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John Locher | AP

Cambio Climático

El día que sentí los peligrosos efectos del cambio climático

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El cambio climático intensifica las condiciones que ayudan a avivar algunos destructivos incendios, como el que acabó con la vida de decenas de personas en California hace unos meses. Aunque el calentamiento global ya es un hecho sin solución, hay que hacer todo lo posible para limitar el daño

  • por James Temple | traducido por Ana Milutinovic
  • 10 Enero, 2019

A principios de noviembre, los vientos huracanados convirtieron un simple incendio en un infierno que casi devoró la ciudad de Paradise, California (EE.UU.), y acabó con la vida de 86 personas como mínimo.

A la mañana siguiente, pude oler el incendio nada más poner un pie fuera de mi casa en Berkeley (EE.UU.), a unas 130 millas (casi 210 km) de las llamas. Una semana después, me escocían los ojos y la garganta, incluso cuando estaba dentro de casa.

Los mapas de calidad del aire advertían que el aire lleno de hollín que cubría el área de la bahía de San Francisco había alcanzado niveles "muy poco saludables". Durante días, casi todos llevaban máscaras mientras paseaban a sus perros, viajaban en el tren o hacían recados. La mayoría de aquellas máscaras de papel fino eran de una calidad cuestionable. Las tiendas rápidamente se quedaron sin las buenas (las "N-95" que bloquean el 95% de las partículas finas) y también se agotaron los purificadores de aire.

La gente intercambiaba consejos sobre dónde los podrían encontrar y se apresuraba a ir a las tiendas donde se rumoreaba que iban a tener un nuevo suministro. Otros hicieron las maletas y condujeron durante horas en busca de un lugar seguro para esperar ahí. Cuando mis máscaras llegaron por correo, yo estaba en Ohio (EE.UU.), ya que había decidido adelantar mi viaje de Acción de Gracias para escapar del humo.

El cambio climático no provoca los incendios forestales, pero sí intensifica las condiciones calurosas y secas del verano que han ayudado a avivar algunos de los incendios más mortíferos y destructivos de California en los últimos años.

Hace mucho tiempo que comprendí que los peligros del calentamiento global eran reales y crecientes. He visto su poder de primera mano en forma de retroceso de glaciares, lagos secos y árboles de Sierra habitados por barrenillos. Sin embargo, esta es la primera vez que lo olí y lo experimenté en mi casa.

Obviamente, un dolor de garganta y un cambio de vuelo son cosas triviales en comparación con las vidas y hogares perdidos por el Camp Fire. Pero después de pasar una semana viviendo bajo una neblina de humo, sentí en lo más profundo que estábamos permitiendo que esto sucediera.

Miles, o quizás millones, de personas morirán de hambre, ahogados o quemados, o vivirán vidas miserables porque no hemos logrado enfrentarnos a una tragedia que es común a todos. Muchos más lucharán por conseguir los productos básicos de supervivencia y se preocuparán por la posibilidad de que puedan ocurrir más incendios, huracanes más feroces y días de verano de un calor abrasador.

Ya no hay solución al cambio climático. Solo hay que vivir con ello y hacer todo lo que esté a nuestro alcance para limitar el daño.

Después de ver casi eliminada a una población entera cerca de una de las regiones más ricas del mundo, sin que los minoristas pudieran satisfacer las necesidades públicas más importantes, me quedé con una imagen menos clara de nuestra capacidad para lidiar con los desafíos aún mayores que están por venir.

Sufrimiento

Algunos pensadores creen que cuando el mundo sufra suficientes catástrofes climáticas, llegaremos entonces a tomar conciencia colectiva y haremos un esfuerzo de último momento para solucionar el problema. Pero, para muchas personas eso será demasiado tarde.

El dióxido de carbono tarda años en alcanzar su efecto total de calentamiento y persiste durante milenios. Es posible que ya hayamos emitido lo suficiente para superar un peligroso 1.5 ˚C de calentamiento. Y a la velocidad a la que vamos, podría llevarnos cientos de años cambiar a un sistema energético global que no bombee más contaminación. Cada tonelada emitida empeora el problema.

El principal asesor científico del presidente Barack Obama, John Holdren, dijo en una ocasión que nuestras opciones para enfrentar el cambio climático eran reducir las emisiones, adaptarse (construir, por ejemplo, muros marítimos más altos o centros de refrigeración de ciudades) y sufrir.

Ya que estamos fallando por completo en la primera categoría, inevitablemente nos quedará mucho más trabajo con las dos últimas. Al elegir no tratar la causa principal, hemos optado por tratar el problema de la manera más costosa, miope, destructiva y cruel posible.

Podíamos haber cambiado el sistema energético. Sin embargo, tendremos que cambiar casi todos los aspectos de la vida: ampliar la respuesta ante emergencias, construir más hospitales, fortalecer nuestras costas, mejorar nuestros materiales de construcción, rediseñar la forma en la que cultivamos y distribuimos alimentos, y mucho más.

E incluso, aunque paguemos un alto precio por hacer todo eso, tendremos peores resultados que si hubiéramos abordado el problema central desde el principio. Hemos decidido limitar para siempre nuestra calidad de vida, el sentimiento de seguridad y las probabilidades colectivas de vivir felices y con buena salud. Y lo hemos hecho no solo con nosotros mismos, sino también para nuestros hijos y las futuras generaciones.

Desigual e injusto

La devastación causada por el cambio climático se manifestará de diferentes maneras en distintos lugares, de forma altamente desigual e injusta: severas sequías y hambrunas en gran parte de África y Australia, reducción del suministro de agua para los miles de millones de personas que dependen de los glaciares de la meseta tibetana, y amenazas de desplazamiento forzado de al menos decenas de millones de personas expuestas al aumento del nivel del mar en el sur de Asia.

En California, las temperaturas más altas, la caída de la capa de nieve y los cambios en los patrones de precipitación significan que un mayor número de personas ya vive bajo la amenaza de sequías e incendios.

He olido o visto cuatro incendios considerables en los últimos dos años. Este mes de julio, una buena amiga y su hermana embarazada iban a toda velocidad por la carretera interestatal 580, a través de Paso Altamont, mientras las llamas ardían en ambos lados. Otra amiga corrió hacia Paradise para evacuar a su padre en la mañana en la que el Camp Fire arrasó la ciudad. Unos días más tarde, otros amigos, formando parte de un equipo local de búsqueda y rescate, quitaban las cenizas de los hogares, buscando fragmentos de huesos y otros restos humanos.

El calentamiento global ya ha duplicado el área quemada por los incendios forestales durante las últimas tres décadas en todo el oeste de Estados Unidos, según un estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences. Para mediados del siglo, ese espacio podría aumentar entre dos y seis veces, según la reciente Evaluación Nacional del Clima de Estados  Unidos (ver Reducir las emisiones podría prevenir decenas de miles de muertes por calor al año).

Autoconservación

Esto no quiere decir que nos demos por vencidos, es un argumento para doblar nuestros esfuerzos. Incluso aunque no vayamos a "resolver" el cambio climático, tendremos que trabajar intensamente para controlarlo, como si fuera una enfermedad crónica. Debemos aprender a vivir con los síntomas mientras encontremos las formas de evitar que empeoren.

A partir de ahora, cada gigatonelada adicional de gases de efecto invernadero que producimos en la atmósfera solo incrementará los costes económicos, la devastación del ecosistema y el sufrimiento humano.

Entonces, la cuestión es: ¿qué habrá que hacer para lograr por fin las políticas públicas, la innovación acelerada y la voluntad colectiva necesaria para forzar un cambio rápido?

Es de esperar que la gente exija que nuestros líderes e industrias tomen medidas enérgicas ya que el cambio climático es cada vez más innegable y sus efectos se sienten como amenazas reales e inmediatas para nuestro bienestar.

Distintos estudios han encontrado que experimentar temperaturas más altas y momentos climáticos extremos es algo que se correlaciona con una mayor preocupación por el cambio climático. Y las personas más jóvenes, que están contemplando un futuro mucho más sombrío, son considerablemente más propensas a creer que el cambio climático es real y que se requiere acción, incluso entre  los milenials republicanos en Estados Unidos.

Abrumado

Pero mientras veía cómo aumentaba el número de muertos en los incendios simultáneos en California el mes pasado, me pareció que otra posibilidad podía también ser un hecho: la destrucción del cambio climático abrumará a la sociedad de tal manera que nos hará menos propensos a realizar los sacrificios necesarios para un futuro más seguro.

Es probable que nos enfrentemos con una economía cada vez más limitada, con costes muy elevados de respuesta ante emergencias y con precios desorbitados de las medidas de adaptación como los muros marinos, por ejemplo. Y todo esto sucede mientras deberíamos llegar, lo más rápido posible, a cero emisiones.

La sociedad puede esforzarse en adaptar medidas que prometen mejorar su seguridad de inmediato, pero la percepción del rendimiento de las inversiones para reducir las emisiones podría reducirse a medida que el clima extremo se vuelve más habitual y costoso. Esto se debe, una vez más, a que el dióxido de carbono funciona con un tiempo de retraso y, cuando alcancemos cero emisiones el problema solo deja de empeorar, pero no desaparece (a menos que descubramos también cómo aspirar grandes cantidades del  dióxido de carbono de la atmósfera).

A medida que nuestro dinero, tiempo y energía son absorbidos por las demandas inmediatas de las tragedias que se solapan, me temo que las personas podrían estar menos dispuestas a invertir sus recursos cada vez más limitados en el bien común a largo plazo.

Dicho de otra manera, un impacto paradójico del cambio climático es que podría hacer que muchas personas sean incluso más reacias a asumirlo.

Lo peor está por venir

Cuando comencé a escribir seriamente sobre el cambio climático, hace poco más de cinco años, los peligros parecían bastante distantes y abstractos. Sin darme cuenta, la mayor parte de este tiempo he asumido que, de alguna forma, haremos frente a este problema de manera significativa. No tenemos elección. Así que, tarde o temprano, haremos lo correcto. 

Pero después de dos años analizando de cerca y escribiendo sobre las tecnologías de energía limpia, poco a poco me he dado cuenta de que tal vez no será así. Aunque con las tecnologías existentes o emergentes podríamos lograr una gran parte de la transformación necesaria, la escala total de la reforma requerida y la profundidad de los intereses arraigados pueden sumar unos niveles insuperables de inercia.

Así que el Camp Fire y sus consecuencias no fueron los únicos que me empujaron desde el optimismo hacia el pesimismo. Cuanto más he ido comprendiendo los verdaderos parámetros del problema, me he ido inclinando más hacia el extremo negativo del espectro.

Observar la escena surrealista de trabajadores bien pagados caminando entre el turbio aire amarillo del centro de San Francisco (EE.UU.), con sus máscaras conjuntadas involuntariamente por ser del mismo color que sus auriculares, en la capital del utopismo tecnológico, amplió mi idea de lo que podría ocurrir, y me hizo sentir lo que está por venir.

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