología, Matemáticas e Ingeniería) la T es la única que en los últimos años ha disminuido. A medida que el embudo se estrecha, la participación de las mujeres se va reduciendo hasta desaparecer. Esta desigualdad no solo se produce en puestos directivos, sino también en posiciones más técnicas o de investigación. En Europa, solo un 7 % de mujeres ocupa puestos de exclusivo perfil tecnológico. A nivel general, las plantillas de las empresas tecnológicas están conformadas por una media de entre el 70 % y el 80 % de hombres. Incluso aunque el área de especialización de estas compañías esté "tradicionalmente liderado por mujeres", como la comunicación (Facebook) y los recursos humanos (LinkedIn).
A nivel directivo, los resultados son aún peores. En América Latina solo un 13,4 % de las empresas tecnológicas están dirigidas por mujeres, en Europa la cifra baja hasta el 11,2 % y muestra un pequeño repunte en EE. UU., con un 18,1 %. En el año 2017, de todas las mujeres que se sumaron a consejos de administración de empresas Fortune 500, solo un 10 % lo hizo en empresas tecnológicas. Y si hablamos de brecha salarial, en el sector de la industria tecnológica varía entre 20 % y el 30% según el país. A este ritmo tendrán que pasar más de 200 años para que las mujeres reciban igual salario por un mismo trabajo.
Pero, ¿cuáles son los factores que afectan la escasa participación de mujeres en el mundo tecnológico?
El problema arranca desde la cuna. La ropa, los juguetes y hasta las actividades se clasifican según el género. Colores suaves, cocinitas y bebés para ellas; dinosaurios, herramientas y laboratorios para ellos. Un combo de estereotipos que, aunque intentemos derribarlos en casa, se amplifican en el colegio. Según un estudio, a los cinco años, niños y niñas muestran el mismo desempeño a la hora de resolver problemas matemáticos. Pero con los años, el desempeño de las niñas se ve afectado por la creencia social de que ellas son peores que ellos para hacer cuentas. El estereotipo que respalda las "diferencias biológicas" entre hombres y mujeres se impone.
Pero la cosa no acaba aquí. El escaso 20 % de mujeres que supera las barreras y decide estudiar alguna de las carreras STEM, vuelve a pelear en un ambiente hostil. Ellas obtienen menos financiación para sus investigaciones, carecen de mentoras y hasta se ven obligadas a usar un pseudónimo masculino en el mundo de la programación para evitar que su trabajo sea rechazado por el hecho de ser mujeres. Y si en esta odisea aún quedan valientes que se animan a trabajar (y a tener éxito), sus probabilidades de sufrir discriminación o incluso acoso sexual se multiplican. Silicon Valley (EE. UU.), el ecosistema tecnológico más innovador del mundo, es un hervidero de denuncias. Como advirtió la periodista Emily Chang, la cultura dominante es la brotopia (o club para chicos), donde el networking se hace en las casas de los CEO en medio de fiestas orgiásticas y los negocios se cierran en clubs de strippers. Pocas mujeres logran soportar los niveles de cosificación y humillación. Y cuando lo hacen, como la exingeniera de Uber Susan Fowler, deben exponerse, hacerlo públicamente y poner en riesgo su carrera profesional.
A las mujeres no solo les cuesta más entrar a trabajar en este sector, sino que una vez dentro el sistema hace todo lo posible por expulsarlas.
La responsabilidad de la tecnología
Solemos repetir que no importa el problema, la tecnología siempre es parte de la solución. Pero antes, deberíamos detenernos y resolver el propio problema de la tecnología. O, mejor dicho, revisar cómo la diseñamos para evitar que se convierta en un amplificador exponencial de desigualdad de género. ¿Cómo lograr, por ejemplo, que las bases de datos que utilizamos para el aprendizaje de máquinas no exacerben las injusticias ya existentes creando una inteligencia artificial sexista?
Desde asistentes de voz no-binarios hasta los toolkits para crear algoritmos "éticos", son varias las iniciativas que se están impulsando. Activistas del sector sostienen que, al igual que un producto debe pasar un test de validación antes de salir al mercado, cualquier desarrollo tecnológico debería pasar un examen que certifique su neutralidad en cuanto a género. Para ello, insisten que resulta fundamental pasar de las recomendaciones y las publicaciones académicas, a los casos prácticos y metodologías específicas que ayuden a cualquier organización, empresa o gobierno a desarrollar tecnología inclusiva libre de sexismo. Hasta se podría crear un sello de garantía. ¿Acaso no lo pedimos para los alimentos, los electrodomésticos y para nuestras compras online?
Eliminar el sesgo de género en tecnología requiere un esfuerzo titánico en varios frentes. Desde acabar con los estereotipos en la infancia, establecer cuotas en puestos ejecutivos o endurecer las penas por abuso o acoso sexual, hasta contribuir a generar una cultura más igualitaria que visibilice a todas esas mujeres que están liderando el cambio tecnológico.
Desde MIT Technology Review en español vamos a ser agentes de cambio de la mejor forma que sabemos: la difusión del conocimiento. Y para ello, inauguramos esta sección a la que invitaremos a expertas, emprendedoras, activistas, empresarias y políticas para que compartan su trabajo y podamos celebrar su valentía. Porque si es difícil romper un techo de cristal, imaginen uno de silicio.