Cambiar monedas y billetes por criptomonedas suena liberador, pero si se analiza en profundidad cómo sería el día a día de las personas y del sistema económico mundial, la verdad es que sería un desastre. El valor de las divisas sería muy volátil y a los gobiernos les costaría responder ante una crisis
A principios de este año, el cofundador de Twitter y CEO de Square, Jack Dorsey, afirmó que dentro de una década Bitcoin se convertiría en la "única moneda" del mundo. Lo más sorprendente de su comentario no es solo lo atrevida que resulta la predicción, lo más llamativo es que Dorsey prevé que la utilidad de Bitcoin irá más allá de la inversión especulativa. Después de todo, aunque el mundo financiero haya estado obsesionado con la criptomoneda el último año, el lado "monetario" de las criptomonedas ha perdido importancia para el público. Como dijo un ejecutivo de Goldman Sachs el año pasado, en este momento Bitcoin es más un activo que una moneda; es algo que las personas intercambian, como acciones y bonos, en lugar de algo que intercambian por bienes y servicios (ver Las criptomonedas están sustituyendo a las acciones y parece que todos ganan).
Ese punto de vista es un buen reflejo de lo que de verdad está pasando. A diferencia de los intercambios, el número de transacciones de Bitcoin no ha aumentado demasiado en los últimos años. Y lo peor de todo es que un reciente estudio sugiere que la mitad de esas transacciones están asociadas a actividades ilegales. Como herramienta de intercambios, Bitcoin se sigue pareciendo mucho a lo que era 2010: un complemento interesante para sistema monetario existente (ver Bitcoin no logra posicionarse como moneda de cambio). Resulta especialmente útil para personas que quieren evitar a las autoridades y para las que viven en sociedades atormentadas por la inflación (como, por ejemplo, en Venezuela y Zimbabue).
Aun así, el sueño de que la criptomoneda llegue a reemplazar a nuestro actual sistema de dinero fiduciario, en el que el suministro de dinero está controlado por bancos centrales administrados por los gobiernos, sigue siendo una parte clave del atractivo de Bitcoin. La promesa es la de un sistema en el que el gobierno no pueda manipular el suministro de dinero y sea el propio mercado el que determine qué moneda se usa. ¿Qué pasaría si ese sueño se hiciera realidad? Si el dólar y el euro fueran reemplazados por Bitcoin, ¿cómo se adaptaría el sistema y cómo funcionarían la economía y las finanzas?
La respuesta simple es: mal. Nuestras economías y sistemas financieros se basan en dinero fiduciario y dependen del control del banco central sobre la moneda (para ayudar a administrar el ciclo económico, luchar contra el desempleo y enfrentar las crisis económicas (y también, de la capacidad del gobierno para emitir deuda en esa moneda). Una economía en la que Bitcoin fuera la moneda dominante sería más volátil y más dura, el gobierno tendría herramientas limitadas para luchar contra las recesiones y el pánico financiero sería difícil de detener.
Lo contrario a lo que queremos
Para ver por qué pasa esto, hay que reconocer el papel clave de cada banco central para proporcionar lo que los economistas llaman "liquidez" cuando el sistema lo necesita. Esto es solo una forma elegante de decir que el banco central puede inyectar dinero en el sistema, ya sea imprimiéndolo y prestándolo a los bancos (con el objetivo de que este dinero se revierta en el sistema económico) o simplemente comprando activos por sí mismo. Ofrecer liquidez es especialmente importante ante una crisis económica, porque en ese contexto, los bancos reducen sus préstamos y los usuarios tienen a retirar su dinero de los bancos. Ahora mismo, un banco central actúa como prestamista de última instancia, con capacidad de invertir cuando los bancos solventes luchan por mantenerse a flote y se aseguran de que no terminemos con una avalancha de cierres bancarios.
En una economía dominada por Bitcoin, los bancos centrales perderían esta capacidad. Un aspecto clave del protocolo de Bitcoin es que el número total de bitcoins está limitado a 21 millones y no se pueden emitir más. Esto hace que Bitcoin sea atractivo para muchas personas porque, dado que su suministro nunca aumentará, es más probable que su valor se mantenga. El problema es que, en caso de crisis, tampoco habría forma de agregar liquidez al sistema, ya que no se pueden "imprimir" más bitcoins. El banco central podría construir una reserva de bitcoins y canalizarla en el sistema, pero eso no serviría de mucho porque la gente sabría que se trata de una reserva limitad. Y en cualquier caso, esto aumentaría su precio, lo que haría que las personas tendieran a conservar sus bitcoins en lugar de gastarlos, que es justo lo contrario de lo que se necesita en momentos de crisis financieras.
Bitcoin también haría más difícil que los gobiernos luchen contra las recesiones económicas. En estos contextos, los gobiernos utilizan lo que los economistas denominan política monetaria y fiscal contracíclica. Los bancos centrales recortan las tasas de interés y, como hizo la Reserva Federal de EE. UU. tras la crisis económica de 2008, inyectan dinero en el sistema mediante la compra de activos (esto se conoce como flexibilización cuantitativa). Es la estrategia de los gobiernos para que la economía vuelva a activarse, y se basa en bajar los impuestos y aumentar el gasto. Aunque para ello, suelen pedir dinero prestado, como ocurrió con el paquete de estímulo de la época de Obama.
De nuevo, en este escenario, una economía basada en Bitcoin limitaría las opciones del gobierno. Como el banco central no tendría control sobre la moneda, tampoco tendría control sobre las tasas de interés, y su capacidad para inyectar dinero en el sistema sería muy limitada (y dependería del tamaño de su reserva de Bitcoin). La política fiscal se volvería prácticamente inútil. Actualmente, cuando un gobierno tiene déficit, puede imprimir más dinero de sus fondos de reserva a través de un préstamo para aportar liquidez al sistema. En el mundo de Bitcoin, un gobierno tendría que tomar prestados bitcoins para gastar. Y otra vez, esto aumentaría el valor de un bitcoin y reduciría la disposición de las personas para gastarlos. Otra vez, es la situación contraria a la que se desea en una crisis.
Pero no se preocupe
La buena noticia es que este futuro es increíblemente improbable. Es cierto que la idea de convertir a Bitcoin en la moneda universal puede tener una lógica impecable para las mentes más utópicas de la era digital. Pero a nivel práctico, no tiene mucho sentido. Además, el propio diseño de Bitcoin sería un gran obstáculo para su universalización. Dado que el suministro de bitcoins es limitado, si la demanda aumenta, también aumenta su valor. Eso significa que quien tenga bitcoins y crea que su valor va a aumentar, preferirá guardárselos, ya que en el futuro valdrán aún más. Este fenómeno provoca que la gente no esté dispuesta a comprar cosas con sus bitcoins y prefiera usarlos como una inversión especulativa. De nuevo, este es el escenario contrario al que se espera en un medio de intercambio.
Cualquiera podría pensar que esta limitación es la misma que la que tenía el oro cuando se utilizaba como modelo oficial de cambio en la economía. Pero el suministro de oro no era fijo, sino que fue creciendo a medida que las personas extraían más. En realidad, había algo de equilibrio: a medida que el crecimiento económico aumentaba la demanda de oro y, por tanto, su valor; el aumento del precio alentaba a la gente para extraerlo, lo que aumentaba el oro total del sistema y permitía mantener su valor de forma más o menos estable. Entre 1800 y 1900, el valor del oro aumentó gradualmente en pequeños porcentajes. Por el contrario, Bitcoin sube y baja ente un 5 % y un 10% con mucha frecuencia, debido a los cambios en el sentimiento especulativo. Esa volatilidad debilita su utilidad como reserva de valor (una de las funciones principales de una moneda) y la convierte en un medio de intercambio diario poco adecuado. Nadie quiere aceptar una moneda que dentro de un par de horas podría valer un 10% menos. En otras palabras, un sistema financiero ejecutado en Bitcoin tendría todos los puntos negativos del estándar de oro y solo algunos de los positivos.
Eso no significa que las criptomonedas sean inútiles. De hecho resultan ideales para transacciones que la gente quiere mantener fuera del alcance de los gobiernos y las autoridades.
También existen obstáculos a nivel práctico para convertir a Bitcoin en una moneda que las personas puedan usar a diario. Cuando la demanda de Bitcoin es alta, las tarifas de transacción se disparan a medida que los mineros elevan el precio del procesamiento de esas transacciones. En el pico de la fiebre de Bitcoin el otoño pasado, cada transacción llegó a costar unos 45 euros. Eso estaba bien para la gente que pensó que el valor de su reserva de Bitcoin iba a duplicarse de la noche a la mañana. Pero es un precio desorbitado si la gente quiere pagar una pizza en bitcoins. Y lo que es más importante, Bitcoin no puede escalarse para abordar la enorme cantidad de transacciones que necesita una economía moderna. El sistema solo puede procesar solo 420 transacciones por minuto. Por último, está el hecho de que la mayoría de los bitcoins del mundo está controlado por un porcentaje muy pequeño de personas. Esto les da la ventaja para manipular los precios e impide que Bitcoin tenga el alcance que necesitar para convertirse en una moneda real.
¡Elija su propia moneda!
Por supuesto, Bitcoin no es ni de lejos la única criptomoneda que existe. En función del tipo de recuento que se haga, podría haber miles de opciones (Ethereum, Ripple, IOTA...). Aunque prácticamente todas se basan en cadenas de bloques (o blockchain) como hace Bitcoin, algunas tienen características que podrían resultar más atractivas para una moneda universal (ver La lenta muerte de Bitcoin a manos de sus rivales). Litecoin, por ejemplo, puede procesar más transacciones por minuto. A diferencia de Bitcoin, donde cada transacción se asocia con una clave determinada que puede rastrearse, otras criptomonedas como Monero y Zcash ofrecen un anonimato genuino (ver Las criptomonedas democráticas y anónimas seducen a los grandes bancos). Y no todas las criptomonedas tienen un límite rígido en la cantidad total de monedas. Entonces, puede que para reemplazar los euros, dólares y yuanes sea mejor utilizar una criptomoneda diferente a Bitcoin. Incluso podríamos acabar con un sistema formado por muchas monedas privadas diferentes, en lugar de depender de un único medio de intercambio.
La posibilidad de que cada uno elija la criptomoneda que más le guste tiene cierto atractivo, al igual que lo tiene el hecho de que las distintas opciones deban competir entre sí para ganar la lealtad de los consumidores y las empresas. Pero, de hecho, la proliferación de criptomonedas que hemos visto en los últimos años reduce la posibilidad de que este tipo de divisa sustituya definitivamente al dinero físico.
El problema de un sistema en el que haya muchas monedas privadas diferentes es que los costes de transacción aumentarán enormemente. Cuando solo hay una moneda de curso legal emitida por el gobierno, no hay que plantearse si se acepta o no. Usted acepta dólares porque sabe que podrá usarlos para comprar lo que quiera. El comercio es más fluido porque todos hemos acordado implícitamente usar la misma moneda.
En una economía con muchas monedas competidoras (particularmente criptomonedas sin respaldo de ningún producto), funcionaría de manera muy diferente. Si alguien quiere pagar algo en Litecoin, debe averiguar si cree que Litecoin es una criptomoneda real o simplemente una estafa que podría cerrarse en cualquier momento. Debe considerar quién más podría aceptar Litecoin, o quién se los cambiaría por monedas en curso y a qué precio. Básicamente, una proliferación de critpomonedas puede embarrar los engranajes del comercio, haciendo que las transacciones sean menos eficientes y más caras. Y cualquier moneda que sea difícil de usar es menos valiosa como medio de intercambio.
Es genial para cometer delitos
La historia nos ofrece un maravilloso ejemplo de la utilidad de Bitcoin para blanquear dinero. En las décadas previas a la Guerra Civil de EE. UU., el país no tenía una moneda nacional. Su sistema financiero se basaba en la llamaba "banca libre". Cada banco emitía sus propios billetes, teóricamente respaldados por oro, que las personas usaban como dinero. El problema era que cuanto más lejos estaba el banco, menos reconocible (y por lo tanto menos confiable) era el billete para las personas. Y cada vez que hacía un trato, era necesario examinar el billete para asegurarse de que valía lo que el interlocutor afirmaba que valía. Así aparecieron los llamados bancos salvajes, que tomaron el dinero de la gente, emitieron una serie de billetes y después cerraron, haciendo que sus billetes no tuvieran valor. Así que la gente ideó soluciones temporales para garantizar la fiabilidad de los billetes: había informes que eran una especie de TripAdvisor para la banca, que mostraban la colección de billetes bancarios y los calificaban por su fiabilidad y valor. Pero la consecuencia más amplia fue que hacer negocios era simplemente más complicado y más lento de lo que hubiera sido de otra manera. Lo mismo ocurriría en un mundo donde algunas personas usan Ethereum, otras usan Litecoin y otras usan Ripple.
Eso no significa que las criptomonedas sean inútiles. De hecho resultan ideales para transacciones que la gente quiere mantener fuera del alcance de los gobiernos y las autoridades. Comprar drogas, blanquear dinero, evadir controles y proteger el dinero en países con mucha inflación son situaciones en las que las criptomonedas pueden ser útiles. Pero la idea de que las criptomonedas privadas lleguen a convertirse en un competidor importante del dinero físico para las transacciones cotidianas es poco más que un sueño imposible.