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Tecnología y Sociedad

La peligrosa internacionalización de los gigantes tecnológicos chinos

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Empresas como Alibaba y Tencent, nacidas como pequeñas 'start-ups' repudiadas por su Gobierno, se ganaron su confianza para crecer. Pero este apoyo tenía un lado oscuro en forma de servilismo estatal que podría convertirse en un lastre para su expansión en el exterior

  • por Mara Hvistendahl | traducido por Ana Milutinovic
  • 01 Marzo, 2019

A principios de la década de 1980, un grupo de empresas informáticas decidió abrir sus negocios en un caótico rincón caótico del noroeste de Pekín (China), cerca de los campus de las universidades de Pekín y Tsinghua. La Calle de la Electrónica (Electronics Street), como se hizo conocida esa zona, era una ruidosa maraña de bicicletas y letreros escritos a mano. Sobre la cabeza de los peatones había anuncios llenos de polvo, mientras que varias torres de cajas llenas de papel de fotocopias bloqueaban su camino. Hombres con trajes baratos vendían tomas de corriente y tinta de impresora desde los quioscos de la calle. Había tanto software pirata que algunos preferían llamarla la Calle de los Piratas (Crook Street).

El floreciente mercado de los ordenadores personales (PC) fascinaba a los chinos, muchos de los cuales ni siquiera tenían una nevera. Pero lo más destacable era que los negocios de la Calle de la Electrónica pertenecían a empresas privadas. Su incursión en el capitalismo fue un experimento iniciado con las reformas económicas de China, que desde el principio estaban vinculadas a inversiones en ciencia y tecnología. Las primeras señales indicaban que la estrategia podría funcionar. Entre las empresas que surgieron en esa calle estaba Lenovo.

En los años siguientes, China experimentó un renacimiento científico y tecnológico. Entre 1991 y 2016, el presupuesto del Gobierno para investigación y desarrollo (I+D) se multiplicó por 30. El país superó a Japón en el gasto en I+D en 2009. La Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) predice que este año China invertirá más en este sector más que Estados Unidos. Hoy en día la Calle de la Electrónica ha sido rebautizada como Zhongguancun, y es el hogar de los gigantes tecnológicos Baidu, Didi Chuxing y Meituan-Dianping, junto con los centros de investigación de Microsoft, Google e IBM.

China cuenta con nueve de las 20 compañías de tecnología más grandes del mundo, y tres de ellas figuran entre las diez primeras. El país puede presumir de poseer el radiotelescopio de plato único más grande del mundo y varios de los superordenadores más rápidos, y planea construir el mayor acelerador de partículas. En 2016, lanzó el primer satélite de comunicaciones cuánticas del mundo. Las ambiciones recogidas en sus recientes planes gubernamentales son de gran alcance: para 2020 quieren destacar en áreas como la tecnología móvil 5G, el cultivo de semillas y la robótica y convertirse en líder mundial en la inteligencia artificial (IA) en 2030.

Todo esto ha provocado una considerable inquietud en el resto del mundo, sobre todo en EE. UU. Preocupado por el control mercantilista del mercado y el espionaje industrial, el Gobierno de Trump ha declarado la guerra comercial a China. En octubre, el vicepresidente, Mike Pence, acusó al Gobierno chino de perpetrar "el robo sistemático de la tecnología estadounidense".

El hecho de que algunos estadounidenses hablen de una guerra fría tecnológica esconde una importante diferencia de percepción. Mientras que los legisladores estadounidenses ven una grave amenaza en las aspiraciones científicas de China, los analistas chinos sienten una inseguridad persistente. Para ellos, las metas planteadas para la Calle de la Electrónica no se han cumplido del todo. Puede que los documentos oficiales del Gobierno y las notas de prensa estatales muestren unos enormes resultados, pero en un ambiente más íntimo, los líderes chinos lamentan que el país haya gastado mucho y haya conseguido tan poco.

Es cierto que China financia grandes proyectos científicos, pero eso no es lo mismo que lograr importantes avances científicos o crear un producto capaz de revolucionar el mercado global, como hizo el iPhone. A pesar de que las universidades de élite de China suben en la clasificación mundial, el país solo puede presumir de un premio Nobel otorgado por investigaciones realizadas en casa.

Pero algunas señales parecen indicar que la situación está cambiando. Aunque llegar a tener muchos premios Nobel "de cultivo propio" es algo que todavía está lejos, el país acoge una explosión de innovación empresarial. Sus poderosas compañías tecnológicas, junto con algunas start-ups ambiciosas, están empezando a definir los modelos de negocios de Silicon Valley (EE. UU.) e impulsando el debate sobre el control de internet y la vigilancia. Este éxito se debe en gran parte al rudimentario espíritu empresarial que nació en la Calle de la Electrónica. A medida que crecen y fijan sus objetivos en el extranjero, la falta de talento o de recursos deja de ser un problema. En lugar de eso, su lastre podría estar en su relación con el Gobierno chino, la misma que activó la explosión tecnológica de China cuando comenzó el programa de reforma económica hace 40 años.

Durante años, los expertos se preguntaban: ¿Cómo puede China innovar cuando la ciencia y la tecnología se gestionan de arriba a abajo? ¿Cómo pueden los investigadores lograr avances cuando no hay libertad de expresión, con la limitada libertad de investigación, y cuando ni siquiera hay acceso a Google Scholar? (ver Historia de la ciencia en China: servir al Estado, exiliarse o morir)

Zhongguancun parecía un ejemplo revelador, al menos al principio. En 1989, algunos de los empresarios se unieron a las protestas en la Plaza de Tiananmen, originadas en la cercana Universidad de Pekín. Cuando comenzó la represión, los mandos del Partido Comunista fueron enviados a Zhongguancun para obligar a las empresas tecnológicas a rechazar el movimiento democrático. A finales de la década de 1990, esa zona fue regulada como un parque científico bajo una supervisión más directa del Gobierno municipal.

Zhongguancun era considerado como el "Silicon Valley de China", una comparación absurda desde el principio. El planteamiento del sistema de arriba hacia abajo que se implementó en los años siguientes está muy lejos de la innovación descentralizada de EE.UU. Y se volvió más absurda cuando el modelo de Zhongguancun se replicó 167 veces en toda China. A principios de la década de 2000, muchos de estos parques científicos tenían dificultades para atraer a inquilinos de alto calibre. Algunos se convirtieron en meros centros de distribución y procesamiento para empresas extranjeras de tecnología.

La idea de que bastaba con llenar China de parques científicos para progresar reflejaba la preferencia del Gobierno por la cantidad y los números frente a la calidad. Para comprobarlo solo hay que fijarse en sus planes tecnológicos. Uno de ellos, aprobado en 2006, trazaba los objetivos de crecimiento para 2020. Para ese año, China pretendía gastar el 2,5 % de su PIB en I+D y destacar en áreas como la biotecnología, la nanotecnología y el desarrollo de medicamentos. Otros objetivos eran hacer de China uno de los cinco países más importantes del mundo, tanto en patentes como en número total de citas.

Algunos de los objetivos eran reactivos. Por ejemplo, la inclusión china en nanotecnología ocurrió después de la creación en el año 2000 de la Iniciativa Nacional de Nanotecnología de EE. UU., que destina más de 800 millones de euros anuales para financiar la investigación en este campo. Pero siempre tenían un toque chino. Una vez presentado el plan de 2006, los gobiernos locales se apresuraron a mostrar su apoyo con programas de incentivos. Los salarios de los profesores dependían de la cantidad de artículos publicados en las revistas indexadas. Para las empresas, los grandes subsidios a la innovación dependían del número de patentes obtenidas. Tanto el Gobierno nacional como los provinciales dedicaron importantes cantidades de fondos para atraer a las decenas de miles de investigadores nacidos en China que se habían ido al extranjero, pensando que ellos podrían impulsar la innovación. A los beneficiarios de las subvenciones se les ofrecían enormes sumas para regresar, junto con unos salarios muy por encima de los estándares locales.

El efecto fue impresionante, al menos sobre el papel. Su producción científica se disparó. Actualmente, China ocupa el primer puesto, por delante de Estados Unidos, en número de artículos de ciencia e ingeniería publicados en las revistas internacionales, según la Fundación Nacional de Ciencia de Estados Unidos. En la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, el país ocupa el segundo lugar en solicitudes internacionales de patentes. En inteligencia artificial (IA), una de las principales áreas estratégicas del Gobierno, China es líder mundial tanto en artículos publicados como en patentes concedidas. También lidera en patentes de nanotecnología, según un análisis realizado por el Instituto de Ciencia y Tecnología de China de la Universidad de Tsinghua.

Pero si miramos los números más de cerca, los problemas empiezan a aparecer. Muchas patentes chinas son lo que se conoce como 'patentes basura', que no se renuevan después de su quinto año. El énfasis en la publicación ha creado un floreciente mercado negro de publicaciones académicas. Unas sombrías agencias ofrecen servicios de autores fantasma a través de la aplicación de mensajería QQ, mientras que los investigadores emprendedores venden sus espacios de autoría en los artículos que ya han sido aceptados en las revistas indexadas. Los autores de China continental solo van por detrás de los de EE. UU. en número de artículos anuales publicados en inglés, pero su impacto en las investigaciones a nivel mundial es muy bajo. A escala global, la media de citas de los artículos en inglés es de 11,8; mientras que la media para los investigadores de las instituciones chinas es de solo 9,4.

Un efecto secundario de esa obsesión por las métricas es que las áreas que no se pueden medir tan fácilmente, como la enseñanza y las tutorías, han sufrido más. Los investigadores solo son recompensados ​​por las primeras y últimas posiciones de autoría en los trabajos, por lo que muchos no tienen incentivos para colaborar en grandes proyectos. Esta situación es similar la que se da en el resto del mundo en los grandes trabajos de investigación que requieren años de investigación, pero en China es aún más palpable.  El presidente de la Academia de Ciencias de China, Bai Chunli, se quejó recientemente de que China necesita más científicos dispuestos a "dedicar una década para afilar su espada".

Como el gasto en I+D ha aumentado, una parte del dinero se ha invertido en coches de lujo, sobornos y amantes. En una ciudad de la provincia de Guangdong (China), los administradores científicos supuestamente se embolsaron el 30 % del dinero de las subvenciones que manejaron. Los fondos asignados para atraer a los científicos del extranjero también se han desperdiciado. En Washington (EE.UU.), el Congreso está preocupado por el Plan de los Mil Talentos con el que China quiere seducir a  los investigadores chinos en el extranjero y a los propios extranjeros. Pero los líderes chinos tienen una preocupación muy diferente. La mayoría de los científicos y empresarios chinos reclutados bajo ese programa regresan a China para hacer trabajos de poca duración y su contribución a la investigación a largo plazo del país es muy pequeña. Algunos ven las subvenciones como una especie de vacaciones, una forma de pagarse los viajes a casa para visitas a sus familiares y amigos mientras mantienen sus puestos permanentes en Occidente.

Muchas patentes chinas son lo que se conoce como 'patentes basura', que no se renuevan después de su quinto año.

Una de las razones por las que los científicos chinos en el extranjero se resisten a regresar a su hogar es el nepotismo. Con el Partido Comunista Chino controlando firmemente la mayoría de las universidades e instituciones de investigación, se espera que los investigadores dediquen tiempo a cortejar a los administradores. Los estudiantes de posgrado y los investigadores postdoctorales saben que, si hacen un descubrimiento innovador, su mentor podría robárselo.

Pero, a pesar de todo esto, algunas áreas de la ciencia y la tecnología en China han florecido. ¿Por qué? Los críticos como Pence se apresuran a señalar a la incorporación por parte de China de los conocimientos tecnológicos del extranjero a través de los trabajos conjuntos, la recogida de información de código abierto y el descarado espionaje industrial. Otros mencionan su creciente población de consumidores, que ofrece a las start-ups la posibilidad de incrementar su cuota de mercado de forma instantánea. Indudablemente, ambos puntos han influido en esto.

Pero hay otra razón menos obvia del ascenso de China: la interacción de las directivas estatales con la investigación básica, o lo que en su nuevo libro, Innovación en China, el escritor Richard P. Appelbaum y varios coautores llaman la "frecuente y contradictoria mezcla de la mano dura del desarrollo impulsado por el Estado y la empresa libre sin trabas". Esto es más evidente con las empresas chinas de internet.

A las principales compañías tecnológicas Baidu, Alibaba y Tencent a menudo se las conoce bajo el acrónimo BAT. Ese término esconde una amplitud regional y empresarial. Tencent tiene su sede en Shenzhen (China). Alibaba y su filial Ant Financial están en Hangzhou (China). Solo Baidu tiene su base en el barrio de Zhongguancun en Pekín (China). Lo más importante que las tres empresas tienen en común es que se han beneficiado de los distintos niveles de bloqueo, regulación, censura y otras medidas que han impedido a los competidores extranjeros penetrar en un mercado hambriento de productos de internet.

Varias de las primeras webs chinas eran claros clones de las páginas censuradas de Estados Unidos. Los problemas técnicos reforzaron su ventaja. En aquella época, el tráfico web se filtraba a través del Gran Cortafuegos en solo tres ubicaciones: Pekín, Shanghai y Guangzhou. Cuando las páginas web extranjeras no estaban bloqueadas, o cuando los usuarios podían acceder por métodos alternativos, se cargaban a velocidades muy lentas. El tiempo necesario para cargar un vídeo de YouTube que resume Guerra y Paz a través de una VPN, era casi el mismo que hacía falta para leerse el libro.

Pero las copias de páginas web no lograron consagrarse, al menos inicialmente. Lucharon contra un grupo de competidores despiadados "como gladiadores en el coliseo", en palabras del inversor de riesgo y exjefe de Google China, Kai-Fu Lee. Los jóvenes empresarios modificaban sus productos hasta que la interfaz y las características fueran lo que querían los chinos, que a menudo difería significativamente de los estándares occidentales. Intuyeron que ciertos días festivos y otros fenómenos culturales podían aprovecharse para hacer promociones de éxito. Alibaba, por ejemplo, usó una fascinación nacional con los números para transformar el 11 de noviembre en la fecha de las compras online del Día de los Solteros, que ahora eclipsa las ventas del Viernes Negro (Black Friday) de EE. UU. También estaban dispuestos a recurrir a tácticas clandestinas para ganar cuota de mercado. En su libro AI Superpowers, Lee cuenta cómo el CEO de Renren, que quería ser como Facebook, compró una URL que podría haberse confundido con la de su competidor Kaixin001, copió la interfaz de usuario y se atribuyó a los clientes de su rival. Kaixin001 se quedó sin negocio.

Lo más importante es que las start-ups chinas de internet estaban dispuestas a probar ideas que no se habían probado en ningún otro lugar. Una de ellas fue el escáner QR integrado, la herramienta que permite realizar pagos digitales mediante las aplicaciones WeChat y Alipay. Los códigos QR conectan los mundos online y offline de manera inesperada, convirtiendo objetos básicos como menús y horarios de autobuses en una experiencia virtual y permiten moverse por una ciudad con la ayuda constante de la tecnología. Alipay introdujo los códigos QR en 2011, un año antes de que los estadounidenses los promocionaran sin éxito en el festival de tecnología SxSW de Texas (EE.UU.).  WeChat no tardó en seguir su ejemplo.

Los escáneres son una de las principales razones por las que el mercado de pagos digitales de China está valorado 13.500 millones de euros, 40 veces más que el de Estados Unidos. Ese mercado subyace en uno de los sectores de más rápido crecimiento en el mundo de la tecnología china: los servicios "Online to Offline" (O2O). Las start-ups permiten a los consumidores llamar las casas de sus asesores, estilistas y peluqueros de perros en cualquier momento. Compañías como Ofo y Mobike han inundado las ciudades chinas con millones de bicicletas sin muelle, transformando el transporte público. Estos nuevos servicios no están exentos de problemas: las ciudades chinas han tenido dificultades para lidiar con los enormes cementerios de bicicletas compartidas, pero han hecho muchísimo más cómodas las vidas de muchos chinos de clase media. Las megaciudades ya no resultan tan desalentadoras cuando se sabe que se pueden contratar a otras personas para las tareas diarias desagradables, o coger a una bicicleta si no se puede encontrar un taxi.

Las compañías tecnológicas chinas han tenido tan buenos resultados en este tipo de experimentos que se ha invertido el quién copia a quién. Ahora son las compañías tecnológicas de EE. UU. las que toman prestadas ideas de China. El CEO de Kik, Ted Livingston, dijo que su objetivo era convertir su aplicación en el "WeChat del Occidente". (Obtuvo 44 millones de euros en financiación por parte de Tencent.) Ofo y Mobike se han expandido por todo el mundo, inspirando a imitadores por todas partes, aunque han fracasado en las ciudades menos pobladas donde los pagos digitales no son tan populares.

Con esta energía frenética y una competencia intensa, lo que está impulsando la innovación en China no son los intentos del Gobierno chino de elegir sus caballos ganadores y establecer sus objetivos. Las empresas más interesantes de todos los sectores empezaron como start-ups renegadas. El centro de investigación genética BGI surgió de la Academia de Ciencias de China en Pekín, pero luego se mudó a la anárquica Shenzhen. El fabricante de drones DJI fue fundado por un estudiante universitario que trabajaba en su dormitorio. La empresa de reconocimiento de voz iFlytek fue iniciada por un grupo de estudiantes de doctorado. De acuerdo con el libro blanco del Foro Económico Mundial, las pequeñas y medianas empresas producen el 80 % de los productos más innovadores de China.

La primera ola de innovación china está en los modelos de negocio, no en los avances tecnológicos expresados como objetivos en los documentos oficiales del Gobierno. Pero lo primero puede conducir a lo segundo. A medida que maduran, los gigantes tecnológicos chinos están abriendo centros de investigación en el extranjero y se están centrando en sectores como la IA y los coches autónomos. Baidu, que pretende que la mitad de los usuarios de su aplicación de mapas provenga de fuera de China en 2020, tiene dos centros de investigación en Silicon Valley y uo tercero en Seattle (ambos en EE.UU.). iFlytek abrirá su propio centro en la zona a finales de este año. Como estas empresas contratan a investigadores de una amplia variedad de procedencia y absorben las ideas del extranjero, es posible que finalmente tengan la oportunidad de crear un producto que cambe el mundo, como el iPhone.

Pero eso sucederá si sus vínculos con el Gobierno chino, con su creciente represión contra la oposición política, sigue interfiriendo.

Gráfico: El mercado chino de pago digital es 41 veces mayor que el de EE.UU.

Varias veces al año, el Politburó de 25 personas se reúne para una "sesión de estudio" sobre algún tema que preocupa al Partido, como las reformas de mercado o los disturbios civiles. Por lo general, las reuniones suelen tener lugar en el complejo Zhongnanhai del Partido en el centro de Pekín. Pero el 30 de septiembre de 2013, los oficiales que llevaban las mismas cazadoras, pantalones oscuros y zapatos de piel subieron a un autobús con ventanas tintadas para hacer la realizar la primera sesión en Zhongguancun. Allí, el presidente, Xi Jinping, pronunció un discurso sobre el ascenso tecnológico: "Debemos aprovechar las oportunidades que presenta esta nueva fase de la revolución tecnológica y el cambio industrial. No podemos esperar, no podemos mirar desde fuera, no podemos bajar el ritmo".

El año siguiente, el Gobierno presentó un impulso para la "innovación masiva". El primer ministro, Li Keqiang, anunció que se fomentarían las start-ups y se crearían incubadoras en toda China. Durante años, la investigación básica sobrevivió sin apoyo por parte del Estado, y en algunos casos a pesar de una fuerte intervención militar. Ahora, por fin, está siendo apoyada.

Zhongguancun ha recibido un lavado de cara de 11,3 millones de euros. Los restos de la Calle de la Electrónica se han limpiado para dar paso a espacios de trabajo compartidos, incubadoras y oficinas de start-ups en una calle peatonal llamada El Camino de la Innovación (Inno Way).

Este cambio en la política es un avance alentador. Pero si ahora el Gobierno fomenta las start-ups tecnológicas de China, también las controlará vez más. A diferencia de internet o de la investigación académica gratuita, los pagos digitales y el reconocimiento facial no amenazan a un Gobierno autoritario; lo refuerzan. Los datos de pago de WeChat pueden revelar dónde ha estado una persona en un día en particular, en cada minuto. Un sistema avanzado de reconocimiento facial puede indicar dónde se encuentra esa persona en este momento. Desde que asumió el cargo en 2012, Xi Jinping ha trabajado en consolidar rápidamente el poder, reprimir la disidencia y perseguir a la minoría musulmana uigur de China. Las empresas de tecnología se han unido a esa tarea (ver La tecnogobernanza china: ¿quién necesita democracia si tiene datos?).

Según el Observatorio de los Derechos Humanos, iFlytek está ayudando al Gobierno chino a desarrollar una base de datos nacional biométrica para el reconocimiento de voz, con el objetivo de identificar a los interlocutores en las conversaciones telefónicas. (iFlytek tiene un acuerdo de colaboración en investigación con el Laboratorio de Ciencias Informáticas e Inteligencia Artificial del MIT). La empresa Leon Technology gestiona la infraestructura de vigilancia en Xinjiang (China), donde un 10 % de los uigures adultos se encuentran retenidos forzosamente en campos de internamiento. SenseTime, uno de los principales fabricantes mundiales del software de reconocimiento facial, ha establecido una empresa conjunta con Leon Technology. Tencent y Ant Financial están poniendo a prueba los documentos nacionales de identidad electrónicos e integrados dentro de WeChat y Alipay. Ant Financial implementa las listas negras del Gobierno penalizando en su programa de crédito Zhima a las personas que se encuentran en esas listas negras. En 2017, BGI lanzó un centro de pruebas genéticas en Xinjiang, donde las autoridades están recolectando el ADN de los uigures.

Estas alianzas podrían frustrar los esfuerzos de las compañías por crear productos innovadores que atraigan a los consumidores de todo el mundo. Las preocupaciones sobre la vigilancia ya han bloqueado los teléfonos de Huawei en EE. UU., aunque en todo el mundo todavía se distribuyen más ejemplares suyos que los de Apple. Si las empresas tecnológicas chinas se enfrentan a más inquietudes en el extranjero, podrían intentar distanciarse de los proyectos gubernamentales más infames.

El esfuerzo por complacer los intereses del Gobierno también podría sofocar la innovación de una manera más básica. Como los ciclos de vida de los productos se aceleran, las empresas deben ser ágiles para mantener el ritmo. Es difícil hacerlo cuando tienen que respetar la dirección de la política en un Estado que todavía es fundamentalmente opaco.

No obstante, sería un error subestimar el ingenio de las empresas tecnológicas chinas. Las apuestas contra el surgimiento de la innovación en China han ido perdiendo. Eso puede seguir así aunque el Estado estreche el cerco.

*Mara Hvistendahl es una periodista científica estadounidense que pasó ocho años en Shanghái.

Tecnología y Sociedad

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