Cada vez hay más evidencias de que las alteraciones del clima se asocian a episodios de conflictos y violencia que deben tenerse en cuenta desde ya
Crédito: Javier Jaén.
Nadie sabe cómo el cambio climático transformará nuestras vidas. No sólo es algo incierto cuánto harán subir las temperaturas y afectarán la precipitación en diferentes partes del mundo los elevados niveles de dióxido de carbono de la atmósfera. Y todavía queda mucho por aprender acerca de cómo estos cambios reducirán la productividad agrícola, dañarán la salud humana y afectarán el crecimiento económico. Además de estos factores desconocidos, existe una cuestión que suscita una ansiedad aún más pronunciada: ¿los daños causados por el cambio climático, o incluso la amenaza de estos cambios, podrían dar paso a un mundo mucho más violento?
En el libro Black Earth: The Holocaust as History and Warning, Timothy Snyder argumenta que tales temores tienen una justificación histórica. Un profesor de la Universidad de Yale (EEUU) y un conocido erudito del holocausto, Snyder describe a Hitler como un hombre impulsado por un retorcido pánico ecológico sobre la falta de tierras suficientes para cultivar los alimentos que necesitaba la población. Para Hitler, escribe, "la ecología equivalía a la escasez, y la existencia significaba una lucha por los terrenos". Hitler codiciaba especialmente las fértiles tierras de Ucrania. De hecho, Alemania no se encontraba en peligro de hambruna, y Snyder señala que muchas de las mejoras agrícolas que generaría después la Revolución Verde ya se estaban desarrollando. Pero según explica Snyder, Hitler no creía que la tecnología fuera capaz de aumentar la producción agrícola de forma significativa; de hecho, rechazó la idea de que la ciencia en general pudiera interrumpir la lucha radical por sobrevivir que percibía.
En gran parte, Black Earth es una descripción de cómo Alemania destruyó sin piedad los países vecinos y sus instituciones políticas, dando paso al asesinato en masa de los judíos de esas regiones. Pero entonces, en su conclusión, Snyder emite una "advertencia" desconcertante basándose en las lecciones aprendidas del holocausto. Mientras se agoten los beneficios de la Revolución Verde y aumenten los riesgos del cambio climático, sugiere, de nuevo nos volveremos vulnerables a los temores de inseguridad alimentaria, y por tanto, volveremos a estar en peligro de luchar por los terrenos agrícolas. "Otro momento decisivo, algo parecido al que se enfrentó Alemania en la década de 1930, podría estar de camino", escribe Snyder. Añade: "Hemos cambiado menos de lo que creemos".
"Representará la mayor redistribución de riqueza de los pobres a los ricos de la historia".
Snyder mantiene que el clima cambiante ya ha jugado un papel en los conflictos de África, como la guerra civil de Sudán que empezó en 2003. Pero sus temores reales son para el futuro. China, como señala, es incapaz de alimentarse con la producción agrícola doméstica, y muchos de sus habitantes se han enfrentado al terror de la inanición: la hambruna causada por el Gran Salto Adelante de Mao entre 1958 y 1962 mató a decenas de millones de personas. Por mucho que Alemania durante la década de 1930 envidiara los recursos agrícolas de la Europa Oriental, China cada vez intenta controlar más los de África y fija su mirada en los vastos recursos de su vecino Rusia, asegura Snyder.
Evocar los desconcertantes males de la Alemania nazi para advertir de futuros peligros ignora la perversión única del pensamiento de Hitler. Y, como de buena gana reconoce Snyder, China no es la Alemania Nazi; sus líderes han optado por la ciencia y la tecnología para abordar el problema del cambio climático. No obstante, el argumento fundamental de Snyder es válido: el cambio climático –incluso la perspectiva de ello– tiene el poder de transformar la política global de una forma grotesca. Y si escogemos la historia para guiarnos, los gobiernos y líderes pueden no responder a la amenaza de una manera racional.
Siria y Oriente Medio
La sospecha de que el cambio climático contribuya al conflicto no es nueva. Nicholas Stern, un antiguo economista del Banco Mundial y consejero del Gobierno británico, predijo en su informe de 2006, La economía del cambio climático, que "unas temperaturas más altas aumentarán las posibilidades de generar cambios abruptos a gran escala que den paso a la perturbación regional, la migración y el conflicto". Durante la última década, muchos investigadores han intentado documentar esa conexión.
En 2011, Solomon Hsiang, entonces un profesor de la Universidad de Princeton (EEUU) y ahora de la Escuela Goldman de Políticas Públicas de la Universidad de California en Berkeley (EEUU), fue el coautor de un trabajo que demostraba que los casos de guerra civil se doblaron en los trópicos durante los momentos en los que El Niño produjo temperaturas inusualmente altas en estas latitudes. Ese trabajo fue el primero que demostró que un efecto climático global podría guardar una relación directa con los conflictos. Un par de años después, Hsiang y sus compañeros de las universidades de California en Berkeley y de Stanford (EEUU) analizaron la creciente literatura sobre el clima y los conflictos y encontraron un resultado constante en 60 trabajos de investigación: las temperaturas al alza y cambios en los patrones de precipitación aumentan el riesgo de conflictos. No sólo existen pruebas de que el clima está relacionado con el conflicto, afirma el coautor Marshall Burke, un profesor de la Universidad de Stanford, sino que también los efectos pueden ser importantes. Dice, "en la África subsahariana, cuando las temperaturas suben un grado, observamos un aumento de entre el 20% y el 30% de los conflictos civiles. Es una tasa enorme".
Una explicación podría encontrarse en la manera en la que los cambios climáticos afectan a la agricultura. Tomemos como ejemplo la guerra en Siria. A partir del invierno de 2006-2007, el Creciente Fértil, que se encuentra al norte de Siria y proporciona gran parte de los alimentos del país, experimentó una sequía de tres años de duración que fue la más severa que se ha registrado en la historia. Provocó que hasta 1,5 millones de personas migraran a los centros urbanos del país. Estas personas, anteriormente rurales, se unieron a más de un millón de refugiados de la guerra de Iraq de la década de 2000, que ya vivían en los alrededores de las ciudades de Siria. Allí, el crimen creciente, las infraestructuras insuficientes, la sobrepoblación y la falta de respuesta por parte del Gobierno contribuyeron a la inestabilidad. Los levantamientos en masa en estos puestos avanzados urbanos rápidamente se convirtieron en la guerra civil actual, que empezó a principios de 2011.
El cambio climático agravó seriamente la sequía, y el fracaso subsiguiente de las cosechas y la migración masiva contribuyeron al conflicto, afirma Colin Kelley, un científico climático de la Universidad de California en Santa Bárbara (EEUU) que se ha especializado en la región mediterránea. En un trabajo reciente, Kelley y sus coautores documentaron cómo los niveles crecientes de gases de efecto invernadero interrumpieron los patrones del viento que traen agua desde el mar Mediterráneo durante la temporada de lluvias de invierno. Forma parte de un efecto secante longevo en la región y concuerda con las predicciones procedentes de los modelos del cambio climático, dice. En general, añade, se espera que las regiones subtropicales de todo el mundo, como el Creciente Fértil, se vuelvan más áridas.
Algunos politólogos no están convencidos de que tales efectos climáticos provoquen guerras. "Hay más de lo que no sabemos que de lo que sí sabemos, y sí sabemos que no existe una relación general y directa entre la variabilidad climática y las guerras organizadas a gran escala", afirma Halvard Buhaug del Instituto de Investigaciones para la Paz de Oslo (Noruega). Aun así, Buhaug sí admite que "tiene sentido" que el cambio climático pueda exacerbar las principales causas de las guerras civiles, que dice que incluyen la desigualdad sistémica, la pobreza extrema y el mal liderazgo. "Si el cambio climático afecta de forma distinta a distintos grupos de la sociedad o presenta retos demasiado graves o grandes para que respondan los sistemas políticos", explica, "entonces por supuesto que el cambio climático podría contribuir a un aumento de la inestabilidad en el futuro".
La importancia relativa de la sequía en provocar la guerra siria resulta muy difícil de separar de los otros factores, reconoce Kelley. Pero, explica, determinar el papel específico del clima no es meramente una cuestión académica, especialmente en regiones tan volátiles como Oriente Medio. "¿Quién será el siguiente?", pregunta. "¿Para qué países representará el cambio climático la gota que colma el vaso?"
Costes
Las investigaciones sobre las conexiones entre el cambio climático y los conflictos forman parte de un esfuerzo más amplio de entender mejor el impacto económico y social que las temperaturas al alza tendrán para las personas de distintas partes del mundo. El esfuerzo está diseñado para mejorar los análisis previos que a menudo incluían unos burdos cálculos someros de unos promedios de los impactos en unas grades expansiones. "Hasta hace un par de años", dice Hsiang, "realmente no teníamos ni idea de lo que estaba en camino".
En un esfuerzo por hacer que las previsiones económicas sean más rigurosas, Hsiang y sus compañeros, que incluyen científicos climáticos y sociales, han examinado cómo la temperatura ha afectado a la productividad laboral y agrícola en diferentes países con el paso de los años. En un trabajo publicado este otoño en Nature, el grupo examinó cómo los cambios anuales de temperatura afectaron la producción económica en 160 países entre 1960 y 2010. Entonces mezclaron los datos con modelos de cambio climático desarrollados por docenas de equipos de todo el mundo que predicen cómo cambiarán las temperaturas con el calentamiento global. El resultado es una proyección de crecimiento económico durante el próximo siglo.
Los resultados son desconcertantes. Los científicos creen que si el cambio climático se mantiene como está previsto, la producción económica global caerá en un 23% para finales de siglo, un coste mucho mayor de lo que se estimaba anteriormente. Los investigadores encontraron que se reducirá de forma universal la producción económica mientras suban las temperaturas medias anuales por encima de los 13 °C; el rendimiento y la productividad laboral y la producción agrícola empezarán a descender mientras suben las temperaturas. Sorprendentemente, la caída después de los 13 °C se observará tanto en países ricos como pobres, independientemente de si su economía depende de sectores agrícolas o no agrícolas.
Pero quizás el descubrimiento más impactante sea el carácter desigual de los impactos. Puesto que los países más pobres ya tienden a ser más calurosos, experimentarán los efectos más severos. Mientras que las economías de China, India y gran parte de Suramérica sufrirán, las de Europa Occidental, Rusia y Canadá podrían hasta beneficiarse. "Representará la mayor redistribución de riqueza de los pobres a los ricos de la historia", afirma Hsiang. "Es increíblemente regresivo".
Cómo respondan los políticos y las poblaciones de todo el mundo a esta creciente desigualdad de riqueza podría representar la incertidumbre más clave a la que nos enfrentamos. Y Snyder nos recuerda lo mal que pueden salir las cosas cuando los políticos y líderes se aprovechan de los temores y prejuicios de sus poblaciones.
Una de las lecciones más importantes del régimen de Hitler tiene que ver con, como lo expresa Snyder, "la mezcla de la ciencia con la política". Correctamente, señala con un dedo acusatorio a los que niegan el cambio climático, motivados por ideologías políticas. Igualmente, podría haber citado a los que se encuentren al otro lado del espectro político que dan la espalda a la tecnología y la ciencia, rechazando opciones como la energía nuclear y avances genéticos de la agricultura que podrían ayudar a mitigar el impacto del cambio climático. En lugar de ello, sostiene, las decisiones políticas deben ser informadas por unos resultados científicos objetivos.
A pesar de toda la incertidumbre sobre el futuro del cambio climático, la ciencia ya tiene algunas cosas claras. Debemos actuar con toda la rapidez posible para transformar nuestras infraestructuras energéticas para que podamos reducir las emisiones de carbono y, para mediados de siglo, en esencia dejar de contaminar por completo. Pero la ciencia también empieza a decirnos que incluso unas medidas tan radicales para frenar las emisiones podrían no bastar. Los daños sufridos a causa del cambio climático ya empiezan a afectar a los habitantes de muchas partes del mundo y se intensificarán aunque empiecen a reducirse las emisiones. Es hora de averiguar cómo adaptarnos. Y allí es donde las investigaciones recientes que aclaran los costes sociales y económicos podrían ayudarnos. "El clima va a cambiar", afirma Hsiang. "Necesitamos averiguar cómo minimizar los daños".