Los cursos en línea no están transformando las universidades como se esperaba, pero resultan valiosos como complemento educativo
Hace unos años, los defensores más entusiastas de los cursos masivos en línea (MOOC, por sus siglas en inglés) creían que estos estaban destinados a subvertir el modelo de educación superior que llevaba un siglo en funcionamiento. Su tecnología interactiva prometía la posibilidad de ofrecer enseñanza de primer nivel de instituciones como Harvard, Stanford y el MIT (todos ellos en EEUU) no sólo a unos cientos de estudiantes en un aula situada en un campus lustroso, sino gratis a través de internet a miles o incluso millones de personas en todo el mundo.
Por fin parecía haber una solución al problema de "escalar" la educación superior: si hubiera una forma más eficaz de administrarla, finalmente se podrían reducir los costes cada vez mayores de esta. Hubo quien se preguntó si los MOOC sólo iban a transformar el sistema existente o si lo harían saltar por los aires. El ingeniero de telecomunicaciones Sebastian Thrun, cofundador del proveedor de MOOC Udacity, predijo que dentro de 50 años, habría solo 10 instituciones encargadas de impartir educación superior en todo el mundo.
Entonces llegó la resaca. Un experimento de alto perfil para usar MOOC en la Universidad Estatal de San José (EEUU), se fue a pique. El claustro allí y el de otras instituciones que se habían metido en una carrera por incorporar los MOOC empezaron a retirarse, rechazaban la idea de que los cursos en línea podrían sustituir el sutil trabajo de los profesores en las aulas. Cada vez llamaban más la atención los bajísimos índices de finalización para la mayoría de los MOOC. El propio Thrun se desilusionó y redujo las ambiciones de Udacity y pasó de educar a las masas a proporcionar cursos para empresas.
Sin embargo, al mismo tiempo está teniendo lugar una gran era de experimentación. Aunque algunas de las pruebas hechas en distintos campus no han conducido a nada, otras han tenido un éxito modesto (incluyendo una repetición posterior en la Universidad Estatal de San José). En 2013, el Instituto de Tecnología de Georgia (EEUU) anunció un novedoso programa de máster MOOC en informática que, con un precio de 6.600 dólares (unos 5.300 euros) costaría sólo una fracción de su equivalente en el campus. Se han apuntado unos 1.400 alumnos. No está claro cómo de bien se pueden replicar este tipo de programas en otros campos, o si el mercado de trabajo recompensará a los graduados con este título concreto del Instituto de Tecnología de Georgia. Pero el programa da muestras de que los MOOC pueden servir para ampliar el acceso y reducir los costes en algunos rincones de la educación superior.
Mientras, las opciones de cursos en línea siguen multiplicándose, especialmente para gente curiosa que no busca necesariamente un título. Coursera, que es una empresa con ánimo de lucro y edX , un consorcio sin ánimo de lucro dirigido por Harvard y el MIT, tienen casi 13 millones de usuarios y más de 1.200 cursos entre ellas. Khan Academy, que empezó como una serie de vídeos de YouTube, está haciendo que la enseñanza en línea sea una herramienta más que se usa en clases de todo el mundo.
Toda esta actividad empieza a generar datos interesantes sobre para qué sirven realmente los MOOC. En septiembre el físico del MIT David Pritchard y otros investigadores publicaron un estudio sobre Mechanics ReView, un curso en línea impartido por Pritchard basado en un curso que imparte en el campus con el mismo nombre. Los autores hallaron que el MOOC en general era eficaz a la hora de comunicar material difícil -mecánica newtoniana- incluso a estudiantes que no estaban a la altura del MIT. De hecho, los alumnos que empezaron el curso sabiendo menos de física obtuvieron las mismas mejoras relativas en las pruebas que alumnos mucho más potentes. "Pueden haber empezado con un 4 y acabado con un 4, pero han mejorado junto con toda la clase, afirma Pritchard.
Pritchard aún pone en duda los posibles efectos de los MOOC; para empezar no ve cómo pueden ser un modelo de negocio sostenible en sí mismos. Pero eso no significa que los MOOC no sean más que una tecnología artificialmente inflada. Las ideas sobre lo que ofrecen y a quién podrían ayudar, están evolucionando tan rápidamente como los propios MOOC.
Trocitos valiosos
Una cosa que hay que tener en cuenta son los altos índices de abandono de los MOOC, se considera que una cifra bastante común es que el 90% de los alumnos no acaban sus cursos; un estudio de la Universidad de Pennsylvania (EEUU) fija esa cifra en el 96%.
Pritchard, entre otros, dice que centrarse en los alumnos suscritos en un principio es un error. La mayoría de los que se apuntan a un curso no son alumnos serios; son mirones para los que no existe ninguna barrera en forma de coste para probar una clase o dos. La mitad de las personas del estudio de la Universidad de Pennsylvania se desapuntaron antes de la primera clase. De los 17.000 que se apuntaron al MOOC de Pritchard, sólo un 10% llegó a hacer el segundo trabajo. Pero más de la mitad de esos consiguieron un diploma por haber terminado el curso.
"Estamos llegando al punto en que la experiencia educativa es superior en lo que respecta a las clases, si la conexión se establece en línea", afirma un profesor de Harvard. Si eso es cierto, las universidades tradicionales tendrán que demostrar que la tecnología no puede sustituir a todo lo demás que ofrecen en el campus.
Hay gente, sobre todo adultos que buscan continuar su educación, para la que incluso abandonar un MOOC puede considerarse una especie de victoria sobre un modelo antiguo de créditos y cursos semestrales que no tiene sentido. Si lo que quieren ver es si les interesa un tema, o sólo quieren trocitos de material, ¿por qué van a pagar y soportar un temario de 12 semanas?
A pesar de todo el ruido, los MOOC en realidad no son más que contenido, la última encarnación del libro de texto. Y al igual que un libro en la estantería de una biblioteca, pueden ser útiles a un curioso que está de paso y mira unas cuantas páginas, o ser el centro de un curso bien impartido. En sí mismos, los MOOC son poco más que libros de texto para recrear una educación universitaria de calidad en todas sus dimensiones.
Justificar el coste de la matrícula
Cuando Harvard y el MIT anunciaron la creación de edX, afirmaron que uno de los objetivos principales era fijar nuevas formas de enseñanza para sus propios alumnos. Esta afirmación recibió poca atención pero hay indicios de que ya está sucediendo. Gran parte de las tecnologías fundamentales para los MOOC, construidas en torno a la interactividad y la evaluación, pueden ser herramientas útiles para los alumnos en los campus universitarios físicos, según el director de aprendizaje digital del MIT, Sanjay Sarma. Los alumnos del MIT no pueden conseguir créditos por hacer un MOOC, ni siquiera si es uno producido por el MIT, pero sí que usan herramientas de los MOOC en sus cursos. Dos terceras partes de ellos han asistido a un curso tradicional que usa la plataforma de software de edX.
Sin movernos de Boston y siguiendo por Massachusetts Avenue hasta la Universidad de Harvard, el informático David Malan afirma que en su campus también ha habido un "aumento significativo" de las conversaciones en torno a cómo reinventar la enseñanza. El curso de Introducción a la Informática de Malan recoge muchas de estas corrientes. La versión que se imparte en el campus es el curso más popular de Harvard, con unos 800 alumnos. La versión MOOC tiene unos 350.000 alumnos registrados de todo el mundo, desde preadolescentes hasta personas de 80 años. Ambas versiones usan recursos de aprendizaje solapados y sofisticados, desde vídeos de lecciones a evaluación. Su estándar académico es el mismo.
Malan empezó a grabar sus lecciones en 1999, pero afirma que las herramientas de los MOOC aportan una nueva dimensión a su enseñanza. Por ejemplo, lecciones que normalmente ocupan toda una hora de clase, en línea se pueden dividir en unidades más cortas y centradas, permitiendo a los alumnos pasar todo el tiempo que necesiten con cada segmento.
Los estudiantes de Harvard de pago deciden si asisten a las clases o las siguen en línea. "Me gustaría creer que hay una ventaja psicológica no trivial relacionada con la experiencia compartida", afirma, pero depende de ellos. En vez de que los 800 alumnos asistan a cada lección "prefiero tener a 400 alumnos que quieren estar ahí", añade. Además, "estamos llegando al punto en que la experiencia educativa es superior en lo que respecta a las clases, si la conexión se establece en línea".
Si eso es cierto, es una señal aterradora pero clara y útil para las universidades tradicionales. En el MIT, el experimento con edX ha sido "un enorme estímulo", afirma Pritchard. "Está haciendo que toda la enseñanza superior esté atenta e intentando responder a la siguiente pregunta: ¿cómo se justifica cobrar a los alumnos 45.000 dólares al año (unos 36.000 euros) para asistir a clases cuando pueden encontrar ejemplos mejores en internet?"
Aunque nos centramos mucho en el papel de los MOOC en la educación superior, podrían tener un papel importante en la educación secundaria e incluso primaria. Casi el 28% de los que se apuntaron a un grupo de clases en línea eran profesores en ejercicio o retirados.
En el curso de Malan en Harvard (donde la enseñanza, la matrícula, el alojamiento y la manutención anual alcanza los 58.607 dólares anuales este año -unos 46.885 euros-), parte de la respuesta es que incluso aunque el estándar académico sea idéntico, la experiencia completa no lo es. Los estudiantes de Harvard tienen secciones y clases del curso en grupos de apenas unos alumnos, un repaso semanal de 90 minutos del material y tutorías cuatro noches por semana (la clase ocupa todo un comedor). El curso en el campus es casi cinematográfico en su escala de producción, con 100 miembros de personal. Para atender a muchísimos más alumnos en el MOOC, hay cinco miembros del personal se meten en los foros de discusión junto con alumnos y voluntarios.
Y evidentemente los alumnos no sólo de Harvard sino de cientos de universidades obtienen mucho más que eso. Consiguen un título que es necesario para muchos empleos, el acceso a redes de alumnos y a mentores. Por eso los MOOC no deberían ser una amenaza para las universidades: si las instituciones consolidadas hacen un uso juicioso de la tecnología de aprendizaje en los casos en los que está demostrado que ayuda a los alumnos, ganan la credibilidad necesaria para poder insistir en que la mayoría de las cosas que ofrecen además en el campus suponen una experiencia distinta en términos de calidad, algo que no se puede sustituir con la tecnología.
Enseñando a profesores
Los investigadores en educación acaban de empezar a minar todos los datos generados por los MOOC sobre la respuesta de los alumnos al material. Investigadores como Pritchard pueden seguir cada paso de cada alumno a través de un MOOC. Pritchard sostiene que para poder analizar a sus alumnos tradicionales de esta forma "tendrían que llevar una cámara en la cabeza las 24 horas del día". Con el tiempo, estos datos deberían darnos información sobre cuál es la mejor manera de presentar, secuenciar y evaluar a sujetos concretos. El director de política educativa de la Fundación New America, Kevin Carey, quien ha investigado los MOOC, señala que los cursos actuales no han empezado a usar en serio de la inteligencia artificial para personalizar los cursos atendiendo a las fortalezas y debilidades de cada alumno (algo sorprendente si se tiene en cuenta que los pioneros de los MOOC, como Thrun y Daphne Koller de Coursera provienen del campo de la inteligencia artificial).
Sin embargo, a pesar de que las grandes cifras de alumnos apuntados a MOOC son fantásticas para hacer experimentos educativos, hacen que sean difíciles de impartir. En el MOOC de Pritchard hay representada una gama de capacidades mucho más amplia que la de su clase en el campus del MIT. "Es como si intentásemos enseñar a alumnos de segundo hasta séptimo", afirma. Su nuevo proyecto es un curso de física avanzada para alumnos de secundaria. Al reducir el público objetivo (los alumnos de secundaria que creen que son capaces de aprender física avanzada son un grupo muy reducido), cree que puede enseñar más eficazmente de lo que podría en un MOOC más diverso.
Y a pesar de que nos centramos mucho en el papel de los MOOC en la educación superior, podrían tener un papel importante en la educación secundaria e incluso primaria. De los apuntados a un grupo de clases en línea de 11 MOOC ofrecidos por el MIT la primavera pasada, casi el 28% eran profesores en ejercicio o retirados. Algo que resulta especialmente prometedor porque los profesores pasan lo que aprenden a sus propios alumnos: cuando usen edX y otros recursos en sus aulas, multiplicarán el efecto. Según Coursera se pase explícitamente a la formación de profesores, sus clases podrían tener el mismo impacto llegando a varios centenares de profesores que a miles de otro tipo de alumnos.
Los MOOC por sí solos no pueden cumplir con las expectativas infladas de los primeros promotores como Thrun, el equivalente de diversos reformadores que a lo largo de las décadas recibieron la radio, la televisión o el correo como una forma de democratizar el aprendizaje (ver "La crisis de la educación superior"). Para bien o para mal, los métodos tradicionales de la educación superior han demostrado tener una persistencia sorprendente ante el surgimiento de aquellos modelos. Sí, puede que esta vez sea distinto. Pero si los MOOC resultan ser revolucionarios, será porque las instituciones educativas finalmente han descubierto cómo usarlos.
Justin Pope, antiguo reportero sobre educación superior para 'Associated Press', es ahora jefe de personal en la Universidad Longwood en Virginia (EEUU).